viernes, 18 de enero de 2019


Edición Número 53, Girardot, Enero 18 de 2019:-GONZALO ARANGO (1931-1976) (PRIMERA PARTE)





                                                            Edición Número 53 Girardot, enero 18  de 2019



GONZALO ARANGO 
(1931-1976)



 BOCETO BIOGRAFICO*


POR EDUARDO ESCOBAR**

(PRIMERA PARTE)



https://www.gonzaloarango.com/imagen/gonzalo-arango-13.html



Hasta que comienza a firmarse Gonzaloarango y se encuentra con Amílcar en La Bastilla, que es un café de Medellín.

Cuando el joven Gonzalo Arango Arias abandonó la universidad para entregarse a la literatura, se retiró a una finquita de unos parientes suyos, acompañado por un perro viejo y una calavera, robada en el cementerio de San Pedro de Medellín, que le recordara sus ensueños de gloria.  Solamente comían naranjas, me contaba, él y el perro porque la otra ya había comido; don Paco Arango, su padre, fue a visitarlo, preocupado.  Y no le gustó ni cinco lo que vio: el joven poeta macilento y amarillo, el amasijo de huesos ácidos amargamente despelambrado, se entregaba a escribir una novela. El título decía todo. Se llamaba Después del hombre.

En esos pueblos necesitados de Antioquia entonces, parroquias mineras agotadas, pedreros de ilusiones, cafetales y entre esas gentes cerreras y desconfiadas, breñosas y prácticas, un escritor era un bicho de lo más raro, una pérdida de tiempo. Don Paco que era como todos los pacos de esos pueblos, cándido, crédulo, sensato y obvio, le rogó compungidamente que se dejara de pendejadas, que volviera a la universidad  más bien, que terminara el derecho. Gonzalo permaneció inflexible. Tenía que terminar de escribir esa novela antes de pensar en otra cosa. Mi vida está puesta ahora en la literatura, papá, no hay nada que hacer, le dijo. Don Paco resignado le contestó: Bueno mijo, entonces siga escribiendo si quiere: solamente le voy a pedir una cosa: que sea siempre un hombre bueno.

 No conocí a don Paco pero me lo imagino, trabajador y piadoso. La anécdota lo pinta de alma entera. De Gonzalo puedo decir que no es fácil hallar en este mundo cuadrado personas desplegadas como él, sin pliegues. Siempre intentó ser fiel al ruego de su padre.




https://www.slideshare.net/KevinEscobar13/nadasmo-de-gonzalo-arango-16784020?nomobile=true&smtNoRedir=1




Es difícil aceptar que los amigos se mueren y que pasarán estas montañas; no me acostumbro a pensar que es ahora un puñado de cosas inertes, azufre y cal, el polvo que levantan los veranos. Nunca podré convertirlo en potasio literario. Para mí es irremediablemente más que una ficha bibliográfica, que una mosca en la sopa de letras, que un poeta fichado y alfabéticamente muerto. También es el soplo de la presencia arrebatada de mi lado por la irresponsabilidad de los dioses, la gracia de un amigo sobre esta tierra ametrallada de odios, con quien compartimos el privilegio de un instante dorado que pasó, no, que permanece en el tiempo de la memoria por el milagro del amor. La palabra inventada por Gonzalo y que nosotros también convertiríamos en nuestro santo y seña, nadaísmo, no es apenas una simple aventura literaria en la cual comprometimos el alma hasta el último hueso, sino el negocio afortunado y azaroso en el que invertimos la moneda de oro de la vida. No me costará esfuerzo ser imparcial. El amor nos permitirá ser desapasionados.

El proyecto es el de una realidad separada, preparada, contra los trazos marchitos de la costumbre, la blanda cortesía del acomodamiento, el código del reloj geométrico y productivo que nos vampiriza, el sopor mecánico de las esponjosas apariencias rutinarias donde estamos atrapados como moscas hasta que se produce la revelación de la poesía de lo maravilloso cotidiano. La biografía de un artista, la más exhaustiva como el menor boceto, toda imagen provisional de él, debería reflejar el desarrollo de la construcción singular, la generación y la parábola de este ambiente mejorado. El artista es el hombre, el alma y el sentido drásticamente impuestos a la naturaleza.

El nadaísmo fue para Gonzalo Arango el espacio inventado, suficiente y gastado, de la brega por conquistarse contra las sucesivas ilusiones de sí mismo. Su obra es el hombre que consiguió hacerse. La algarabía, el manifiesto porfiado de la propia presencia, la afirmación desvergonzada que no tiene miedo de equivocarse mientras arde, el hervidero de volubilidades son las quimeras de camino de uno que se persiguió encarnizadamente: “Ser cada día diferente es la manera de ser fiel a sí mismo.” (Adangelios, Bogotá, Editorial Montaña Mágica). Que recoge el eco de su brujo mentor, Fernando González: “El hombre que no se contradice es porque está muerto”.



Fernando Gonzalez
https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Gonz%C3%A1lez_(escritor)



Los amigos de Gonzalo Arango fuimos testigos próximos y atónitos de las trágicas erosiones de sus entusiasmos, el desmoronamiento de los galopes en la sima, del recambio de piel de cada año; inexplicablemente para nosotros, a veces una simple palabra recogida del aire, la charla ocasional de un panadero, un verso o el encuentro con una mujer lo revolcaba todo en él… y simplemente cambiaba de dirección y de vida, como si la rebelión y el asco contra el estado de cosas por la utopía de sí mismo, comprendiera la ciega confianza también, la sumisión a los guiños de la realidad que nos atrae a la secreta vocación. El propósito está impreso detrás del caleidoscópico fluir de las tentaciones y los augurios que hay que saber leer, seguir… o preceder como a las cruces. Cada día es una alucinación nueva. Todo mañana utopía. Cada entrada en una isla sagrada que tampoco existe. Ninguna dura. Porque el ser es la búsqueda. De encantamiento en desencanto de sirenas. Un día me dijo frente a un cementerio: la muerte no existe. ¡El colmo de las ganas de inventarse!

Los que se sienten encarnados en un destino parecen desvalidos y sombríos, pero son contagiosos e impregnantes. Y tienen un intenso poder para alterar la vida de aquéllos que se les acercan atraídos por el tormento del sediento. Gonzalo Arango suscitaba desde la universidad adhesiones apasionadas y mezquinos rencores, celos y entusiasmo. Por su parte sabe distinguir a sus amigos y buscar a sus enemigos donde los necesitaran sus incendios justicieros. El Profeta, se hizo llamar. No era una broma nadaísta. Se sentía sembrado en el poder de la misión.

El nadaísmo era una técnica también, para la percepción de lo maravilloso cotidiano. El hábito exaltado. No tenemos sentido. La magueria era darnos sentido y sacarle el jugo a las incertidumbres.

“Son de Medellín, más de cuatro, pero sólo sobresalen cuatro por ahora. gonzaloarango, agitador principal del movimiento y el mayor del grupo (26 años) que escribe su nombre y apellido en una sola palabra y con minúscula, y Amíncar (sic), Guillermo y Alberto, que no usan apellido. Se llaman nadaístas porque no creen en nada y porque todo les importa nada, excepto la poesía. Son poetas, al menos de confesión y están escribiendo su poesía. Todavía no tienen una definición completa de doctrina, la están elaborando y se encuentran en vías de publicar el consabido manifiesto, inédito aún por falta de plata, según ellos dicen”. 



https://www.gonzaloarango.com/imagen/gonzalo-arango-34.html


Con notas como ésta aparecida en Cromos el 28 de julio de 1958 (ilustradas con fotos de Alberto Escobar, Guillermo Trujillo, Amílcar Osorio y Gonzalo, comenzó a irradiarse el nadaísmo en Colombia, eso que nadie supo lo que fue, si un cuerpo de ideas, un brote de locura, la poesía nueva, un fenómeno sociológico de la miseria o un perfume en una fábrica de martillos. Gonzalo Arango había nacido en Andes, Antioquia, en 1931, en una de esas familias antioqueñas como dicen allá, de blancos, pero honrados y honrados pero pobres, su padre era el telegrafista del pueblo, se llamaba Francisco y le decían Paco, y la madre, doña Magdalena Arias se encargaba de las labores de la casa que es como llaman en Antioquia el claro oficio de dar a luz y criar a los hijos. Trece tuvo doña Magdalena. Gonzalo el menor. Una misionera seglar, no faltan las gentes de iglesia en estas castas, un contabilista, siempre alguno ha de entender de números en estas familias incontables, uno que hacía política en el Chocó, un comerciante en Buga, algunas señoras de costura y chocolate… los Arango también tuvieron su loquito –o así lo veían ellos- la ñaña, que se metió a poeta…

Las ovejas negras (o poéticas) de estas aristocracias de la paciencia comienzan por ser promesas de la estirpe, el pichón de cura que llegará a obispo o el cachorro de abogado que ascenderá a intrigante. Gonzalo fue el cachorro hasta cuando abandonó el derecho –por una siniestra inclinación a torcerlo todo, confesó más tarde, y fascinado por los entierros ralos y dignos de los pobres que subían al cementerio de San Lorenzo que era   en Medellín el enterradero de la anónima mayoría, los de ruana, detrás de cuyos féretros se iba, atisbando, como hubiera dicho Fernando González, las agonías. Se empuerca cada vez más en la brega política municipal. Debe esconderse como un criminal. Pierde su juventud, piensa en casa consternado. Y de ñapa, les funda el nadaísmo (era como para que perdiera del todo las esperanzas doña Magdalena) y en Medellín, para ajustar, la Ciudad Pacata de Colombia, Eterna Primavera de la Hipocresía, la Asustadiza y cruel y Vengativa y Corrompida y Rezandera, Roma de las Rifas y las Tramas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (Como la queremos.)

Por una diabólica simplificación los antioqueños confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina; la meta es acomodarse y la virtud medrar. Eldorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito –que para ellos es el triunfo de los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento.

En Andes Gonzalo se destaca entre sus condiscípulos por su dedicación, en la universidad también se gana los premios al mejor lector de la biblioteca, brilla su charla, atrae y gusta. Pero el estudio sigue siendo lo único que importa, después de Dios y Patria, y como éstos, se soporta sin chistar, hay tomarlo en serio. Somos conscientes de la responsabilidad de amoldarse y de ser eficientes cumplidores. Hasta cuando finalmente muchos libros comienzan a minar el rendimiento académico y nos damos cuenta de que vivimos la muerte disimulada por los espejos, el paisaje del pasado de repostería, las promesas del paraíso final…, si aguantamos, y comprendemos que la mítica arcadia antioqueña de todo el maíz y Gregorio Gutiérrez González, el heroísmo de la raza jamás existieron o existen solamente para justificar vergüenzas, encubrir injusticias añosas, callar solapadas violencias eternas. Dios no existía. El cielo está vacío. O en todo caso nuestro Dios no podía ser el mismo que alumbraba la poca caridad de los desequilibrios. A los fusilados se los tragaba la noche, los ríos borrachos, para que no estorbaran de día sobre la tierra. Y los contaban las campanas sin nombrarlos. Eso decían las sombras. Los silencios. Y los cuentos de las viejas sirvientas venidas del campo. A veces el busto del Indio Uribe del patio del Liceo amanece abatido por las hordas. Qué significa eso. Uno no puede hacer nada. Uno asiste a la escuela. Canta los himnos consabidos. E iza la bandera los sábados (si le va bien). Uno vagabundea por la plaza como una hoja desprendida del árbol, va a la iglesia, es irreal, se santifica, peca, duda, obedece, crece, no sabe si es bastante bueno y, sobre todo se aburre como una piedra sobre una mesa, cuando no está temblando…


El río nos lavaba la mugre racional, la costra de deberes del catecismo, la oratoria de aludes de azufre dominicales consagrados. La libertad abierta del campo, los vientos aromados, nos amparan momentáneamente de la norma mortal. Nos devolvían el paraíso de la inocencia perdida en el juego de las negras obligaciones.







Así aprendimos  a sentir la vida intelectual como padecimiento. La reflexión singular acerca del mundo como rebeldía. La sensación limpia del cuerpo como pecado. Las aspiraciones al ser como orgullo. En el callejón sin salida, el problema ara como convertir  el sentimiento de pecado en inocencia… Para Gonzalo Arango, arrancado de la naturaleza, de su pueblo en el campo, el arte realiza la única libertad posible. Es su nostalgia de la desnudez antigua: “helechos con olor a leche / leche con olor a madre… y el amor como una puerta que abre la casa del alma.” (Fuego en el altar, Plaza y Janés.) La naturaleza contra el arte, la naturalidad frente a la disciplina moral, el amor por la madre, el regreso al útero de Dios, a veces se sublima en manifiesto de lo primitivo: “Eramos reyes y nos volvieron esclavos / Eramos hijos del sol y nos consolaron con medallas de lata / Eramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras / Eramos felices y nos civilizaron / ¿Quién refrescará la memoria de la tribu? / ¿Quién revivirá nuestros dioses? / Que la salvaje esperanza siempre sea tuya, querida alma inamansable”.

Eramos más o menos conscientes de que vivíamos una cultura de la muerte, el aburrimiento de los cadáveres amojonados. Los horribles cuentos del folclor europea que arrullaban los insomnios de la primera infancia con malignidades, regalos envenenados, manzanas de doble filo y criminales abandonos, y las otras narraciones densas de nuestro folclor de monstruosidades, crueles descuartizamientos, cortesdefranela, antropófagas matanzas sacrílegas y grises vilezas corroboraban la opacidad del sentimiento. Contra esta desesperanzadora negación de la felicidad de la carne, contra esta civilización que se horroriza ante el amor, surgió el nadaísmo con el poder de la juventud de acero del león y la alegre voluntad de encantar la realidad, con ensalmos poéticos la norma letal desangrante, el degradante sonambulismo vacío de fantasmas del orden establecido. Fernando González nos decía: -Nacen para estudiar, estudian para conseguir trabajo, trabajan para casarse, se casan para tener hijos y tienen hijos para morirse. Están muertos desde el principio.




Eduardo Escobar (Joven)
http://eduardoescobar.co/poesia/





El nadaísta tenía que ser la otracosa-nocosa, aunque fuera un fracaso florido de hombre pero no la turbia expectativa del cadáver con los pasos contados en la estadística, que se las tira de vivo en el circo del respeto humano.

La obra y la vida de Gonzaloarango  y del Gonzalo Arango de después, están desgarradas por la nostalgia de Gonzalo Arango de antes, de la libertad del río materno de la adolescencia andina. El espléndido poeta urbano de los albores románticos del nadaísmo no nos engaña: su goce de la ciudad es el padecimiento, la acepta y cansa… pero el sentimiento está en la añoranza de las piedras del río del salvaje sentir, la entrega a la pureza solar sin la elaborada malicia del pensamiento, que purifica los pecados lunares y nocturnos del egoísmo lunar y la razón. “Sería tan feliz allá, tan aterradoramente feliz, pero al precio de mi alma. Desgraciadamente carezco de la hermosa virtud de preferir la felicidad al sufrimiento creador. En fin, soy así y me rindo a la fatalidad irremediable de no poderme soportar sin sentirme padecer en los infiernos del arte” (Cromos, agosto de 1969).

-Y no traigas libros-, me advertía cuando me invitaba a que rodáramos los ríos negros de las selvas húmedas llenas de loros dadaístas, a las islas salvajes de las místicas fantasía ecuatoriales, a siestear como lagartos o a cazar tesoros en el páramo (demasiado superficiales siempre para las palas de dos poetas tan profundos o al contrario).



Gonzalo Arango y Eugenio Evtushenko
http://eldominionoexiste.tumblr.com/post/17722556276
6/evtushenko-y-gonzalo-arango-el-colibr%C3%AD-enciende



Agricultor de vocación, se declara en uno de sus primeros textos nadaístas.

La desgarrada condición es auténtica, no simple mimesis de lecturas necias, sartrismo tropical; arrojado en la ciudad-laberinto, desterrado viajero en las palabras, prisionero de la jaula de conceptos culturales, cultuales, su condición es la del niño-poeta-campesino-con-las-alas-del-río-cortadas, trasplantado a la ruda ciudad competitiva y floreciente, a la cual no conseguirá adaptarse del todo ni puede renunciar a ésta porque lo necesita, porque tiene una misión por cumplir aquí. La palabra que la salvará de sí misma reside en él. Hasta el día de su muerte los edificios de lánguidas culatas, encolmenados de ventanas iguales, le recordarán tumbas ricas y pobres de la misma simétrica muerte rasera y miserable del tener o no tener. El reino del poeta no es lo congelado, es la montaña navegante, cambiante. Teme la ciudad rumbosa, se sumerge en ella rencorosamente, es un extraño allí, pero allá solamente podrá entregar su profecía de dudas y razones, la miel del miedo, el profeta bautizado en el río pueblerino y que intenta regresar a éste por caminos tortuosos, sesgados,  haciéndose nadie, nada, ninguno, desolación. (¿Todos somos Ulises? ¿Cada vida es un gran regreso? Algunos de nuestros amigos terminaron ciertamente convertidos en unos cerdos incurables. Otros debieron perder la memoria porque no puedo acordarme de ellos. Algunos se ahogaron en el naufragio de la literatura. Gonzalo no sabía bailar. En cambio nadaba como un pez.)

Ve la ciudad, (Fuego en el altar, página 94) como acorralamiento, enervamiento, alienación enfermiza. Es la batalla encarnizada que hay que dar en el aire de Armagedón de las imprentas y las disputas, en las plazas patibularias, en el teatro de las prostituciones convenidas… pero todos los años el cuerpo olvidado necesita ser recuperado en el río,  extraído de las tortuosas preguntas de tierra firme de la trascendencia, los problemas del arte, las razones de la historia, el espejismo del hombre moderno, la patria de la escritura. A cualquier parte,  a cualquier parte, con tal que sea fuera de este mundo, que decía el otro, a las selvas de la locura, a las sierras adustas, al desierto de las iguanas, a los hornos de Puerto Berrío, a las bucólicas bahías, a las escarpadas desmesuras antioqueñas llenas de tesoros, al Vaupés de árboles desgarbados y caños míticos con nombres de dioses y diablos, al Amazonas donde dicen que nacen las nubes, a los llanos monótonos como platos vacíos, a las islas donde los mares se muerden la cola, a Villadeleyva. Lejos de los intelectuales, esa peste. Yo soy de otra raza, me escribe un día.

Generoso en todo, era también generoso con los dones líricos de la inocencia del río. Regresaba siempre con las maletas llenas de cocos, con jaulas de loros y de micos,  hamacas, para sus amigos y para sus amores, trofeos de totumas, corbatas chistosas, tabacos de contrabando, yerbas brujas, ron pirata.


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NADAÍSMO*


POR EDUARDO ESCOBAR**



Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar 
y el difunto Elmo valencia
http://ntc-eventos.blogspot.com/2017_09_21_archive.html


Nació en 1958 en Medellín con el lanzamiento del Manifiesto Nadaísta por Gonzalo Arango. Significaba una revolución en la forma y el contenido del orden espiritual imperante en Colombia.

Tenían un extenso programa de subversión cultural (estético, social, religioso), que apoyándose en la duda y en elementos no racionales y teniendo como arma la negación y la irreverencia, el desvertebramiento de la prosa y el inconformismo continuo buscaban el cuestionamiento de la sociedad colombiana.

La aspiración del nadaísmo era desacreditar el orden instaurado en aquélla época. El nadaísmo nacía de una sociedad que si no había muerto “apestaba”, apestaba a cucharadas sudadas a regimiento, a sotanas sacrílegas, a maquinaciones políticas, a literatura rosa.

Este movimiento era el resultado de un cambio de ritmo histórico y violento que desquició las estructuras de la sociedad y los valores espirituales del hombre colombiano. Para la juventud era un estado esquizofrénico –consciente contra los estados pasivos del espíritu y de nuestra cultura. Era una juventud atolondrada ante el mundo de horror de la era espacial en la que habían nacido y a la que no se habían acostumbrado.

Declaraban no estar al servicio de ningún partido político nacional o internacional, lo que no los excluía de la posibilidad del deber intelectual al servicio de una causa que beneficiara la paz, el progreso de la humanidad, la libertad del arte y del pensamiento en todas sus manifestaciones. Defendían como razón de ser todos los movimientos literarios y artísticos de vanguardia de América Latina y Colombia.

Pensaban crear la revista Nada, que luego fue Nadaísmo 70, con ocho números de 1970-1971. Esta surgió bajo la consigna –locura, viscosidad, revolución, desorden, belleza nueva y verdad desvestida. En esta revista tuvieron cabida todos los representantes del grupo influidos un poco por el surrealismo, el existencialismo francés y de la beat generation norteamericana.

Algunos de ellos se han definido como un estado revolucionario del espíritu que excede toda clase de previsiones y posibilidades, o como una aventura al servicio de lo maravilloso.


Manifiestos:

1958           Primer Manifiesto Nadaísta.
1959           Los Camisas Rojas.
1959           Primer Manifiesto Vallecaucano.
1960           Mensaje bisiesto a los intelectuales colombianos.
1960           Exposición radiantiva de la Poesía Nadaísta.
1961           Manifiesto a los escribanos católicos.
1962           Mensaje a los académicos de la lengua.
1963           Las promesas de Prometeo.
1963           Dignidad y desamparo del Arte.
1964           El sermón atómico.
1965           Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens.
1966           Manifiesto Poético.
1967           Terrible 13 manifiesto Nadaísta.
1968           El Nadaísmo y las fuerzas desarmadas.
1968           El Nadaísmo informa.
1971           El Nadaísmo con Fidel.
1978           Al sacerdote poeta Ernesto Cardenal.


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*GONZALO ARANGO/ EDUARDO ESCOBAR/ PROCULTURA S. A. / EDITORIAL NOMOS/ BOGOTÁ/ 1989
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**EDUARDO ESCOBAR nació en Envigado el 20 de diciembre de 1943. Estudió con los padres Esculapios, en Medellín, con los hermanos maristas en Bogotá y en el seminario de Misiones de Yarumal. De allí cayó en la aventura nadaísta y sus primeros poemas tuvieron un éxito relativo que lo convertiría en el niño prodigio de la literatura colombiana. Recorre el país dictando conferencias, ofreciendo recitales de sus poemas: vendía sus libros para sobrevivir. En la década del setenta se radica en Bogotá, donde desempeña diversos oficios (inoficios dice él). Hace publicidad, artesanías, prueba en la agricultura y el comercio. Mientras tanto, recoge Confesión Mínima, para la editorial Tercer Mundo; Cantar sin Motivo: una antología de sus poemas para Colcultura y las cartas de Gonzalo Arango  con sus amigos nadaístas. Su obra se compone provisionalmente de una docena de libros, publicaciones en los principales diarios colombianos y en las minúsculas revistas de quijotes aficionados. Actualmente se desempeña en una extensa novela autobiográfica, pule un cartapacio de poemas en prosa y aspirar a editar sus Ensayos e intentos. Para descansar, pinta acuarelas, sopla una flauta de arce y escucha música contemporánea.
(La nota es de 1989)




Edición Número 53, Girardot, Enero 18 de 2019


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