viernes, 17 de abril de 2020

Edición Número 128, Girardot, Abril 17 de 2020:-JORGE ELIÉCER GAITÁN Y LA MASACRE DE LAS BANANERAS



                                                            Edición Número 128 Girardot, Abril 17 de 2020

JORGE ELIÉCER GAITÁN Y LA MASACRE DE LAS BANANERAS
POR J. A. OSORIO LIZARAZO*

ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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JORGE ELIÉCER GAITÁN
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“… fueron circunstancias que congregaron lo mismo en EL PUERTO FLUVIAL DE GIRARDOT, hasta donde llegaban las naves aéreas que iniciaban los servicios de comunicación rápida entre el Atlántico y la mediterránea capital de Colombia, QUE EN LA ESTACIÓN DEL FERROCARRIL, A LAS MUCHEDUMBRES DE DESVALIDOS QUE VISLUMBRABAN EN ÉL LA POSIBILIDAD DE UNA ESPERANZA REDENTORA”.
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Fue en París donde se enteró de la horrenda matanza de obreros en la zona bananera de Colombia, realizada a fines de 1928. La zona bananera era una vasta concesión territorial de más de doscientas mil hectáreas, junto al mar Caribe, en torno a Santa Marta, la ciudad en donde el genio del Libertador Bolívar se extinguió en la desolación y el fracaso, y había sido entregada por el presidente Reyes en 1905 a la United Fruit Company, sin pago, compromiso ni compensación, llevado de su inmensa amistad hacia los piratas que en aquel tiempo acababan de humillar la soberanía nacional con la mutilación de Panamá. Comprendía aldeas y poblados, ríos y planicies, y aun cuando teóricamente rigiese en ella la ley colombiana, en realidad era una colonia extranjera, una propiedad privada de la United incrustada en el corazón de la república como una afrenta perenne. La empresa concesionaria cargaba de bananos dos veces por semana sus grandes barcos en la bahía de Santa Marta y se llevaba el fragante producto tropical de aquel pequeño dominio, en donde veinticinco mil colombianos padecían un régimen de oprobio y de esclavitud, al mando de capataces gringos que aplicaban reglamentos vejatorios y cuyo arbitrio suplantaba la ley.
Durante años los obreros soportaron aquel despotismo inicuo, sin justicia a la cual apelar, sin autoridad que los respaldase, porque todos estaban comprados por la United Fruit, que aseguraba la adhesión y el respeto de los funcionarios. Hasta que un día agitadores sin gran versación pero con sentimientos humanos, planearon y organizaron una reclamación que comprendía mejores salarios, menos horas de trabajo y algunas prestaciones como compensación del desgarrador agotamiento de las tareas cotidianas. Sobre todo, un trato más decoroso y la supresión de los comisariatos. Los comisariatos son expendios de víveres y artículos de primera necesidad fundados y sostenidos por las compañías estadounidenses que explotan las riquezas de casi todos los países latinoamericanos. Como las compañías son omnipotentes no sólo hasta los linderos de sus concesiones sino algunas veces también fuera de estos límites, los comisariatos adquieren el carácter de monopolios. Los obreros tienen forzosamente que comprar en ellos. Las compañías les venden a crédito y descuentan las deudas de los jornales. Pero como los jornales son ínfimos y los precios excesivos, el obrero está siempre en déficit y no puede adquirir sino lo más indispensable para una vida elemental. Si el obrero se ausenta y queda debiendo, la compañía lo persigue por conducto de jueces y policías complacientes bajo la inculpación de ladrón. Y de esa suerte, la empresa extranjera tiene la certidumbre de un trabajo que se paga con menos de la alimentación, como en la esclavitud, y que es permanente, también como la esclavitud.

La empresa rechazó de plano las peticiones, y el gobierno se apresuró a declarar tan atrevidas aspiraciones fuera de la ley. ¿Cómo iba a tolerar la insolencia de esa chusma, que debía vivir postrada de gratitud, puesto que la magnanimidad de la United Fruit le llenaba la panza, contra los generosos amigos del norte que prestaban su dinero con tan buena voluntad y permitían el progreso que estaba alcanzando el país?

Pero los obreros, presionados por su miseria, no lo entendieron así. En el más profundo repliegue de la entraña popular estaba refugiado el instinto del patriotismo en medio de la concupiscencia y de la relajación moral que profesaban el gobierno y las altas clases sociales. Insistieron en sus aspiraciones y abandonaron el trabajo. La United Fruit solicitó el apoyo oficial porque sus intereses sufrirían serios perjuicios sino se embarcaba a tiempo el banano. El ministro Rengifo vio en la huelga una oportunidad para invertir las energías de su odio aristocrático y se apresuró a calificar la huelga como una revolución comunista, siendo así que los obreros sólo pretendían un aumento de sus salarios miserables, que permitían a la United Fruit distribuir los más espléndidos dividendos entre sus ricos accionistas. Solícitamente, a petición de la compañía, se declaró la zona en estado de sitio y se estableció el régimen militar bajo el comando de un activo e implacable oficial de las guerras civiles, el general Carlos Corté Vargas.


REPRODUCIDO EN ´GENTE MUY REBELDE´
RENÁN VEGA CANTOR/ EDICIONES
 PENSAMIENTO CRITICO/ 2002/ BOGOTÁ.


Se movilizaron más de tres mil hombres a la zona y se establecieron cuarteles en todos los centros poblados. El comando de la ocupación militar recibía sumisamente las quejas de los capataces de la compañía extranjera y ordenaba las detenciones y castigos que éstos les solicitaban. Se trataba de reanudar la recolección y el embarque de las frutas en las mismas condiciones, porque la compañía no tenía intención de atender a las estúpidas exigencias de la chusma en rebeldía, y el comandante militar impartió las órdenes respectivas. Los obreros no acudieron a sus tareas, sino que se reunieron en actitud pasiva en las plazas de las poblaciones situadas dentro de la zona, principalmente en Ciénaga, donde se habían centralizado las autoridades represivas. Cortés Vargas tenía la misión de restablecer el trabajo normal de cualquier manera y dirigió una enérgica arenga a los huelguistas amenazándolos con tomar las más extremas determinaciones si no se apresuraban a despejar la plaza y volver a sus labores. Entonces los obreros se sentaron en el suelo, silenciosos y decididos a la resistencia pasiva. Enfurecido, el general gritó su mandato y las ametralladoras comenzaron a tabletear sobre aquella multitud inerme, que caía, segada como por un huracán.

La misma escena sangrienta se repitió en otras plazas: en Aracataca, en Sevilla y en Fundación, lo mismo que en los pequeños caseríos. Y no contenta con ametrallar a los obreros, la tropa llegaba con ímpetu conquistador y arrasaba las cabañas, maltrataba a las mujeres y a los niños y actuaba como una horda de forajidos. Más de ochocientas víctimas produjo aquella inmolación de un pueblo indefenso, que pedía el mínimo derecho a vivir como compensación de su trabajo en beneficio de la poderosa compañía extranjera. Los cadáveres eran sepultados en fosa común. Ni piedad ni sentimiento humanitario contenían a aquella furia de vándalos. Los capataces de la United Fruit aconsejaban las operaciones y señalaban a los cabecillas de la huelga, cuyos sobrevivientes fueron juzgados por consejos de guerra y sentenciados a penas de veinte años de presidio para aumentar el horror y la irrisión de tan cruel matanza. La compañía quedó satisfecha e hizo públicas manifestaciones de su agradecimiento al comando militar cuando los obreros que quedaron volvieron al trabajo, en las mismas condiciones humilladas y míseras, como el único recurso para salvar la vida. Y sólo en marzo de 1929 fue levantado el estado de sitio, dejando el suelo empurpurado de sangre, y en las cárceles más de cuarenta rebeldes que habían tenido la audacia de clamar su desolación y su miseria. Las familias llorosas escondían su espanto en el silencio.

En señal de reconocimiento por tan señalado servicio, Corté Vargas fue designado director de la policía nacional, para que, en trenado como estaba en el asesinato de multitudes absolutamente indefensas, ayudara a Rengifo a exterminar ese comunismo, que consistía en la indigencia popular en medio del fraude y la desmoralización.

Gaitán llegó a Barranquilla a fines de marzo de 1929, cuando, levantado el estado de sitio en la zona bananera, los <<héroes>> que acababan de asesinar a varios millares de obreros indefensos, culpables de pedir un poco de justicia, se retiraban dejando el recuerdo trágico de su ferocidad en la tierra horadada por los sepulcros comunes, donde se pudrían los cadáveres sacrificados a la complacencia de la compañía extranjera. Y el dolor y la angustia bajo las ametralladoras estaban tan palpitantes e impregnaban de tal modo el ambiente, que Gaitán decidió viajar a la zona, hablar con las viudas, con los huérfanos, con los sobrevivientes de los hogares humildes, condenados al agobiador trabajo infecundo por los fusiles oficiales para que los accionistas yanquis de la United Fruit no sufrieran disminuciones en sus opulentos dividendos.

De Barranquilla a Ciénega, ciudad central de la zona, erigida sobre un angosto e inestable istmo, se viaja por un estrecho brazo del río Magdalena que, alguna vez, en el curso de los milenios, transitó por la inundada planicie de una laguna comunicada con el mar, en cuyas aguas tranquilas se mira la martirizada población. De Ciénaga pate un ferrocarril que cruza en toda su extensión la zona bananera y se dirige por el norte hasta Santa Marta, la ciudad del rancio abolengo convertida en pequeño dominio yanqui, y por el sur hasta Fundación, punto terminal de la inmensa concesión. Ese ferrocarril fue construido por la compañía para movilizar la producción, cuyo valor en promedio era de unos quince millones de dólares anuales, y al fin de la ocupación militar las paralelas de acero transcurría sobre un territorio de dolor y de espanto.

Acompañó a Gaitán en su excursión uno de sus antiguos condiscípulos, Clemente Manuel Zabala, que residía en Barranquilla, donde era redactor de La Nación. El temperamento de Zabala era también de una atormentada sensibilidad social, que le hacía aparecer infecundo cuanto se hiciera con los instrumentos políticos en vigencia y lo había conducido al comunismo teórico que algunos intelectuales se obstinaban en profesar y que constituía un excelente pretexto para que la sanguinaria inspiración del ministro Rengifo extremase su violencia contra los obreros que aspiraban a cualquier mejoramiento. En la zona, la gente no se atrevía a hablar. Envolvía su  terror en el silencio. El breve régimen militar estimuló un espíritu de delación y espionaje para establecer la sinceridad con que los obreros se reintegraban al trabajo y al gozo con que aceptaban seguir sumergidos bajo el despotismo de la compañía. Era difícil encontrar una choza, una de esas miserables viviendas primitivas perdidas bajo la feracidad de los platanales y por cuya ocupación la United Fruit cobraba un arrendamiento, donde el asesinato o el secuestro no hubieran posado su desgarradora sevicia. Pero el temor de las represalias y del regreso de las fuerzas armadas y el recuerdo del estado de sitio sellaba los labios y enmudecían las voces.

Durante quince días Gaitán recorrió la comarca martirizada. No se limitó a visitar las poblaciones esparcidas en la concesión, como Sevilla, Riofrío, Aracataca y Puebloviejo, logrando quebrantar la complicidad de la autoridad y conocer documentos relativos a la ocupación militar, sino que fue a las escondidas cabañas de los trabajadores y escuchó relatos de horror. Y de esta suerte pudo levantar un poco el velo que ocultaba el horrendo crimen, cuya intensidad era desconocida para un público que, por otra parte, manteníase despreocupado y atento a otros acontecimientos. Durante el régimen militar, despótico y violento, los periodistas no pudieron penetrar en la zona, y el comando enviaba algunas informaciones embusteras en las cuales calificaba de bandidos a los obreros y ocultaba el número de muertos caídos bajo las ametralladoras oficiales. La cuantía de los asesinatos se había disminuido con este procedimiento, y sólo cuando Gaitán obtuvo informaciones directas se pudo apreciar la implacable ferocidad de horda huna con que se había pacificado la zona.

Zabala relató en La Nación el resultado de las investigaciones de Gaitán y sólo entonces tuvo el país el pleno conocimiento de lo que acababa de ocurrir en la zona bananera, y un estremecimiento de horror impregnó el ambiente nacional. Y anunció, además, que Gaitán se haría elegir representante al Congreso en los comicios que se efectuarían un mes más tarde, para denunciar desde la tribuna parlamentaria la sangrienta verdad que deshonraba para siempre el régimen de homicidas que encabezaba Abadía Méndez.

Sólo entonces, provisto de cuanta documentación le fue dado conseguir, Gaitán continuó su regreso a Bogotá. Sus actividades en la costa, la premura con que antepuso su inquietud por la justicia a los efectos sentimentales que lo conducían a la capital, la intensidad del drama cuya intimidad llevaba consigo, sus cuantiosos éxitos como estudiante y el recuerdo de su desvelado amor por las clases populares fueron circunstancias que congregaron lo mismo en EL PUERTO FLUVIAL DE GIRARDOT, hasta donde llegaban las naves aéreas que iniciaban los servicios de comunicación rápida entre el Atlántico y la mediterránea capital de Colombia, QUE EN LA ESTACIÓN DEL FERROCARRIL, A LAS MUCHEDUMBRES DE DESVALIDOS QUE VISLUMBRABAN EN ÉL LA POSIBILIDAD DE UNA ESPERANZA REDENTORA.

Su regreso fue, hasta cierto punto, triunfal. No se presentaba como uno de esos viajeros turistas, que traen en sus maletas con etiquetas de costosos hoteles y en los ojos la nostalgia de refinamientos entrevistos o gozados, y que suelen acendrar, en el contacto con las exquisitas civilizaciones europeas, el menosprecio a la plebe y la exaltación de las jerarquías. Ni tampoco como uno de los peregrinos tristes que anduvieron en la angustia y en la penuria y que, si cumplieron un propósito o una aspiración, el esfuerzo los dejó quebrantados para el resto de sus días. Estaba intacto el caudal de su energía y su ambición adquirió relieve y precisión. Ninguna de las impresiones que forjaron su conciencia y su temperamento se había debilitado. Y en la escuela de los grandes oradores del fascismo había aprendido la oportunidad del ademán, la importancia que tiene el caudal de la voz, la imponencia convincente del tono y la necesidad de la actitud teatral, que es indispensable practicar con desenfado y naturalidad. Su vocación oratoria, que se exasperaba enfrente de una multitud, había ascendido desde el instinto vocacional a la categoría de una acción tan deliberada y cuidadosa como el trabajo de un actor.

LO MISMO EN GIRARDOT que en Bogotá, LOGRÓ PRODUCIR UNA SENSACIÓN DE FIRMEZA Y DE VIGOR COMBATIVO CON LOS DISCURSOS QUE PRONUNCIÓ ANTE LAS RECEPCIONES, PREPARADAS CON SINGULAR HABILIDAD POR LA OPORTUNIDAD Y EFICACIA DE CIERTAS INFORMACIONES PERIODÍSTICAS QUE LO REPRESENTABAN COMO A UN APÓSTOL IRACUNDO QUE TRAÍA SU GRITO CONDENATORIO CONTRA LA INEQUIDAD y estaba de tal suerte entregado a sus compromisos con la justicia, que posponía el placer de sus emociones doméstica a los supremos intereses de los humillados exaltó la necesidad de que el pueblo rompiese su inercia y se lanzara con denuedo incontenible a la lucha, porque su actitud dócil y pasiva era lo que colocaba la puntería en las balas oficiales y lo que había sembrado de sepulcros el territorio nacional, en todas las épocas. Juró otra vez consagrar la totalidad de su vida a la empresa de dignificación humana y pidió la confianza popular para que le diese su representación ante el congreso.
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*GAITÁN VIDA, MUERTE Y PERMANENTE PRESENCIA / J. A. OSORIO LIZARAZO / EL ÁNCORA EDITORES / BOGOTÁ / 1998

Edición Número 128, Girardot, Abril 17 de 2020

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