viernes, 28 de febrero de 2020

Edición Número 121, Girardot, Febrero 28 de 2020:-Girardot, capital de las acacias



                                                            Edición Número 121 Girardot, Febrero 28  de 2020



Girardot, capital de las acacias



POR GONZALO ARANGO*



GONZALO ARANGO Y HÉCTOR MORA PEDRAZA.
GIRARDOT. ISLA RONDINELA EN EL RÍO MAGDALENA.
(AGRADECIMIENTOS A DON HERNANDO LOZANO MORA)



Girardot. Un puerto con un río. Este río es mi madre. Capital de las acacias y el verano. Aquí se me despertó una gran sed de vivir. No hago nada, me asoleo, me aburro, soy feliz. No necesito soñar para sentirme a la sombra de una acacia del paraíso.

El día es una orgía de sol que hace reverberar el asfalto. Los tejados, el tedio. Bajo este cielo nítido, la luz castiga la ciudad como una divinidad implacable. La quietud es solemne, como de muerte. Un exceso de vida que apabulla por su lujuria.

Se la llama Ciudad de las Acacias porque está perdida entre el paisaje, sumergida. Los árboles son los pulmones de la ciudad, la abanican, espantan su terrible sed. Los hombres no han desterrado la naturaleza de sus casas, de sus calles. Viven bajo un cielo embanderado de amarillos, rojos de veranera, y ritmos de pájaros.

Despertar en este puerto es una gloria: no sólo por la sensación maravillosa de vivir que trae todo despertar, sino porque aquí la naturaleza es una perpetua glorificación de la vida; profusión de flores, un cielo henchido de pájaros, el aire perfumado de melodías.

El hotel de turismo domina la ciudad. De noche, un neón rosado recostado contra el firmamento destaca este nombre en letras gigantescas: Tocarema. Es una mole de cuatro pisos con balcones que se asoman al oriente y al occidente. La brisa que desciende en ráfagas de la colina azota las altas palmeras y las ancianas acacias que hacen de centinelas. Los pájaros se citan en sus ramas para celebrar el día y sus romances, como en la primavera del mundo.

La calle principal del puerto es alegre y ruidosa, se llama El Camellón. A lado y lado hay parasoles donde la gente se sienta a charlar y a tomar refrescos en mangas de camisa. En estas terrazas se dan cita los grandes negocios o las ansias del corazón, con el único pretexto de la sed. La sed es una obsesión, el enemigo de la ciudad, por lo que a toda hora la gente está bebiendo cerveza o jarras de limonada. También allí los políticos urden sus intrigas y maquinaciones, matan el tiempo de una manera chismosa y democrática.

Frente a cada casa hay un árbol, así lo exige la ley. Y el mejor ciudadano no es el de mejor familia, sino el que ama a la ciudad más que a la ley, y en vez de una tiene dos o tres acacias. Aquí el árbol no pertenece a otro reino, pues en virtud de una vieja devoción hace parte de la vida del hombre: el ángel verde que custodia su morada.

Allá está el Río Magdalena, manso, inmenso. Lo cruza un puente que une a Girardot con Flandes, y a la vez divide a Cundinamarca y el Tolima. Por allí pasan los trenes a toda máquina como dragones echando candela por el vientre. El puente se estremece, trepida con el serpenteo del monstruo que deja una estela de humo y vibración. Me gustaba ir a ese puente a la hora de los trenes a gozar una rara sensación de pánico, y de paso contemplar la majestad del río. El abismo de los suicidas, sus pensamientos de muerte. Yo los imitaba tirando al vacío la colilla del cigarrillo que duraba un remordimiento en caer al agua. Luego hundía las manos en los bolsillos y me iba disfrutando una rara sensación de triunfo. Feliz sin saber por qué, y silbando una canción.

En la orilla del río hay música y fiesta. Es una vieja chatarra de buque adaptada a un dancing que flota sobre el agua. Se llama San Rafael este barco ebrio, jubilado por el mar. Se mece furtivamente entre danzas y destellos de luna. Las parejas bailan sobre este escenario que en otra edad debió ser refugio de una caterva de piratas navegantes de aventuras apaches en el Caribe. El tiempo lo ha desmantelado, despojado de sus corsarias hazañas. También es posible que esta cáscara sobreviviente haya sido el abastecedor de los puertos del Magda-lena en su edad de oro navegable. Lo cierto es que, por algún azar, por algún imperativo del destino, o por inevitable decadencia, el airoso corsario de los mares se cansó de sus rutas, y echó su ancla a la orilla de este puerto. Aquí declinó su gloria, disfrutando su retiro en la hospitalidad y las dulzuras del río. Su vieja tripulación lo abandonó, pero tuvo la suerte de caer en manos de un alegre capitán, un capitán poeta y soñador que limpió sus costillas oxi-dadas, lo embanderó y lo vistió de gala. El viejo navío se llama San Rafael como un homenaje del capitán Rafael Roso a su santo. Ya no lo mecen las olas sino los ritmos del merecumbé, las pasiones del corazón. Sus aventuras suceden entre dos, en una atmósfera de intimidad y de ensueño. Lugar ideal para el desborde de la imaginación y la contemplación solitaria. Un hormiguero de estrellas chapucea en el río. Flandes duerme en la otra orilla bajo una luna sosegada, y los pescadores negros atracan con su cosecha de peces. El corazón se abandona a este romance del hombre y el río. El sortilegio se rompe por el estruendo de un murciélago que cruza el cielo, ave siniestra que turba mi idilio con lo fabuloso: es el tren de media noche.

El barrio de "vida alegre" se llama San Antonio (¿por qué llamarán de "vida alegre" estos lugares donde el comercio del sexo hace imposible toda alegría? Es inútil buscar alegría donde se compra un alma, o un cuerpo. Pero la moral de los hombres inventa sus paradojas para perdonar sus miserias). A pesar de todo, aquí las mujeres conservan un candor, un sentimiento de campesina inocencia frente al sexo. Son devotas del santo de su ciudadela, a quien oran y alumbran por la prosperidad de sus asuntos, o sea, la demanda de su mercancía. En algún recodo de esta devoción parecen reconciliadas con su alma, como si San Antonio, para agradecer las espermas, les tuviera reservado un puesto en el tren celestial.

El decorado externo de estas casas disimula muy bien el drama. Los patios florecidos, las paredes alfombradas de buganvillas, el aire es un surtidor de aromas. Por entre las acacias se derrama una luna romántica como para enmarcar una serenata julio-florezca del siglo XIX. Quiero decir: hay una limpieza en el ambiente que borra esa sensación de culpa, de envilecimiento, y que se llama religiosamente la conciencia del pecado. Aquí esa conciencia es casi insensible, se diluye entre flores.
Las chicas tienen un aire de tristeza animal, de humildad agradecida. Esa pasividad puede ser también el aire de la humillación, la impotencia de no poder elegir su amor, sino de ser elegidas como objetos, de ser compradas como esclavas. Tristeza de servidumbre. Hablan con una voz tan servicial y tímida que parece seráfica. Sus cuerpos huelen a polvo coqueta y a jazmín, su aliento a zen zen y a geranio. La ciudad no les ha marchitado aún su frescura campesina, ni mancillado su inocencia. A su manera son vírgenes, pobres vírgenes extraviadas en el laberinto de neones de la ciudad. Una de ellas era como mi hermana Amparo, igualita como una gota de agua a otra. De pronto pensé que me iba a dar un abrazo y a preguntarme por la vida. Qué tristeza me dio este ángel, Santo Dios. Yo quería decirle: "Amparo, vuelve a sembrar coles, a dormir sobre una sábana blanca..." Eso pensaba decirle cuando un sargento se la llevó. Pobre niña que un día olerá a pachulí, nunca más a coles ni a sábanas blancas. Así son: empiezan oliendo a zen zen y terminan apestando a sargento.

¿Cómo elogiar su humildad, su desolada resignación? No eran impacientes en ningún sentido. Una que tenía sed se sentó, pidió una cerveza, se la bebió y se aburrió como una ostra en la playa. Ni siquiera pidió un paquete de Marlboro. Dijo "gracias don" y se fue a prenderle otra vela a San Antonio. La verdad, yo no estaba allí para hacer milagros. Era una cana tan idealista que sólo era eso: una cana. Incluso mis camaradas de aventura platónica alquilaron un conjunto de músicos folclóricos, y me dedicaron dos horas de bambucos antioqueños. Faltó poco para que me coronaran sucesor de Carrasquilla, Orden del Arriero, orgullo de la raza, y esas "cosiaquerías" de los paisas. Por fortuna, una creciente cascada se derramó en el patio. Una gallina vino, se echó sobre el sofá y puso un huevo. Pronto los niños madrugarían a recoger las tapas de cerveza para jugar. Era el día.

Mis amigos me dejan en el hotel. Aún es temprano para pedir un jugo o desayunar. Me dirijo a la plaza de mercado.

La plaza de mercado de Girardot es una orquesta sinfónica viviente. Digamos que toda ella es una gran jaula de pájaros, la diversidad, el colorido, el esplendor. Es un jardín alado, un melodioso y alegre paraíso. El segundo piso está dedicado a frutas y aves. Más de mil jaulas se alinean en las galerías exhibiendo la rara y exótica profusión de esta fauna del aire. Panorama infinito de colores y melodías cautivas. Deben saludar la mañana o la nostalgia de su libertad, o las dos cosas de un mismo canto de amor a la vida. A la vez estoy emocionado y desolado, quisiera devolverles la libertad. Reconozco que es puro sentimentalismo de poeta. Toda forma de opresión me oprime, también ésta en que el milagro esta cautivo. Por primera vez sentí nostalgia de dinero para comprar estas jaulas, abrirles su bastilla de alambre y restituirlos a la libertad.

La verdad es que sólo me alcanza para comprar un par de hermosos cardenales, de alas negras y un rojo de bandera. Alegrarán mi cuarto de hotel durante unos días, luego los dejaré libres...

(Debo confesar que los poetas son unos miserables mitómanos que sólo cantan a la libertad en sus versos, pero a la hora de la verdad es pura paja, no cumplen sus promesas, y hasta prefieren un cardenal muerto que un cardenal fugitivo, por lo cual el par de cardenales siguen presos en su bastilla de alambre que ahora cuelga del tubo de la ducha esperando que amanezca su 20 de julio para cantar el himno nacional).

Lleno una jíquera de frutas y me dirijo con los cardenales al hotel. Subo, me fabrico un jugo de lulos, me acuesto, pienso que la vida es bella, y me duermo...

Acostado en una perezosa, a pleno sol, bebo una cerveza. Unos gringos chapotean en la piscina y hacen bulla en inglés. De repente me siento abrumado por esta felicidad y este lujo de vida. Dios mío, ¿a quién se la estaré robando? No parece normal, estas dichas me hacen sentir culpable, no sé por qué. Así ha sido siempre desde que me recuerdo, como si le hubiera usurpado a otro la vida. Nunca me he reconocido plenamente un derecho. Dividido entre la posesión y el remordimiento, entré en el mundo como en un saqueo, hasta mis pensamientos más íntimos me asombran, me escandalizan como si fueran ajenos. Es una rara sensación.

En fin. Sentado bajo esta acacia, el cielo azul, la piscina desierta, un loro pidiendo cacao, estoy pensando, pensando... pensando que me gusta mucho la vida y que la literatura me importa muy poco, muy poquito; que adoro esta inercia feliz, este tedio caliente y vacío, mi alma animal deslumbrada por el sol, todo esto inútil y efímero que me rodea, mi sudor salado que brota de los poros, el sudor de las flores, las plumas del papagayo que azotan la luz, la nube de aladas mariposas... esto que pasa, que vuela, que deslumbra y desaparece, esto que no vale nada y morirá conmigo, esto bello y fugaz como un arco iris vale más que los libros, que los parlamentos, que las revoluciones. Soy de este instante y de esta sombra de acacia, el cielo mide un metro 64 centímetros: la extensión de mi cuerpo de cúbito sobre el planeta. Yo soy hombre, pero pude ser serpiente, nunca lo sabré; sólo sé que no necesito ir a la luna para estar allá, estoy de regreso de esos viajes al cosmos, el universo es redondo y aburrido. Todo sobra en la conciencia, desde Dios hasta la hormiguita que se acaba de ahogar en la gota de sudor que se concentró en mi ombligo.

Sólo es grande y aterradora la muerte. Pero la medida de la gloria sólo la da una mujer. Esta idea, la de morir, debería producir un temblor de tierra, pero la tierra es sorda. Yo me iré. Este día se volverá de noche. Esta sombra me sobrevivirá. Las acacias de Girardot seguirán floreciendo sin mí, y tú, mi amor pagarás con mi olvido el precio de seguir viviendo...

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Cromos N°. 2609. Bogotá, octubre 23 de 1967. pp. 62-65
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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*Reportajes / Gonzalo Arango / Volumen 2 / Primera edición: octubre de 1993 / Editorial Universidad de Antioquia




Edición Número 121, Girardot, Febrero 28 de 2020

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miércoles, 19 de febrero de 2020

Edición Número 120, Girardot, Febrero 19 de 2020:-JORGE ELIÉCER GAITÁN POR ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN



                                                            Edición Número 120 Girardot, Febrero 19  de 2020




JORGE ELIÉCER GAITÁN

UN CATEDRÁTICO CONDUCTOR DE MULTITUDES*


POR ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN





JORGE ELIÉCER GAITÁN AYALA
Archivo Revista SEMANA


El propio retardo con que llegó la agudización de la lucha de clases a Colombia, con respecto a otros países hispanoamericanos, se explica, tal vez, por ese común denominador que fuera la pauperización colectiva. Mientras en otras latitudes los grandes conflictos de intereses generaban revoluciones de carácter social o racial, nuestras guerras civiles sólo excepcionalmente revestían carácter distinto al de rivalidades personalistas entre caudillos que fácilmente hacían el tránsito de un campamento a otro. La maledicencia entre las colectividades políticas ocupó el lugar de la crítica programática, y un extraño caudillismo civil, generalmente asentado sobre el prestigio intelectual, ha dominado el escenario de nuestra vida pública.

El cosmopolitanismo de la Argentina, el Uruguay o el Brasil, educaron a las clases dirigentes y al propio pueblo dentro de conceptos distintos al de inquirir porqué se compraba un coche nuevo o un tronco de caballos importados para la Presidencia de la República o qué destino le daba el primer magistrado a sus sueldos. La penuria misma forjó una sociedad en donde cada ciudadano trataba de explicar como resultado de alguna maniobra ilícita el que su vecino ampliara las instalaciones de su casa o casara a su hija "echando la casa por la ventana”, como se decía entonces, o emprendiera un viaje extranjero. Nos ufanábamos, con justicia, de pertenecer a uno de los conglomerados más patriarcales, austeros y honorables de las dos Américas y, de la misma manera como habíamos preservado la pureza idiomática, encerrados entre nuestras cordilleras, guardábamos intactas las más acendradas virtudes católicas españolas. La venalidad de los funcionarios, la compra del voto, el tráfico de influencias, fueron fenómenos desconocidos hasta época muy reciente.

Éramos violentos, impulsivos, sanguinarios, en algunos casos; pero siempre por pasión, jamás por intereses. Dentro de esta perspectiva tenemos que situar una de las figuras claves de nuestro siglo XX, como fue Jorge Eliécer Gaitán.

Había nacido de una cuna modesta, dentro de la pobreza casi general que he destacado, pero de ningún modo en la miseria ni en un hogar inculto. Su madre, que fue el personaje inolvidable de su vida, era institutora y su padre librero. No eran miembros de la aristocracia santafereña, pero tampoco de la plebe. Se podrían contar por centenares los hombres públicos colombianos que no solamente no nacieron entre olanes sino cuyos padres ignoraban el alfabeto y cuyos hogares fueron mil veces más humildes, en la capital o en la provincia, que el de Gaitán. ¿Por qué llegó entonces el caudillo a convenirse en símbolo de tantos hijos de su propio, esfuerzo como ha dado nuestro suelo? Me atrevo a afirmar que ello se debió a que, si bien arrancó de un punto de partida menos distante de la cumbre que muchos otros, supo darle a su misión en el curso de su vida un contenido de reivindicación colectiva que abarcaba a quienes tenían orígenes comparables o inferiores al suyo. El presidente Suárez, por ejemplo, nació con muchas mayores limitaciones que Gaitán, pero nunca abrazó el partido de los inconformes sino que se incorporó a lo que hoy se llama "el establecimiento", siempre dispuesto a asimilar sus enseñanzas y sus nuevos valores, hasta perder por completo su autenticidad. Otra prueba al canto. En nuestro tiempo, cuando existen instituciones oficiales para financiar estudios en el extranjero o se puede viajar a crédito, con boletos de viaje pagaderos por cuotas, difícil es imaginar qué tan reducido era hace sesenta años el número de aquellos que podían estudiar en universidades extranjeras o conocer siquiera someramente otras civilizaciones. Contados en los dedos de la mano eran aquellos apellidos de quienes, por desempeñar sus progenitores cargos diplomáticos, como un Arango Vélez, un Rueda Concha, un Lozano y Lozano, o por pertenecer a las familias más acaudaladas de la nación, corno las Valenzuelas, Obregones, Vengoecheas o Bordas, tuvieron el privilegio de frecuentar colegios y universidades del Viejo Mundo. Gaitán sin pertenecer a ninguna de estas dos categorías, y gracias a su propio esfuerzo, perfeccionó sus estudios en Roma, corno no pudieron hacerlo sus émulos: los Lleras, Echandía, Gabriel Turbay, Antonio Rocha. Alejandro Galvis Galvis, Germán Arciniegas, José Joaquín Caicedo Castilla, Jorge Soto del Corral y tantos otros a quienes la vida aparentemente había dotado de comparables facultades intelectuales y de superiores entronques familiares y económicos, que, sin embargo, no les permitieron una tan precoz familiaridad con medios universitarios distintos de los de Bogotá, Medellín y Popayán.




Lo ostensible y palpable era que todo el mundo tenía que trabajar para sobrevivir, salvo una ínfima minoría, y que la agricultura de sustentación o de exportación, como en el caso del café, se explotaba en minifundios en donde laboraban por igual el padre, la mujer y los hijos menores, sin recurrir a la mano de obra extraña. En el altiplano y en los valles de los ríos estaba presente el peón, pero, por ser espacios unas veces reducidos y otras inhóspitos, la fuerza laboral era mucho menor que en otras latitudes. En un siglo se registró solamente un gran movimiento de masas alrededor de una compañía extranjera, corno fue la huelga de la zona bananera de Santa Marta, episodio que sirvió de plataforma de lanzamiento a la carrera política de Gaitán, convirtiéndolo en figura nacional. Era el despertar de la nación a la riqueza, con la indemnización norteamericana por la pérdida del istmo de Panamá y el producido de los empréstitos americanos de los años veinte. También se presentaron por la misma época incidentes aislados alrededor de la tenencia de la tierra, particularmente en Cundinamarca; pero nunca nada semejante al huracán de inconformidad campesina que asoló por tantos años a la nación mexicana, con la presencia de verdaderos caudillos rurales del temple de un Emiliano Zapata o un Pancho Villa. Predicar contra la injusticia social en medio de una pobreza generalizada explica la ausencia de dirigentes de calado social ajenos a todo sectarismo partidista, y justifica, en cierto modo, las salidas y regresos de Gaitán al solar liberal. Era un socialista, como lo demostró con su tesis de grado, que periódicamente llegaba a la conclusión de que era más viable socializar al país al amparo de las lealtades liberales, como ya lo habían hecho los prohombres del siglo anterior, que fundar un partido nuevo que no llegaba al corazón de las multitudes, porque su denuncia tropezaba con una masa inerte aferrada a los prejuicios partidistas. Imperaba la idea decimonónica del progreso, de una humanidad constantemente en ascenso. El socialismo se concebía, como ocurre todavía en los países de Europa occidental, como la culminación de sucesivas conquistas obreras, que, semejantes a las catedrales góticas, resultan de la labor de millares de manos en un dilatado espacio de tiempo.

Es en este punto donde Gaitán comienza a aparecer en el escenario nacional como una figura distinta, como una voz diferente a todo su entorno. Lejos de ser el demagogo barato que la tradición ha recogido, Gaitán era un hombre de disciplinas universitarias, de formación académica, que hubiera podido regentar su cátedra de derecho penal con singular brillo en cualquier universidad. Pocas artes, contrariamente a lo que piensa el vulgo, son tan esquivas como la demagogia. Se piensa generalmente que para ponerla en práctica basta prometer alocadamente ríos de leche y miel. Sucede, por el contrario, que, para conmover las muchedumbres y subyugarlas con la palabra, se requiere muchas veces un don especial, una compenetración con el auditorio, una capacidad de reducir los más intrincados problemas al nivel de la audiencia más modesta, y todos estos atributos los poseía Jorge Eliécer Gaitán en grado eminente. Pero, para entregarles el mensaje a los oyentes, así pareciera fruto de la improvisación cuanto brotaba de sus labios, era necesario tener una familiaridad con las más disímiles disciplinas y una formación académica como evidentemente la tenía el tribuno. El transcurso de los años y su propia leyenda han transmitido de generación en generación la famosa imprecación "mamola", de uno de sus discursos, para representárnoslo como un perorador desbocado, sin rigor idiomático, cuando, por el contrario, era un recurso oratorio deliberadamente rebuscado para alcanzar un determinado efecto.

Su obra, de adolescente, sobre las ideas socialistas, es un testimonio vivo de su curiosidad intelectual y de su mente disciplinada, que ponía al servicio de sus concepciones una considerable suma de erudición. Pero en donde aparece con mayor claridad y precisión su capacidad de análisis es en los debates sobre la huelga de las bananeras, en 1928. ¡Qué lejos están de cualquier argumentación barata aquellos párrafos destinados a comprobar, con toda la técnica jurídica de la prueba, el servilismo del gobierno frente a la United Fruit Company! El más extraordinario despliegue de técnica forense ocupó, sesión tras sesión, la tribuna de la Cámara de Representantes. Al decantar, con el transcurso de los años, el sangriento episodio, no faltan historiadores que demuestren, con datos sacados de las estadísticas, cuánto se exageró en su tiempo la magnitud de la hecatombe, hasta el punto de que la leyenda, el mito, hace llegar a centenares los muertos en la trágica noche de Ciénaga. Los hilos invisibles, la urdimbre que hace brotar la indignación nacionalista, están contenida en la denuncia de Gaitán, fruto de innúmeras pesquisas, de conversaciones con los directamente afectados, de pruebas irrecusables sobre la alevosía de la ocurrencia.

Vienen, más tarde, los conflictos agrarios en la región de Fusagasugá, en la hacienda "El Chocho", y Gaitán se perfila como el caudillo de izquierda capaz de sacudir el andamiaje feudal de la república. ¿Por qué no culminó semejante expectativa de la gleba ni siguió inmediatamente a aquellos episodios una carrera pública meteórica? La explicación más generalizada y quizá más aceptable es la de que "la revolución en marcha", ejecutada desde el gobierno, le arrebató sus banderas. Yo pienso que había algo más profundo y digno de ser estudiado prolijamente por quienes se ocupen de esta etapa de la vida colombiana. Gaitán, a diferencia de la casi totalidad de sus contemporáneos, era un socialista de convicciones y mal podía hacer una carrera a la sombra de López Pumarejo, como la hicieran tantos otros. Ya había recorrido tanto camino y tenia tan arraigada su rebeldía que, frente a los jefes liberales, no se presentaba como un discípulo sino como un emulo.

La tragedia de Gaitán, en la mitad de su carrera publica, fue no ya la incomprensión de aquellos a quienes combatía, sino de sus seguidores, que no querían acompañarlo a la tierra prometida que el tenia imaginada, sino a la que ellos concebían. Fundó el “unirismo” y regresó a las toldas liberales. Intentó con el doctor Arango Vélez la fundación de una corriente semejante al radicalsocialismo francés, que apenas duró unas semanas, y finalmente optó por su posición de disidente liberal, que lo llevó a disputarle la Presidencia de la República a Gabriel Turbay, en histórico duelo, funesto para su partido y para Colombia.

La división liberal permitió el ascenso al poder del doctor Mariano Ospina Pérez. Quizá el más moderado de los dirigentes conservadores en cuanto al estilo de lucha política, pero sometido a presiones e influencias que bien pronto lo hicieron derivar hacia un tipo de gobierno autoritario y excluyente. El eclipse de las libertades, después de su muerte, salvo en breves intervalos, se prosigue hasta nuestros días. El “Bogotazo”, que produjo una toma de conciencia en la derecha y en la izquierda colombiana como no se había conocido antes, despertó, con sus excesos, una explicable reacción defensiva en las filas de la burguesía. El ser o no ser parte del “establecimiento”, que, como lo he explicado, permitía en vida de Gaitán el desacuerdo con el sistema y la colaboración ministerial, desapareció, primero, bajo las dictaduras, y luego, bajo el régimen del Frente Nacional. La identificación entre el liberalismo y el comunismo, fabricada por el doctor Laureano Gómez como arma política con la célebre teoría del "basilisco", legitimó la persecución de los liberales, asimilados a sediciosos, rebeldes y anarquistas, enemigos del orden social. Más sutilmente, el Frente Nacional, a pretexto de no reconocer en el panorama nacional fuerzas distintas del liberalismo y el conservatismo, trató de proscribir disimuladamente de la vida pública a quienes, por lo menos en apariencia, escudándose con los nombres de liberales o conservadores, no estuvieron matriculados en sus filas. La paz se entendió como la tregua entre los dos partidos de la coalición, sin perjuicio de proseguir la pugna con quienes no militaran en los ejércitos tradicionales, cualquiera que fuera su filiación, de derecha o de izquierda. La abolición del cuociente, en aquellos departamentos en donde se elegían sólo dos personas, privó a los partidos minoritarios de representación en los llamados “feudos podridos", en donde, con un solo voto de mayoría, cualquiera de los partidos de coalición podía adueñarse de la totalidad de las curules. Con el éxito de la revolución cubana y el pánico de la burguesía, la reacción se hizo más y más audaz en el camino de no extender a fuerzas nuevas las libertades ni el disfrute de los empleos públicos, sino conservarlo como monopolio de los dos partidos. Por años se negó el uso de la televisión oficial a quienes representaran puntos de vista distintos de los de la coalición gobernante. Por años, el Ministerio de Trabajo se abstuvo de resolver acerca de la personería de dos centrales obreras que no llevaban el imprimátur del "establecimiento". Por años, se mantuvo a Colombia aislada del mundo socialista. Se conservó la libertad de prensa formal pero, con la creación de la llamada "mano negra", se asfixió a la prensa independiente, por el aspecto económico, mientras el propio gobierno fomentaba las contribuciones en dinero de las sociedades anónimas, para campañas políticas a favor de los partidos de coalición... Era la libertad para los que compartían el sistema. La paridad y la alternación para los miembros de la coalición histórica. El abismo había quedado cavado, desde el momento mismo de la muerte de Gaitán, entre quienes querían cambiar el orden y quienes querían preservarlo generándose el fenómeno, no suficientemente analizado, de las guerrillas partidistas convertidas en guerrilla social, que dura hasta nuestros días. Todos hemos tenido distintos ángulos de apreciación, según las posiciones que hemos ocupado, en la oposición y en el gobierno, pero nada tan singular como la actitud de los desplazados del poder bajo el gobierno de Julio César Turbay, reclamando por las libertades, las torturas y los muertos, que nada les significaron, cuando ellos eran ministros, gobernadores o alcaldes, en contra de los militantes del MRL y de la Anapo.

Cuando se habla de desigualdad, se está hablando de propiedad. Cuando se habla de oligarquía se está hablando de quienes controlan el ejercicio del derecho de propiedad. Cuando se habla de democracia, en la acepción occidental, se habla del derecho de propiedad privada, como piedra angular de la organización social. Gaitán lo sabía, como ninguno, y veía, al mismo tiempo, el espectáculo de la inmadurez nacional para oír hablar de un cambio radical en la institución de la propiedad. Había vivido en Roma, frecuentando, como los pocos colombianos que estudiaban entonces, al ex presidente doctor José Vicente Concha, de quien escribió Juan Lozano y Lozano: "No fue Concha de esos espíritus acomodaticios que, por no despertar resquemores ni rencores, parece tener aquiescencia unánime para sus actuaciones desteñidas". Tampoco era Gaitán hombre de medias tintas, sino afirmativo y polémico; pero prosperó el equívoco entre aquellos que lo consideraban como un liberal respetuoso de la propiedad privada, "un burgués progresista", con sensibilidad social, y quienes lo creían un líder socialista, cuyo arribo al poder señalaría, como ocurrió después en Cuba, la aparición del primer Estado socialista en América Latina.

Conservo fresca en la memoria la campaña presidencial que, en el curso de pocos meses, adelantó contra Gabriel Turbay y contra el "establecimiento" liberal, cabalgando sobre las dos imágenes, según sus auditorios. Fue una campaña política relámpago. En las elecciones intermedias, que precedieron a la elección presidencial, la votación de Gaitán no tuvo mayor volumen frente a la controversia de Turbay y Echandía, que gano primero. Fue solamente, al ir esfumándose la resistencia de los amigos de Echandía contra Turbay, al retirar el “Maestro” el nombre, cuando comenzó a brillar la estrella de Gaitán, y se aglutinaron a su alrededor figuras tan consagradas de la provincia colombiana como el doctor Vargas Vélez, de Cartagena; el doctor Francisco José Chaux, del Cauca; el doctor Armando Solano, de Boyacá, y otros de igual significación. Ya a nadie le cupo duda de que el candidato oficial, Turbay, a pesar de haber sido proclamado por una convención en regla, no contaba con suficiente respaldo electoral dentro del partido para derrotar al candidato conservador y a Gaitán. Así tuvo el valor de denunciarlo el doctor Jorge Soto del Corral, uno de sus más fervorosos adherentes, en el seno de una convención convocada para analizar las perspectivas de triunfo.

La contienda electoral de 1946 merece un estudio aparte. Turbay fue siempre un combatiente aguerrido y tenaz, a medida que avanzaba la campaña parecía amilanado y, a la vez, olímpico. Demostró fiel a la escuela santandereana, en la que se inicio en la política, un gran valor personal y civil frente a una agresividad inaudita, que no pocos de sus malquerientes celebraban. En los dos campos se recurrió a todas las armas, apelando a los más vulgares prejuicios, como era descalificar a Turbay por su origen libanés en los términos más descomedidos. Cada reunión, a medida que avanzaba la campaña, se convertía en una escaramuza campal entre turbayistas y gaitanistas, más preocupados ambos de su querella intestina que de la suerte del partido. El fenómeno Gaitán, que bien merece tal calificativo, fue adquiriendo proporciones gigantescas. Gentes como los famosos 'cafuches", de Bogotá, contrabandistas de aguardiente que vivían en los cerros aledaños a la capital, descendieron, por primera vez, al campo político, empuñando antorchas y destacando con su presencia el carácter eminentemente popular del candidato. En una de aquellas últimas semanas de la campaña me encontraba yo en la población de Los Venados, en jurisdicción del actual departamento del Cesar, enclavada en las sabanas de Camperucho, a donde yo había ido de cacería, y me sorprendió el fervor con que los campesinos de la aldea, perdidos en aquella inmensidad, escuchaban, agolpados en la única casa en donde había un radio de onda corta, las palabras del caudillo, en una manifestación en Bogotá. El entusiasmo y las exclamaciones de regocijo eran tales que, a la mañana siguiente, le envié un cable a mi padre, transmitiéndole mi convencimiento de que el partido se dividiría por iguales partes entre los dos contendores. Mas no sucedió así, porque Turbay aventajó a Gaitán por un margen considerable, si se tienen en cuenta los guarismos de entonces, cuando no votaba la mujer. Cuando Gaitán hablaba de la "oligarquía" en la Plaza de Cisneros de Medellín, no se refería con nombre propio a la plutocracia antioqueña, enriquecida  al amparo de la protección aduanera y la sustitución de importaciones. Si a alguien mencionaba era a Alberto Jaramillo Sánchez, el jefe turbayista del lugar. Cuando arremetía contra la oligarquía de Cali, en la Plaza de Caicedo, no sindicaba concretamente a los detentadores de la tierra del Valle del Cauca sino a Absalón Fernández de Soto o a Carlos Navia Belalcázar, pilares del oficialismo liberal.

Las consejas prosperan con mucha mayor rapidez en una
atmósfera tensa, bajo el signo de la inconformidad con lo existente, que cuando el discurrir de la sociedad se cumple en forma serena, sin enfrentamientos sociales y económicos  agudizados por el factor monetario. Gaitán aprovechó una coyuntura semejante para capitalizar el descontento, a nombre de la moral, constituyéndose en vocero del anhelo colectivo de estabilidad económica, que se atribuía confusamente a factores humanos, cuando la cuestión moral surgía de la cuestión social y no inversamente.

Nunca fui amigo personal de Gaitán, dada la diferencia de edades entre los dos, pero nuestras relaciones siempre fueron cordiales y respetuosas. Éramos colegas de la Universidad Nacional, cuando yo
ingresé como profesor de derecho constitucional, a los 24 años. Gaitán tenía una gran curiosidad intelectual por nuestra generación y muchas veces pasamos largas veladas en el Palace de la calle 26, que era su cuartel general, conversando horas enteras. Lo había conocido siendo yo adolescente, por mi tío, Luis Michelsen, un hermano de mi madre que, desde sus años de estudiante en Europa, cuando habían convivido, había llegado a ser uno de sus amigos más íntimos, al punto de que, cuando se casó el doctor Gaitán, la relación se extendió a su hogar, en donde era considerado prácticamente como un miembro de la familia. Fuimos también colegas en el Concejo Municipal de Bogotá, cuando yo me iniciaba en la política, combatiendo juntos un contrato de teléfonos, por medio del cual se adquiría la vieja planta, de propiedad de una compañía norteamericana, The Bogota Telephone Company.

Semanas antes de su muerte. en la ciudad de Barranquilla, puse de presente, en declaraciones para un diario local, la contradicción que existía entre Gaitán, profesor de derecho penal, divulgando las ideas de la escuela positivista, y Gaitán, en la plaza pública, tocando la fibra ético-religiosa del pueblo colombiano, convocando al pueblo para una restauración moral. Era la eterna ambigüedad entre el pensador y el político. El pensador sabía que la descomposición moral era hija del desbarajuste económico, causado por la guerra, pero el político tenía que buscar demonios de carne y hueso a quienes atribuirle la responsabilidad de la situación, y ningún mensaje tan elemental para comunicarle a su auditorio, como que la situación de escasez y de alza de precios era culpa de los malos hijos de Colombia, que no respetaba los Diez Mandamientos.

La verdad es que
Gaitán despertó el sentimiento de un partido que parecía aletargado, y súbitamente, como su jefe único, se vio el caudillo elevado a las mayores preeminencias, encargado exclusivamente de la dirección de una colectividad mayoritaria y unificada, para la cual él era un ídolo y un dominador sólo comparable a un Hitler o un Perón democrático, que con el uso de la palabra podía conducir a las muchedumbres arrebatadas a cualquier parte, inclusive a una guerra civil, si así lo hubiera querido. Con justicia puede afirmarse que Gaitán fue el precursor de Fidel Castro, como seductor de multitudes, simplificando los problemas e invocando toda clase de sentimientos latentes, hasta identificarse por completo con su pueblo. A este respecto, nada tan significativo como la célebre manifestación del silencio, pocos días antes de su trágica muerte. Una manifestación pública, como nunca antes había contemplado la ciudad, desfiló silenciosamente, enarbolando pañuelos blancos, y escuchó circunspecta la más bella plegaria por la paz que hasta entonces hubieran oído los colombianos. Pero el mismo silencio, la emoción reprimida, el tono, iba preñado de amenazas y conminaciones recónditas que sirven todavía para darse una idea de la temperatura a que se había llegado en el enfrentamiento entre el gobierno todopoderoso y los liberales inermes que, día a día, eran sacrificados en los cuatro puntos cardinales de la patria.

Murió asesinado en circunstancias misteriosas, en lo que parece ser un magnicidio de larga gestación en el cerebro de un loco, despechado por los desdenes de una amante, a quien le prometió cobrar inolvidable estatura ante la historia. Roa Sierra, tal parece ser su nombre, fue el autor material del delito, al que jamás se le han podido establecer autores intelectuales. Dentro de la gran aldea que era Bogotá, transformada súbitamente en ciudad huésped de una conferencia continental, se cumplió el holocausto, que partió en dos la historia de Colombia. Habíamos sido demasiado pobres, tradicionalmente, para asistir sin traumatismos a un despliegue de obras suntuarias, casi todas ellas útiles por otros aspectos, que se fueron realizando en la ciudad timorata y avara, en un ambiente comparable al que describe García Márquez en sus novelas, cuando va a ocurrir algún gran suceso. Durante cinco días y cinco noches la ciudad fue saqueada y semidestruida en un acto de protesta colectiva comparable, proporciones guardadas, a la Comuna de París, cuando fue necesario recurrir a las tropas de Versalles para reducir a sangre y fuego al proletariado parisiense.
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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*ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN VISIONES DEL SIGLO XX COLOMBIANO / VILLEGAS EDITORES / PRIMERA IMPRESIÓN OCTUBRE 2003 / BOGOTÁ D. C.
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ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN, (1913-2007). Presidente de la República de Colombia (1974-1978) a nombre del Partido Liberal Colombiano. Hijo del ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo. Fue senador, ministro, embajador, profesor universitario, concejal, fundador del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). Su vida pública partidaria la realizó dentro del Partido Liberal.


Edición Número 120, Girardot, Febrero 19 de 2020

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miércoles, 12 de febrero de 2020


Edición Número 119, Girardot, Febrero 12 de 2020:-CUNDAY (TOLIMA) EN 1906



                                                            Edición Número 119 Girardot, Febrero 12  de 2020


CUNDAY EN 1906*


POR ELISIO MEDINA








… La Constitución de 1886, fue reformada en 1905 (Asamblea Nacional Constituyente), a instancias del presidente Rafael Reyes, (1904-1909, el conocido quinquenio), en materia de provincias y departamentos. Fueron creadas para el departamento de Cundinamarca, las provincias de Girardot, Sumapaz y Tequendama.

La de Girardot incluía los siguientes municipios, algunos segregados del departamento del Tolima, pero que culturalmente se decía, eran extensión del de Cundinamarca: Girardot, Nariño, Guataquí, Nilo, Agua de Dios, Ricaurte, Melgar, Santa Rosa (hoy denominado Suárez), Cunday y El Carmen (hoy Carmen de Apicalá). Los últimos cuatro son los tolimenses anexados. En la actualidad forman parte del departamento del Tolima.


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El Alcalde de este Municipio, señor Don Sinforoso Vargas, había tenido la amabilidad de venir a Melgar, atendiendo al llamamiento que se le había hecho.

Al informarse del ánimo en que me hallaba de ir a Cunday, me manifestó: "A Cunday no entra ningún Gobernador," y me sacó luego del asombro informándome en breves palabras; no hay caminos; no hay Escuelas, porque no se pagan los sueldos; no se cobra el impuesto porque no hay Recaudador; el Concejo no se reúne, unas veces porque los Concejales son hacendados que nunca van al pueblo, y otras porque los de la población se hallan ausentes; y para que el cuadro sea completo, no tenemos Párroco, allá no llega nunca correo, no hay oficina telegráfica, ni hay medios de comunicarnos con la autoridad superior, ni de recibir sus órdenes. Estamos más federados que Panamá. El trabajo personal no se puede hacer efectivo, ni hay manera de componer los caminos rozarlos siquiera, porque no se encuentran peones; los pocos que hay están  en los cafetales, huyen de la cabecera del Municipio; no trabajan ni a $ 60 por día. A pesar de tantas dificultades, hemos arreglado el camino que viene hacia El Carmen hasta La Fila, pero la parte que corresponde a este último Municipio se halla intransitable.



1980. Hospital Federico Arbeláez. Señor Obispo Hernando Rojas Martínez,
cura párroco Hernando Cabrales, dr. Jady Hernán Lozano Parra, médico cirujano Hospital
de Cunday (4o. izq.-der.).
Archivo Dr. J. H. Lozano Parra


En seguida me dio informes muy detallados acerca de la marcha de las demás oficinas y propuso todas las medidas convenientes para organizar una administración siquiera mediana, porque la escasez de personal para desempeñar los puestos públicos no permite aspirar en aquella materia a lo más completo.

El señor Alcalde, ayudado muy eficazmente por los señores Isaías Vargas, Sinforoso Escobar y otros vecinos, ha hecho cuanto es posible para conservar y mejorar los locales de las escuelas y la Casa Municipal. Prometí solicitar Directores para las escuelas y pagarles puntualmente les sueldes, a fin de que de 1907 en adelante las escuelas funcionen con regularidad.



1980. Colegio Oficial San Antonio. Obispo Hernando Rojas Martínez,
 a su derecha, dr. Jady Hernán Lozano Parra.
Archivo J. H. lozano Parra


Hice nombramiento de Recaudador y Alcalde  suplente, resolví las consultas que el señor Alcalde hizo y decreté el establecimiento de una línea de correos por cuenta del Departamento, que llegue semanalmente a Cunday. En fin, se dictaron todas las medidas conducentes a mejorar el servicio público en aquel Municipio.

Como se verá en otro lugar de este Informe, hay poblaciones en donde los contribuyentes por trabajo personal prefieren trabajar a pagar en dinero, a causa de la escasez de recursos y de ocupación lucrativa, mientras que en Cunday los contribuyentes se apresuran a pagar en dinero antes que en trabajo. A pesar de la solicitud de brazos que hay en algunas regiones, aún no se ha podido equilibrar el movimiento de nuestros trabajadores. Plantaciones de café hay en las cuales se pierde la cosecha; por falta de peones, y en otros lugares no muy remotos los peones no tienen ocupación.

La producción agrícola y la riqueza pecuaria de Cunday, así como las riquezas minerales que haya en su territorio, serán materia de un informe que el señor Alcalde enviará próximamente a la Gobernación.



1980. Alcaldía Municipal. Obispo acompañado por dr.
 Jady Hernán Lozano Parra,
con Sr. alcalde y personero municipal.
Archivo: J. H. Lozano Parra


Como hablara yo con el señor Vargas de la probable erección de un nuevo Municipio en el Corregimiento de Sucre, frente a la ciudad de Purificación, él se mostró entusiasta por la idea, y manifestó que al nuevo Municipio podría agregársele una vereda de las de Cunday, cuyos habitantes nunca van a la población, porque cultivan con Purificación su comercio y relaciones.
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*ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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*“VISITA DEL SEÑOR GOBERNADOR DE CUNDINAMARCA A LAS PROVINCIAS DE SUMAPAZ, GIRARDOT Y TEQUENDAMA” Facatativá/ Imprenta del Departamento /Director y Corrector, Belisario Cuervo Angel/ 1906/ Gobernador Elisio Medina.

Edición Número 119, Girardot, Febrero 12 de 2020

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