Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. POETA JULIO FLOREZ Y LA GRUTA SIMBOLICA
Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018
JULIO FLOREZ
EN LA POESIA COLOMBIANA
LA GRUTA SIMBOLICA
POR EDUARDO CARRANZA FERNÁNDEZ
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Dos Tertulias
Literarias en Colombia han sido particularmente famosas: Una El Mosaico, pasado
el medio siglo << que se instalaba cualquier día de la semana, en la casa
de uno de los Socios >> (era en la adormecida Santa Fe de 1860, reinaba
el azul de otro tiempo, el azul de la Nueva Granada), y <<allí se
charlaba, se improvisaba versos, se planeaban artículos de costumbres y se
tomaba el refresco en compañía de las señoras: (todavía nos llega el relente de
las capitosas mistelas, el aroma del
espumoso chocolate especiado e irisado, el perfume nostálgico de violetas que
emanaba, entre baladas de Chopin, de las lánguidas señoras de otro tiempo). A
los escritores costumbristas y románticos que así se reunían debemos los cuatro
volúmenes de su revista llamada, también <<El Mosaico>>, de tan
entrañable memoria y los dos grandes volúmenes de Cuadros de Costumbres en
donde nos legaron, ¡y cuánta gratitud les debemos por ello!, la imagen de la
patria vieja con su olor y su sabor, amorosa y minuciosamente narrados.
Otra fue la Gruta Simbólica, de errátil asiento: ya en
la noble casa del Mecenas Rafael Espinosa Guzmán, ora en sitios tabernarios,
ora junto a un piano en la <<Gran Vía>> o en los castizos ambientes
-extramuros de la pequeña ciudad- a donde iba entre rasgueos de tiple, bandola
y guitarra, en busca de los manjares criollos y de dorados y diamantinos licores,
la bohemia santafereña de mil novecientos.
La Gruta Simbólica congregó a lo largo de un
quinquenio -sobre poco más o menos- a unos setenta ingenios de la más
heterogénea condición: hidalgos tocados por el ramo poético, versificadores
jocundos o melancólicos, ingenios satíricos y festivos, poetas sentimentales y
lunáticos, seres nocturnos y funambulescos… Nos han dejado una estela
encantadora de epigramas, equívocos, coplas salaces, donaires picarescos,
retruécanos y caricaturas verbales en versos, piropos y galanías: todo ello
denominado genéricamente chispazos. Y
otra estela húmeda y enlunada de versos de muy diversa calidad al modo
romántico en su crepúsculo enervante, febril, lloroso y necrofílico.
Pero cedemos aquí la palabra a Luis María Mora, el
originalísimo y popular Moratín –el mordaz polemista de urticante prosa, el
empecinado academicista, el poeta helenizante, nutrido de raíces griegas y
latinas, el testigo insuperable de su grupo, el airoso narrador de la hazaña:
<<El círculo o tertulia literaria en que se
manifestó al principio de este siglo el furor de la juventud por el arte y la
poesía fue la Gruta Simbólica, a la cual se dio este nombre por estar en ese
tiempo muy en boga la escuela llamada Simbolista, sobre la cual había ardorosas
disputas… Lo que determinó el nacimiento de la Gruta Simbólica fue la guerra.
Nació debido a un caso fortuito y nació no de una manera prematura, sino en el
momento preciso, entre un siglo moribundo y otro que nacía, como Jano, con una
cara mirando al pasado y con la otra escrutando el porvenir…
<<…Una noche, cuya fecha nadie podría recordar
con precisión, andábamos sin salvoconducto unos cuantos amigos que veníamos de
una exquisita cuchipanda, a las cuales eran muy aficionados los literatos de
entonces, con pocas excepciones. Era arte muy divertido, peligroso y nuevo ese
de sacarle el cuerpo a las patrullas de soldados que rondaban las calles en
persecución de sediciosos y espías, y hartos quites habíamos hecho aquella
noche, cuando de súbito caíamos en poder de una ronda. Componían el grupo
Carlos Tamayo, Julio Flórez, Julio de Francisco, Ignacio Posse Amaya, Miguel A.
Peñarredonda, Rudesindo Gómez y el humilde autor de esta croniquilla, a los
pies de vuestras mercedes. No podíamos andar de noche por desafectos al gobierno
y no nos quedaba más remedio que pasarla en un cuartel, cuando menos. De pronto
Carlos Tamayo les dijo a los de la ronda: “Señores, tenemos un enfermo grave;
vamos en busca de un médico; acompáñennos hasta la casa a llamarlo. Aquí no más
es”. El oficial consintió en ello. Golpeamos a la ventana de la casa de Rafael
Espinosa Guzmán, y apenas asomó este, Tamayo dijo: “Doctor ábranos que tenemos
un enfermo grave que como usted lo ve (y señaló con disimulo a los soldados).
“Es preciso que vaya a la casa”. “Lo haré enseguida (contestó con gravedad el
doctor); pero sigan entretanto”. Así lo hicimos y nos quedamos hasta las del
alba.
Estaban de visita allí aquella noche don Luis Galán y
don Pedro Ignacio Escobar. Había necesidad de emplear lo mejor que se pudiese las
horas que quedaban hasta el amanecer, y preparamos una alegre tenida. A favor
del delicioso vino con que nos regaló el amable dueño de la casa, recitamos
versos, improvisamos un satírico sainete político, cantamos y reímos y
olvidamos nuestra pasada cuita con la ronda. Resolvió entonces Reg que
hiciéramos nuevas y frecuentes reuniones en su casa, y así ni una coma más ni
una menos, fue como quedó desde esa noche fundada la Gruta Simbólica”.
EL PONTIFICE PALIDO Y NOSTALGICO
En la Gruta Simbólica, Flórez fue el capitán de la
báquica alegría, el dueño y el señor de la palabra aguda y chispeante donde
brillaba el vino; otras, el vate enardecido de anhelos libertarios, el de la
roja palabra oracular, sedienta de justicia; otras, pontífice pálido y nostálgico,
presidía ritos sombríos y llenos de lágrimas. Así, en las legendarias visitas
nocturnas al cementerio que tantas consejas suscitaron en la medrosa ciudad que
apenas salía de la asustadiza penumbra virreinal. Moratín nos ha narrado en las
líneas que enseguida se transcriben aquellas peregrinaciones al recinto de la
Muerte, que tantos disgustos le acarrearon, y que no pasaban de ser una
morbosa, ingenua y funeral extravagancia:
<< Un grupo de soñadores, músicos y poetas, al frente del cual iba él, se dirigía al camposanto a eso de la media noche, en las más espléndidas ascensiones de luna. El grupo salvaba la verja, tomaba el vial del Torreón de Padilla y penetraba en los osarios. Una melancólica música de instrumentos de cuerda sonaba en la cripta. Algunas aves sacudían las alas en los cipreses; cruzaban de lejos las luciérnagas de los fuegos fatuos y la luna iluminaba los mármoles de las tumbas. ¡Eran confidencias con los sepulcros! ¡Eran singulares serenatas a los muertos! Algunos inclinaban la frente contra los troncos de los árboles, y meditaban. Algunas veces Julio Flórez recitaba sus versos a Silva. Luego el grupo tornaba a la ciudad antes que los sorprendiese la claridad del día, y así terminaban las extravagantes visitas a tantos seres idos, ya libres de las cadenas de la carne>>.
GENIO
Y FIGURA
Nos dicen que
tenía unos bellos ojos oscuros que parecían mirar, absortos, por encima del
horizonte hacia un más allá de la tarde, del tiempo, de la noche. Nos dicen que
cuando cantaba o recitaba su larga mano de sensitivo parecía ir dibujando por
el aire un nimbo ensoñador a las palabras que decía con cadenciosa y ondulante
voz. Y el cabello negro. (<<Muy negras son tus canas, ¡oh trágico
sombrío!>> cantó Guillermo Valencia). Erguidos los mostachos, endrinos
también. <<Siempre de negro hasta los pies vestidos>>.
Entre varias
imágenes suyas, escrita por <<la mano invadida de corazón>> de sus
amigos y discípulos, escojo por natural, sencilla y conmovida la que enseguida
se leerá. La tomo de un libro delicioso, <<La Gruta Simbólica>>, de
José Vicente Ortega Ricaurte. Tiene la calidad y el encanto de un dibujo de la
época:
Julio Flórez
sobresalía en la <<Gruta>> por sus versos llenos de inspiración y
por su triste y melancólica vida que parecía marchita en plena juventud. Nació
en los floridos valles de Chiquinquirá. Su ilustración era poca y encarnaba el
reverso de la medalla de un literato o de un pensador. <<Era -como dice
Moratín- un sensitivo y su alma, como una flauta divina, sonaba al más leve rumor
de la brisa>>. Crióse oyendo hablar de Bécquer y Víctor Hugo, los dos
poetas que en Colombia llenaron el último tercio del siglo pasado. Reverenciaba
al autor de >>Las Orientales>> y creía que a la música de sus
versos obedecía toda la naturaleza como las serpientes a los cantos de Orfeo. A
los 16 años de edad compuso una oda a Víctor Hugo, poesía que fue recitada por
su autor en el Teatro Colón, doce años después. Las últimas estrofas fueron
recibidas injustamente con silbidos provenientes del <<Gallinero>>.
Al otro día de este desagradable y torpe incidente, le preguntó alguien:
¿Quiénes te silbaron anoche, Julio? Y Alfonso Caro, que estaba a su lado,
respondió por el poeta, sin vacilar: << ¡Los Miserables! >>.
El poeta
amaba a Bogotá, y ella labró su popularidad con predilección y amor de artista.
Las muchachas le señalaban con el dedo, porque él era el más fino intérprete de
sus amores, y los mozos a su paso preguntaban: << ¿Es este el poeta que
embriaga nuestra juventud con sus dulces melodías? >>. Las gentes del
pueblo lo saludaban como si fuera un
hermano en el dolor, y las mujeres alegres sonreían con ternura a la vista de
aquel pálido bohemio que cantaba en versos melancólicos el vino y las orgías.
Era Julio
Flórez, de cuerpo delgado y de regular y bien proporcionada estatura.
<<Tenía –según la descripción que de él hace Luis María Mora- la frente
ancha y espaciosa, recta la nariz, cedeños los cabellos de ébano, la boca
sensual y unos ojos <<que soñaban despiertos>>, grandes y adormidos
como interrogando extrañas lejanías. Su color era moreno como el de los más
bellos moros, y cualquier antiguo árabe español, en peregrinación a la Meca, le
hubiera creído descendiente del gran califa de Córdoba. Y si algún devoto del
profeta lo hubiera oído cantando con dulce y sonora voz y punteando con primor
la guitarra o el tiple, de seguro hubiera creído que se trataba de algún
muslime enamorado de alguna recatada y desdeñosa cristiana>>.
Usó siempre
sombrero flojo y se abrigó siempre con largo y negro gabán, que lo
caracterizaba y distinguía; y como su andar era lento, pero sin ninguna
afectación, todo ello le daba un sello inconfundible a su personalidad.
<<Para
comprender qué cosa es un poeta popular, habría necesidad de volver a la época
ya lejana de Julio Flórez. El poeta había llegado a lo más hondo del corazón de
las multitudes, y las multitudes habían penetrado bien adentro en el alma del
poeta. De otra manera no se habría realizado el milagro sin igual de que todo
un continente cantara sus canciones y lo saludara como el más exacto y puro
representante de sus más íntimos sentimientos. Julio Flórez fue un romántico en
el más fiel sentido de esta palabra, pero no fue el último, sino que románticos
fueron más o menos todos los otros poetas colombianos de aquélla época, con muy
pocas excepciones>>.
Injustamente
perseguido por el gobierno del general Reyes, emprendió gloriosa carrera de
triunfos a través de las repúblicas Hispano América. No fue un diplomático con
grandes emolumentos el que fue a visitar las capitales extranjeras; no fue un
embajador ignorante y lleno de intrigas el que fue a deleitarse con la
intelectualidad de innúmeros países; fue un cantor privilegiado que había de
las mismas entrañas de la juventud. Su lira llevaba todos nuestros acentos y
nuestros gritos, todos nuestros amores y nuestros presentimientos. Las
multitudes se pusieron en pie para oír al ruiseñor de la patria, y hechizados a
la música sin igual de sus canciones, sembraron de mirtos y laureles las sendas
del poeta.
En México recibió
grandes homenajes de Porfirio Díaz, el ilustrado tirano; en España fue
aplaudido por los más nombrados críticos y en París fue rodeado por el cariño
de millares de americanos. Volvió a Colombia, y entonces vino una nueva era
para el poeta: sus versos se vendían como el pan y las monedas entraban a sus
arcas. Fijó su residencia en el pueblo pintoresco de Usiacurí, departamento del
Atlántico, en una amplia casa pajiza de campo, asentada en una roca y rodeada
de primorosos jardines. Allí escopeta al hombro, recorría los campos del
contorno y buscaba todas las delicias del hogar. Dentro de aquel paisaje de
sabor tropical lo sorprendió la muerte, rodeado de su mujer y de sus hijos, y
allí duerme su último sueño.
Así lo veo
andando por el filo del novecientos, con la mirada llena de cipreses. En el
costado, desnuda, la herida de la poesía. La herida siempre doliente del
infinito. Y perseguido siempre por una mariposa negra. Por una mariposa azul.
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FUENTE:
LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/
BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR
Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018
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Buenos días, me gusto mucho el articulo que publico sobre la Gruta simbólica y Julio Flórez, es importante rescatar la historia santafereña. Yo vengo de un tatarabuelo que fue escritor y pintor. Le agradezco no dejar morir la historia.
ResponderEliminarBuena tarde. Dejo el link de mi blog: https://namilenita2010.blogspot.com/