martes, 18 de septiembre de 2018

Edición Número 33, Girardot, Septiembre 18 de 2018.- COMPENDIO DE HISTORIA DE MÉXICO


                                                            Edición Número 33, Girardot, Septiembre 18 de 2018





COMPENDIO DE HISTORIA DE MÉXICO



POR LUIS PÉREZ VERDÍA

[LUIS PÉREZ VERDÍA (1857-1914), abogado maestro, diplomático e historiador. Entre sus obras se encuentran los Apuntes para la guerra de independencia en  Jalisco (1886), la Historia particular del Estado de Jalisco (1910) y el Compendio de Historia de México (1883) con una larga vigencia como libro de texto en escuelas secundarias. De esta obra hemos tomado un párrafo que expresa una de las versiones más extendidas.]*





1847. Territorio perdido por México en 1847
http://4.bp.blogspot.com/_agsUkoQDUb0/S6gdFe9UVlI/
AAAAAAAAACk/b18JkYmVxi0/s1600/mapa+anexion.gif



Durante la administración del señor Herrera se declaró la guerra a los Estados Unidos, cuyo suceso es una de las más odiosas injusticias que por la fuerza  han cometido con México las naciones poderosas.

Como lo llegó a prever el conde de Aranda, los Estados Unidos habían tratado de extender sus dominios, a  cuyo efecto adquirieron poco a poco por diversos títulos la Luisiana, las Floridas y el Oregón y aún no satisfechos, trataron de ocupar a Texas. Ofreció el ministro Poinsset comprar al gobierno aquel Estado en 1825 y 1827; y aunque volvió a ofrecerse de nuevo un arreglo, lo rechazó México, de suerte que entonces aquella gran nación adoptó otra vía, que siendo menos directa era, sin embargo, mucho más infame.

Procuró  primero insurreccionar a los colonos contra toda justicia, favoreciéndolos como queda dicho, hasta el grado de hacer que el general Gaines ocupara con sus tropas a Nacogdoches en plena paz, invadiendo de esta suerte el territorio nacional. Reconoció luego la independencia de Texas y celebró enseguida con la nueva república un tratado con fecha 12 de abril de 1844, en virtud del cual quedaba anexada a la Unión,  con cuya conducta ofendió tan gravemente a México, que el ministro D. Manuel Eduardo de Gorostiza pidió sus pasaportes y cortó relaciones.

Las cámaras americanas reprobaron el tratado de anexión celebrado con Texas, tan inicuo así era; pero obstinado aquel gobierno en la idea, sólo varió de medio, pues hizo entonces que en la cámara de diputados se propusiera fuese agregado a la Unión dicho territorio; y como fuese aprobado en 1° de marzo de 1845, por una mayoría de veintidós diputados y únicamente de dos senadores, quedó consumada la iniquidad. No contenta aún aquella potencia, le dio al nuevo territorio una extensión que geográfica y políticamente jamás tuvo, haciéndolo lindar con el río Bravo del Norte, de tal suerte que cuando del modo más contrario al Derecho Internacional violaba las fronteras mexicanas introduciendo sus ejércitos hasta las riberas del Bravo, fingía hipócritamente creer que era México quien violaba las suyas, para de esa suerte de agresor que era, convertirse en agredido. Por estas causas se declaró la guerra entre las dos repúblicas a mediados de 1845.






Todavía fingieron los Estados Unidos querer la paz y nombrar a Mr. John Slidell, ministro plenipotenciario en México; mas porque no se le quiso recibir como a tal,  sino sólo como a enviado especial y extraordinario, supuesta la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos países, llegó a decirse que el gobierno mexicano no quería la paz.

El presidente Herrera, con grandes  dificultades, pues la escasez de recursos era tal que las rentas eran insuficientes en un 23 por 100 para cubrir las solas necesidades ordinarias de la administración, reunió un cuerpo de tropas de seis mil hombres que a las órdenes del general Paredes Arrillaga, salió para el norte; pero movido éste por bastardas ambiciones, se pronunció en San Luis Potosí el 14 de diciembre de 1845 y, dando la espala al enemigo extranjero, volvió sobre la capital, donde por haber secundado el plan la guarnición, entró triunfante el día 2 de enero siguiente.

Tomó la presidencia D. Mariano Paredes Arrillaga, quien habiendo pretextado que la administración del señor Herrera no atendía la campaña extranjera con el cuidado que reclamaba, no por eso se ocupó más de ella; pues adicto a la forma de gobierno monárquica, trató de establecerla en aquellos tan críticos instantes, emprendiendo negociaciones en favor del infante don Enrique, hermano del esposo de doña Isabel II y fomentando los odios de los partidos políticos precisamente cuando la unión de los mexicanos era más necesaria. De acuerdo el gobierno español con el partido conservador le ayudó eficazmente a realizar sus propósitos invirtiendo el ministro de aquel reino más de cien mil pesos en intrigas políticas. El mismo día 1° de enero volvió el Estado de Yucatán a separarse de la república porque el gobierno no respetó las bases; de inmediato se reanudaron las buenas relaciones. En diciembre siguiente se pronunció Campeche proclamando la neutralidad del Estado en la guerra americana, pronunciamiento innoble y egoísta que fue secundado por los indios armados  al efecto por los separatistas y que triunfó fácilmente aunque dejando en Yucatán regueros de sangre y la semilla fecunda de la guerra de castas que tantas desgracias habría de producir allí, en México, una dificultad política más y en la historia una página de ignominia.

Se convocó un Congreso, se fundó un periódico monarquista llamado El Tiempo, a la vez que Slidell volvía con sus pretensiones de ser recibido como plenipotenciario que de nuevo fueron rechazadas y se mandó un ejército a Matamoros,  mandado por el general don Pedro Ampudia.

No podían ser peores las condiciones del país para proveer a su defensa contra el extranjero, hay que decirlo con dolor: gobiernos inestables; completa penuria; un ejército desmoralizado y corrompido, sin organización ni disciplina y sin un solo jefe capaz; los partidos políticos efervescentes e implacables; el clero egoísta y el pueblo frío. Circunstancias funestas que originaron necesariamente la catástrofe, ¡enseñando a la nación que el patriotismo debe ser la primera virtud de todo pueblo que quiera vivir y ser respetado!...

De esta suerte quedaron los Estados Unidos dueños de aquella considerable parte de nuestro territorio, sobre cuyo hecho se expresaba así el distinguido estadista americano Mr. Henry Clay, en su correspondencia con Mr. Channing: “Hay crímenes que por su enormidad rayan en lo sublime; la toma de Texas por nuestros compatriotas tiene derecho a ese honor. Los tiempos modernos no ofrecen ejemplo de rapiña cometida por particulares en tan grande escala”.

El historiador Bancroft declara a su vez “que el gobierno de los Estado Unidos no tuvo la razón de su parte; tal es el veredicto de todas las naciones civilizadas y esto lo han reconocido los mismos ciudadanos americanos”.
_______________________
*FUENTE: Mexicanos y Norteamericanos ante la guerra del 47/ Josefina Vásquez de Knauth/ Primera edición en la colección SEP/SETENTAS: 1972/ Secretaría de Educación Pública/ México/ “LA IMPRESORA AZTECA, S. DE R. L. /15-III-1972





Edición Número 33, Girardot, Septiembre 18 de 2018



**




*

lunes, 17 de septiembre de 2018

Edición Número 32, Girardot, Septiembre 17 de 2018. WALT WHITMAN Y SU JUSTIFICACIÓN DE LA GUERRA CON MÉXICO

Edición Número 32, Girardot, Septiembre 17 de 2018.  WALT WHITMAN Y SU JUSTIFICACIÓN DE LA GUERRA CON MÉXICO


                                                            Edición Número 32, Girardot, Septiembre 17 de 2018




WALT WHITMAN Y SU JUSTIFICACIÓN DE LA GUERRA CON MÉXICO

POR WALT WHITMAN

[WALT WHITMAN (1819-1892), POETA Y PERIODISTA, FUE ARDIENTE EXPANSIONISTA COMO MUCHOS INTELECTUALES NORTEAMERICANOS DE SU TIEMPO. ENTRE LOS AÑOS DE 1846-1848 FUE EDITOR DE THE BROOKLYN EAGLE, DE DONDE HEMOS TOMADO LOS EDITORIALES DEL 11 DE MAYO Y 6 DE JUNIO DE 1846]*






1972. MEXICANOS Y NORTEAMERICANOS
ANTE LA GUERRA DEL 47

Sí: ¡México debe ser cabalmente castigado! Hemos llegado a un punto en nuestro trato con ese país en que cada precepto de derecho y política nos impone que hagamos expeditas y eficaces demostraciones de fuerza. Las noticias de ayer proporcionaron el último argumento que se requería para probar la necesidad de una Declaración de Guerra inmediata de nuestro gobierno a su vecino del sur.

Estamos justificados ante el mundo, pues hemos tratado a México con mayor lenidad que la que hasta ahora nos había merecido un enemigo; pues México, aunque despreciable en muchos aspectos, es un enemigo que merece una vigorosa “lección”. Hemos instado, hemos disculpado, hemos sido sordos a la insolente gasconada de su gobierno, hemos sufrido hasta ahora el ofensivo rechazo de un embajador que personificaba a la Nación Americana, y hemos esperado durante años el pago de las reclamaciones de nuestros mercaderes agraviados. Hemos buscado la paz por todos los caminos, y cerrados los ojos ante muchas cosas que si hubieran provenido de Inglaterra o Francia el presidente no hubiera osado dejarlas pasar sin severo y célere enfado. Hemos rebasado nuestra memoria de lo que sucedió en el sur hace años; las diabólicas masacres de algunos de nuestros hijos más valientes y  nobles, los hijos no solamente del sur, sino también del norte y del oeste¸ masacres que no solamente contravenían los preceptos más ordinarios de humanidad, sino que también violaban todas las reglas de la guerra. ¿Quién ha leído la asquerosa historia de esos asesinatos brutales al por mayor, tan vacíos de propósito que no fuera satisfacer el apetito cobarde de una nación de machos, dispuestos a fusilar centenas de hombres a sangre fría, sin anhelar que llegue el día que se oiga la plegaria de esa sangre y que la venganza de un Dios punitivo sea infligida a aquellos que sin piedad y sin necesidad asesinaron Su imagen?

Ha llegado el día. Creemos que no puede caber ninguna duda respecto de la  veracidad de las noticias de ayer; y estamos seguros que el pueblo, en una proporción de diez por uno, quiere hostilidades rápidas y eficaces. Comentarios periodísticos mansos, como los que aparecen en la principal prensa democrática de hoy, en Nueva York, y las despreciables críticas antipatrióticas de su órgano contemporáneo de orientación Whig, no expresan los sentimientos y los deseos del pueblo. ¡Avancen nuestras armas con un espíritu que enseñará al mundo que si bien no buscamos pendencias, los Estados Unidos sabemos aplastar y desplegarnos!


ANEXIÓN

6 DE JUNIO DE 1846


Cuanto más reflexionamos acerca de la anexión de una parte de México, o inclusive de la mayor parte de esa república, más se disipan las dudas y los obstáculos y más plausible parece ese objetivo a primera vista difícil. El alcance de nuestro gobierno (como los más sublimes principios de la naturaleza) es tal que fácilmente puede adaptarse y extenderse, hasta casi cualquier grado y a intereses y circunstancias de lo más diverso.

Se afirma, y con gran verosimilitud, que en varios de los Estados de México -en particular el grande, fértil y hermoso de Yucatán- existe mucha disposición a cobijarse bajo las alas de nuestra águila. Los yucatecos son los mejores y más laboriosos ciudadanos de México. Durante años han tenido malas relaciones con el poder central, y en repetidas ocasiones han  llegado a romper abiertamente con el ejecutivo y el gobierno federal. El nuevo Congreso, que según las últimas versiones acaba de ser convenido en Mérida, la capital, actúa en este momento de manera completamente independiente de México; aprueba aranceles, etc. Los rumores también afirman que se ha enviado una misión a los Estados Unidos, o se la enviará, con el probable objeto de negociar una anexión o algo semejante.

Y además está California; en ruta a esa bella comarca se encuentra Santa Fe; ¿Cuánto tiempo habrá de transcurrir antes de que ellas brillen como dos nuevas estrellas en nuestro enorme firmamento?

Este tipo de especulaciones pueden parecer vanas a alguna gente. Pero estamos seguros de que no lo son para los muchos que escrutan el futuro. Y no es la tan condenada sed de poder y territorio la que hace que el corazón popular responda a la idea de estas nuevas adquisiciones. Una voracidad tal bien podría ser el motivo esgrimido para ensanchar una forma menos liberal de gobierno; pero no somos presa de esa voracidad. Anhelamos que nuestro país y su ley se extiendan lejos solamente en la medida en que ello quitará los grilletes que impiden que los hombres gocen de la justa oportunidad para ser felices y buenos; tal como están constituidos casi todos los gobiernos la tendencia va predominantemente en sentido contrario. No abrigamos ambición por la simple grandeza física de esta república. Esa grandeza es vana y engañosa. O por lo menos no es deseable más que como una ayuda para alcanzar un bien más verdadero, el bien de la masa entera del pueblo.

                                                                       [Traducción de Héctor Manjarrez]



http://personajeshistoricos.com/c-escritores/walt-whitman/

___________________
*FUENTE: Mexicanos y Norteamericanos ante la guerra del 47/ Josefina Vásquez de Knauth/ Primera edición en la colección SEP/SETENTAS: 1972/ Secretaría de Educación Pública/ México/ “LA IMPRESORA AZTECA, S. DE R. L. /15-III-1972








Edición Número 32, Girardot, Septiembre 17 de 2018



**



*

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. POETA JULIO FLOREZ Y LA GRUTA SIMBOLICA

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018.  POETA JULIO FLOREZ  Y LA GRUTA SIMBOLICA


                                                            Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018






JULIO FLOREZ
EN LA POESIA COLOMBIANA


LA GRUTA SIMBOLICA



POR EDUARDO CARRANZA FERNÁNDEZ




*
**
Dos Tertulias Literarias en Colombia han sido particularmente famosas: Una El Mosaico, pasado el medio siglo << que se instalaba cualquier día de la semana, en la casa de uno de los Socios >> (era en la adormecida Santa Fe de 1860, reinaba el azul de otro tiempo, el azul de la Nueva Granada), y <<allí se charlaba, se improvisaba versos, se planeaban artículos de costumbres y se tomaba el refresco en compañía de las señoras: (todavía nos llega el relente de las capitosas mistelas, el aroma del espumoso chocolate especiado e irisado, el perfume nostálgico de violetas que emanaba, entre baladas de Chopin, de las lánguidas señoras de otro tiempo). A los escritores costumbristas y románticos que así se reunían debemos los cuatro volúmenes de su revista llamada, también <<El Mosaico>>, de tan entrañable memoria y los dos grandes volúmenes de Cuadros de Costumbres en donde nos legaron, ¡y cuánta gratitud les debemos por ello!, la imagen de la patria vieja con su olor y su sabor, amorosa y minuciosamente narrados. 

Otra fue la Gruta Simbólica, de errátil asiento: ya en la noble casa del Mecenas Rafael Espinosa Guzmán, ora en sitios tabernarios, ora junto a un piano en la <<Gran Vía>> o en los castizos ambientes -extramuros de la pequeña ciudad- a donde iba entre rasgueos de tiple, bandola y guitarra, en busca de los manjares criollos y de dorados y diamantinos licores, la bohemia santafereña de mil novecientos.

La Gruta Simbólica congregó a lo largo de un quinquenio -sobre poco más o menos- a unos setenta ingenios de la más heterogénea condición: hidalgos tocados por el ramo poético, versificadores jocundos o melancólicos, ingenios satíricos y festivos, poetas sentimentales y lunáticos, seres nocturnos y funambulescos… Nos han dejado una estela encantadora de epigramas, equívocos, coplas salaces, donaires picarescos, retruécanos y caricaturas verbales en versos, piropos y galanías: todo ello denominado genéricamente chispazos. Y otra estela húmeda y enlunada de versos de muy diversa calidad al modo romántico en su crepúsculo enervante, febril, lloroso y necrofílico.

Pero cedemos aquí la palabra a Luis María Mora, el originalísimo y popular Moratín –el mordaz polemista de urticante prosa, el empecinado academicista, el poeta helenizante, nutrido de raíces griegas y latinas, el testigo insuperable de su grupo, el airoso narrador de la hazaña:

<<El círculo o tertulia literaria en que se manifestó al principio de este siglo el furor de la juventud por el arte y la poesía fue la Gruta Simbólica, a la cual se dio este nombre por estar en ese tiempo muy en boga la escuela llamada Simbolista, sobre la cual había ardorosas disputas… Lo que determinó el nacimiento de la Gruta Simbólica fue la guerra. Nació debido a un caso fortuito y nació no de una manera prematura, sino en el momento preciso, entre un siglo moribundo y otro que nacía, como Jano, con una cara mirando al pasado y con la otra escrutando el porvenir…

<<…Una noche, cuya fecha nadie podría recordar con precisión, andábamos sin salvoconducto unos cuantos amigos que veníamos de una exquisita cuchipanda, a las cuales eran muy aficionados los literatos de entonces, con pocas excepciones. Era arte muy divertido, peligroso y nuevo ese de sacarle el cuerpo a las patrullas de soldados que rondaban las calles en persecución de sediciosos y espías, y hartos quites habíamos hecho aquella noche, cuando de súbito caíamos en poder de una ronda. Componían el grupo Carlos Tamayo, Julio Flórez, Julio de Francisco, Ignacio Posse Amaya, Miguel A. Peñarredonda, Rudesindo Gómez y el humilde autor de esta croniquilla, a los pies de vuestras mercedes. No podíamos andar de noche por desafectos al gobierno y no nos quedaba más remedio que pasarla en un cuartel, cuando menos. De pronto Carlos Tamayo les dijo a los de la ronda: “Señores, tenemos un enfermo grave; vamos en busca de un médico; acompáñennos hasta la casa a llamarlo. Aquí no más es”. El oficial consintió en ello. Golpeamos a la ventana de la casa de Rafael Espinosa Guzmán, y apenas asomó este, Tamayo dijo: “Doctor ábranos que tenemos un enfermo grave que como usted lo ve (y señaló con disimulo a los soldados). “Es preciso que vaya a la casa”. “Lo haré enseguida (contestó con gravedad el doctor); pero sigan entretanto”. Así lo hicimos y nos quedamos hasta las del alba.

Estaban de visita allí aquella noche don Luis Galán y don Pedro Ignacio Escobar. Había necesidad de emplear lo mejor que se pudiese las horas que quedaban hasta el amanecer, y preparamos una alegre tenida. A favor del delicioso vino con que nos regaló el amable dueño de la casa, recitamos versos, improvisamos un satírico sainete político, cantamos y reímos y olvidamos nuestra pasada cuita con la ronda. Resolvió entonces Reg que hiciéramos nuevas y frecuentes reuniones en su casa, y así ni una coma más ni una menos, fue como quedó desde esa noche fundada la Gruta Simbólica”.


EL PONTIFICE PALIDO Y NOSTALGICO





En la Gruta Simbólica, Flórez fue el capitán de la báquica alegría, el dueño y el señor de la palabra aguda y chispeante donde brillaba el vino; otras, el vate enardecido de anhelos libertarios, el de la roja palabra oracular, sedienta de justicia; otras, pontífice pálido y nostálgico, presidía ritos sombríos y llenos de lágrimas. Así, en las legendarias visitas nocturnas al cementerio que tantas consejas suscitaron en la medrosa ciudad que apenas salía de la asustadiza penumbra virreinal. Moratín nos ha narrado en las líneas que enseguida se transcriben aquellas peregrinaciones al recinto de la Muerte, que tantos disgustos le acarrearon, y que no pasaban de ser una morbosa, ingenua y funeral extravagancia:

<< Un grupo de soñadores, músicos y poetas, al frente del cual iba él, se dirigía al camposanto a eso de la media noche, en las más espléndidas ascensiones de luna. El grupo salvaba la verja, tomaba el vial del Torreón de Padilla y penetraba en los osarios. Una melancólica música de instrumentos de cuerda sonaba en la cripta. Algunas aves sacudían las alas en los cipreses; cruzaban de lejos las luciérnagas de los fuegos fatuos y la luna iluminaba los mármoles de las tumbas. ¡Eran confidencias con los sepulcros! ¡Eran singulares serenatas a los muertos! Algunos inclinaban la frente contra los troncos de los árboles, y meditaban. Algunas veces Julio Flórez recitaba sus versos a Silva. Luego el grupo tornaba a la ciudad antes que los sorprendiese la claridad del día, y así terminaban las extravagantes visitas a tantos seres idos, ya libres de las cadenas de la carne>>. 
  

GENIO Y FIGURA





Nos dicen que tenía unos bellos ojos oscuros que parecían mirar, absortos, por encima del horizonte hacia un más allá de la tarde, del tiempo, de la noche. Nos dicen que cuando cantaba o recitaba su larga mano de sensitivo parecía ir dibujando por el aire un nimbo ensoñador a las palabras que decía con cadenciosa y ondulante voz. Y el cabello negro. (<<Muy negras son tus canas, ¡oh trágico sombrío!>> cantó Guillermo Valencia). Erguidos los mostachos, endrinos también. <<Siempre de negro hasta los pies vestidos>>.

Entre varias imágenes suyas, escrita por <<la mano invadida de corazón>> de sus amigos y discípulos, escojo por natural, sencilla y conmovida la que enseguida se leerá. La tomo de un libro delicioso, <<La Gruta Simbólica>>, de José Vicente Ortega Ricaurte. Tiene la calidad y el encanto de un dibujo de la época:

Julio Flórez sobresalía en la <<Gruta>> por sus versos llenos de inspiración y por su triste y melancólica vida que parecía marchita en plena juventud. Nació en los floridos valles de Chiquinquirá. Su ilustración era poca y encarnaba el reverso de la medalla de un literato o de un pensador. <<Era -como dice Moratín- un sensitivo y su alma, como una flauta divina, sonaba al más leve rumor de la brisa>>. Crióse oyendo hablar de Bécquer y Víctor Hugo, los dos poetas que en Colombia llenaron el último tercio del siglo pasado. Reverenciaba al autor de >>Las Orientales>> y creía que a la música de sus versos obedecía toda la naturaleza como las serpientes a los cantos de Orfeo. A los 16 años de edad compuso una oda a Víctor Hugo, poesía que fue recitada por su autor en el Teatro Colón, doce años después. Las últimas estrofas fueron recibidas injustamente con silbidos provenientes del <<Gallinero>>. Al otro día de este desagradable y torpe incidente, le preguntó alguien: ¿Quiénes te silbaron anoche, Julio? Y Alfonso Caro, que estaba a su lado, respondió por el poeta, sin vacilar: << ¡Los Miserables! >>.

El poeta amaba a Bogotá, y ella labró su popularidad con predilección y amor de artista. Las muchachas le señalaban con el dedo, porque él era el más fino intérprete de sus amores, y los mozos a su paso preguntaban: << ¿Es este el poeta que embriaga nuestra juventud con sus dulces melodías? >>. Las gentes del pueblo lo saludaban como si  fuera un hermano en el dolor, y las mujeres alegres sonreían con ternura a la vista de aquel pálido bohemio que cantaba en versos melancólicos el vino y las orgías.

Era Julio Flórez, de cuerpo delgado y de regular y bien proporcionada estatura. <<Tenía –según la descripción que de él hace Luis María Mora- la frente ancha y espaciosa, recta la nariz, cedeños los cabellos de ébano, la boca sensual y unos ojos <<que soñaban despiertos>>, grandes y adormidos como interrogando extrañas lejanías. Su color era moreno como el de los más bellos moros, y cualquier antiguo árabe español, en peregrinación a la Meca, le hubiera creído descendiente del gran califa de Córdoba. Y si algún devoto del profeta lo hubiera oído cantando con dulce y sonora voz y punteando con primor la guitarra o el tiple, de seguro hubiera creído que se trataba de algún muslime enamorado de alguna recatada y desdeñosa cristiana>>.

Usó siempre sombrero flojo y se abrigó siempre con largo y negro gabán, que lo caracterizaba y distinguía; y como su andar era lento, pero sin ninguna afectación, todo ello le daba un sello inconfundible a su personalidad.

<<Para comprender qué cosa es un poeta popular, habría necesidad de volver a la época ya lejana de Julio Flórez. El poeta había llegado a lo más hondo del corazón de las multitudes, y las multitudes habían penetrado bien adentro en el alma del poeta. De otra manera no se habría realizado el milagro sin igual de que todo un continente cantara sus canciones y lo saludara como el más exacto y puro representante de sus más íntimos sentimientos. Julio Flórez fue un romántico en el más fiel sentido de esta palabra, pero no fue el último, sino que románticos fueron más o menos todos los otros poetas colombianos de aquélla época, con muy pocas excepciones>>.

Injustamente perseguido por el gobierno del general Reyes, emprendió gloriosa carrera de triunfos a través de las repúblicas Hispano América. No fue un diplomático con grandes emolumentos el que fue a visitar las capitales extranjeras; no fue un embajador ignorante y lleno de intrigas el que fue a deleitarse con la intelectualidad de innúmeros países; fue un cantor privilegiado que había de las mismas entrañas de la juventud. Su lira llevaba todos nuestros acentos y nuestros gritos, todos nuestros amores y nuestros presentimientos. Las multitudes se pusieron en pie para oír al ruiseñor de la patria, y hechizados a la música sin igual de sus canciones, sembraron de mirtos y laureles las sendas del poeta.

En México recibió grandes homenajes de Porfirio Díaz, el ilustrado tirano; en España fue aplaudido por los más nombrados críticos y en París fue rodeado por el cariño de millares de americanos. Volvió a Colombia, y entonces vino una nueva era para el poeta: sus versos se vendían como el pan y las monedas entraban a sus arcas. Fijó su residencia en el pueblo pintoresco de Usiacurí, departamento del Atlántico, en una amplia casa pajiza de campo, asentada en una roca y rodeada de primorosos jardines. Allí escopeta al hombro, recorría los campos del contorno y buscaba todas las delicias del hogar. Dentro de aquel paisaje de sabor tropical lo sorprendió la muerte, rodeado de su mujer y de sus hijos, y allí duerme su último sueño.

Así lo veo andando por el filo del novecientos, con la mirada llena de cipreses. En el costado, desnuda, la herida de la poesía. La herida siempre doliente del infinito. Y perseguido siempre por una mariposa negra. Por una mariposa azul.

__________________

FUENTE: LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/ BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR






Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018



**



*

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018.  FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO

                                                            Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018






FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO


POR EDUARDO CARRANZA FERNANDEZ






Otros poetas hay en Colombia dotados de más alada gracia, de más lucida y rigorosa mente, como José Eusebio Caro; otros de más henchida y poderosa vena como Rafael Pombo; otros de más garbosa y terruñera palabra como Gutiérrez González; otros de más grave y meditabunda entonación como Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro; otros de más misteriosa, pura y esfumante melodía como José Asunción Silva; otros dueños de infalible tino, cultura de estilo renaciente y deslumbrante dominio sobre el logos poético como Guillermo Valencia; otros más originales y renovadores como Luis Carlos López; otros de más ansioso, pávido y desolado linaje como Barba Jacob y su fulgor sombrío; otros más medularmente hincados en nuestro ser nacional, como José Joaquín Casas; otros más tiernos, encantadores y refinados como Eduardo Castillo; pero jamás ninguno arraigó de manera tan honda y entrañable en el corazón de su pueblo como Julio Flórez. Quizá porque en sus patria y su tiempo, con su contorno terrenal y temporal, fue fiel a su tiempo y a su patria cantando lo que todos soñaban. Porque su palabra poética fértil, sollozante, crepuscural, enamorada y desesperada acompañó como ninguna otra, los sueños y las vigilias de todos los colombianos que eran jóvenes en mil novecientos. Todavía se filtra su romanza por las rendijas de nuestra infancia. Todavía, en la borrosa penumbra de los años suena y sueña su serenata suspirante bañada en luna y en llanto. Todavía anda, transparente, veredas y campos de Colombia, calles nocturnas de blanco pueblo lejano, los días de fiesta, de amor o de melancolía, en labios de moza y de galán: ha logrado la que era para don Manuel Machado, gloria suma de un poeta y sus versos: que el pueblo los cante como suyos. Porque entonces se han integrado al común, a lo que es de todos, al cuerpo y alma totales de la patria, a su emoción tradicional, como invisible sangre generosa.

Guardadas todas las proporciones y distancias del caso, la gloria de Flórez en la modesta Santa Fe de mil novecientos es comparable a la de Lope de Vega en la altiva capital del Imperio Español en mil seiscientos. Eduardo Castillo, situado ya en otra generación y en otra estética, escribió, glosando el fenómeno sobre el que vengo discurriendo, la bella y expresiva página abandonada, muy castillo, que quiero rescatar aquí:

<<Julio Flórez fue, en lo que atañe a la notoriedad, un verdadero privilegiado. Hace cinco lustros, su nombre tenía la resonancia de una fanfarria triunfal. Y todos éramos vasallos de su principado lírico. Ni Pombo -el más excelso de nuestros poetas y quizás también  el más excelso de la América Hispana- conoció, en grado mayor que él, los halagos de la popularidad. La copa de ajenjo que extendía su mano nos embriagaba capitosamente. Y sus melodiosos alaridos conmovían nuestras más íntimas fibras cordiales. Barret ha llamado Musset un energúmeno encantador. Y de esa manera se podría llamar a Flórez. Los mínimos sinsabores de la vida cotidiana tomaban en sus cantos proporciones de tragedia. La mirada de una mujer le hacía pensar en el suicidio. Y aquello era delicioso. Para que nada faltase a su popularidad, durante la pasada guerra civil un Ministro de mano algo pesada le hizo el servicio de enviarlo por ocho días a la cárcel. Y esto le proporcionó una dichosa oportunidad para darse aires huguescos y escribir los sonetos Al Chacal de mi Patria, que podrían llamarse sus “Petits Chatiments”. Nada, pues, faltaba a su fama de cantor cívico e intérprete armonioso de todo un pueblo. Los odios y los amores de la muchedumbre vibraban en sus rimas. Y como lo anhelaba Carducci para sus versos, los suyos surgían plenos de saetas y de flores.

                            Cura e onor de padri miei
                            tu mi sei
                            come lor sacra e dilletta;
                            ave, o rima. E dammi un fiore
                            per l´amore
                            e per l´odio una saetta.

Por eso Flórez no conquistó la admiración de los que sólo aman, en la poesía, la exterioridad bella y suntuosa, los oros y esmaltes de la forma parnasiana. Pero conquistó, en cambio, algo que vale acaso más: la adhesión férvida de las almas que sienten. Y esa adhesión es, para el poeta que quiso poner en sus versos las vibraciones afectivas del gran corazón popular, el más preciado galardón.  Además, la forma en arte es algo que suele estar sujeto a la mudable tiranía de la moda. Poemas hay que ayer nos seducían por la sonoridad de las rimas o por la brillantez de las imágenes, y que hoy,  al leerlos, nos dejan indiferentes. El hechizo que hallábamos en ellos disipóse como el perfume cuando se deja destapada la redoma. Pero el calor de humanidad y el estremecimiento emotivo que el cantor verdaderamente inspirado pone en sus estrofas, es algo que no pasa. Por eso el divino y humano citareda de Las  Noches nos lo dijo en un verso que será eternamente verdadero:

                            Etre admiré n´est rien; l´affaire
                            Est d´etre aime>>.


EL DESENGAÑADO





<< ¡Todo nos llega tarde… hasta la muerte! >>

Una vez más golpea en la puerta del corazón la palabra desengañada, de linaje arábico-andaluz:  Dicen que Mutamid, el rey poeta de Sevilla, despojado de su reino dorado por los jardines, el vino, la poesía y la voluptuosidad, lejos del cielo a cuya sombra sueñan los días y los cuerpos sueñan lánguidamente, y encadenado en el destierro a la sombra amenazante de las montañas africanas, gemía y suspiraba:

<<Todo me ha fallado, hasta la muerte>>.

La de nuestro Julio Flórez es la misma melodía desencantada, la eterna estrofa con agua diferente.

<<Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza…>>.

El romántico -y << ¿quién que es no es romántico? >>- anda tras el espejeo de esa esperanza, cuyo símbolo es la <<flor azul>>, ese huidizo, ese inhallable talismán, nube dorada en lontananza, clave de la felicidad, único posible y verdadero para la viajera ansiedad, testimonio siempre lejano de una realidad supraceleste. <<Nadie ha visto la <<flor azul>>, nadie sabe cómo huele y dónde puede estar, pero el romántico hace de su vida una peregrinación sin rumbo en busca de ella>>.

Y al oído del corazón, desde la penumbra de mil novecientos, desde la puerta entreabierta del nuevo siglo el tembloroso verso insiste con los ojos llenos de lágrimas, insiste con su enlutada melodía

                                      … << ¡todo nos llega tarde… hasta la muerte! >>

__________________


FUENTE: LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/ BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR






Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018



**



*

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018.  JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

                                                            Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018






JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

<<ORO Y EBANO>>. - POESIA EN USIACURI


POR EDUARDO CARRANZA FERNANDEZ



*
**
Clausurados los años de la turbulenta mocedad, de la bohemia alucinante, las arrogancias libertarias (que dejan en su obra unos cuantos testimonios de intención político-social, interesantes apenas como encrespadas arengas), y las errancias ultramarinas, Julio Flórez se refugia con su madurez desencantada y el corazón encanecido, en un pueblo <<calentano>>, de la costa de aquel mar que había cantado con énfasis víctorhuguesco:

                   <<Aquí estás a mis plantas tembloroso,
                   tendida al ronco viento la melena
                   blanca y azul; tu aliento de coloso
                   alza hasta mí la movediza arena…>>

Como Don Quijote vuelve a la aldea, mas no para morirse de melancolía sino para envejecer entre muros de hogareña ternura y seguir escribiendo, como siempre, con la punta del corazón. Y a conversar con su alma. Por el frescor de la madrugada, erraría una ráfaga de jazmín y limón, mientras la luz enardecida desemboca en el valle <<como una roja turba de leones>>. Llegaría hasta las hamacas del corredor el cloqueo de las gallinas y el fecundo vaho -leche espumosa y boñiga- del corral. Un balanceo lento y monótono de siesta tropical tendrían las horas, como en los poemas rurales de Luis Carlos López. El poeta lo mira todo con resignación estoica, como quien está a punto de desprenderse de este mundo:

                   <<He quemado las naves de mi gloria.
                   Hoy en un monte milenario vivo
                   el resto de esta vida transitoria
                   a todo halago mundanal esquivo…>>

Y llegaba la obvia reminiscencia del tierno y colérico agustino en su huerto de <<La Flecha>>, orillas del Tormes:

                   He entrado como el monje en <<la escondida
                   senda>> a vivir las horas placenteras
                   de aquella dulce y sosegada vida…>>

Y próxima y lejana, la voz del mar, eterno confidente de las soledades, silencios y desengaños (<<el mar, el mar y no pensar en nada…>>.)

                   <<Porque abajo está el mar con su llanura
                   verde o azul, rojiza o cenicienta.
                   El mar… mi único hermano en amargura…>>.

Y la renovada amistad con los seres naturales, con las bestezuelas y los árboles, con todas las elementales criaturas del aire y de la tierra: ha renunciado a la falacia de la ilusión ciudadana:

                   <<Ni falso amigo ni mujer liviana
                   cerca de mí; la azul enredadera
                   y el roble lleno de vejez lozana
                   son y serán mi amigo y compañera…>>.

Y de pronto la suspirante nostalgia de algo que formó parte del corazón y se ha perdido y ahora vuelve en la tenue pisada evocadora de una canción nocturna:

                   <<Cuando bajo las sombras del vacío,
                   en la noche, a lo lejos oigo un canto
                   algún canto de amor -a veces mío-
                   de esos que ha tiempo escribí con llanto…>>.

Y a veces, de nuevo el matiz delicadísimo, refinado cuando las palabras parecen, diluidas, convertirse en aire donde asoman unos ojos, una frente, unas manos, desde la eternidad:

                   <<Manos claras, serenas,
                   azuladas apenas
                   por la red de las venas
                   que parecían, al tocar las cosas,
                   por encima, azucenas
                   y por debajo rosas…>>.

Y el lento, resignado amanecer que lo va borrando todo y que solo pide paz y olvido mientras avanza contra la luz occidua el pecho de la sombra:

                   <<Dejadme, pues, en paz; nada he pedido,
                   mas hoy que vivo retirado aquí,
                   mezo la cuna de mi niña y pido
                   olvido, solo olvido,
                   olvido irrevocable para mí>>.

Otra veta originalísima: la mansa ternura familiar, el arrullo hogareño –donde aroman pan fresco, agua pura y lecho blando-, tan raro en la poesía de lengua española: para encontrarle antecedentes válidos, que superen el prosaísmo casero, habría que remontarse a nuestro José Eusebio Caro (un poco lastrado en el tema por conceptuosas divagaciones), al mejor Campoamor y, más lejos, al renaciente poeta de Cataluña, Juan Boscán Almogaver.

Vale transcribir íntegro, para no quebrar su delicada arquitectura, este soneto sencillo, fluyente, transparente como agua de manantial que baja de la montaña andina, humedeciendo el silencio y el pie dorado del verano:

En medio de los árboles mi casa
bajo el denso ramaje florecido,
aparece a los ojos del que pasa
como un fragante y delicioso nido.

Y hay razón: el amigo o el curioso
que va a visitarme van de cuando en cuando,
hallan en mi mansión mimo y reposo
fresco pan, agua pura y lecho blando.

Cinco avecillas, plena la garganta
de las más inefables melodías,
allí retozan bajo el ala santa

Mientras para acrecer sus alegrías
el padre -un viejo ruiseñor- les canta
una canción de amor todos los días.

En contraste, <<Mis Flores Negras>>, los versos más populares que en Colombia han sido y que, oídos lejos de la patria (Chile, otoño, melancolía por ejemplo), vueltos canción en una punzante melodía << nos hacen literalmente polvo>>.

                   <<Oye: bajo la ruina de mis pasiones,
                   en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvo de sueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras…>>





En el año de 1941 los hijos de Julio Flórez que con ejemplar, respetuosa y amorosa piedad filial custodian la memoria de su padre, editaron el libro <<Oro y Ebano>>, integrado casi todo por versos inéditos hasta entonces y escritos la mayor parte en el retiro final de Usiacurí. Rafael Maya escribió en aquella ocasión un prólogo magistral al cual pertenecen las agudas observaciones que enseguida se leerán…:<<El presente volumen… es la mejor colección de verbos del poeta colombiano, o aquella que ofrece menos saltos y caídas en su inspiración. Aquí el tono es uniforme y sostenido dentro de aquellas condiciones fundamentales del arte de Flórez, que provenían de su especial genialidad, de la escuela literaria en que hubo de formarse, y de la época, elemento este último que es necesario tener muy en cuenta al estudiar al autor. Por lo menos, no hay en esta colección lírica ni canciones fútiles, ni estrofas de ocasión, ni mucho menos las consabidas improvisaciones que tanto perjudicaron al buen nombre literario de Flórez. Aquí todo es serio, y si no se puede decir que todo sea excelente, al menos hay que convenir en que las composiciones del presente volumen tienen un carácter de decoro poético que satisface y puede colocar el nombre de Flórez en el sitio que le corresponde como gran lírico, y no sencillamente como trovador popular.

Hay una circunstancia personal que explica este nuevo tono. Flórez, en la época que escribió estas composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo pintoresco y amable de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana había arruinado su salud y él recurrió a ese geórgico retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiritual. Obtuvo ambas cosas, con buen resultado para su organismo y para su alma. En Usiacurí comenzó una nueva vida y al par que la salud física, sintió renacer las fuerzas creadoras de su espíritu. Los amigos de la Gruta Simbólica quedaban bien lejos, sumergidos cada vez más en su bohemia barata y en su equívoca profesión de lunáticos. El había vuelto los ojos a la naturaleza, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, como que en ella hay también algo de esa maternal providencia cantada en las Letanías y la buena tierra premió el retorno del hombre arrepentido, dándole cas, mujer, hijos y ganados. Otra cosa le otorgó, más preciosa quizás que las comodidades personales y fue el privilegio de la meditación. Flórez había sido un poeta poco introspectivo, no obstante sus aparentes alardes de reflexión interior, que formaban parte de la retórica romántica. Nunca, en realidad de verdad, había estado frente a sí mismo, sino era para decirnos su eterno monólogo sobre el amor desesperado. En medio de los campos se verifica para el poeta aquella aparición a que tenemos que asistir alguna vez en la vida: la aparición de nuestra propia alma>>.


JULIO FLÓREZ, COLOMBIANO





Apoyado en mis lejanas lecturas de Julio Flórez pensaba al iniciar el presente trabajo que éste, el más romántico entre los románticos, libérrimo y torrencial, no coincidía con mi antiguo esquema de la poesía colombiana, como siempre a norma y número dorado. (Tal lo expresó en la glosa inicial). Ahora, luego de haberlo leído y meditado en lento sosiego, pienso que Flórez continúa, dentro de su personal estilo y a pesar de todas sus fallas y caídas, esa tradición nacional. Quizás, en la historia de nuestra lírica, él sea el poeta más poderosa y caudalosamente dotado de dones iniciales. Pero sus logros están disminuidos por la ausencia de cautelas mentales, de ese tino, esa medida y ese tacto originados por la cultura, el trabajo reflexivo y la vigilia meditabunda. Solo que sus aciertos innumerables, aquí apenas se enunciaron algunos, bastan para situarle en la más exigente galería de clásicos colombianos. Es el poeta típico de su grupo generacional. Su pesimismo, casi nihilismo universal –el de la época juvenil, luego superado en la poesía de su madurez tan bellamente serena- refleja la sociedad colombiana de su tiempo: frustrada, traicionada, sangrienta, astillada y empobrecida, por una asoladora guerra civil y por la herida de Panamá.

De todos modos allí está su poesía y de allí nadie la mueve, porque la asiste la eternidad del corazón, que fuera el primero entre sus clásicos y el manadero esencial de su obra y porque su palabra poética alude a lo genéricamente humano y fluye, como los días, muchas veces acompañadora y confidencial hacia nuestra soledad de hombres. Desde hace medio siglo, muchas aguas poéticas han pasado bajo los puentes, muchos principados líricos se han desmoronado, pero la obra de Flórez permanece inconmovible.

Le vemos en su lejanía con su hermosa palidez antigua, abrazado al femenino brazo único de su guitarra. Y con el doloroso ademán de su estilo <<como una mano apretada sobre sobre la herida>>. Su poesía es también, una vena azul de la patria.

Nos emociona para siempre el hombre, el poeta que soñó para su tumba este epitafio: Julio Flórez, colombiano.







__________________

FUENTE: LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/ BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR






Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018



**



*