Edición Número 65 Girardot, Marzo 21 de 2019
¿ADIÓS A LAS ARMAS?*
POR ROBERTO GONZÁLEZ ARANA**
A propósito del histórico acuerdo de cese al fuego
bilateral definitivo del 23 de junio de 2016 en La Habana, entre el gobierno
colombiano y las guerrillas delas Farc, surgen muchas expectativas e interrogantes
sobre el futuro inmediato del país.
Con la desmovilización de las FARC, habremos superado
lo que Eduardo Pizarro denominase en su momento, una “insurgencia crónica” dado
que luego del conflicto Este-Oeste no se gestaron en Colombia las condiciones
para el triunfo revolucionario por parte de las guerrillas y tampoco fue
posible que éstas se convirtieran en una auténtica opción de poder (a excepción
del M-19) lo cual sí sucedió en países como Cuba o Nicaragua. Incluso en
gobiernos como Brasil, El Salvador o Uruguay, fueron elegidos exguerrilleros
que se desmovilizaron para alcanzar el poder por vía de las elecciones.
A Colombia se le ha conocido internacionalmente por
ser un país violento. Y no propiamente por nuestra historia reciente, sino por
haber tenido más de quince guerras civiles durante el siglo XIX y luego,
después de la época de La violencia, padecer el conflicto armado más longevo
del Continente. Pese a esta realidad, coincido con el historiador Eduardo
Posada Carbó (La Nación Soñada,
2004), en que esta percepción es injusta, dado que los intolerantes, o quienes
acuden a conductas violentas no son ni representan a la mayoría de la población
colombiana.
Es innegable sí, que el Estado colombiano a lo largo
de su historia ha sido poco tolerante con quienes ejercen oposición o acuden a
distintas formas de protesta para canalizar su inconformidad, limitaciones
propias de una democracia restringida y excluyente. La guerra fría y el
conflicto armado interno fueron funcionales para estigmatizar a la izquierda o
a los movimientos políticos o sociales.
Por cierto, siguiendo esta línea, la ausencia de una
mejor pedagogía de paz para explicarle al país los propósitos de cada punto de
los avances en la agenda de la negociación han hecho posible que las
estrategias de desinformación y la “campaña del miedo a la paz” por parte de
los opositores al gobierno de Santos
hayan hecho bastante ruido. La Constitución política colombiana, en su
artículo 23, habla de la paz como un
imperativo del Estado. Por lo tanto, el tema de la paz no “es de la agenda del
presidente Santos” sino de todos los colombianos, sin distingos partidistas. Es
hora de hacer un llamado a superar tantos odios del pasado y a pensar más en el
país que en ambiciones partidistas o personales.
Retos
del pos acuerdo
Son muy diversos los retos del desafío que se le
presentarán a Colombia en un escenario de post acuerdo, pues la naturaleza y la
larga duración del conflicto armado interno suponen resolver múltiples asuntos.
Las prácticas de las guerrillas han sido condenadas por sus nexos con el
narcotráfico, la violación a los derechos humanos y al derecho internacional
humanitario. La degradación de la guerra derivó en un conflicto contra la
población, ante lo cual tendrá que garantizarse justicia, reparación y no
repetición. También la sociedad deberá entender, que la aplicación de la
justicia transicional supondrá fórmulas más creativas que el simple
encarcelamiento de todos los actores del conflicto que incurrieron en delitos
(lo cual incluirá también a las fuerzas militares). En este proceso, el
acompañamiento de la comunidad internacional será clave.
Sobre los temores de que luego de la finalización del
conflicto se genere una “Centroamericanización” de la violencia, coincidimos
con Carlos Nasi en que la situación colombiana dista de la que vivió El
Salvador o Guatemala una vez se firmó la paz. Eso debido a que la relativa
fortaleza de las instituciones del Estado en Colombia es mucho mayor que
en Centroamérica. Asimismo, Nasi ilustra
diferencias como que en El Salvador la Comisión de la Verdad pidió que no
hubiera juicios para los responsables de crímenes (contrario al caso de
Colombia donde se aplicará la justicia transicional) y en Guatemala, luego de
alcanzada la paz, se multiplicaron los linchamientos contra los responsables de
delitos contra la sociedad (Nasi, 2016). Y aunque tenemos bandas criminales en
el país, por fortuna no alcanzan la dimensión de las maras de El Salvador.
El ciclo de violencia que comienza a cerrarse con la
firma de los acuerdos para la finalización definitiva de las hostilidades entre
el Estado y la guerrilla de las FARC, luego de cincuenta y dos años de
confrontación armada, marca un hito histórico para el país y las futuras
generaciones, aunque la sociedad no termine aun de asimilar la importancia y la
magnitud de lo pactado en La Habana. Quedan por supuesto, otros factores
generadores de violencia (ELN, bandas
criminales, narcotráfico, corrupción, violencia intrafamiliar, delincuencial)
en los que tendrá que enfocarse el Estado y que paradójicamente, superan en
porcentaje a la violencia asociada directamente al conflicto armado.
Por otra parte, también es claro, que fruto del
proceso de paz, el gobierno no entregará
el país a las guerrillas niños tomará el castro-chavismo. La presencia
del Secretario General de las Naciones Unidas en la firma de los acuerdos del
23 de junio da fe de la legitimidad y la seriedad del proceso. Como bien lo
señala Shlomo Ben Ami (2015), con los acuerdos de paz, “no se trata de eliminar
la economía de mercado ni tampoco de la implantación del realismo socialista.
La lucha por la sociedad supuestamente ideal no es tema de la negociación de
paz; es más bien el tema de la lucha política en democracia, y que sea la
mayoría democrática la que decida”.
El fin de la guerra en Colombia, desnudará el hecho de
que no todos los males de nuestra sociedad son atribuibles exclusivamente al
conflicto armado y de que la paz armada no es igual la paz social pues las
inequidades del modelo económico o la desigual distribución de las tierras en
el país no se resolverán mágicamente porque no haya guerrillas. En eso no
podemos equivocarnos para que no se generen expectativas desbordadas con el fin
del conflicto armado.
Decir adiós a las armas será tan solo el comienzo, no
el fin de la violencia. Pero este hecho sin duda, es de una inmensa
trascendencia y una condición necesaria para construir una mejor sociedad en
nuestro país.
___________________
*REVISTA LATITUD (LA REVISTA DOMINICAL DE EL HERALDO)/ 20.06.2016
**ROBERTO GONZÁLEZ ARANA: Ph. D en Historia. Profesor
del Departamento de Historia, División de Humanidades y Ciencias Sociales,
Universidad del Norte. Director del Instituto de América Latina y el Caribe de
la misma institución.
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Notas bibliográficas:
BEN AMI, Shlomo. ‘Reflexiones
en torno al Post Conflicto en Colombia’, Comfecámaras, Cartagena, septiembre
24/2015 (conferencia).
NASI, Carlos (2016). ‘El postconflicto no es tan malo
-ni tan bueno- como lo pintan’. Razón Pública.
PIZARRO, Eduardo. ‘Elementos
para una sociología de la guerrilla en Colombia’. Revista Análisis Político.
N°. 12 Ene/Abr. Iepri-Universidad Nacional, 1991.
POSADACARBÓ, Eduardo. ‘La Nación Soñada’. Editorial
Norma, 2004.
Edición Número 65, Girardot, Marzo 21 de 2019
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