Edición Número 68, Girardot, Abril 4 de 2019:-GONZALO ARANGO (SEGUNDA PARTE)
Edición Número 68 Girardot, Abril 4 de 2019
GONZALO ARANGO (SEGUNDA PARTE)*
BOCETO BIOGRAFICO (SEGUNDA
PARTE)
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Pero no tiene escapatoria. La vida crítica, el
compromiso, envenena el ángel contemplativo. La inteligencia atormenta al
animal feliz. El desapegado siempre volverá por el oropel de sus sufrimientos.
Siente el despojamiento como la deserción del deber superior, ineluctablemente.
La felicidad de las islas la contamina el remordimiento de la claudicación. A
veces el nudo intenta desatarse. Entonces el poeta siente que poetiza el camino
con la presencia, que es él mismo el mensaje y el texto. La escritura está
justificada si el poeta es defensor de oficio de la vida, no el ocio de la
palabra sino su acción. Y sin embargo, en el mismo Fuego en el altar donde
anuncia esta fe consigna: “Apacíguate guerrero / que no tendrás un pensamiento
más / ni escribirás una palabra más / ni darás a luz una esperanza nueva / de
lo que está prescrito desde siempre en la universal armonía. / Serénate viajero
que aunque quieras / no engendrarás un sueño más / ni morirás dos veces”
(página 137).
Estos últimos textos a fuerza de ser simples pizcas de
un estado, representan para mí también la ruptura esperada de Gonzalo Arango
con la literatura después de haber hundido el nadaísmo, son el testamento de un
estado terminal del espíritu egoísta, adonde había apuntado el pasado en
sombras y atisbos. El texto deja de ser según categorías estéticas: poema,
sentencia, epigrama son ilusiones diablistas y trampas de retorcida vanidad
retórica, transmite sin adornos una telegrafía de urgencia apocalíptica, sin
tiempo para los versos adjetivos, o huesos de apariencias: “No estamos aquí de
paso / para pisotear las rosas / Ni marchitar su aliento / de aromas sagrados /
con nuestra razonable epilepsia inquisidora / porque la tierra reverdecerá sin
nosotros / pero nosotros sin ella / no viviremos un instante” (Providencia).
El sexo es otra puerta a la naturalidad salvaje. El
deseo pica precozmente. Desgraciadamente el amor como la literatura que es
silencio y mensaje, solidaridad y soledad, ruido y sentido, tiene dos caras: la
entrega y el sacrificio. O construimos el deseo o nos abandonamos a los objetos
de sus ilusiones. El infierno lo venden las prostitutas de la parroquia. Rita
Machuca. “Vivía en el Cedrón donde tenía un rancho de paja e iban los andinos a
hacer sus primeras armas para la guerra y bajaba todos los domingos ‘a surtir’
y de paso se pegaba unas perras del carajo que paraban con la pobre Rita de
culos en la cárcel, y otras veces se les escapaba a los tombos y les gritaba
como un ángel exterminador: policías cacorros, coman culo, para coger a la
Machuca tienen que comer mucho culo, etc., dicho lo cual se perdía en los
platanales, o sea en el agro, como diría el agropecuario Manuel Mejía Nadal. Me
acuerdo mucho de la Rita porque todos los chicos del pueblo le hacíamos
procesión hasta que los tombos la agarraban de patas y manos, cual larga era,
como de dos metros la maldita, de la familia de los sauces llorones o de los
ataúdes donde no doy la medida de mi muerte. Amén. La Machuca fue el pecado
capital de mi infancia y juventud, no porque la haya encamado, si no por lo
mismo: porque todo se me fue en paja recordando su culo. Olvidaba decirte que
la Rita, cuando bajaba al pueblo, no usaba calzones para hacerle propaganda a
su trasero, la muy puta, que lo tenía muy bello, o al menos a mi me parecía el
infierno. Como sabes, mi mamá le había dedicado mi castidad a la Santísima
Virgen, pero ella se las arreglaba bien con el telegrafista de Andes, o sea con
don Paco, mi padre, que le hizo trece de tacada, uno por cuaresma, sin contar
los días festivos y las vacaciones de diciembre.” (Gonzalo Arango Correspondencia Violada, Colcultura,
1980, carta a Jotamario, página 166). Que es como decir el estado espiritual
del muchacho antioqueño, allá entonces, suspendido como un cheque sin fondos
entre el infierno y el hechizo, el miedo cerrero al pecado y la belleza del
placer del condenado. Dragones y ángeles. Monstruos, lo mismo…
Mientras tanto, el condenado lee todo lo que es
posible leer en Andes, (allá, y en estos tiempos): ripios de Freud, Vargas
Vila, el Zaratustra de Nietzsche, Dumas, D’annunzio, Alexis Carrel, Víctor
Hugo, la tímida biblioteca de la parroquia, la cándida e insuficiente del
colegio que según el informante era una vitrina con doscientos libros, donados
por las viudas que no saben que hacer con los estorbos del doctor. Publica su
primer trabajo en el periódico de su amigo –amistad que se prolongará toda la
vida- Jaime Jaramillo Escobar, sobre el Quijote. Construye en el solar de su
casa una nimia guarida de tablas donde se encierra a leer. La caseta se llama
La Isla. La Isla que será en juventud el nadaísmo. Y en su madurez la utopía de
Providencia. Porque ante todo, para hacerse
el Otro es necesario permanecer idéntico a sí mismo en el cambio.
La violencia encubierta, la falta de oportunidades, la
estupidez de las persecuciones políticas que dejan cesante al padre, la
necesidad de educar adecuadamente a los hijos, obligan a los Arango a emigrar a
Medellín donde Gonzalo terminará el bachillerato en el liceo de la Universidad
de Antioquia. Allí se hace amigo de Fernando Botero cuya desmesurada ambición
paisa de entonces consiste en comprarse algún día una tienda en Sonsón para poder
pintar sin preocupaciones, y pierde su virginidad intelectual, según dirá más
tarde, con la lectura de un tal Lamartine. Es un chiste. La lectura ocupa cada
vez más espacio en su vida. Sin embargo, aún aspira a diplomarse de abogado, y
se esfuerza en eso. Más Verlaine, Kafka, Mallarmé. Crimen y Castigo. Aliocha lo deslumbra. Muchos años después
firmaría como Aliocha su columna en la revista Cromos. También, se hace bohemia dura. Persiste el anhelo de
embrutecerse para olvidar las dudas espinosas de la filosofía, los turbios
paraísos artificiales de la cultura. Entre las presiones del arte y el deber y
la compulsión de vivir su libertad inútil, siempre…
Un grupo de estudiantes, escritores en ciernes
algunos, frecuentan su tertulia. Sus profesores lo aprecian y distinguen,
alcanza cierta notoriedad en el ámbito universitario. Le gusta impugnar,
filosofar, descifrar. Participa activamente en política durante la dictadura
del general Rojas Pinilla, hace un programa en la emisora de la universidad y
publica en su revista, en los periódicos provinciales, noticias acerca de
libros y exposiciones, sobre su amigo Botero y García Márquez y Faulkner,
Mahfud Massis, Francoise Sagan, etc. Adhiere al Man, Movimiento Amplio
Nacional, es corresponsal del diario oficial en Antioquia, suplente de la
Asamblea Nacional Constituyente. Se inscribe en un pomposo sindicato de
artistas comprometidos con el dictador, conspira: Los jóvenes escritores del
sindicato conformado mayoritariamente por eminentes mamasantos, sonetistas de arriería,
narradores de costumbre, fraguadores de castas odas marianas en los suplementos
dominicales, aprovechan el puente que se toman en sus fincas las momias
clericales para asaltar la mesa directiva: en el peor momento. Las vacas viejas
gozan de la indiferencia de sus piscinas campestre por lo que han olido: el
general tambalea, el general está por caerse, el general se cae, y hay
desbandada general. Gonzalo es el único que se queda cándidamente colgado de la
brocha. Y se convierte por empecinamiento en el blanco cordero expiatorio de la
jauría frentenacionalista. Sitian su oficina. El joven poeta Alberto Escobar
Angel lo alimenta subrepticiamente. Una mañana violan la oficina donde
permanece escondido de la recocha democrática y se salva al esconderse en el
sanitario de las secretarias. Escapa al Chocó, al Arma, disfruta del exilio
selvático en fincas de sus amigos, siestea, vegeta. Pronto el asilo selvático,
el feliz ostracismo, la soledad, se llenará de infelicidad. La exaltación de la
naturaleza, el ocio gratuito del animal feliz bajo el cielo ciego, se marchitan
ante la angustia del futuro, le es obligatorio pensar en lo que hará cuando el
extrañamiento agrario se vuelva insostenible. Prueba en Cali. Sobrevive mal.
Duerme donde le coge la noche, en cantinas, plazas, oficinas de amigos,
hoteluchos de putería. Se enamora y se desenamora, lee, poesía francesa, los
surrealistas, se hastía. Hace vida social también, con los viejos rojistas
ricos, arrepentidos y recién lavados, se alimenta de café negro y desesperanza,
costumbre a la que se aferra durante la vigilia nadaísta que vendrá después,
hasta cuando aparece Angelita para cambiarle drásticamente la dieta
recalcitrante con hígados de pollo, té inglés y perversiones vegetarianas como
la sopa de habas. En el fondo sabe que no le quedará a la larga otro remedio
que regresar a Medellín, y la perspectiva de volver derrotado, vaciado de
porvenir le hace retrasar el regreso. Tiene 25 años. Y el deshonor de haber
servido a una causa perdida. Reviso su vida y me doy cuenta de que lo apasionan
estas causas. Se les apuntaba siempre fatalmente (y además con una fe
envidiable), a las candidaturas fracasadas, a los presidentes corroídos por el
desprestigio –al cual había contribuido a veces con sus propios ácidos-, a la
defensa en fin de los escritores olvidados o repudiados, a los debates sin
esperanza de justicia. Terco, agotaba la pólvora sin importarle el costo, hasta
exprimirse de argumentos y vaciar los cartuchos. Alma difícil de crucificar.
Tozudo, no podía resistir la tentación del aire de los caminos equivocados.
¿Fundar el nadaísmo no es el colmo del amor por los amargos abismos?
El primer escándalo famoso de los nadaístas, fue la
quema de sus bibliotecas personales en la plazuela de San Ignacio de Medellín. La María, La Vorágine, Carrasquilla. Y también la primera novela de Gonzalo
Arango, inédita y gastada. La última quema purificadora de archivos, notas,
poemas de una vida vieja, fue antes de escribir Providencia. Uno de los primeros textos nadaístas compara al jinete
Pablo Alquinta con don Quijote. No es mera gana de joder. Es el deseo de
cambiar el tiempo en aventura aunque relinche Rocinante y tengamos que voltear
el resto patasarriba hacia una nueva esperanza.
Del general Rojas Pinilla le había gustado su proyecto
de romper la camisa de fuerza del bipartidismo. Sus enemigos le enrostraron más
tarde muchas veces esta folclórica efusión juvenil. Lo cierto es que entonces
muchos jóvenes inteligentes habían esperado del general un cambio positivo en
las costumbres políticas colombianas. A veces las fuerzas progresistas son
secretadas por los partidos reaccionarios. Del partido del general habría de
surgir después uno de los grupos guerrilleros más activos de la historia de las
guerrillas colombianas. Cuántas veces también las regresiones más oscuras son
supuradas por partidos de izquierda.
No puede permanecer en Cali. Ni tiene a donde ir. Los
caminos están cerrados. La corrupción que le echan en cara al general no cesa,
se enmascara y enquista. El país es una changua turbia de encubrimientos y
conformidades insidiosas, sórdida liturgia en la cual todos se lavan las manos
en los chorros de las nobles palabras y los voceados arrepentimientos mientras
empujan por un cupo en los palcos borlados de honores del poder. Y esa noche
desvelada en la contemplación del lenocinio, en la oficina de un amigo que le
prestaba un sofá para descansar, le trajo la idea que cambió su vida y a
nosotros también iba a darnos de carambola propósito y sentido. Qué tenía se
preguntó. Nada. Nadaísmo. Alumbró el futuro sobre la ruina. Decidió que se
levantaría en rebeldía contra la horrible lascitud. Regresa a Medellín,
reanimado, literalmente. El proyecto es ciertamente confuso todavía pero ya
tenía la densidad del tufo y sobre todo, era la última oportunidad que se daba
sobre la tierra. Al fin y al cabo nada es algo para no regresar con las manos
vacías al pueblo de mercaderes, de
antiguos agricultores arrancados del terrón patriarcal, atraídos por el señuelo
titilante de la electricidad, sin saber que llegarían a levantar con sudor y
esfuerzo y un puñado de virtudes inútiles, un infierno envidriado, una impía
prosperidad desalmada… pero llena de poetas también como si los poetas
proliferaran mejor en la podredumbre, como los lotos.
Hace los primeros contactos. Se reúne con Alberto
Escobar, voy a fundar una cosa que se llamará el nadaísmo, le dice, un gran
movimiento intelectual para la juventud. Yo estoy listo, le dijo Alberto. No,
vos y yo no hacemos nada solos, necesitamos gente. Alberto se acordó de uno que
había conocido esos días; enseñaba literatura en un colegio de muchachos, por
la tarde, y por las mañanas servía
tintos en el café de un tío suyo; admiraba a Ovidio Rincón, y había leído a
Ovidio, en latín, en el seminario; a veces fumaba un narguilé sofisticadísimo,
gorgoteaba un francés arrabalero de lavamanos obstruido perfeccionado en las
canciones de Rimbaud cuyas obras completas conservaba impregnadas en Vetiver de Carven…
El hijo de Rubén Osorio, dentista empírico, y doña
Elvira Gómez, no tiene todavía el aire que cultivará durante el nadaísmo, de
aburrimiento imperfecto, de baldosa limpia. El exseminarista recién llegado de
su pueblo, un pueblo parecido a Andes pero más importante porque tenía obispo,
es un muchacho robusto y tímido, adornado temprano por la escoliosis del lector
consuetudinario, tiene 17 años apenas. Llegó puntualmente a la cita vestido de
negro como un joven muerto que ha salido a pasear su perro y con la marca de un
sensacional guante blanco cosido en la ancha solapa pasada de moda. Gonzalo no
reconoce al muchacho que le servía los tintos matinales en el cafetucho que
frecuentaba por la Plazuela Nutibara,
menos, metido en ese vestido de duelo de su padre. Amilcar confesaría más tarde
los esfuerzos que había realizado para que su cliente lo tomara en cuenta.
Gonzalo está ahora desconcertado con la aparición del adolescente en la puerta,
iluminado por la inocente bufonada del luto una talla más grande y el guante
cosido sobre el corazón. Eso es el nadaísmo, se dice. Eso, no babosa filosofía
libresca, discurso hueco, acidez intelectual, rebote culto, elaboración
erudita, esterilidad. Cultivará la sorpresa, el desenfado y el desafío, altiva
actitud, un gesto como el de ese muchacho que se atrajo a todas las miradas del
Café La Bastilla cuando entró parsimoniosamente con su disfraz extemporáneo de
difunto. Amilcar se convierte enseguida en el segundo de a bordo de la chalupa
pandillesca para tres. Se hacen grandes amigos, aunque Gonzalo le lleva al
jericoano –nacido en Santa Rosa de Cabal pero vivido en Jericó- nueve años.
Inventan y se inventan, se enriquecen mutuamente. Amilcar comienza a peinarse
como una escoba, a firmarse Amilcar U –y porqué U, le preguntan y contesta: -
Porque Amilcar O sonaría feo, y usa camisetas bisexuales que bombardean el
machismo católico de la ciudad industrial. Proclaman la exaltación de lo
maravilloso cotidiano, esa fórmula; a veces Gonzalo Arango pasea a su amigo
atado a una cadena por los bares, lo
alimenta como a un mono amaestrado; cuando Amilcar se cansa de hacer el mono,
compran un mono de verdad. Y escriben
poemas a dos manos, manifiestos procaces que envían por correo. Se sienten
felices de ser jóvenes, e irresponsables. Y los hijos de Paco y Magdalena, y de
Rubén y Elvira, están jodidos para siempre de remate… unidos por el amor a la
poesía, en la renuncia desventurada de todo por nada. Unos pocos años más tarde
habrán de separarse, agriamente. Hasta la víspera de la muerte de Gonzalo
Arango, cuando vuelven a reconciliarse… por azar, por una noche: Gonzalo muere
al día siguiente.
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*GONZALO ARANGO/ EDUARDO ESCOBAR/ PROCULTURA S. A. / EDITORIAL NOMOS/ BOGOTÁ/ 1989
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*GONZALO ARANGO/ EDUARDO ESCOBAR/ PROCULTURA S. A. / EDITORIAL NOMOS/ BOGOTÁ/ 1989
Edición Número 68, Girardot, Abril 4 de 2019
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