miércoles, 5 de septiembre de 2018

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018. JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018.  JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

                                                            Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018






JULIO FLOREZ, COLOMBIANO

<<ORO Y EBANO>>. - POESIA EN USIACURI


POR EDUARDO CARRANZA FERNANDEZ



*
**
Clausurados los años de la turbulenta mocedad, de la bohemia alucinante, las arrogancias libertarias (que dejan en su obra unos cuantos testimonios de intención político-social, interesantes apenas como encrespadas arengas), y las errancias ultramarinas, Julio Flórez se refugia con su madurez desencantada y el corazón encanecido, en un pueblo <<calentano>>, de la costa de aquel mar que había cantado con énfasis víctorhuguesco:

                   <<Aquí estás a mis plantas tembloroso,
                   tendida al ronco viento la melena
                   blanca y azul; tu aliento de coloso
                   alza hasta mí la movediza arena…>>

Como Don Quijote vuelve a la aldea, mas no para morirse de melancolía sino para envejecer entre muros de hogareña ternura y seguir escribiendo, como siempre, con la punta del corazón. Y a conversar con su alma. Por el frescor de la madrugada, erraría una ráfaga de jazmín y limón, mientras la luz enardecida desemboca en el valle <<como una roja turba de leones>>. Llegaría hasta las hamacas del corredor el cloqueo de las gallinas y el fecundo vaho -leche espumosa y boñiga- del corral. Un balanceo lento y monótono de siesta tropical tendrían las horas, como en los poemas rurales de Luis Carlos López. El poeta lo mira todo con resignación estoica, como quien está a punto de desprenderse de este mundo:

                   <<He quemado las naves de mi gloria.
                   Hoy en un monte milenario vivo
                   el resto de esta vida transitoria
                   a todo halago mundanal esquivo…>>

Y llegaba la obvia reminiscencia del tierno y colérico agustino en su huerto de <<La Flecha>>, orillas del Tormes:

                   He entrado como el monje en <<la escondida
                   senda>> a vivir las horas placenteras
                   de aquella dulce y sosegada vida…>>

Y próxima y lejana, la voz del mar, eterno confidente de las soledades, silencios y desengaños (<<el mar, el mar y no pensar en nada…>>.)

                   <<Porque abajo está el mar con su llanura
                   verde o azul, rojiza o cenicienta.
                   El mar… mi único hermano en amargura…>>.

Y la renovada amistad con los seres naturales, con las bestezuelas y los árboles, con todas las elementales criaturas del aire y de la tierra: ha renunciado a la falacia de la ilusión ciudadana:

                   <<Ni falso amigo ni mujer liviana
                   cerca de mí; la azul enredadera
                   y el roble lleno de vejez lozana
                   son y serán mi amigo y compañera…>>.

Y de pronto la suspirante nostalgia de algo que formó parte del corazón y se ha perdido y ahora vuelve en la tenue pisada evocadora de una canción nocturna:

                   <<Cuando bajo las sombras del vacío,
                   en la noche, a lo lejos oigo un canto
                   algún canto de amor -a veces mío-
                   de esos que ha tiempo escribí con llanto…>>.

Y a veces, de nuevo el matiz delicadísimo, refinado cuando las palabras parecen, diluidas, convertirse en aire donde asoman unos ojos, una frente, unas manos, desde la eternidad:

                   <<Manos claras, serenas,
                   azuladas apenas
                   por la red de las venas
                   que parecían, al tocar las cosas,
                   por encima, azucenas
                   y por debajo rosas…>>.

Y el lento, resignado amanecer que lo va borrando todo y que solo pide paz y olvido mientras avanza contra la luz occidua el pecho de la sombra:

                   <<Dejadme, pues, en paz; nada he pedido,
                   mas hoy que vivo retirado aquí,
                   mezo la cuna de mi niña y pido
                   olvido, solo olvido,
                   olvido irrevocable para mí>>.

Otra veta originalísima: la mansa ternura familiar, el arrullo hogareño –donde aroman pan fresco, agua pura y lecho blando-, tan raro en la poesía de lengua española: para encontrarle antecedentes válidos, que superen el prosaísmo casero, habría que remontarse a nuestro José Eusebio Caro (un poco lastrado en el tema por conceptuosas divagaciones), al mejor Campoamor y, más lejos, al renaciente poeta de Cataluña, Juan Boscán Almogaver.

Vale transcribir íntegro, para no quebrar su delicada arquitectura, este soneto sencillo, fluyente, transparente como agua de manantial que baja de la montaña andina, humedeciendo el silencio y el pie dorado del verano:

En medio de los árboles mi casa
bajo el denso ramaje florecido,
aparece a los ojos del que pasa
como un fragante y delicioso nido.

Y hay razón: el amigo o el curioso
que va a visitarme van de cuando en cuando,
hallan en mi mansión mimo y reposo
fresco pan, agua pura y lecho blando.

Cinco avecillas, plena la garganta
de las más inefables melodías,
allí retozan bajo el ala santa

Mientras para acrecer sus alegrías
el padre -un viejo ruiseñor- les canta
una canción de amor todos los días.

En contraste, <<Mis Flores Negras>>, los versos más populares que en Colombia han sido y que, oídos lejos de la patria (Chile, otoño, melancolía por ejemplo), vueltos canción en una punzante melodía << nos hacen literalmente polvo>>.

                   <<Oye: bajo la ruina de mis pasiones,
                   en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvo de sueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras…>>





En el año de 1941 los hijos de Julio Flórez que con ejemplar, respetuosa y amorosa piedad filial custodian la memoria de su padre, editaron el libro <<Oro y Ebano>>, integrado casi todo por versos inéditos hasta entonces y escritos la mayor parte en el retiro final de Usiacurí. Rafael Maya escribió en aquella ocasión un prólogo magistral al cual pertenecen las agudas observaciones que enseguida se leerán…:<<El presente volumen… es la mejor colección de verbos del poeta colombiano, o aquella que ofrece menos saltos y caídas en su inspiración. Aquí el tono es uniforme y sostenido dentro de aquellas condiciones fundamentales del arte de Flórez, que provenían de su especial genialidad, de la escuela literaria en que hubo de formarse, y de la época, elemento este último que es necesario tener muy en cuenta al estudiar al autor. Por lo menos, no hay en esta colección lírica ni canciones fútiles, ni estrofas de ocasión, ni mucho menos las consabidas improvisaciones que tanto perjudicaron al buen nombre literario de Flórez. Aquí todo es serio, y si no se puede decir que todo sea excelente, al menos hay que convenir en que las composiciones del presente volumen tienen un carácter de decoro poético que satisface y puede colocar el nombre de Flórez en el sitio que le corresponde como gran lírico, y no sencillamente como trovador popular.

Hay una circunstancia personal que explica este nuevo tono. Flórez, en la época que escribió estas composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo pintoresco y amable de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana había arruinado su salud y él recurrió a ese geórgico retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiritual. Obtuvo ambas cosas, con buen resultado para su organismo y para su alma. En Usiacurí comenzó una nueva vida y al par que la salud física, sintió renacer las fuerzas creadoras de su espíritu. Los amigos de la Gruta Simbólica quedaban bien lejos, sumergidos cada vez más en su bohemia barata y en su equívoca profesión de lunáticos. El había vuelto los ojos a la naturaleza, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, como que en ella hay también algo de esa maternal providencia cantada en las Letanías y la buena tierra premió el retorno del hombre arrepentido, dándole cas, mujer, hijos y ganados. Otra cosa le otorgó, más preciosa quizás que las comodidades personales y fue el privilegio de la meditación. Flórez había sido un poeta poco introspectivo, no obstante sus aparentes alardes de reflexión interior, que formaban parte de la retórica romántica. Nunca, en realidad de verdad, había estado frente a sí mismo, sino era para decirnos su eterno monólogo sobre el amor desesperado. En medio de los campos se verifica para el poeta aquella aparición a que tenemos que asistir alguna vez en la vida: la aparición de nuestra propia alma>>.


JULIO FLÓREZ, COLOMBIANO





Apoyado en mis lejanas lecturas de Julio Flórez pensaba al iniciar el presente trabajo que éste, el más romántico entre los románticos, libérrimo y torrencial, no coincidía con mi antiguo esquema de la poesía colombiana, como siempre a norma y número dorado. (Tal lo expresó en la glosa inicial). Ahora, luego de haberlo leído y meditado en lento sosiego, pienso que Flórez continúa, dentro de su personal estilo y a pesar de todas sus fallas y caídas, esa tradición nacional. Quizás, en la historia de nuestra lírica, él sea el poeta más poderosa y caudalosamente dotado de dones iniciales. Pero sus logros están disminuidos por la ausencia de cautelas mentales, de ese tino, esa medida y ese tacto originados por la cultura, el trabajo reflexivo y la vigilia meditabunda. Solo que sus aciertos innumerables, aquí apenas se enunciaron algunos, bastan para situarle en la más exigente galería de clásicos colombianos. Es el poeta típico de su grupo generacional. Su pesimismo, casi nihilismo universal –el de la época juvenil, luego superado en la poesía de su madurez tan bellamente serena- refleja la sociedad colombiana de su tiempo: frustrada, traicionada, sangrienta, astillada y empobrecida, por una asoladora guerra civil y por la herida de Panamá.

De todos modos allí está su poesía y de allí nadie la mueve, porque la asiste la eternidad del corazón, que fuera el primero entre sus clásicos y el manadero esencial de su obra y porque su palabra poética alude a lo genéricamente humano y fluye, como los días, muchas veces acompañadora y confidencial hacia nuestra soledad de hombres. Desde hace medio siglo, muchas aguas poéticas han pasado bajo los puentes, muchos principados líricos se han desmoronado, pero la obra de Flórez permanece inconmovible.

Le vemos en su lejanía con su hermosa palidez antigua, abrazado al femenino brazo único de su guitarra. Y con el doloroso ademán de su estilo <<como una mano apretada sobre sobre la herida>>. Su poesía es también, una vena azul de la patria.

Nos emociona para siempre el hombre, el poeta que soñó para su tumba este epitafio: Julio Flórez, colombiano.







__________________

FUENTE: LOS AMIGOS DEL POETA/ EDUARDO CARRANZA/ BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 32/ BOGOTÁ 1972/ IMPRENTA BANCO POPULAR






Edición Número 31, Girardot, Septiembre 5 de 2018



**



*

No hay comentarios:

Publicar un comentario