miércoles, 5 de septiembre de 2018

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018.  FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO

                                                            Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018






FLOREZ, EN EL CORAZON DE SU PUEBLO


POR EDUARDO CARRANZA FERNANDEZ






Otros poetas hay en Colombia dotados de más alada gracia, de más lucida y rigorosa mente, como José Eusebio Caro; otros de más henchida y poderosa vena como Rafael Pombo; otros de más garbosa y terruñera palabra como Gutiérrez González; otros de más grave y meditabunda entonación como Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro; otros de más misteriosa, pura y esfumante melodía como José Asunción Silva; otros dueños de infalible tino, cultura de estilo renaciente y deslumbrante dominio sobre el logos poético como Guillermo Valencia; otros más originales y renovadores como Luis Carlos López; otros de más ansioso, pávido y desolado linaje como Barba Jacob y su fulgor sombrío; otros más medularmente hincados en nuestro ser nacional, como José Joaquín Casas; otros más tiernos, encantadores y refinados como Eduardo Castillo; pero jamás ninguno arraigó de manera tan honda y entrañable en el corazón de su pueblo como Julio Flórez. Quizá porque en sus patria y su tiempo, con su contorno terrenal y temporal, fue fiel a su tiempo y a su patria cantando lo que todos soñaban. Porque su palabra poética fértil, sollozante, crepuscural, enamorada y desesperada acompañó como ninguna otra, los sueños y las vigilias de todos los colombianos que eran jóvenes en mil novecientos. Todavía se filtra su romanza por las rendijas de nuestra infancia. Todavía, en la borrosa penumbra de los años suena y sueña su serenata suspirante bañada en luna y en llanto. Todavía anda, transparente, veredas y campos de Colombia, calles nocturnas de blanco pueblo lejano, los días de fiesta, de amor o de melancolía, en labios de moza y de galán: ha logrado la que era para don Manuel Machado, gloria suma de un poeta y sus versos: que el pueblo los cante como suyos. Porque entonces se han integrado al común, a lo que es de todos, al cuerpo y alma totales de la patria, a su emoción tradicional, como invisible sangre generosa.

Guardadas todas las proporciones y distancias del caso, la gloria de Flórez en la modesta Santa Fe de mil novecientos es comparable a la de Lope de Vega en la altiva capital del Imperio Español en mil seiscientos. Eduardo Castillo, situado ya en otra generación y en otra estética, escribió, glosando el fenómeno sobre el que vengo discurriendo, la bella y expresiva página abandonada, muy castillo, que quiero rescatar aquí:

<<Julio Flórez fue, en lo que atañe a la notoriedad, un verdadero privilegiado. Hace cinco lustros, su nombre tenía la resonancia de una fanfarria triunfal. Y todos éramos vasallos de su principado lírico. Ni Pombo -el más excelso de nuestros poetas y quizás también  el más excelso de la América Hispana- conoció, en grado mayor que él, los halagos de la popularidad. La copa de ajenjo que extendía su mano nos embriagaba capitosamente. Y sus melodiosos alaridos conmovían nuestras más íntimas fibras cordiales. Barret ha llamado Musset un energúmeno encantador. Y de esa manera se podría llamar a Flórez. Los mínimos sinsabores de la vida cotidiana tomaban en sus cantos proporciones de tragedia. La mirada de una mujer le hacía pensar en el suicidio. Y aquello era delicioso. Para que nada faltase a su popularidad, durante la pasada guerra civil un Ministro de mano algo pesada le hizo el servicio de enviarlo por ocho días a la cárcel. Y esto le proporcionó una dichosa oportunidad para darse aires huguescos y escribir los sonetos Al Chacal de mi Patria, que podrían llamarse sus “Petits Chatiments”. Nada, pues, faltaba a su fama de cantor cívico e intérprete armonioso de todo un pueblo. Los odios y los amores de la muchedumbre vibraban en sus rimas. Y como lo anhelaba Carducci para sus versos, los suyos surgían plenos de saetas y de flores.

                            Cura e onor de padri miei
                            tu mi sei
                            come lor sacra e dilletta;
                            ave, o rima. E dammi un fiore
                            per l´amore
                            e per l´odio una saetta.

Por eso Flórez no conquistó la admiración de los que sólo aman, en la poesía, la exterioridad bella y suntuosa, los oros y esmaltes de la forma parnasiana. Pero conquistó, en cambio, algo que vale acaso más: la adhesión férvida de las almas que sienten. Y esa adhesión es, para el poeta que quiso poner en sus versos las vibraciones afectivas del gran corazón popular, el más preciado galardón.  Además, la forma en arte es algo que suele estar sujeto a la mudable tiranía de la moda. Poemas hay que ayer nos seducían por la sonoridad de las rimas o por la brillantez de las imágenes, y que hoy,  al leerlos, nos dejan indiferentes. El hechizo que hallábamos en ellos disipóse como el perfume cuando se deja destapada la redoma. Pero el calor de humanidad y el estremecimiento emotivo que el cantor verdaderamente inspirado pone en sus estrofas, es algo que no pasa. Por eso el divino y humano citareda de Las  Noches nos lo dijo en un verso que será eternamente verdadero:

                            Etre admiré n´est rien; l´affaire
                            Est d´etre aime>>.


EL DESENGAÑADO





<< ¡Todo nos llega tarde… hasta la muerte! >>

Una vez más golpea en la puerta del corazón la palabra desengañada, de linaje arábico-andaluz:  Dicen que Mutamid, el rey poeta de Sevilla, despojado de su reino dorado por los jardines, el vino, la poesía y la voluptuosidad, lejos del cielo a cuya sombra sueñan los días y los cuerpos sueñan lánguidamente, y encadenado en el destierro a la sombra amenazante de las montañas africanas, gemía y suspiraba:

<<Todo me ha fallado, hasta la muerte>>.

La de nuestro Julio Flórez es la misma melodía desencantada, la eterna estrofa con agua diferente.

<<Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza…>>.

El romántico -y << ¿quién que es no es romántico? >>- anda tras el espejeo de esa esperanza, cuyo símbolo es la <<flor azul>>, ese huidizo, ese inhallable talismán, nube dorada en lontananza, clave de la felicidad, único posible y verdadero para la viajera ansiedad, testimonio siempre lejano de una realidad supraceleste. <<Nadie ha visto la <<flor azul>>, nadie sabe cómo huele y dónde puede estar, pero el romántico hace de su vida una peregrinación sin rumbo en busca de ella>>.

Y al oído del corazón, desde la penumbra de mil novecientos, desde la puerta entreabierta del nuevo siglo el tembloroso verso insiste con los ojos llenos de lágrimas, insiste con su enlutada melodía

                                      … << ¡todo nos llega tarde… hasta la muerte! >>

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FUENTE: LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/ BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR






Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018



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