jueves, 14 de mayo de 2020

Edición Número 131, Girardot, Mayo 14 de 2020:-CÓMO FUE LA ELECCIÓN DE JOSÉ HILARIO LÓPEZ



                                                            Edición Número 131 Girardot, Mayo 14 de 2020


CÓMO FUE LA ELECCIÓN DE JOSÉ HILARIO LÓPEZ (1849)

POR  MILTON PUENTES*


anibalvillanavarro.blogspot.com.co // facebook: Girardot Eterna



 
Todo el programa de los gólgotas era un bellísimo anhelo de liberalidad y de justicia: ataque a la feudalidad, abolición total de la esclavitud y destinación de una partida para comprar y manumitir los esclavos colombianos enviados al Perú; libertad absoluta de imprenta; total abrogación de la pena capital; admisión del divorcio; establecimiento del matrimonio civil; implantación del impuesto directo y progresivo; terminación de la prisión por deudas; eliminación de las disposiciones sobre vergüenza pública; invalidación de monopolios; terminación de los estancos de tabaco; anulación de los diezmos y primicias; prohibición de las sociedades religiosas, beligerantes en política; sometimiento completo del clero a las disposiciones civiles; extirpación en el trato oficial de las palabras Excelencia, Señoría, Ilustrísimo, para poner en cambio el sencillo y democrático vocablo de Ciudadano; y el implanta miento del sufragio universal y secreto. Toda esta plataforma política se realiza en el gobierno de López a excepción de lo relacionado con la pena de muerte, la que solo se deroga entonces para los delitos políticos, pero que en la constitución del 63 queda extinguida por completo.


Indudablemente en la sesión del 7 de marzo hubo una barra liberal apasionada, que gritaba y pedía el triunfo de López, pero esa actitud no era una amenaza de asesinato para los conservadores que no votaran por el candidato liberal. Y esto es tan verídico que al haber sido verdad la de que los conservadores se hubieran visto impedidos a votar por su candidato, porque iban a ser asesinados por un populacho ensoberbecido, entonces todos o la mayoría habrían votado por López, y la votación demuestra que por Cuervo hubo 39 votos. El triunfo de López fue justo. El congreso de 1849 jamás aseveró nada en contrario. El candidato liberal había obtenido la mayoría de sufragios en las elecciones populares o cantonales, y la misma presencia, en el recinto del templo, de un enorme público que pedía su elección, es la demostración más palpable de que era el candidato más popular.

Mas si fuere verdad la afirmación de que hubo intimidación al congreso, la responsabilidad no la tendría el liberalismo, porque en el poder estaba en ese tiempo el partido conservador, y frente al templo había ese día un batallón del ejército, para hacer guardar el orden; y dentro del mismo recinto en que estaba reunido el congreso se halla el propio gobernador del departamento, un notable y valeroso jefe conservador, y era al gobierno a quien le tocaba dar las garantías necesarias que ampararan la vida, la seguridad y la libertad de elección de los diputados conservadores, tanto más cuanto el doctor Cuervo era candidato oficial, firmemente sostenido por el autoritarismo arrogante del general Mosquera, presidente de la república.

El 20 de julio es una consecuencia de la Revolución Francesa. El 7 de marzo es una derivación de la tempestad Política del 48 en Francia.

Así como la historia universal tiene sus instantes culminantes o cruciales, tales como la introducción del calendario egipcio, la muerte de Buda, la muerte de Confucio, la muerte de Sócrates, la muerte de Cesar, el nacimiento de Jesús, la muerte de Mahoma, el descubrimiento de la imprenta, la hazaña de Colón, la conclusiones de Watt sobre el vapor, la Revolución Francesa; así también nuestra historia tiene sus fechas estelares, como esta del 7 de marzo, que es el principio de la gran revolución civil que cancela las ultimas transcendentales instituciones retrogradas de la Colonia.

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La victoria de López levantó un enorme entusiasmo liberal en todo el país. Corrieron luego decires y consejas de que el gobierno no dejaría posesionar al nuevo presidente, y hasta hubo constantes insinuaciones de algunos jefes conservadores para que no se le entregara el poder; pero nada pasó. Mosquera, como un gran repúblico y como un auténtico magistrado, le entregó la dirección del país al mandatario liberal y desde el día mismo de su elección se mostró complacido con su triunfo.

La entrega del poder fue un hermoso y nobilísimo gesto republicano del partido conservador, cuyo gobierno no quiso oponer resistencia alguna a la alternabilidad pacífica de los partidos en la administración del país. López, para corresponder a esa actitud, deseó hacer un gobierno mixto, como el de concentración de Olaya Herrera, y llamar a los dos partidos para que unidos laborara por los comunes intereses de la nacionalidad. Pero también, como en el gobierno de Olaya, surgieron los periodistas conservadores, injustos, cáusticos y fieros, que lo cubrieron de baldón y de ludibrio y que con su mala política echaron a perder sus programas mixtos
de administración.





López se rodea entonces, para su gobierno, de una juventud ardorosamente revolucionaria, pero inexperta en la dirección del
Estado y con ella hace una de las administraciones más trascendentales de la historia política del país, aunque recibió el mando con un fisco arruinado y un parlamento de mayoría conservadora, que le hizo en los comienzos de su gobierno una sistemática oposición. Las reformas más audaces de que haya memoria en la vida de Colombia, se realizan en su gobierno. Con motivo de las oleadas de calor revolucionario y de reivindicaciones sociales que venían de Europa, por la revolución del 48 en Francia, la juventud liberal de esos días, como ya se dijo, forma una fuerza impetuosa y acometedora. Su familiaridad intelectual con Zorrilla, Espronceda, Bermúdez de Castro, Alejandro Dumas, Walter Scott, Eugenio Sue, Lamartine, Victor Hugo, Ledru-Rollin, Proudhon, y especialmente con Luis Blanc, jefe de la escuela socialista en esos días, la hace materialista y positivista, y romántica y soñadora, y a la vez la torna mitad liberal y mitad socialista. Es una juventud más que toda demoledora, que desea pasar como un gigantesco tanque de guerra venciendo los últimos fortines coloniales. Así como el cóndor joven que en la oquedad inaccesible de la roca quiere ver sus alones vestidos pronto de plumajes para lanzarse al espacio infinito, así esa juventud deseaba una libertad ciudadana sin límites y una legislación fundamentada en la justicia social, que hicieran sentir a la personalidad humana todo el poder de sus atributos espirituales, morales y económicos.

Y como las reformas que era necesario efectuar revestían trascendencia extraordinaria, esa juventud formó un equipo del avanzada del liberalismo, una desvelada vanguardia preocupada encontrar nuevas fórmulas de justicia que elevaran a los humildes que igualaran a los hombres en sus relaciones jurídicas, que dieran a las instituciones del Estado más humana comprensión y que atenuaran un tanto la influencia clerical que Herrán había introducido en el gobierno, porque consideraba que esa influencia era retrógrada y dañina en el desarrollo de la república. Esa vanguardia liberal, esos "'dadores del derecho", ese equipo audazmente revolucionario, fue lo que los "Draconianos" y el doctor Mariano Ospina bautizaron con el nombre de "Gólgotas", porque José María Samper, uno de ellos, se refería con frecuencia en sus discursos y en sus escritos al divino taumaturgo crucificado en el Gólgota, al que presentaba como al revolucionario más grande de la humanidad, por sus enseñanzas de ensalzamiento de los débiles, de humillación de los poderosos y por sus deseos de implantar una nueva ley de justicia y de amor.

Los gólgotas representan en el liberalismo de esos días una fuerza nueva, de características revolucionarias verdaderamente desconcertantes. Era una corriente muy parecida a la que en esos mismos días llenaba de vibraciones civiles a Chile y la Argentina e influida también por la Francia del 48. Los gólgotas brujulean los altos destinos nacionales y son oradores de una violencia verbal que baja hasta les multitudes en huracanados remolinos de demagogia. El liberalismo atemperado, parsimonioso, austero y tranquilo de los viejos herederos de Santander, es un río manso y lento comparado con ese torrente espumajoso y devastador de los gólgotas. Los liberales
que en tiempo del Hombre de las Leyes aparecían como unos ilusos y como unos exagerados, por sus anhelos de transformación del país, en este año de 1849, en el que la Nueva Granada recibió de Francia el reflejo ardoroso de una revolución de tipo socialista, son ya una corriente atrasada y tímida y una generación fosilizada y ataráxica.

Los gólgotas eran la segunda generación republicana y el principio del futuro radicalismo, y comprendían que la republica no podía continuar viviendo la cultura de
Grecia y de Roma, fundamentada en el trabajo esclavista; ni la cultura judeo-cristiana, que imponía el trabajo como el duro castigo por la maldición al primer hombre, trabajo que era como dura anilla de dolores, indispensable para la salvación eterna. Los gólgotas deseaban establecer una nueva cultura dinámica, embellecida por la ciencia, la moral y el arte, cimentada en el trabajo libre, ennoblecedor y justamente remunerado, que no mediatice al proletariado ni permita que se hipertrofie su espíritu; ellos querían una cultura así y que fuera la cultura de los pueblos nuevos, de las democracias jóvenes de América.

El país vivía entonces casi su antigua vida colonial; las
pocas conquistas alcanzadas en los sistemas de gobierno y en la libertad de enseñanza habían sido en gran parte amenguadas en el gobierno reaccionario de Herrán. La Constitución liberal de 1832 había sido reemplazada por la retardataria del 43. Pero ya no es el concepto abstracto de los derechos del hombre, ni el de la libertad, la igualdad y la fraternidad los que alientan e iluminan a los nuevos demagogos del 49. Es también un concepto más profundo, más materialista, más real. Es el de la obligación de la sociedad y del Estado de velar por la condición de inferioridad económica de los desheredados. Hay en las nuevas teorías de los gólgotas una amalgama de las románticas doctrinas liberales y las frías calculaciones económicas de Carlos Marx. Predican el amor fraternal a las clases menesterosas y al mismo tiempo les gritan a estas clases que deben adquirir una conciencia de su estado social y prepararse para una fiera lucha contra los que las exp1otan y las oprimen. Muy bellas eran sus teorías generosas, pero propensas a las más tremendas conmociones políticas, porque las sociedades humanas tienen, como la naturaleza, sus alturas y sus abismales profundidades, y cuando la furia interna las sacude vienen los cataclismos sociales, o los geológicos.

En esa hora la misión elemental del liberalismo no está todavía cumplida. Existen instituciones bárbaras como la de la esclavitud y la prisión por deudas; más la ilusión de los gólgotas los lleva a predicarle a los proletarios y artesanos las primeras doctrinas sociales de lucha de clases y de conquistas económicas, que rompan la estática y la dinámica social existentes. Los dos credos, el liberal y el socialista, bullen en la mente de los nuevos apóstoles, en una confusión iluminada y demoledora, cuyos relámpagos sucesivos y continuos alumbran la noche semicolonial en que todavía vive la república.

Posiblemente en ese momento los gólgotas eran más socialista que liberales y, de este modo, se preocupaban más por los principios que por la realidad. Eran ellos burgueses capitalistas y hasta de distinguida condición nativa; pero no por estas circunstancias dejaban de sentir los fermentos revulsivos de su política. Los grandes apóstoles marxistas no son hijos de las clases humildes. Carlos Marx era un universitario burgués; el socialista
inglés Roberto Owen era un industrial poderoso; y el comunista francés Claudio Enrique Saint Simon era un conde filósofo. Los gólgotas, como todos los socialistas, eran subjetivamente sinceros. No eran marxistas como los socialistas contemporáneos, los que sin gustarles en gran parte marxismo, se agarran a él para no dejarse arrebatar de los comunistas la ortodoxia marxista, la cual estipula que sólo los vientos económicos son los únicos que han movido los mares humanos a través de toda la historia.

El radicalismo o golgotismo de 1850, era, según el gólgota Samper, "una mezcla extraña de las más adelantadas doctrinas liberales, conformes a la escuela economista, o de algunas vagas concepciones, o más bien declamaciones, de un socialismo democrático mal comprendido y digerido, consistente más en el lenguaje y el estilo que en las ideas y los hechos".

Los gólgotas estaban inspirados — como la generación revolucionaria de la Independencia — en el postulado liberal de conseguir para todos los hombres, plenos derechos individuales y libre iniciativa para desarrollarlos.

Los gólgotas se adueñan del congreso, se filtran en todas las esferas del gobierno de López, y una de sus principales medidas es la de sujetar al clero a terminantes disposiciones civiles. La politiquería de muchos sacerdotes, obligaba a estos noveles parlamentarios a dictar ásperas leyes anticlericales, que agriaron notablemente las relaciones entre el partido liberal y la Iglesia y que fueron después uno de los motivos para la abolición del Patronato.

Los gólgotas son unos ilusos, pero tienen también posiciones políticas científicas e irrebatibles. Por ejemplo, sus campañas anti latifundistas. El problema de la tierra era en esos días extraordinariamente grave. Los latifundios de 5
.000 o más fanegadas de tierras ociosas o improductivas eran muy comunes en todas partes. Una torpe disposición de 1838 autorizó a los indígenas para que vendieran, si lo deseaban, sus tierras o resguardos. Y esta pobre e ignorante gente malbarató sus tradicionales heredades, y de ellas se adueñaron los gamonales de las provincias y los grandes señores de las ciudades. Y esas tierras, antes cultivadas intensivamente por los indios, se convierten, en manos de los nuevos dueños, en dehesas de ganados o en feudos improductivos, y los indios desposeídos tienen que emigrar a las tierras calientes e insalubres, en las que mueren por el colera morbo y la fiebre amarilla. En solo tres meses del año 49 el cólera mata más de 20,000 personas.

De manera que sobre esa economía agraria y latifundista, de 1849, se estructuraba una política sumamente difícil de cambiar. El feudalismo de la iglesia y el feudalismo laico eran insalvable obstáculo para el progreso económico y político de la Nueva Granada. Los gólgotas examinan la situación del país y plantean su postulado científico: En las regiones de la república, donde la tierra está más dividida, hay mayor progreso; luego se debe dividir la tierra,
se debe acabar los latifundios. Y principian entonces su poderosa campaña contra el feudalismo nacional. Preparan primero psicológicamente al mismo partido liberal para la gran reforma y luego, desde el ejecutivo y desde el Congreso, inician su desarrollo.

Sin la subdivisión de la propiedad agraria ante la ausencia, tanto
de ayer como de hoy, de grandes empresas agrícolas, el pueblo colombiano continuará siendo un triste conglomerado enfermizo. No tiene gran porvenir las naciones en donde escasean los principales alimentos. Un puñado de trabajadores montañeses, bien alimentados, hizo la independencia de Suiza, libertándola de Austria; 250 millones de indostanes, mal alimentados, no han podido libertarse de Inglaterra; y 500 millones de chinos hambrientos están siendo minados por 60 millones de japoneses hartos.

Había entre los gólgotas hombres verdaderamente extraordinarios, que al tratar problemas, como este de la tierra, se remontaban a críticas históricas y científicas, sumamente profundas y de una audacia sorprendente. Inserto las opiniones del
gólgota doctor Salvador Camacho Roldán, escritas en 1860, para que se vea que eran ellas de alcances enteramente proudhonianos: “Es la propiedad territorial – dice Camacho Roldan – una institución absoluta, anterior y superior a la razón humana, que como los misterios de la religión, tengan un origen y fundamentos que no pueden discutirse ni averiguarse? No: la propiedad es un principio humano, hijo de la sociedad civil, institución nacida en tiempos de civilización, establecida y asegurada en virtud de la conveniencia general y sujeta al examen y a la revisión que la misma conveniencia universal puede exigir. La propiedad de la tierra no fue la primera de las propiedades establecidas: la tierra existía desde el primer día de la creación y suministró espontáneamente a las tribus errantes de la primera época de la raza humana los frutos de los árboles, los pescados de los ríos y la carne de los animales de sus bosques. Hasta entonces tenía y debía tener su carácter de inapropiable. Cuando se notó que los productos de la tierra eran muy limitados, pero que el cultivo podía hacerlos indefinidos, entonces principió a ser apropiada: apropiada por un año, por la duración de la labranza, durante la explotación pasajera de la tribu. Por consiguiente: La necesidad de aumentar, por medio del cultivo, los frutos de la tierra, es, pues, el único origen de la propiedad raíz". 

Se ve claramente cómo Camacho Roldán, aun serenado por los Etilos, tiene todavía sus fermentos golgotianos y considera la legitimidad de la propiedad de la tierra, no en sus principios sino en sus fines, es decir, en la obligación de servir. No cree que la propiedad deba ser abusiva y absoluta, sino útil. Toda la política de les gólgotas, relacionada con la tierra, estaba inspirada en el principio de Proudhon: "La propiedad feudal no engendra nunca una República; y recíprocamente una República que deje
convertirse el alodio es feudo, que establezca en lugar de la propiedad el comunismo eslavo, no subsistirá; se convertirá en autocracia".

La política sobre tierra, de los gólgotas, inspirada en el
deseo de alejar al hombre de la ciudad para hacerlo pegujalero o terrazguero, es idéntica a la que predicaba ochenta años más tarde el eras ideólogo liberal, doctor Alejandro López, considerado como uno de los expositores de ideologías liberales más versados, del presente siglo. Esa política va dirigida contra el latifundio y pide su parcelación para establecer el cultivo intensivo y aislado, o también intervenido o colectivizado. No quiere esa política agraria de que cerca de las grandes ciudades existan criaderos de ganados, sino que las tierras ocupadas en esta industria se dividan en parcelas de dos a cinco (anegadas y se les vendan con facilidades de pago a las familias que viven en los infectos tugurios de las ciudades, para que así se formen los grandes barrios-granjas y en vez de dedicar una anegada de tierra para el sostenimiento de una vaca, se destine para un cultive científico, capaz de sostener una familia.

La reforma agraria de 1850, llevada a cabo por los gólgotas, fue desgraciadamente incompleta, y tenía que suceder así, debido a las insalvables resistencias económicas y sociales que siempre tendrá el país para desarrollar una economía agraria ordenada, intensiva, popular y científica. Pero los gólgotas tuvieron el propósito firme y sincero de resolver el magno problema de la tierra, el más grande de todos los problemas en un país rígidamente agrícola como Colombia, cuya economía seguirá por mucho tiempo siendo geófaga, es decir, alimentada de la tierra.

Todo el programa de los gólgotas era un bellísimo anhelo de liberalidad y de justicia: ataque a la feudalidad, abolición total de la esclavitud y destinación de una partida para comprar y manumitir los esclavos colombianos enviados al Perú; libertad absoluta de imprenta; total abrogación de la pena capital; admisión del divorcio; establecimiento del matrimonio civil; implantación del impuesto directo y progresivo; terminación de la prisión por deudas; eliminación de las disposiciones sobre vergüenza pública; invalidación de monopolios; terminación de los estancos de tabaco; anulación de los diezmos y primicias; prohibición de las sociedades religiosas, beligerantes en política; sometimiento completo del clero a las disposiciones civiles; extirpación en el trato oficial de las palabras Excelencia, Señoría, Ilustrísimo, para poner en cambio el sencillo y democrático vocablo de Ciudadano; y el implanta miento del sufragio universal y secreto. Toda esta plataforma política se realiza en el gobierno de López a excepción de lo relacionado con la pena de muerte, la que solo se deroga entonces para los delitos políticos, pero que en la constitución del 63 queda extinguida por completo.

Los jesuitas fueron entonces expulsados del país, por el decreto de 18 de mayo de 1850; lo mismo que algunos altos personajes del clero, que no quisieron someterse a las leyes civiles, entre ellos el arzobispo Mosquera, La expulsión de los jesuitas se hizo casi por el querer general de la nacionalidad. La Nueva Granada estaba cansada con ese constante trepidar de luchas religiosas, y a los jesuitas se les consideraba responsables de ese estado social, debido a las maquinaciones de su política habilidosa y maquiavélica, infidente y artificiosa, que ya había dado lugar a que el Papa
Benedicto XIV suprimiera tal comunidad.

El presidente López, antes de tomar esta medida, había recibido innumerables comunicaciones de todas las secciones de la república, para que se
llevara a cabo la expulsión, lo mismo que varias excitaciones del congreso, la expresión del voto unánime del consejo de gobierno y la opinión favorable de muy respetables sacerdotes. "Entre estas varias opiniones — dice don Victoriano de Diego Paredes — estaban las del padre Manuel F. Saavedra y otros, quienes opinaron sin vacilación en favor de la medida, aduciendo razones de mucho peso".

El padre Saavedra era un sabio sacerdote. Posiblemente él, con el canónigo Guerra y el presbítero Margallo, eran la trilogía de predicadores más interesante de esos tiempos. Saavedra era un teólogo profundo, Margallo un orador sencillo, vehemente y elocuentísimo; y Guerra un castizo de altas disciplinas literarias. Refiriéndose a la traída de los jesuitas al país, para entregarles la educación de la juventud y la misión católica social, decía el padre Saavedra que "era ese un hecho afrentoso para el clero nacional, por cuanto envolvía el reconocimiento implícito de la completa incapacidad de nuestro clero católico". Y que se "sentía vejado, humillado, como sacerdote y colombiano, por la presencia de la Compañía de Jesús en el país".



EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS
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De manera que el gobierno de López al desterrar a los jesuitas se inspiraba más que todo en los deseos de los sacerdotes colombianos. Era verdad que los jesuitas eran aliados públicos o secretos del partido conservador y que la educación de la juventud en sus manos era perjudicial para los intereses liberales, porque su influencia siempre será adversa al desarrollo del pensamiento libre, pero el liberalismo ha debido ser más tolerante con ellos y evitar su extrañamiento, aunque lo quisiera el mismo clero colombiano, porque eran también propagadores de cultura y porque un partido que tiene como cánones de su doctrina la tolerancia, la libertad religiosa, la de pensar, la de obrar y la de disentir, solo debe emplear medidas extremas que coaccionen o limiten esas libertades en casos en que
esté de por medio la integridad patria.

El partido del libre examen debe obrar, en cuanto se pueda, con el apotegma de Voltaire: “Usted tiene ideas de que yo abomino; pero daría, gustoso mi vida para que usted pueda ejercer siempre el derecho de exponerlas”.

Para conseguir la abolición de la esclavitud, les
tocó a los gólgotas enfrentarse bravamente a los conservadores del congreso. Los debates fueron candentes y grandiosos. La juventud liberal atacaba, con apostólica entereza, ese rezago vergonzoso de la Colonia, y los conservadores, con dos o tres excepciones, lo defendían con fervor y apasionamiento. Y por proclamar la manumisión de los esclavos, los conservadores les decían a los gólgotas que eran “comunistas” y “salteadores de la propiedad” y “rojos libertinos”. Y así se les clasificaba aunque esclavos que se libertaban iban a ser pagados con fondos del gobierno nacional, y cuando hasta por las sumas que no podían pagarse inmediatamente se ofrecían intereses del 6 por 100 anual.

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La política económico-social de López no la pudieron soportar los conservadores y, dirigidos por don Mariano Ospina, se lanzaron a la guerra de 1851. Fue esta una tragedia bélica corta y fulgurante. Las fuerzas conservadoras del Cauca estaban comandadas por Julio Arboleda, y fueron vencidas en Buesaco por el general Manuel María Franco; las guerrillas de Guasca, que comandaba don Pastor Ospina, fueron derrotadas por el coronel gobiernistas, Evaristo
Latorre; los ejércitos conservadores del Tolima, que comandaban los señores Diego y Mateo Viana, y Francisco y Domingo Caicedo, también fueron derrotados en la primera batalla de Garrapata, por las tropas que comandaba el coronel Rafael Mendoza; y las fuerzas revolucionarias de Antioquia, dirigidas por el general Eusebio Borrero, fueron apabulladas en la batalla de Rionegro, por el ejército liberal al mando del general Tomás Herrera.

Esta guerra del 51 ha querido justificarla el partido conservador, asegurando que en ese año se habían acabado en el país todas las libertades ciudadanas. Sin embargo, reproduzco un artículo periodístico que salió en esos días en “El Clamor”, de Popayán, y que fue reproducido en “La Civilización”, de Bogota, ambos importantísimos hebdomadarios conservadores, para que se vea cada quien tenía plenos derechos para escribir lo que deseara y que el partido conservador tenia libertad hasta para proclamar la desmembración patria, a cambio de una ayuda para derrocar el gobierno liberal.

Decían así ambos periódicos: “La Nueva Granada esta hoy dividida en dos partidos que se disputan el poder con empeño; el partido gobernante está debilitado por los
vicios, y el gobierno se ha hecho odioso a la nación por su tiranía, por sus abusos y sus atentados.

“Pero entre tanto, el Ecuador acaba de consolidarse y es fuerte por su situación; el Ecuador acaba de consolidarse y es fuerte por situación; el Ecuador está amenazado de una guerra de parte de la Nueva Granada, por la cuestión jesuitas; el Ecuador necesita procurarse una mejor frontera por el lado d
e Carchi; el Ecuador podría acometer a la Nueva Granada, seguro de la debilidad del gobierno de ésta, y de que el partido conservador permanecería inerte en la contienda; el Ecuador, en fin, encontraría fácil la ocupación de las provincias del sur de la Nueva Granada”.

Al dedicarme a escribir esta historia me he impuesto el inexorable deber de ser
imparcial y verídico y sin emplear vulgares recriminaciones, ingratas y estériles; pero pienso que ante los ojos conservadores no lo parezca. Es imposible escribir una historia política del país que se considere por los partidos limpia de parcialidad. Y es que los documentos que se encuentran son ferozmente dispares y parcializados. Qué hace, por ejemplo, el historiador futuro, que revise dentro de cien años la colección de “El Tiempo” y la de “El Siglo”, correspondiente a 1933, y tropiece con que el primer diario dice que el presidente Enrique Olaya Herrera “fue un magistrado probo, sereno, justo y bondadoso”, y luego encuentre las opiniones del segundo diario, que afirma que el mismo presidente “fue un bandido, un asesino ebrio de sangre, responsable de las muertes de 6000 conservadores, ultimados villanamente por su orden?” Y así son todos los papeles de nuestra historia.

Quée puede hacer entonces el pobre historiador? Si dice “si”, es parcial; y si dice “no”, también lo es. Sin embargo, hay documentos que sirven para orientarse inequívocamente, como este artículo de “El Clamor” y “La Civilización”, preinserto, y que justifica plenamente lo que en el año de 1941 me decía en una ocasión el maestro Max grillo, serenísima cumbre de la intelectualidad colombiana: “Si entre el partido liberal y el partido conservador no existiera la diferencia de que el partido liberal ha puesto siempre a la Patria por encima de todos los demás intereses, yo sería conservador”.

La desmembración de Panamá, en 1903, que
llevó a proferir al presidente conservador de entonces, don José Manuel Marroquín, aquella frase de macabro e irreverente humor, “de que había recibido una patria y entregaba dos”; la solicitud que el mismo gobierno de Marroquín hizo al gobierno de los Estados Unidos, en 1902, para que mandara tropas contra los revolucionarios liberales del Istmo, solicitud que hizo vibrar de indignación a todo el partido liberal y a patriotas conservadores, como José Vicente Concha y Carlos Martínez Silva; el pedimento que los defensores conservadores de Cartagena hicieron en la guerra de 85 a la fragata estadounidense, Powhattam, para que se parcializara en favor de ellos y en contra de la revolución liberal, y la solicitud que en esa misma guerra efectuó el gobierno de Núñez a los yanquis para que atacaran a los liberales en Panamá; la solicitud que el general Pedro Alcántara Herrán hizo al gobierno de Washington, para que interviniera en los asuntos internos de la política de la Unión Colombiana y ocupara con tropas el Istmo de Panamá, solicitud que está publicada en el numero 1° del “Continental” de Nueva York, del 1° de enero de 1863; la confabulación que el gobierno de don Mariano Ospina hizo con el gobierno godo de Venezuela, para que en la guerra del 60, soldados de ese país atacaran a los liberales colombianos; lo sucedido en esta guerra de 1851; el haber traído Herrán y Mosquera, en la guerra del 40, al presidente ecuatoriano Flórez con 1200 soldados de ese país para combatir a los ejércitos colombianos de Obando y ofrecido luego la provincia de Pasto al Ecuador como pago de esa intervención; y las gestiones que algunas figuras del futuro partido conservador hicieron en 1829, a los gobiernos de Francia e Inglaterra, para que establecieran una monarquía en la Nueva Granada, gestiones que merecieron la indignación de Bolívar, todas esas acciones apátridas, le dan un fondo profundo y sombrío a la desgarradora declaración del preclaro maestro Grillo.

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SAN BASILIO DE PALENQUE (BOLÍVAR).
MONUMENTO  A LA LIBERACIÓN DE LOS ESCLAVOS.




Al terminar el gobierno del general López, el partido liberal está profundamente dividido. De una parte están los gólgotas, generación venida a la vida entre los años 1820 a 1830. Estos jóvenes pensaban que todas las cosas se podían hacer solo con buena voluntad generosidad. No querían el ejército, por ser expresión de fuerza y de matanza; tenían la mente libre de recuerdos de dolorimiento y de rencor, porque no habían estado en las guerras, ni habían presenciado fusilamientos, ni habían probado la vida dura y terrible del ostracismo. Tenían el corazón limpio de odios y las manos intocadas de sangre. Era una generación parecida a la que nació en Colombia después dela guerra de los mil días. Con un leve desprecio por los hombre
s heroicos, por los veteranos, por los que fueron al campo de batalla a cosechar las libertades de que hoy disfruta la república.

Los gólgotas, además de fundar las Sociedades Democráticas, que eran clubes políticos integrados por artesanos, parecidos a lo que hoy se llama un Sindicato, organizan también, en 1850, una sociedad de intelectuales, que se llama La Escuela Republicana, que agrupa a la mayoría de los políticos del futuro radicalismo, y en la que se iniciaban y gestaban los grandes movimientos políticos. A esta sociedad concurrían jóvenes como Santiago y Felipe Pérez, Salvador Camacho
Roldán, Aníbal Galindo, Santos Gutiérrez, Santos Acosta, José María Samper, Teodoro Valenzuela, Eustorgio Salgar, Felipe Zapata, Ramón Gómez, Camilo A. Echeverri, Francisco E. Álvarez, José María Rojas Garrido, Foción Soto, Manuel Murillo Toro, Froilán Largacha, Juan Agustín Uricoechea, Sergio Camargo, Francisco Javier Zaldúa, Antonio María Pradilla, los Arosemenas, José María Plata, Rafael Núñez, Victoriano de Diego Paredes, Tomás Herrera, Ricardo Vanegas, José María Vergara, José Araujo, Antonio González Carazo, Cañarete, N. Flórez y muchos más.

La otra fracción en que estaba dividido el liberalismo era la de los “Draconianos”, llamados así por los gólgotas, porque eran partidarios de la pena de muerte para aplicársela a los conservadores, en la misma
forma en que estos se la habían aplicado a los liberales. Los draconianos no habían tomado parte en el gobierno de López, y consideraban imprudentes e ilusas muchas de las medidas adoptadas por esa administración. Eran todos viejos luchadores de la independencia, creían más en la eficacia del ejército que en las teorías, sabían de los dolores de la guerra y se sentían tocados por los deseos de vengarse de sus antiguos perseguidores de las administraciones de Herrán y Mosquera. En esa corriente de los draconianos estaban José María Obando, Obaldía, Juan N. Azuero, Vicente Lombana, Valerio F. Barriga, Lleras, Obregón, J. A. Gómez, Mercado, Mantilla, Patrocinio Cuéllar y otros.

El partido conservador estaba en esos días unido, y sus juventudes, lo mismo que los gólgotas, se interesaban vivamente por los problemas del espíritu y eran partidarios también de los principios democráticos y de la organización republicana del país. Se diferenciaban de los gólgotas en que miraban complacidamente la intervención del clero en la política y zahareñamente las trasformaciones radicales, audaces y libérrimas de éstos. Esa juventud conservadora funda también su sociedad política, llamada Filotémica, y a ella asisten los Holguines, Manuel María Medina, José María Pinzón, Fortunato Cabal, Belizario Lozada, Juan E. Zambrano, Joaquín F. Vélez y otros muchos. Además de la Filotémica, y para contrarrestar la acción de las Democráticas, organiza la juventud conservadora los clubes políticos, llamados "Católico-Populares" e integrados por artesanos conservadores.


Ahora, cuando entra el general José María Obando a gobernar el país, después de la administración López, los gólgotas no toman parte en su gobierno, se retiran a trabajar desde los periódicos. En 1860 algunos de ellos se incorporan en el movimiento político de Mosquera, formado por algunos conservadores amigos suyos y un poderoso cuadro liberal. El último grupo de los gólgotas terminó en 1872, cuando se organizó definitivamente la fracción liberal llamada Radicalismo en cuyas filas se adscribieron.
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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*MILTON PUENTES / HISTORIA DEL PARTIDO LIBERAL COLOMBIANO / TALLERES GRAFICOS MUNDO AL DIA / BOGOTA /1942
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OPINIÓN DE SIMÓN BOLÍVAR SOBRE JOSÉ HILARIO LÓPEZ VALDÉS:

En el “Diario de Bucaramanga”: “José Hilario López es un hombre sin delicadeza y sin honor, un malvado, un fanfarrón ridículo lleno de viento y de vanidad, es un verdadero Quijote. Lo poco que ha leído, lo poco que sabe, le hace creer que es muy superior a los demás. Sin valor, sin espíritu militar se cree capaz de mandar y poder dirigir un ejército. Todo su saber consiste en el engaño, la perfidia y la mala fe”.
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NOTA: Cuando Girardot se constituye en Distrito Parroquial el 9 de octubre de 1852, José Hilario López fungía como presidente. La fracción mayoritaria del liberalismo (gólgotas) lo llevó al máximo cargo político de la Nueva Granada. El nuevo Distrito se ubicaba en el Cantón de Tocaima, pero cercenado de éste; la decisión de su nueva vida política, administrativa y jurídica la refrendó la Cámara Provincial del Tequendama mediante Ordenanza (hoy su equivalente y denominación es Asamblea Departamental).
Se colige que la influencia de los gólgotas radicales fue importante para la aprobación de la Ordenanza, confirmar el nombre que su población había escogido y defender luego en la misma Cámara la creación del reciente Distrito, pues los indignados políticos de Tocaima se constituyeron en los más enconados rivales de Girardot. No lo lograron, una visión de futuro, un presagio, tal vez, mantuvo al puerto sobre el río Magdalena con vida política independiente. Y no se equivocaron. El presente lo demuestra.
Como síntesis, un accionar lacerante, inevitable, del periplo lopista durante 4 años -1849-1853.
Se podría afirmar que el período de presidencial de José Hilario López contribuyó a la ruptura del legado colonial: “Libertad definitiva de los esclavos, represada desde 1821, expulsión de los jesuitas, inicio de la Comisión Corográfica, eliminación del monopolio del tabacosupresión de la pena de muerte, eliminación de los resguardos y la prisión por deudas; restablecimiento de la libertad de prensa y el juicio por jurados, limitación del sistema de crédito eclesiástico y mayores atribuciones administrativas y presupuestales como el impuesto a la renta”. 

(CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO)



Edición Número 131, Girardot, Mayo 14 de 2020

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