Edición Número 64 Girardot, Marzo 19 de 2019
URDIMBRE DEL CANTO VALLENATO*
POR LIBARDO BARROS**
En
el sur de La Guajira a las palabras se las acentúa de una forma emparentada con
el canto. El fraseo de la lengua cotidiana está hecho para acomodarse a esta
particular manera de hablar. En esta zona se canta como se habla y se habla
como se canta. Ello explica la proliferación de cantantes y compositores
guajiros de música vallenata. Como tal, el aporte de esta región es
insoslayable al momento de abordar cualquier asunto relacionado con este aire
musical.
Los
habitantes de otras regiones del país por mucho que lo intenten no podrán
cantar el vallenato como lo hacen los nativos de toda la zona de influencia de
los municipios de Fonseca, San Juan del Cesar, Villanueva, Urumita y El Molino.
Porque no es cuestión de voluntad, ni siquiera de una opción personal de quien
lo intente, es algo que está metido en el inconsciente de quienes nacen y se
crían en estos pueblos.
Lo
mismo les pasa a quienes cuya lengua materna es el castellano hablado en
Andalucía o en Cuba, el italiano del norte o el portugués del nordeste
brasilero, lenguas cuyos hablantes las han hecho con tal plasticidad para
resaltar en ellas su enorme filiación con el canto. De ahí que Lola Flores,
Benny Moré, Luciano Pavarotti y María Bethânia representen la manera en que las
culturas de sus pueblos de origen han predispuesto, adaptado, el uso de su
lengua para cantar; o el canto para recordar, mientras se ejecuta, su manera
cotidiana de hablar.
La
adaptabilidad de los órganos del aparato fonador a las maneras propias de
ciertos pueblos en el uso de la lengua debería ser estudiada en profundidad.
Debido a que esto tiene un gran peso conceptual a la hora de encontrar las
motivaciones psicológicas y culturales que den cuenta de las causas que
predisponen a un pueblo a sobresalir en el arte musical.
En
La Junta, corregimiento de San Juan del Cesar, existen elementos que dan luces
sobre algunas de las causas de dicho fenómeno. Sus habitantes, dicharacheros
ingeniosos, hábiles cuenteros, versados en nombrar la realidad con una
particular entonación, son además hábiles tejedores de mochilas de lana y de
fique. A la caída del sol, bajo una sombra cualquiera, hombres y mujeres de
este pueblo tejen mientras cantan bajitico para animar sus puntadas. Da la
impresión de que este es un lugar en donde la delicadeza está mejor repartida.
Gracias a esa antigua y habilidosa conjugación de la urdimbre del tejido con el
canto fue posible que allí naciera uno de los mejores cantores de la música
vallenata: Diomedes Díaz. ¿Y por qué fue en La Junta y no en otro lugar donde
nació este cantor?
Jairo
Daza Hinojosa, de 59 años de edad y amigo de infancia de Diomedes Díaz,
reconoce que la tenacidad y el convencimiento de este cantor para imponer su
arte fueron dignos de exaltación. Consideró su arte como un encargo que sus paisanos
le encomendaron. Y ellos mismos consideraban que un talento de esos era
demasiado grande como para quedarse inédito.
Cuenta
Marciano Martínez, compositor y amigo entrañable de este juglar, que muchas de
las veces que llegó a su finca de Carrizal (caserío cercano a La Junta) casi de
madrugada, lo mandaba buscar para hablar y contar cuentos hasta el final de la
tarde. Una forma muy usada por los nativos de los pueblos de no perder su polo
a tierra con las costumbres de la tierra natal.
Hablando
con otro juntero, Javier Gámez, ingeniero de 46 años de edad, concluimos que el
fenómeno Diomedes Díaz no se puede entender aislándolo del pueblo donde bebió
aquello que su música hacía sentir, mezclado con un estilo que resaltaba su
gracejo y su talento personal para el canto, que incluye el saber de vaqueros,
campesinos y tejedores de La Junta. Aunque era normal que en un comienzo no lo
aceptaran, la tímbrica de su aguda y melódica voz, capaz de adaptarse a todos
los registros, terminó gustando de tal manera que ya ni el mismo Diomedes se lo
creía. Al final, por no saber administrar tanto éxito, la fama hizo estragos en
el hombre sencillo que había dentro de él. Pero esa es otra historia.
• • •
Lo
que no han podido comprender sus cultores y defensores es que el vallenato es
un macrogénero, como la cumbia, el jazz, el son cubano o el porro, que son
expresiones musicales que no desconocen ni dejan por fuera nada de lo que se da
en su entorno.
El
vallenato, valorado a partir de este concepto, incluye en su recorrido
histórico los antiguos cantos en copla y estribillos españoles, entre los que
sobresale el villancico (de “villano” o pueblo rústico que los cantaba), los
cantos e instrumentos musicales de los esclavizados africanos y los indios de
la Sierra Nevada de Santa Marta (arhuacos (o ikas), wiwas, kogis y kankuamos);
a los cuales se suma el gran aporte de los indios wayuu con su música, muy
cercana también a la cadencia expresiva de su lengua. Este sincretismo de la
música, el habla y el canto convergen en una zona específica de la cual
Valledupar es un componente más. Pese a que con el tiempo, por razones
socioeconómicas, no culturales, se convirtiera después en su epicentro. Gracias
a la conjugación de estos y otros hechos, el vallenato traspasaría sus primitivos
linderos y se integraría a la música de cada nuevo sitio de acogida sin ningún
tipo de complejo.
Así
ha ocurrido con la cumbia, que ha seguido desarrollándose para trascender en
pocos años sus antiguas fronteras culturales. Es por eso que hoy día se habla
de la cumbia argentina, la peruana, la mexicana, que no son más que versiones
con las que cada pueblo la recrea y se apropia de ella.
El
vallenato no puede ser la excepción. Cada zona de la Costa Caribe colombiana
donde se cultiva esta música ha recreado una versión propia del vallenato.
Incorpora los sonidos más afines de su realidad a este género. Y no hay que
entrar en discusiones que no tienen nada que ver con esta dinámica. Porque,
como ya se ha dicho y se dirá, el supuesto vallenato tradicional no es tan puro
como lo quieren hacer ver.
Me
contaba Marciano Martínez que él aprendió a versear sin ir a ninguna escuela.
Siguió una tradición y con base en ella compuso canciones tan sentidas como
Amarte más no pude, Usted y La juntera. Cuando llegó a la adultez descubrió que
hacía tercerillas, redondillas o cuartetas y décimas. Su canto estaba inscrito
en las formas tradicionales del romancero español, lo supiera o no.
Carlos Mario Rincón Mendoza, compitiendo en la categoría infantil-juvenil del Festival de la Leyenda Vallenata 2014. |
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La
traición del vallenato que se gestó en Valledupar y otros pueblos del
departamento del Cesar, entre los cuales Patillal es el más reconocido, no
podría dejar por fuera a compositores y cantores tan importantes como Luis
Enrique Martínez, Rosendo Romero, Octavio Daza, Silvio Brito, los hermanos
Zuleta, Marciano Martínez y Chema Ramos, entre muchos otros, y aunque el lugar
de confluencia de este macrogénero musical estuvo en Valledupar, fue gracias al
aporte de otros pueblos que acogieron como epicentro a dicha ciudad.
Lo
mismo pasó con el son cubano. Es en La Habana donde encontró unas condiciones
socioeconómicas favorables. Desde el inicio de las guerras de independencia,
los soldados y muchos campesinos expulsados de sus campos trajeron consigo sus
ritmos representativos (nengón, kiribá, changüí, sucu sucu, etc.), los cuales,
gracias a una serie de acertadas fusiones de estos con músicos habaneros,
dieron origen al afamado son, que con justicia desde sus inicios se le llamó
son cubano, no son habanero.
Los
géneros musicales, al igual que los instrumentos musicales, acomodan sus formas
a la realidad de su entorno. La ópera, el son cubano, el flamenco, la cumbia,
el porro, el vallenato, etc., se integraron al patrimonio cultural de la
humanidad y ya no pertenecen solo a sus pueblos de origen.
Procura
tú que tus coplas
vayan
al pueblo a parar,
aunque
dejen de ser tuyas
para
ser de los demás.
Que,
al fundir el corazón
en
el alma popular,
lo
que se pierde de nombre
se
gana de eternidad.
• • •
En
El Paso (Cesar) se desarrolló un estilo de vallenato que bebió de la música de
los pueblos del río Magdalena; ejemplo de esto fue el aporte de la música de
tambora de Altos del Rosario (sur del departamento de Bolívar), incorporada por
Alejandro Durán en sus sones. Y Andrés Landeros, Enrique Díaz, Los Corraleros
de Majagual y Adolfo Pacheco tienen en sus cantos acentos y expresiones propios
de la cumbia y el porro, los que, a su vez, integran músicas de sus regiones.
Carlos Huertas, como otros compositores, dijo más de una vez lo mucho que
aprendió del bolero y la ranchera para luego incorporarlo a sus composiciones
vallenatas.
En
consecuencia, no son las anécdotas ni las dinastías de una región las únicas
válidas para explicar la historia del vallenato. Todas tienen cabida, porque
todas convalidan una manera propia de asumirlo y recrearlo. No se puede excluir
caprichosamente lo que no se inscribe en una forma que se pretende exclusiva, y
en consecuencia, hegemónica, de determinada zona porque negamos la dinámica de
los pueblos. La dialéctica del arte, el cual una vez publicado es susceptible
de cuestionamientos y cambios.
Al
igual que muchas expresiones populares, como por ejemplo el merengue y la
ranchera, el vallenato atraviesa una crisis importante. El paso de esta música
a los centros urbanos exige una mejor formación de sus compositores e
intérpretes. A nivel latinoamericano Juan Luis Guerra y Rubén Blades son un
ejemplo de ello. Los temas que cantan desarrollan temáticas del lugar donde
habitan: el vecindario, la calle, el policía, el ladrón, las enfermedades, etc.
Y ni qué hablar de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en España, o el Cuarteto
de Nos, en Uruguay, por citar solo algunos. En estos grupos prevalece un
acompañamiento musical que fusiona instrumentos y géneros universales.
Pese
a que las emisoras se las ingenian para vender la peor música a sus oyentes
mientras van embruteciéndolos entretenidamente al negarles la posibilidad de
acceder a otros estilos musicales, a los actuales consumidores de música
popular del mundo, que prefieren emisoras de internet, les importa la calidad
interpretativa de los temas y, en igual medida, el uso del lenguaje para
abordarlos.
Sin
olvidar que Gabriel García Márquez advirtió más de una vez que su obra maestra
Cien años de soledad no era más que un vallenato de 350 páginas, Al emparentar
un género literario de tanta trascendencia como la novela con un aire musical,
el premio Nobel realzó aún más las credenciales con las que el vallenato debe
presentarse en el contexto universal. Y la obligada pregunta es si el vallenato
así como va tiene posibilidades de continuar ocupando un sitial importante en
la música universal.
El
vallenato, al igual que la cumbia, el porro, el jazz y el son, se ha librado
desde hace mucho tiempo de los encasillamientos aldeanos en los que lo han
pretendido encerrar, con la excusa de mantener su pureza, de mercachifles que
no han hecho más que empobrecerlo.
Considerar
al vallenato como patrimonio exclusivo de determinada región significa cortarle
el vuelo hacia lugares con mentalidades tal vez más dialogantes, abiertas. Hace
rato que esto pasó, y no se sorprendan si después de ser asumido como propio,
en el nuevo lugar de acogida pueda encontrar su tierra de promisión.
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*LATITUD/ 04 de Mayo/ 2014/ LA REVISTA DOMINICAL DE EL HERALDO
_______________
**Profesor de Uniautónoma y la Escuela Normal Superior La Hacienda.
libardobarros@gmail.com
Edición Número 64, Girardot, Marzo 19 de 2019
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