Edición Número 120, Girardot, Febrero 19 de 2020:-JORGE ELIÉCER GAITÁN POR ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN
Edición Número 120 Girardot, Febrero 19 de 2020
Las consejas prosperan con mucha mayor rapidez en una atmósfera tensa, bajo el signo de la inconformidad con lo existente, que cuando el discurrir de la sociedad se cumple en forma serena, sin enfrentamientos sociales y económicos agudizados por el factor monetario. Gaitán aprovechó una coyuntura semejante para capitalizar el descontento, a nombre de la moral, constituyéndose en vocero del anhelo colectivo de estabilidad económica, que se atribuía confusamente a factores humanos, cuando la cuestión moral surgía de la cuestión social y no inversamente.
Nunca fui amigo personal de Gaitán, dada la diferencia de edades entre los dos, pero nuestras relaciones siempre fueron cordiales y respetuosas. Éramos colegas de la Universidad Nacional, cuando yo ingresé como profesor de derecho constitucional, a los 24 años. Gaitán tenía una gran curiosidad intelectual por nuestra generación y muchas veces pasamos largas veladas en el Palace de la calle 26, que era su cuartel general, conversando horas enteras. Lo había conocido siendo yo adolescente, por mi tío, Luis Michelsen, un hermano de mi madre que, desde sus años de estudiante en Europa, cuando habían convivido, había llegado a ser uno de sus amigos más íntimos, al punto de que, cuando se casó el doctor Gaitán, la relación se extendió a su hogar, en donde era considerado prácticamente como un miembro de la familia. Fuimos también colegas en el Concejo Municipal de Bogotá, cuando yo me iniciaba en la política, combatiendo juntos un contrato de teléfonos, por medio del cual se adquiría la vieja planta, de propiedad de una compañía norteamericana, The Bogota Telephone Company.
La verdad es que Gaitán despertó el sentimiento de un partido que parecía aletargado, y súbitamente, como su jefe único, se vio el caudillo elevado a las mayores preeminencias, encargado exclusivamente de la dirección de una colectividad mayoritaria y unificada, para la cual él era un ídolo y un dominador sólo comparable a un Hitler o un Perón democrático, que con el uso de la palabra podía conducir a las muchedumbres arrebatadas a cualquier parte, inclusive a una guerra civil, si así lo hubiera querido. Con justicia puede afirmarse que Gaitán fue el precursor de Fidel Castro, como seductor de multitudes, simplificando los problemas e invocando toda clase de sentimientos latentes, hasta identificarse por completo con su pueblo. A este respecto, nada tan significativo como la célebre manifestación del silencio, pocos días antes de su trágica muerte. Una manifestación pública, como nunca antes había contemplado la ciudad, desfiló silenciosamente, enarbolando pañuelos blancos, y escuchó circunspecta la más bella plegaria por la paz que hasta entonces hubieran oído los colombianos. Pero el mismo silencio, la emoción reprimida, el tono, iba preñado de amenazas y conminaciones recónditas que sirven todavía para darse una idea de la temperatura a que se había llegado en el enfrentamiento entre el gobierno todopoderoso y los liberales inermes que, día a día, eran sacrificados en los cuatro puntos cardinales de la patria.
JORGE ELIÉCER GAITÁN
UN CATEDRÁTICO CONDUCTOR DE MULTITUDES*
POR ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN
JORGE ELIÉCER GAITÁN AYALA Archivo Revista SEMANA |
El
propio retardo con que llegó la agudización de la lucha de clases a Colombia,
con respecto a otros países hispanoamericanos, se explica, tal vez, por ese común denominador que
fuera la pauperización colectiva. Mientras en otras latitudes los grandes
conflictos de intereses generaban revoluciones de carácter social o racial,
nuestras guerras civiles sólo excepcionalmente revestían carácter distinto al
de rivalidades personalistas entre caudillos que fácilmente hacían el tránsito
de un campamento a otro. La maledicencia entre las colectividades políticas
ocupó el lugar de la crítica programática, y un extraño caudillismo civil,
generalmente asentado sobre el prestigio intelectual, ha dominado el escenario
de nuestra vida pública.
El cosmopolitanismo de la Argentina, el Uruguay o el
Brasil, educaron a las clases dirigentes y al propio pueblo dentro de conceptos
distintos al de inquirir porqué se compraba un coche nuevo o un tronco de
caballos importados para la Presidencia de la República o qué destino le daba
el primer magistrado a sus sueldos. La penuria misma forjó una sociedad en
donde cada ciudadano trataba de explicar como resultado de alguna maniobra
ilícita el que su vecino ampliara las instalaciones
de su casa o casara a su hija "echando la casa por la ventana”, como se decía entonces,
o emprendiera un viaje extranjero. Nos ufanábamos, con justicia, de pertenecer
a uno
de los conglomerados más patriarcales, austeros y honorables de las dos
Américas y, de la misma manera como habíamos preservado la pureza idiomática,
encerrados entre nuestras cordilleras, guardábamos intactas las más acendradas
virtudes católicas españolas. La venalidad de los funcionarios, la compra del
voto, el tráfico de influencias, fueron fenómenos desconocidos hasta época muy
reciente.
Éramos
violentos, impulsivos, sanguinarios, en algunos casos; pero siempre por pasión,
jamás por intereses. Dentro de esta perspectiva tenemos que situar una de las
figuras claves de nuestro siglo
XX, como fue Jorge Eliécer Gaitán.
Había
nacido de una cuna modesta, dentro de la pobreza casi general que he destacado,
pero de ningún modo en la miseria ni en un hogar inculto. Su madre, que fue el
personaje inolvidable de su vida, era institutora y su padre librero. No eran
miembros de la aristocracia santafereña, pero tampoco de la plebe. Se podrían
contar por centenares los hombres públicos colombianos que no solamente no
nacieron entre olanes sino cuyos padres ignoraban el alfabeto y cuyos hogares
fueron mil veces más humildes, en la capital o en la provincia, que el de
Gaitán. ¿Por qué llegó entonces el caudillo a convenirse en símbolo de tantos
hijos de su propio, esfuerzo como ha dado nuestro suelo? Me atrevo a afirmar
que ello se debió a que, si bien arrancó de un punto de partida menos distante
de la cumbre que muchos otros, supo darle a su misión en el curso de su vida un
contenido de reivindicación colectiva que abarcaba a quienes tenían orígenes
comparables o inferiores al suyo. El presidente Suárez, por ejemplo, nació con
muchas mayores limitaciones que Gaitán, pero nunca abrazó el partido de los
inconformes sino que se incorporó a lo que hoy se llama "el
establecimiento", siempre dispuesto a asimilar sus enseñanzas y sus nuevos
valores, hasta perder por completo su autenticidad. Otra prueba al canto. En
nuestro tiempo, cuando existen instituciones oficiales para financiar estudios
en el extranjero o se puede viajar a crédito, con boletos de viaje pagaderos
por cuotas, difícil es imaginar qué tan reducido era hace sesenta años el
número de aquellos que podían estudiar en universidades extranjeras o conocer
siquiera someramente otras civilizaciones. Contados en los dedos de la mano
eran aquellos apellidos de quienes, por desempeñar sus progenitores cargos
diplomáticos, como un Arango Vélez, un Rueda Concha, un Lozano y Lozano, o por
pertenecer a las familias más acaudaladas de la nación, corno las Valenzuelas,
Obregones, Vengoecheas o Bordas, tuvieron el privilegio de frecuentar colegios
y universidades del Viejo Mundo. Gaitán sin pertenecer a ninguna de estas dos
categorías, y gracias a su propio esfuerzo, perfeccionó sus estudios en Roma,
corno no pudieron hacerlo sus émulos: los Lleras, Echandía, Gabriel Turbay, Antonio
Rocha. Alejandro Galvis Galvis, Germán Arciniegas, José Joaquín Caicedo Castilla,
Jorge Soto del Corral y tantos otros a quienes la vida aparentemente había
dotado de comparables facultades intelectuales y de superiores entronques
familiares y económicos, que, sin embargo, no les permitieron una tan precoz
familiaridad con medios universitarios distintos de los de Bogotá, Medellín y
Popayán.
Lo
ostensible y palpable era que todo el mundo tenía que trabajar para sobrevivir,
salvo una ínfima minoría, y que la agricultura de sustentación o de
exportación, como en el caso del café, se explotaba en minifundios en donde
laboraban por igual el
padre, la mujer y los hijos menores, sin recurrir a la
mano de obra extraña. En el altiplano y en los valles de los ríos estaba
presente el peón, pero, por ser espacios unas veces reducidos y otras
inhóspitos, la fuerza laboral era mucho menor que en otras latitudes. En un
siglo se registró solamente un gran movimiento de masas alrededor de una
compañía extranjera, corno fue la huelga de la zona bananera de Santa Marta,
episodio que sirvió de plataforma de lanzamiento a la carrera política de
Gaitán, convirtiéndolo en figura nacional. Era el despertar de la nación a la
riqueza, con la indemnización norteamericana por la pérdida del istmo de Panamá
y el producido de los empréstitos americanos de los años veinte. También se
presentaron por la misma época incidentes aislados alrededor de la tenencia de
la tierra, particularmente en Cundinamarca; pero nunca nada semejante al
huracán de inconformidad campesina que asoló por tantos años a la nación
mexicana, con la presencia de verdaderos caudillos rurales del temple de un
Emiliano Zapata o un Pancho Villa. Predicar contra la injusticia social en
medio de una pobreza generalizada explica la ausencia de dirigentes de calado
social ajenos a todo sectarismo partidista, y justifica, en cierto modo, las
salidas y regresos de Gaitán al solar liberal. Era un socialista, como lo
demostró con su tesis de grado, que periódicamente llegaba a la conclusión de
que era más viable socializar al país al amparo de las lealtades liberales,
como ya lo habían hecho los prohombres del siglo anterior, que fundar un
partido nuevo que no llegaba al corazón de las multitudes, porque su denuncia
tropezaba con una masa inerte aferrada a los prejuicios partidistas. Imperaba
la idea decimonónica del progreso, de una humanidad constantemente en ascenso.
El socialismo se concebía, como ocurre todavía en los países de Europa
occidental, como la culminación de sucesivas conquistas obreras, que,
semejantes a las catedrales góticas, resultan de la labor de millares de manos
en un dilatado espacio de tiempo.
Es
en este punto donde Gaitán comienza a aparecer en el escenario nacional como
una figura distinta, como una voz diferente a todo su entorno. Lejos de ser el
demagogo barato que la tradición ha recogido, Gaitán era un hombre de
disciplinas universitarias, de formación académica, que hubiera podido regentar
su cátedra de derecho penal con singular brillo en cualquier universidad. Pocas
artes, contrariamente a lo que piensa el vulgo, son tan esquivas como la
demagogia. Se piensa generalmente que para ponerla en práctica basta prometer
alocadamente ríos de leche y miel. Sucede, por el contrario, que, para conmover
las muchedumbres y subyugarlas con la palabra, se requiere muchas veces un don
especial, una compenetración con el auditorio, una capacidad de reducir los más
intrincados problemas al nivel de la audiencia más modesta, y todos estos
atributos los poseía Jorge Eliécer Gaitán en grado eminente. Pero, para entregarles
el mensaje a los oyentes, así pareciera fruto de la improvisación cuanto
brotaba de sus labios, era necesario tener una familiaridad con las más
disímiles disciplinas y una formación académica como evidentemente la tenía el
tribuno. El transcurso de los años y su propia leyenda han transmitido de
generación en generación la famosa imprecación "mamola", de uno de
sus discursos, para representárnoslo como un perorador desbocado, sin rigor
idiomático, cuando, por el contrario, era un recurso oratorio deliberadamente
rebuscado para alcanzar un determinado efecto.
Su
obra, de adolescente, sobre las ideas socialistas, es un testimonio vivo de su
curiosidad intelectual y de su mente disciplinada, que ponía al servicio de sus
concepciones una considerable suma de erudición. Pero en donde aparece con
mayor claridad y precisión su capacidad de análisis es en los debates sobre la
huelga de las bananeras, en 1928. ¡Qué lejos están de cualquier argumentación
barata aquellos párrafos destinados a comprobar, con toda la técnica jurídica de la prueba, el
servilismo del gobierno frente a la United Fruit Company! El más extraordinario
despliegue de técnica forense ocupó, sesión tras sesión, la tribuna de la
Cámara de Representantes. Al decantar, con el transcurso de los años, el
sangriento episodio, no faltan historiadores que demuestren, con datos sacados
de las estadísticas, cuánto se exageró en su tiempo la magnitud de la
hecatombe, hasta el punto de que la leyenda, el mito, hace llegar a centenares
los muertos en la trágica noche de Ciénaga. Los hilos invisibles, la urdimbre
que hace brotar la indignación nacionalista, están contenida en la denuncia de
Gaitán, fruto de innúmeras pesquisas, de conversaciones con los directamente
afectados, de pruebas irrecusables sobre la alevosía de la ocurrencia.
Vienen,
más tarde, los conflictos agrarios en la región de Fusagasugá, en la hacienda
"El Chocho", y Gaitán se perfila como el caudillo de izquierda capaz
de sacudir el andamiaje feudal de la república. ¿Por qué no culminó semejante
expectativa de la gleba ni siguió inmediatamente a aquellos episodios una
carrera pública meteórica? La explicación más generalizada y quizá más
aceptable es la de que "la revolución en marcha", ejecutada desde el
gobierno, le arrebató sus banderas. Yo pienso que había algo más profundo y
digno de ser estudiado prolijamente por quienes se ocupen de esta etapa de la
vida colombiana. Gaitán, a diferencia de la casi totalidad de sus
contemporáneos, era un socialista de convicciones y mal podía hacer una carrera
a la sombra de López Pumarejo, como la hicieran tantos otros. Ya había
recorrido tanto camino y tenia tan arraigada su rebeldía que, frente a los
jefes liberales, no se presentaba como un discípulo sino como un emulo.
La
tragedia de Gaitán, en la mitad de su carrera publica, fue no ya la
incomprensión de aquellos a quienes combatía, sino de sus seguidores, que no
querían acompañarlo a la tierra prometida que el tenia imaginada, sino a la que
ellos concebían. Fundó el “unirismo” y regresó a las toldas liberales. Intentó con el doctor Arango Vélez
la fundación de una corriente semejante al radicalsocialismo francés, que
apenas duró unas
semanas, y finalmente optó por su posición de disidente liberal, que lo llevó a disputarle la Presidencia
de la República
a Gabriel Turbay, en histórico duelo, funesto para su partido y para Colombia.
La
división liberal permitió el ascenso al poder del doctor Mariano Ospina Pérez.
Quizá el más moderado de los dirigentes conservadores en cuanto al estilo de
lucha política, pero
sometido a presiones e influencias que bien pronto lo hicieron derivar hacia un
tipo de gobierno autoritario y excluyente. El eclipse de las libertades, después de su muerte,
salvo en breves intervalos, se prosigue hasta nuestros días. El “Bogotazo”, que
produjo una toma de conciencia en la derecha y en la izquierda colombiana como
no se había conocido antes, despertó, con sus excesos, una explicable reacción
defensiva en las filas de la burguesía. El ser o no ser parte del
“establecimiento”, que, como lo he explicado, permitía en vida de Gaitán el
desacuerdo con el sistema y la colaboración ministerial, desapareció, primero,
bajo las dictaduras, y luego, bajo el régimen del Frente Nacional. La
identificación entre el liberalismo y el comunismo, fabricada por el doctor
Laureano Gómez como arma política con la célebre teoría del "basilisco",
legitimó la persecución de los liberales, asimilados a sediciosos, rebeldes y
anarquistas, enemigos del orden social. Más sutilmente, el Frente Nacional, a
pretexto de no reconocer en el panorama nacional fuerzas distintas del
liberalismo y el conservatismo, trató de proscribir disimuladamente de la vida
pública a quienes, por lo menos en apariencia, escudándose con los nombres de
liberales o conservadores, no estuvieron matriculados en sus filas. La paz se
entendió como la tregua entre los dos partidos de la coalición, sin perjuicio
de proseguir la pugna con quienes no militaran en los ejércitos tradicionales,
cualquiera que fuera su filiación, de derecha o de izquierda. La abolición del
cuociente, en aquellos departamentos en donde se elegían sólo dos personas,
privó a los partidos minoritarios de representación en los llamados “feudos
podridos", en donde, con un solo voto de mayoría, cualquiera de los
partidos de coalición podía adueñarse de la totalidad de las curules. Con el
éxito de la revolución cubana y el pánico de la burguesía, la reacción se hizo
más y más audaz en el camino de no extender a fuerzas nuevas las libertades ni
el disfrute de los empleos públicos, sino conservarlo como monopolio de los dos
partidos. Por años se negó el uso de la televisión oficial a quienes
representaran puntos de vista distintos de los de la coalición gobernante. Por
años, el Ministerio de Trabajo se abstuvo de resolver acerca de la personería
de dos centrales obreras que no llevaban el imprimátur del "establecimiento".
Por años, se mantuvo a Colombia aislada del mundo socialista. Se conservó la
libertad de prensa formal pero, con la creación de la llamada "mano
negra", se asfixió a la prensa independiente, por el aspecto económico,
mientras el propio gobierno fomentaba las contribuciones en dinero de las
sociedades anónimas, para campañas políticas a favor de los partidos de
coalición... Era la libertad para los que compartían el sistema. La paridad y
la alternación para los miembros de la coalición histórica. El abismo había
quedado cavado, desde el momento mismo de la muerte de Gaitán, entre quienes
querían cambiar el orden y quienes querían preservarlo generándose el fenómeno,
no suficientemente analizado, de las guerrillas partidistas convertidas en
guerrilla social, que dura hasta nuestros días. Todos hemos tenido distintos
ángulos de apreciación, según las posiciones que hemos ocupado, en la oposición
y en el gobierno, pero nada tan singular como la actitud de los desplazados del
poder bajo el gobierno de Julio César Turbay, reclamando por las libertades,
las torturas y los muertos, que nada les significaron, cuando ellos eran
ministros, gobernadores o alcaldes, en contra de los militantes del MRL y de la
Anapo.
Cuando
se habla de desigualdad, se está hablando de propiedad. Cuando se habla de
oligarquía se está hablando de quienes controlan el ejercicio del derecho de
propiedad. Cuando se habla de democracia, en la acepción occidental, se habla
del derecho de propiedad privada, como piedra angular de la organización
social. Gaitán lo sabía, como ninguno, y veía, al mismo tiempo, el espectáculo
de la inmadurez nacional para oír hablar de un cambio radical en la institución
de la propiedad. Había vivido en Roma, frecuentando, como los pocos colombianos
que estudiaban entonces, al ex presidente doctor José Vicente Concha, de quien
escribió Juan Lozano y Lozano: "No fue Concha de esos espíritus
acomodaticios que, por no despertar resquemores ni rencores, parece tener
aquiescencia unánime para sus actuaciones desteñidas". Tampoco era Gaitán
hombre de medias tintas, sino afirmativo y polémico; pero prosperó el equívoco
entre aquellos que lo consideraban como un liberal respetuoso de la propiedad
privada, "un burgués progresista", con sensibilidad social, y quienes
lo creían un líder socialista, cuyo arribo al poder señalaría, como ocurrió después en
Cuba, la aparición del primer Estado socialista en América Latina.
Conservo
fresca en la memoria la campaña presidencial que, en el curso de pocos meses,
adelantó contra Gabriel Turbay y contra el "establecimiento" liberal,
cabalgando sobre las dos imágenes, según sus auditorios. Fue una campaña
política relámpago. En las elecciones intermedias, que precedieron a la
elección presidencial, la votación de Gaitán no tuvo mayor volumen frente a la
controversia de Turbay y Echandía, que gano primero. Fue solamente, al ir esfumándose la
resistencia de los amigos de Echandía contra Turbay, al retirar el “Maestro” el
nombre, cuando comenzó a brillar la estrella de Gaitán, y se aglutinaron a su
alrededor figuras tan consagradas de la provincia colombiana como el doctor
Vargas Vélez, de Cartagena; el doctor Francisco José Chaux, del Cauca; el
doctor Armando Solano, de Boyacá, y otros de igual significación. Ya a nadie le cupo duda de que
el candidato oficial, Turbay, a pesar de haber sido proclamado por una
convención en regla, no contaba con suficiente respaldo electoral dentro del
partido para derrotar al candidato conservador y a Gaitán. Así tuvo el valor de
denunciarlo el doctor Jorge Soto del Corral, uno de sus más fervorosos adherentes,
en el seno de una convención convocada para analizar las perspectivas de triunfo.
La
contienda electoral de 1946 merece un estudio aparte. Turbay fue siempre un
combatiente aguerrido y tenaz, a medida que avanzaba la campaña parecía
amilanado y, a la vez, olímpico. Demostró fiel a la escuela santandereana, en
la que se inicio en la política, un gran valor personal y civil frente a una
agresividad inaudita, que no pocos de sus malquerientes celebraban. En los dos
campos se recurrió a todas las armas, apelando a los más vulgares prejuicios,
como era descalificar a Turbay por su origen libanés en los términos más
descomedidos. Cada reunión, a medida que avanzaba la campaña, se convertía en
una escaramuza campal entre turbayistas y gaitanistas, más preocupados ambos de
su querella intestina que de la suerte del partido. El fenómeno Gaitán, que
bien merece tal calificativo, fue adquiriendo proporciones gigantescas. Gentes
como los famosos 'cafuches", de Bogotá, contrabandistas de aguardiente que
vivían en los cerros aledaños a la capital, descendieron, por primera vez, al
campo político, empuñando antorchas y destacando con su presencia el carácter
eminentemente popular del candidato. En una de aquellas últimas semanas de la
campaña me encontraba yo en la población de Los Venados, en jurisdicción del
actual departamento del Cesar, enclavada en las sabanas de Camperucho, a donde
yo había ido de cacería, y me sorprendió el fervor con que los campesinos de la
aldea, perdidos en aquella inmensidad, escuchaban, agolpados en la única casa
en donde había un radio de onda corta, las palabras del caudillo, en una
manifestación en Bogotá. El entusiasmo y las exclamaciones de regocijo eran
tales que, a la mañana siguiente, le envié un cable a mi padre, transmitiéndole
mi convencimiento de que el partido se dividiría por iguales partes entre los
dos contendores. Mas no sucedió así, porque Turbay aventajó a Gaitán por un
margen considerable, si se tienen en cuenta los guarismos de entonces, cuando
no votaba la mujer. Cuando Gaitán hablaba de la "oligarquía" en la
Plaza de Cisneros de Medellín, no se refería con nombre propio a la plutocracia
antioqueña, enriquecida al amparo de la
protección aduanera y la sustitución de importaciones. Si a alguien mencionaba
era a Alberto Jaramillo Sánchez, el jefe turbayista del lugar. Cuando arremetía
contra la oligarquía de Cali, en la Plaza de Caicedo, no sindicaba
concretamente a los detentadores de la tierra del Valle del Cauca sino a Absalón
Fernández de Soto o a Carlos Navia Belalcázar, pilares del oficialismo liberal.
Las consejas prosperan con mucha mayor rapidez en una atmósfera tensa, bajo el signo de la inconformidad con lo existente, que cuando el discurrir de la sociedad se cumple en forma serena, sin enfrentamientos sociales y económicos agudizados por el factor monetario. Gaitán aprovechó una coyuntura semejante para capitalizar el descontento, a nombre de la moral, constituyéndose en vocero del anhelo colectivo de estabilidad económica, que se atribuía confusamente a factores humanos, cuando la cuestión moral surgía de la cuestión social y no inversamente.
Nunca fui amigo personal de Gaitán, dada la diferencia de edades entre los dos, pero nuestras relaciones siempre fueron cordiales y respetuosas. Éramos colegas de la Universidad Nacional, cuando yo ingresé como profesor de derecho constitucional, a los 24 años. Gaitán tenía una gran curiosidad intelectual por nuestra generación y muchas veces pasamos largas veladas en el Palace de la calle 26, que era su cuartel general, conversando horas enteras. Lo había conocido siendo yo adolescente, por mi tío, Luis Michelsen, un hermano de mi madre que, desde sus años de estudiante en Europa, cuando habían convivido, había llegado a ser uno de sus amigos más íntimos, al punto de que, cuando se casó el doctor Gaitán, la relación se extendió a su hogar, en donde era considerado prácticamente como un miembro de la familia. Fuimos también colegas en el Concejo Municipal de Bogotá, cuando yo me iniciaba en la política, combatiendo juntos un contrato de teléfonos, por medio del cual se adquiría la vieja planta, de propiedad de una compañía norteamericana, The Bogota Telephone Company.
Semanas
antes de su muerte. en la ciudad de Barranquilla, puse de presente, en
declaraciones para un diario local, la contradicción que existía entre Gaitán,
profesor de derecho penal, divulgando las ideas de la escuela positivista, y
Gaitán, en la plaza pública, tocando la fibra ético-religiosa del pueblo
colombiano, convocando al pueblo para una restauración moral. Era la eterna
ambigüedad entre el pensador y el político. El pensador sabía que la
descomposición moral era hija del desbarajuste económico, causado por la
guerra, pero el político tenía
que buscar demonios de carne y hueso a quienes atribuirle la responsabilidad de
la situación, y ningún mensaje tan elemental para comunicarle a su auditorio,
como que la situación de escasez y de alza de precios era culpa de los malos
hijos de Colombia, que no respetaba los Diez Mandamientos.
La verdad es que Gaitán despertó el sentimiento de un partido que parecía aletargado, y súbitamente, como su jefe único, se vio el caudillo elevado a las mayores preeminencias, encargado exclusivamente de la dirección de una colectividad mayoritaria y unificada, para la cual él era un ídolo y un dominador sólo comparable a un Hitler o un Perón democrático, que con el uso de la palabra podía conducir a las muchedumbres arrebatadas a cualquier parte, inclusive a una guerra civil, si así lo hubiera querido. Con justicia puede afirmarse que Gaitán fue el precursor de Fidel Castro, como seductor de multitudes, simplificando los problemas e invocando toda clase de sentimientos latentes, hasta identificarse por completo con su pueblo. A este respecto, nada tan significativo como la célebre manifestación del silencio, pocos días antes de su trágica muerte. Una manifestación pública, como nunca antes había contemplado la ciudad, desfiló silenciosamente, enarbolando pañuelos blancos, y escuchó circunspecta la más bella plegaria por la paz que hasta entonces hubieran oído los colombianos. Pero el mismo silencio, la emoción reprimida, el tono, iba preñado de amenazas y conminaciones recónditas que sirven todavía para darse una idea de la temperatura a que se había llegado en el enfrentamiento entre el gobierno todopoderoso y los liberales inermes que, día a día, eran sacrificados en los cuatro puntos cardinales de la patria.
Murió
asesinado en circunstancias misteriosas, en lo que parece ser un magnicidio de
larga gestación en el cerebro de un loco, despechado por los desdenes de una
amante, a quien le prometió cobrar inolvidable estatura ante la historia. Roa
Sierra, tal parece ser su nombre, fue el autor material del delito, al que
jamás se le han podido establecer autores intelectuales. Dentro de la gran
aldea que era Bogotá, transformada súbitamente en ciudad huésped de una
conferencia continental, se cumplió el holocausto, que partió en dos la
historia de Colombia. Habíamos sido demasiado pobres, tradicionalmente, para asistir sin
traumatismos a un despliegue de obras suntuarias, casi todas ellas útiles por
otros aspectos, que se fueron realizando en la ciudad timorata y avara, en un
ambiente comparable al que describe García Márquez en sus novelas, cuando va a
ocurrir algún gran suceso. Durante cinco días y cinco noches la ciudad fue
saqueada y semidestruida en un acto de protesta colectiva comparable,
proporciones guardadas, a la Comuna de París, cuando fue necesario recurrir a
las tropas de Versalles para reducir a sangre y fuego al proletariado
parisiense.
_________________
ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
__________
*ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN VISIONES DEL SIGLO XX COLOMBIANO / VILLEGAS EDITORES / PRIMERA IMPRESIÓN OCTUBRE 2003 / BOGOTÁ D. C.
_______________________
ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN, (1913-2007). Presidente de la República de Colombia (1974-1978) a nombre del Partido Liberal Colombiano. Hijo del ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo. Fue senador, ministro, embajador, profesor universitario, concejal, fundador del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). Su vida pública partidaria la realizó dentro del Partido Liberal.
_______________________
ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN, (1913-2007). Presidente de la República de Colombia (1974-1978) a nombre del Partido Liberal Colombiano. Hijo del ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo. Fue senador, ministro, embajador, profesor universitario, concejal, fundador del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). Su vida pública partidaria la realizó dentro del Partido Liberal.
Edición Número 120, Girardot, Febrero 19 de 2020
**
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario