lunes, 30 de septiembre de 2019

Edición Número 103, Girardot, Septiembre 30 de 2019:-MANUEL ATANASIO GIRARDOT DÍAZ: 206 AÑOS DE GLORIA (30 DE SEPTIEMBRE DE 1813)




                                                            Edición Número 103 Girardot, Septiembre 30  de 2019



POR GIRARDOT

A LA MEMORIA DE MANUEL ATANASIO GIRARDOT DÍAZ
1791 - MAYO 2 / SEPTIEMBRE 30 - 1813



MANUEL ATANASIO GIRARDOT DÍAZ
PAPEL PERIÓDICO ILUSTRADO
GRABADO DE RODRÍGUEZ

En una ocasión, dos adversarios igualmente valerosos, confrontaban el problema militar del llano contra la cumbre, de la ola arrolladora que sube contra la ola arrolladora que baja. El paisaje tenía toda la hermosura y magnificencia de los trópicos, y el sol lo iluminaba con esa luz misteriosa de los días de combate en que parece que la retina únicamente tiene poder para condensar y concentrar el color de la púrpura.

Los jinetes alistaron sus corceles, aquellos mismos que más tarde en el Apure supieron galopar sobre las aguas, subieron a ellos y desde aquel instante surgió el Centauro, porque el hombre y el bruto formaron una sola pieza movible. Al apoyar en los estribos las armas pidieron a la punta de las lanzas la inspiración suprema del acero.

Otros combatientes acariciaron el lomo de los cañones y pidieron igualmente al bronce todo el trueno de su exterminio.

Los infantes en línea inquebrantable de batalla mordieron nerviosamente los cartuchos saboreando la pólvora,  besando el plomo como para imprimirle toda la potencia de sus alas destructoras. Y con los dedos ya encallecidos por el manejo del fusil, comprobaron la eficacia del poder agudo y penetrante de las bayonetas.

Iniciada la lucha, el primer choque de combatientes produjo una germinación de chispas que iluminó el camino. La batalla fue cruel y sangrienta. Y no obstante, todos los esfuerzos de la masa que subía, fue arrollada por el impulso de la masa que bajaba, y sobrevino el desastre.

Entonces un oficial egregio que nació con la vocación del heroísmo y tenía en el alma la suprema ambición del sacrificio, se envolvió en la bandera, es decir, en la Patria, avanzó por el agrio desfiladero por en medio de cortinas en llamas; coronó la altura, clavó el estandarte, recibió en el corazón la caricia voluptuosa del plomo, y cayó para siempre después de escribir en la historia este poema: Bárbula.

Esta población lleva el nombre de aquel héroe y nosotros, los que tenemos aquí vinculadas nuestras vidas, siguiendo el ejemplo de aquella tradición gloriosa, debemos tener aptitudes y capacidades para realizar toda clase de esfuerzos, para suprimir todo género de obstáculos, para avanzar por todos los desfiladeros, para coronar todas las cumbres, para caer al fin de la jornada, después de cada noble ascensión de trabajo, de progreso, de inteligencia y de luz.

Por Girardot, y por la grandeza del porvenir de la población que lleva su nombre.   
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*(Fuente: GIRARDOT  Serie 1ª, Girardot, Junio 6 de 1908, Número 2. Editorial.)

NOTA del COMPILADOR: Este texto tiene por firma tres asteriscos. Es de recordar que a veces por secretas razones que desconocemos, el misterio se imponía. Los demás, ninguno (quizás asignados al director), y el resto por varios personajes de la época.

ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO


Edición Número 103, Girardot, Septiembre 30 de 2019

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jueves, 26 de septiembre de 2019

Edición Número 102, Girardot, Septiembre 26 de 2019:-TRADICIONES DEL DEPARTAMENTO DEL TOLIMA




                                                            Edición Número 102 Girardot, Septiembre 26  de 2019



TRADICIONES DEL DEPARTAMENTO DEL TOLIMA*




1986. PORTADA


EL TOLIMENSE

“…esas comarcas del llano tolimense las poblaba una raza dura, fortalecida por la inclemencia de las condiciones vitales. Los hombres, de acero, cenceños y achaparrados casi siempre; las mujeres, morenas, picantes, de líneas en que el amor dardea y suplica.


Sus tradiciones
La vida del tolimense discurrió por muchos años, despreocupada y mansurrona.

Era una vida pareja, de honrada pereza y sin afanes. Con pocos esfuerzos se aseguraba un buen pasar y eso era suficiente para vivir sin necesidad de entregarse a más quehaceres ni devaneos que los indispensables y fáciles de cuidar la hacienda que, por lo demás, nadie codiciaba ni irrespetaba, sino que la solicitud de los vecinos contribuía a vigilar. No pensó nunca que sus llanuras sirvieran para cosa distinta del pastoreo.

Su única preocupación y solaz constituía en la vista y recuento, de vez en cuando, de los rodeos vacunos y el yegüerizo. Era madrugador no por necesidad ni por requerimiento de su oficio, que no era mucho, sino porque en el campo no se concibe la vida sin dejar la cama al canto de los pajaritos, antes que alumbre plenamente el sol. Chocolate y carne con patacones al desayuno; sancocho de yuca fresca y plátano veguero al almuerzo, con sustancia de buen hueso y tasajo de carne cecina y peto con más carne a la comida, formaban la dieta frugal del tolimense, amén de abundantes jícaras de "zurumba", que así se le decía al agua de panela y al chocolate. Esto, en cuanto al que era "amo" o "patrón".

El campesino raso repartía su vida entre faenas de la vaquería y las tareas de la agricultura, en aquellos suelos avaros. En las rocerías, disputando porfiadamente la tierra utilizable, bien al monte primitivo, bien a la maleza siempre renovada y siempre invadente, sus brazos adquirieron destreza y resistencia en el manejo del machete. Este era su inseparable compañero, llevado al cinto, si andaban a pie, o colgado de la cabeza de la silla, bajo la coraza, si iban a caballo. Útil, indispensable para sus quehaceres de cada día, era al propio tiempo arma para cualquier emergencia. Conocía de un vistazo en el lecho de las quebradas las piedras de amolar y sabía servirse de ella en tal forma de dar a su machete el filo de barbera.

Eran hombres de temple recio, acostumbrados a una vida dura, hechos para mirar la escasez y el infortunio frente a frente. Había en ellos algo de innata gravedad estoica, con ribetes de cierto buen humor que destellaban aún en las más apuradas peripecias. Con el mismo ánimo entero conque participaban en un baile campesino y lograban la moza preferida, ponían su vida en aventura, sin alardes ni mohines.

En todo caso, esas comarcas del llano tolimense las poblaba una raza dura, fortalecida por la inclemencia de las condiciones vitales. Los hombres, de acero, cenceños y achaparrados casi siempre; las mujeres, morenas, picantes, de líneas en que el amor dardea y suplica.


LA RAZA

El Tolimense viejo, poblador del llano o del plan del Tolima “calentano” de inconfundible fisonomía, fue un tipo mestizo, resultado de la fusión de sangre española e indígena.




ESPINAL. DESFILE DE MATACHINES
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En el plan o llanos del Tolima, vive, desde el siglo XVII, un extenso y bien definido grupo humano de raza blanca. En esos mismos lugares, los conquistadores españoles encontraron una densa población indígena. Juan de Borja, Núñez Pedrozo, Jiménez de Quesada y muchos otros, supieron de la altivez, la independencia y el coraje de los aborígenes. Títamo, Gualara, Bilapué y Calarcá en el centro y Yuldama en el Norte.

El Tolimense viejo, poblador del llano o del plan del Tolima “calentano” de inconfundible fisonomía, fue un tipo mestizo, resultado de la fusión de sangre española e indígena. Desde luego, las gentes de esos lugares, de cualquier clase o posición social, desde Honda hasta Natagaima, pasando por El Espinal, Guamo, no acusan, con escasas excepciones, el sello inconfundible y perdurable que imprime la influencia de la sangre indígena. Le sobran razones al escritor Gonzalo París Lozano (+), cuando dice que “el tolimense viejo brotó y quedo arraigado en la llanura”. Solamente que no “brotó” tan fácilmente sino que después de mucha brega y crueldad para incautarse las tierras y el oro del indio y fundar, luego, sus grandes encomiendas que fueron el origen de las haciendas del tolimense viejo.

En cuanto a la gente del pueblo, es posible que un vaquero, un labrador, un boga, un obrero de cualquiera de los pueblos del plan o del llano, fundados por los españoles y una morena de Ambalema, de El Espinal, de Purificación o de Natagaima, llena de zandunga y ritmo al andar, con ojos grandes, negros y vivaces, sugieran mucho más la memoria ancestral de las populares gitanas españolas, con un tentador recuerdo arábigo, que la presencia de sangre de pijaos, paeces, coyaimas, panches o Pantágoras.

Un hecho histórico dá la explicación: Dominados totalmente los llanos por los conquistadores, a partir de 1.550, la población indígena podría decirse que casi desaparece. El presidio o encierro de los núcleos sobrevivientes, ante el temor de que se rebelaran, permitió que entretanto se fundaran y poblaran familias de raza blanca, con servidumbre europea. Y también los grandes centros de entonces Coello, Saldaña, El Espinal, Guamo y la Villa de Purificación. Hacia la cordillera central se fundaban Medina de los Torres, como antecedente de Chaparral y Santiago de la Frontera que dio origen a Ortega. Durante ese tiempo en que se pobló el llano, no fue posible el mestizaje. El amor del blanco por el indio, considerado como ente irracional, hubiera sido un delito de lesa estirpe.

Pero la verdad es que el mestizaje vino después con la vida apacible de la colonia, que permitió a los blancos encomenderos dominar enteramente y como cosa propia la extensión del llano.

Curiosamente, en el norte del Tolima, tanto en el plan o llanura, como en la cordillera, no hay casi vestigios de la raza indígena, así sean "palenques", "Hondamas" o "Marquetones". En cambio, al Sur, en las regiones de Hilarco y Guaguarco de Coyaima; en Guasimal, Imbá y Yacó de Natagaima; en un vasto sector de Ortega, y aún en Saldaña, en veredas como Papagalá o "Santa Marta", impera todavía la raza indígena, mezcla heterogénea de Natagaimas y Coyaimas, y hasta de pronto de pijaos.


EL CABALLO

Parece que la música de los bambucos y los pasillos se les entrara por el cuerpo, y, de acompasado castellano, son una codicia sus lomos para todo buen tolimense.




1986. TRADICIONES Y CANTARES DEL TOLIMA


Los grandes yegüerizos de don Alonso Ruiz de Sahajoza, en Llano Grande, y otras encomiendas, tal vez con el refresco de sangre del “Bayo de Hungría”, caballo asombroso que trajo a su fugitivo y desesperado jinete desde Tunja hasta el río Magdalena, en galope continuo de 24 horas, sin un solo minuto de reposo, para tirarse en él a la ancha y poderosa corriente, hasta ganar la orilla opuesta y continuar la fuga para llegar a la casa de un encomendero en los llanos de Doima, arraigaron el caballo en las llanuras tolimenses. Desde entonces, el tolimense sin caballo es un hombre incompleto.
Porque se acostumbraron desde niños a montar y a montar bien, en el caballo, que tuvieron a la mano, manso o bravo y  a sacar de su cabalgadura todo el partido posible. Reunían cual más, cual menos, las cualidades que robustece la costumbre de andar a caballo: seguridad, confianza en sí, aplomo, rápida percepción de los peligros, prontitud y coraje para vencerlos o esquivarlos. Fiados por completo a las unas del caballo, ateníanse a lo firme de su cabeza y a lo fuerte de sus piernas para tenerse en la silla.

Eran, tanto como jinetes hábiles y esforzados, peatones de una resistencia a toda prueba. Hoy, cuando muchos de los caminos que ellos hubieron de andar y desandar, en las grandes vaquerías, como en la guerra, han sido reducidos a poca cosa por el ferrocarril, el bus y el automóvil. Y resulta difícil formarse idea exacta de lo que era el viajar, a pie o a caballo, por las espléndidas inmensidades de la llanura tolimense. Para darse cuenta cabal de ello, se necesitaba haber alcanzado a vivir aquella edad, cercana todavía en el orden del tiempo y haber sabido por experiencia lo que era recorrer llanos y transponer cerros a horcajadas sobre la cabalgadura o simplemente al paso de un buen caballo, bajo el silencio que descendía de los cielos en densas capas.

Desde luego, el caballo calentano tomó características especiales en armonía con el medio: mediana alzada, enarcado el cuello, ojo vivo y redondo, oreja pequeña, pelo corto, fino y sedoso, dócil temperamento, remos delgados y ágiles, obediente a la brida, fogoso ante el menor estímulo, valiente e infatigable, pinturero en las fiestas. Parece que la música de los bambucos y los pasillos se les entrara por el cuerpo, y, de acompasado castellano, son una codicia sus lomos para todo buen tolimense. Su estampa y su coraje hacen pensar en una innegable reminiscencia árabe.

En la casa de la hacienda y aún en la del pueblo  se mantenían los mejores caballos, en pesebrera. Los de la montura de las señoras tenían acostumbrada la crin a caer sobre el lado derecho y eran los de índole más noble y reposada. Las señoras montaban a mujeriegas, en galápagos de dos orquetas, entre las cuales colocaban la pierna derecha, con falda de paño azul, larga y redonda, que caía al costado izquierdo del caballo como adorno y con corpiño ceñido al busto y sombrero ancho y fino que llamaban "pastora". El señor siempre llevaba zamarros anchos, de caucho o de fino cuero, sin espuelas, que no las consentía el caballo y sombrero "jipa" tejido a mano en Timaná; y en vez de fusta, "berrengue" forrado en badana roja. Así se concurría a las fiestas reales y se viajaba a Honda, a Girardot, a la Mesa y aún hasta Bogotá.

El caballo de trote, por linda que fuera su estampa, nunca fue del gusto del tolimense viejo, ni era de buen tono para su uso personal. Por eso, desde potros se destinaban a la vaquería, o a la carga. La delicia y la elegancia era el caballo de paso y aún sigue siéndolo.

Fue el caballo, personaje legendario del llano tolimense; primer auxiliar del hombre de trabajo; héroe de las más arriesgadas vaquerías; puente para vadear ríos sin puente; vehículo del comercio; confidente en románticas aventuras; compañero de fiestas; orgullo de las damas; alivio del campe-sino; parte esencial del atuendo de los galanes enamorados al pasar frente al balcón de las amadas en los días de parranda; compañero bajo la luz de las estrellas para llegar a la reja de la alquería a cantar la romántica serenata; nervio, también, de las guerras civiles y compañero, como perro, del hombre.

Son muchas las historias y leyendas de caballos inteligentes y de mulas astutas de paso fino, menudito y señorero, que narran, orgullosamente los vaqueros de las haciendas. El caballo del plan suscitó coplas como esta:

Ensillando mi caballo, / ella se puso a llorar.  / Y yo, llorando con ella, / lo volví a desensillar.

Bien podemos decir, en este tema del caballo, aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor". Porque en los pueblos de la llanura tolimense, en las grandes fiestas populares, ya son muy pocos los señores que montan, orgullosos, como antes, elegantes y finos caballos; y la verdad es que escasean las damas que otrora engalanaban esas fiestas con su montar exclusivamente femenino. Si acaso, con el moderno "blue jeans" y camisa sofisticada estilo vaquero del oeste americano.

De otra parte, el campesino nuestro, para ir al pueblo, ya no utiliza ni el modesto caballo trotón, mucho menos el de paso. Los ha reemplazado por el jeep japonés, los pudientes, es decir, los de tractor y los otros, los pobres, hacen uso del bus o la "chiva" que ahora llega felizmente, hasta las veredas.

Pero es más: el rico, el hacendado, ya no se siente orgulloso con un brioso y elegante caballo. Su mayor satisfacción consiste en tener en sus manos el último modelo de automóvil, así sea ensamblado en el país.

Sin embargo, hay que reconocer que en la cordillera norte-tolimense, todavía subsiste la buena tradición de los caballos de paso. Da gusto ver en aquellas comarcas, aún en épocas que no son de fiesta, a los "señores" del pueblo, montando finísimos y estupendos caballos.


EL QUEHACER DEL CAMPO

Era ancha y espaciosa la casa de la hacienda, levantada sobre estantillos de cumulá, de dinde o de guayacán, a cuyas maderas no les entraba el comején, ni gorgojo, ni polilla.

Y cuidado que los vacunos del llano no eran mansurrones como los amos. Siempre había gran cantidad de reses bravas. No tenían más casta que la que les daba la ancha dehesa en que pastaban sin ser manoseadas, sino de vez en cuando, para curarlas o salarlas en los corrales de la hacienda, a la vista plácida del amo y señor. La hacienda más prestigiosa era la que daba más reses bravas para torearlas en la plaza del pueblo en las fiestas de San Juan y San Pedro. Decir ganado cuencuno era para ir abriendo la ruana. Y el ganadero se pavoneaba de satisfacción cuando le decían que sus novillos eran los más bravos veinte leguas a la redonda. Durante las herranzas lucía el hacendado no solo su hacienda sino su esmero en atenciones y cuidados para los familiares y amigos que invitaba a la faena.

Era ancha y espaciosa la casa de la hacienda, levantada sobre estantillos de cumulá, de dinde o de guayacán, a cuyas maderas no les entraba el comején, ni gorgojo, ni polilla. Casi siempre enclavada dentro de los corrales de piedra, a la sombra de una ceiba, de un caucho corpulento, de un añoso tamarindo. Aquí y allá serpentea por las planadas, hasta perderse de vista, una antiquísima cerca de piedra, alta cosa de un metro, hecha de las piedras negras de que están sembrados esos llanos y a los cuales algunos les asignan origen aluvial y otros las hacen proceder de alguna remota erupción del nevado del Tolima. Manadas de vacunos, hatajos de yeguas, pequeños rebaños de ovejas y cabras. Los cerros del fondo, llenos de arrogancia y atrevimiento, enemigos natos de la mansedumbre y de las formas postradas.

En los amplios corredores se tendía la hamaca siestera, góndola al viento, en cuyo cuenco de manta o de pita fina, primorosamente tejida, en total relajo de músculos y preocupaciones, se echaba el señor, a la hora calcinante de la solana, a tomar brisa en su suavísimo vaivén y adormilarse o pensar en nada. Y así pasaba las horas entre las redes sutiles de los ensueños rurales, circunscrito al horizonte del llano, aislado y ausente de las cosas del universo que empezaba más allá de donde termina la última mata de monte. La hamaca era el símbolo perfecto de la vida de entonces. Vehículo para que viaje la pereza sin salirse de la parábola de un metro, con monótono y dulcísimo vaivén en los más intrascendentes devaneos. Es tan quieta y agobiadora la hora de las solanas en la llanura cálida, que el ganado, a la sombra pródiga de los tamarindos y matarrones, ni se mueve, ni colea. Por algo se ha dicho que el sol calentano genera, al mismo tiempo, energía y pereza.


EL FOLCLOR

Las fiestas populares

El San Pedro es otra fiesta de auténtico sabor tolimense. El Espinal la considera como propia. Y a decir verdad que es famosa en el ámbito nacional. Data desde 1.881.




EL ESPINAL. MONUMENTO AL BUNDE.
  VICEMINISTERIO DE TURISMO DE COLOMBIA


Algunas viejas tradiciones del sur y centro del Tolima, tan estupendamente contadas por escritores e historiadores como Cesáreo Rocha Castilla y Nicanor Velásquez Ortiz, ya fallecidos, tan arraigadas en el territorio del llano hasta 1.950, lamentablemente han venido extinguiéndose. Valga un ejemplo: las famosas bandas de música de Natagaima, Ortega, San Luis y El Guamo, entre otras, ya no conservan el espíritu fiestero de otras épocas ni tampoco el valor artístico que las hicieron tan suigéneris  y tan famosas.

Dentro de esas tradiciones que al parecer se conservan intactas, pero que están languideciendo, se pueden destacar las fiestas o regocijos populares, como el San Juan y el San Pedro, algunas ferias de ganados y las patronales o de iglesia.

La fiesta del San Juan, el 24 de junio, se continúa aun celebrando en Natagaima, El Guamo, Ortega y Valle de San Juan. Con embarcación del "santo", llegada al pueblo, grandes cabalgatas, corridas de toros en corrales con guadua, con palcos de 2 y 3 pisos y techo de palma. Danzas y comparsas como de los Chulos, los Matachines, Los Pijaos, Las Chinas, Los Ralos, la Danza del Cordón y muchas otras. Y desfiles con los personajes de la mitología tolimense, tales como el Mohán, La Patasola, La Madremonte y El Mandingas. Muy de mañanita, en todas las casas del pueblo o del campo, se brinda el "San Juan", con un buen trago de aguardiente o mistela y abultada tajada de bizcochuelo; luego, el tamal al desayuno. Y después, al almuerzo, la suculenta lechona, con insulsos y arepas delgaditas. Por la tarde, el toreo y por la noche, los bailes populares.

En estas fiestas sanjuaneras los gallos finos cuentan. Sólo que no en riñas, con  gallera y apuestas. Se trata de la "despescuezada", muy común en aquellos municipios. A lado y lado de una calle colocan sendos palos de guaduas. Tienden un fuerte lazo en la mitad, amarran un gallo de las patas. Allí estará hasta cuando la habilidad de los jinetes que pasan por debajo, le arranquen la cabeza. O hasta cuando la destreza del que tira o recoge el lazo lo permita. Aquí conviene hacer una breve digresión: en Ibagué, la capital tolimense, se celebró durante muchos años la fiesta del San Juan, de la misma manera y a la misma usanza que en los pueblos sur-tolimenses. Sin embargo, la conversión a ciudad  fue alejando poco a poco la hermosa tradición hasta extinguirse totalmente. Años después, hubo la feliz iniciativa de congregar el país a través de los Festivales del folclor, unas fiestas sanjuaneras y sampedrunas ampliadas, de pronto sofisticadas, pero de enormes proporciones. En 1.959 fue celebrado el Primer Festival y luego, en los subsiguientes, hasta 1965. El festival Nacional del Folclor revivió a partir de 1978 y continúa celebrándose con gran pompa.

El San Pedro es otra fiesta de auténtico sabor tolimense. El Espinal la considera como propia. Y a decir verdad que es famosa en el ámbito nacional. Data desde 1.881. Hasta un bambuco en su honor le hizo el gran músico norte-tolimense Milciades Garavito, titulado "San Pedro en El Espinal". Lo mejor de esta fiesta: las vísperas y su quema de pólvora. Sigue siendo la fiesta popular que más público congrega.


1986. EL GUAMO. FIESTA DEL CORPUS


En los últimos tiempos, solamente Santa Isabel y el Fresno celebran, cada año, festejos populares, con alguna resonancia departamental. El primero, denominado El Retorno y el segundo, el Festival del Norte.

Hay otras fiestas en el sur del Tolima de proyecciones populares. En Saldaña, en los finales de año, el reinado del arroz. Y en Purificación, el reinado del sur del Tolima.

En Prado, Dolores, Alpujarra, cada año, feria comercial, con la adición de regocijos populares.

La población de Coyaima, también en el sur del Tolima, a través de la fiesta del patrono, San Roque, celebra las llamadas fiestas reales, de gran fama en la comarca. Igual cosa sucede en El Chaparral. Allí, la fiesta central, cada año, la constituye la de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, celebrada con gran pompa y obviamente que con regocijos públicos.



SOMBREROS TOLIMENSES. Foto: Juan Carlos Escobar / EL TIEMPO


En los municipios cordilleranos, esto es, en Herveo, Fresno, Casabianca, Anzoátegui, Villahermosa, Falan y Santa Isabel, son ignoradas las fiestas de San Juan y San Pedro. Si bien es cierto que sus gentes gustan de la fiesta brava, del toreo criollo, lo es también que se contentan con cerrar las boca-calles de la plaza principal y en cualquier época, por cualquier motivo, sueltan uno o más toros, para que la lidia la hagan los “matadores” de renombre local. Son eso sí, los cordilleranos, muy dados a echar  “la puerta por la ventana” como dice el dicho, en las celebraciones de las fiestas de iglesia, y las ferias comerciales. Es en ellas cuando montan magníficos ejemplares equinos.

El Líbano no conserva fechas exactas para fiestas o regocijos públicos. Cada ocho días, los lunes, celebra una feria de ganado, a nivel local y regional. Posee una pequeña pero bien hecha plaza de toros, donde esporádicamente hacen corridas de postín, con mucho éxito.

Cajamarca, alegre y hospitalaria, no celebra fiestas especiales. Apenas, la llamada "patronal" o de iglesia. Al igual que el Líbano, lleva a cabo, los lunes, una magnífica feria de ganado, de renombre en el ámbito comarcano.


IBAGUÉ. DESFILE TRADICIONAL.
DIRECCIÓN DE CULTURA DEL TOLIMA


Honda, la "Ciudad de los Puentes", realiza con gran colorido, el Festival de la Subienda, en febrero. Mariquita, hace por su parte, una gran feria-exposición, cada año, en noviembre. En mayo, la fiesta patronal, de la Ascensión del Señor. En agosto, la del Señor de la Ermita, muy concurrida.

En Lérida, la fiesta del Señor de la Salud, en agosto. En Ambalema, la de Santa Lucía, en diciembre, con regocijos populares. En Alvarado, la fiesta de la Cordialidad, en agosto.

La que fue pujante y progresista ciudad de Armero, arrasada el 13 de noviembre de 1.985, por la erupción del volcán Arenas, del Nevado del Ruiz, tragedia que conmovió al mundo, se celebró, por muchos años, el Festival de la Amistad.

Piedras, el 20 de enero, celebra la fiesta del patrono San Sebastián.

Al oriente, en El Carmen, es celebrada el 16 de julio, la fiesta de la Virgen de El Carmen de Apicalá. Es muy concurrida.

Cabe hacer especial mención del Corpus del Guamo. Su celebración ocurre en junio. Y es cuando los campesinos traen de sus parcelas toda clase de frutos y con ellos construyen el bien denominado "Paraíso", en el centro del Parque Bolívar. También, con la colaboración de la gente del área urbana, elaboran los Arcos Triunfales, a base de adornos con flores silvestres, de los que cuelgan ramilletes de los exquisitos maduros "pasos", de gran renombre. Es por los Arcos Triunfales por donde más tarde transitará la solemne procesión del Corpus, actos éstos que congregan a toda la feligresía, que se detiene a orar en cada uno de los cuatro hermosos Altares, ubicados en las esquinas del referido Parque Bolívar.

Indudablemente, la fiesta del Corpus constituye el mayor orgullo de los guamunos. Así como la feria equina-ganadera, los jueves, considerada como la segunda del país en su género.


EL TIPLE

Es posible que el tiple no sea originario del Tolima ni de América. Los españoles lo llamaban guitarrillo, indudablemente para denotar su semejanza o parentesco con la guitarra.

Parece que es más fácil el aprendizaje del tiple que el de la guitarra. Y eso explica su afición, ayer, hoy y siempre, tanto en el llano como en la cordillera tolimense.

El tiple ha sido compañero inmemorial del campesino, en sus horas nocturnas de descanso y en el ocio dominguero. Es por eso, quizá, el más popular de los instrumentos.

Al tiple se le conoce como forjador de romances, como alcahuete de parrandas, como compañero de la soledad en la montaña y en el llano. Se le conoce además, como amigo de la tristeza y como inspiración de poetas y trovadores.

El tiple no ha estado solamente en el llano tolimense. Mora también en la cordillera. Y entre la gente del campo, especialmente. Por eso es usual encontrar en una casa campesina un tiple colgado de un cuerno, haciendo de insomne vigilante. Por las tardes, entrada la noche el campesino lo rasga y le saca las más dulces y elementales melodías.

Pero el tiple no ha estado solamente en el Tolima. Vive, también, en el Huila, en Santander, en Boyacá, en Nariño, en el Valle, en Caldas, en Risaralda, en el Quindío, en Cundinamarca y en la mismísima capital de la República. Y ahora se viste de etiqueta y anda en lujosos salones, y lo que es mejor y más importante: anda en la cima de su prestigio, comparándose, guardadas las debidas proporciones, con el piano, el violín o el violoncello. Porque es tanta su calidad musical, que hay ya maestros que lo utilizan como instrumento solista, en grandes y sonados conciertos.

Precisamente, en el anhelo de darle la categoría que le corresponde, José Ignacio Arciniegas Herrán creó el Concurso Nacional de Solistas de Tiple, en la ciudad de Mariquita. En 1973 y en 1976, se cumplieron los primeros eventos y en 1978, en Ibagué, el tercero. Todos, con gran éxito. Se aspira a continuar este certamen artístico y colombianista.


LA MESA CRIOLLA

Los platos importantes del tolimense calentano son: el viudo de pescado; el sancocho de gallina; el viudo de carne salpresa de res adicionado con costilla, de cerdo y pequeñas porciones de "reservada".”




LECHONA TRADICIONAL DE EL ESPINALhttps://www.google.com/search?q=tradiciones+del+tolima
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Está evidenciado que el acontecer tolimense en materia socio-económica, tiene notables diferencias en sus sectores centro, sur y norte; igual cosa ocurre en cuanto respecta a sus fiestas tradicionales. Y diríamos que es más la diferencia en las comidas, en la llamada mesa criolla. Las razones para ésta última tienen su explicación: los del centro y sur, por el ancestro "opita", por venir de una raza "calentana" apegada a viejísimas tradiciones, y los del norte, pero especialmente, los de la cordillera, porque su origen es antioqueño, caldense y boyacense.

Por eso, en la cordillera norteña, precisamente en los municipios de Anzoátegui, Santa Isabel, Casabianca, Herveo, Fresno, Falan, Líbano y Villahermosa la base alimenticia la constituyen la carne de cerdo, el maiz, la papa y los fríjoles.

Los campesinos, la gente que reside en las áreas urbanas, incluyendo a los adinerados, apetecen, por sobre todo, los fríjoles, la arepa antioqueña, los chorizos, la papa, preparada en toda forma y la carne de cerdo. Aunque gustan también de la carne de res. El agua-café, y la mazamorra como sobremesa, son irremplazables. Tal parece que esto mismo ocurre en la cordillera oriental, en los municipios de Icononzo, Villarrica y Cunday.

En el centro y sur del Tolima el bizcocho de cuajada, el bizcocho de manteca o "berraquillo" son elementos que al desayuno o a las "onces" son más apetecidos que el pan de trigo. La arepa delgadita u "oreja" de perro" tiene preferencia a la "antioqueña", especialmente cuando hace de acompañante de unos buenos huevos en pericos o un buen pedazo de carne asada. O cuando hace de "consorte" con la exquisita lechona y el insulso. Es bueno explicar, aunque sea brevemente, que la arepa delgadita se distingue de la "antioqueña" en que esa es a base de arroz y en vez de asarse, se coce o se cuece, Y que el insulso es una especie de natilla en calidad un tanto inferior, envuelto en hojas de viao o platanillo.

Los platos importantes del tolimense calentano son: el viudo de pescado; el sancocho de gallina; el viudo de carne salpresa de res adicionado con costilla, de cerdo y pequeñas porciones de "reservada". Le siguen, en su orden, el "Peto de maíz y el "guarruz" o peto de arroz, con carne asada. El plato importante en toda fiesta que se respete es la lechona.


 MITOS Y LEYENDAS

LA PATASOLA

Mujer hermosísima, de cabellos rubios, que aunque no tiene sino una pierna, se transporta, con rapidez de un sitio a otro, entre los ventarrones que produce su vuelo de bruja. De ella se valen los campesinos para atemorizar a los niños y obligarlos a portarse bien, pues si no los ojea, o sea que les tuerce los ojos, les mete grillos en los oídos y sapos en el estómago y les hace otros maleficios, de los cuales no los pueden salvar sino sus propios curanderos especializados en la materia. Para ahuyentar la patasola y evitar los males que procura, los campesinos tienen una oración que se llama "la oración del monte" que es la siguiente, pero casi a todos se les olvida en el momento de pronunciarla:

Señora:

Yo como sí, /  pero como ya se ve, / suponiendo que así fue, / lo mismo que antes así, / si alguna persona a mí / echare el mismo compás / si acaso, porque quizás, / esto fue, de aquello pende, / supongo que ya me entiende, / no tengo que decir más. / Patasola no hagas mal / que en el monte está tu bien./


IBAGUÉ. CAPITAL DEL DEPARTAMENTO
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EL POIRA O EL MOHAN

El Poira es un mito de las aguas, pero no se le encuentra, sino en los grandes ríos como el Magdalena y el Saldaña. Su única actividad consiste en seducir y raptar campesinas que han entrado a la edad "de merecer" o sea la pubertad, para lo cual toma figura de mocetón apuesto y audaz. A veces, o casi siempre, la muchacha raptada, aparece cuando menos se piensa y en su casa ya no la esperan, hecha toda una madre. El Poira es una de las configuraciones del Mohán. Y el Mohán era curandero, sacerdote, brujo, y oráculo de los Pijaos.

LA MADREMONTE

Este personaje es una especie de ninfa de los montes del llano. Para castigar las malas acciones de los campesinos seca las fuentes de sus pegujales, sobre todo cuando se enredan en pleitos de linderos; pero, el que sufre los perjuicios de la sequía es, siempre, el que no tiene razón. "Compadre: si me adelanta las cercas, cuidado con la Madremonte".

En las fiestas de Corpus, especialmente en el Guamo, la representan ataviada con vestidos hechos totalmente de hojas de plantas silvestres.

EL DUENDE

Este personaje es casi universal. Es tan maligno como la Patasola. Persigue especialmente a las muchachas casaderas. Les tira terrones a través del techo y las paredes de sus casas. Después de asustarlas en noches sucesivas quedan como si fueran poseídas del diablo. Les dá ataques nerviosos, convulsiones, sustos y otros males que, como dice la copla. "si el cura no los cura, son incurables". Pero, también suele curarlos el Poira.

Mandingas, Miruñas, El Maligno, El Patas, algunos muchos nombres del diablo.

LA MULA RETINTA

Cabalgadura preferida del diablo que figura en muchos cuentos, con herraduras de oro. Si algún campesino no la encontraba y le tiraba un chambuque, en el momento de ajustarle el rejo al pescuezo desaparecía.

LOS TUNJITOS

El tunjo es un muñeco de oro que se sepultaba con los cadáveres de los indios entre otros tesoros y, a veces algunas cosas de comer. La superstición que nació en la cuna de los primeros hombres, le ha dado vida a los Tunjitos. Por eso salen cuando la tardecita ya es más noche que día, a las orillas de las quebraditas y las acequias rurales, a veces cantando y a veces llorando. No solo los cabellos sino todo el cuerpo son dorados, son el pavor de los niños campesinos, como cosas del otro mundo, y con ellos se les amenaza para que se metan a la cama muy tempranito y en silencio.

LA CANDILEJA

La candileja es una luz en llama que persigue de noche a los caminantes del llano, pero solamente cuando andan solos.

Si van a caballo, se les coloca sobre la grupa. Pero no Persigue sino a los que andan en "malos pasos" o son enamorados de mala fe, o ya tienen algún motivo de remordimiento. Juran que la ven y los persigue y que sale de las orillas de los pantanos. Le tiene tanto pavor que a uno mismo le aconsejan que no salga solo de noche.
  
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*EL FOLCLOR COLOMBIANO / TRADICIONES Y CANTARES DEL TOLIMA / TEXTOS Y DIRECCIÓN: JOSÉ IGNACIO ARCINIEGAS HERRÁN / AUTORES CONSULTADOS: CESÁREO ROCHA CASTILLA (+) GONZALO PARÍS LOZANO (+) / ARREGLOS Y TRANSCRIPCIONES MUSICALES: EFRAÍN ROJAS CASTRO (+) CÉSAR UGUSTO ZAMBRANO R. LIBARDO BARRERO / DIBUJOS ALEGÓRICOS: MAX HENRÍQUEZ (+) DIAGRAMACIÓN Y ARTES: MARTHA ELENA GÓMEZ DE URUEÑA.
RUBÉN DARÍO RAMÍREZ ARBELÁEZ / GERENTE DE LA BENEFICENCIADEL TOLIMA / IBAGUÉ, DICIEMBRE DE 1986


Edición Número 102, Girardot, Septiembre 26 de 2019

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