miércoles, 26 de diciembre de 2018

Edición Número 49, Girardot, Diciembre 26 de 2018:-JOSÉ MARÍA VARGAS VILA





                                                            Edición Número 49 Girardot, diciembre 26 de 2018



JOSE MARIA VARGAS VILA *

POR CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA




JOSE MARIA VARGAS VILA
(DE JOSE MARIA VARGAS VILA)


 El 24 de agosto de 1884 se publicó en el periódico La Actualidad, de propiedad de Juan de Dios Uribe, un artículo titulado “Camino de Sodoma”. En él se ponía en tela de juicio no sólo la moral del sacerdote jesuita Tomás Escobar, sino el sistema educativo. El autor del texto era nadie menos que  José María Vargas Vila, quien hasta hacía unos meses se había desempeñado como vicerrector del “Liceo La Infancia”, institución que regentaba el cura en cuestión. Con semejante escándalo sale a la luz pública quien habría de ganarse la vida combatiendo a sus contemporáneos. La acusación fue tan grave que sacudió a la pacata sociedad bogotana de entonces, puesto que se le imputaba al prelado el delito de sodomía con los alumnos del plantel.

El responsable del escándalo había nacido en Bogotá el 23 de junio de 1860. El padre, don  José María Vargas Vila, alcanzó el grado de general del estado mayor del director supremo de guerra, Tomás Cipriano de Mosquera, quien se había enfrentado al presidente conservador, Mariano Ospina Rodríguez, para evitar que este derrocara a los liberales radicales. Al fallecer el padre en 1864, la familia quedó en el más completo abandono. La madre, doña Elvira Bonilla Matiz, quien se encontraba en Funza con sus cinco hijos, debió trasladarse hasta la  capital, buscando la protección de la familia, pues la pensión de viuda de militar no le alcanzaba ni para cubrir las mínimas necesidades.

El joven José María Vargas Vila cursó sus estudios primarios y secundarios en distintos colegios de la capital pero, debido a las limitaciones económicas no pudo adelantar la carrera universitaria. Por ello tuvo que conformarse con ejercer el magisterio, profesión que desempeñó en Ibagué, en diversas poblaciones de Cundinamarca y Boyacá y finalmente en Bogotá. Desde su adolescencia mostró su rebeldía cuando en 1876 se incorporó a las tropas gobiernistas de Camargo y de Acosta quienes marcharon a aplastar la revolución conservadora del Cauca. Vargas Vila, igual que su padre, se mostraba fiel al ideario liberal radical.

Aquel niño enfermizo y enclenque,  excesivamente mimado por la madre, jamás se imaginó despertar en torno suyo una leyenda negra que aún hoy envuelve su vida. Los odios y las pasiones que suscitó llevaron al suicidio y al asesinato, como ocurrió con aquel campesino que mató a su interlocutor por atreverse a afirmar que Víctor Hugo era más grande que Vargas Vila. No obstante,  el autor de Aura o las violetas dio muestras de insubordinación en su carácter arrogante y altivo. Las humillaciones y las privaciones que soportó, en medio de un ambiente clasista, hicieron de él un rebelde desde la juventud. La primera pelea que enfrentó fue en defensa de sus ideales políticos y la segunda contra el clero. Por eso no es de ninguna manera gratuito el incidente ocurrido con el jesuita. La institución religiosa coartaba su libertad de pensamiento y le imponía soportar la miseria con cristiana resignación. Bogotá era una ciudad provinciana, lúgubre y silenciosa. Sin embargo, los chismes circulaban en exceso. Las intrigas por el poder descabezaban líderes y arruinaban familias. Los curas manejaban las conciencias, mientras mantenían al pueblo sumido en la ignorancia.

El grueso de la población estaba conformado por indios y mendigos que se aglutinaban en la plaza los días de mercado. La ignorancia y la miseria de las clases bajas contrastaban con las élites cultas y refinadas que hablaban en verso y vivían a la usanza europea, con sus “five o’clock”, sus veladas alrededor del piano y sus tertulias.

Varga Vila huyó de Bogotá cuando Rafael Núñez emprendió el periodo que se conoció como la Regeneración. Entonces se enroló en las filas del general Daniel Hernández para hacerle frente al tirano, contra quien escribiría sus más encarnizados panfletos. Pero los radicales cayeron y él tuvo que refugiarse en los Llanos en la hacienda del general Germán Vargas Santos. Después pasó a Venezuela y allí ejerció el periodismo, medio que utilizó para denunciar los excesos del dictador Núñez. A partir de esa época inició su interminable exilio, pues no volvió a pisar el suelo de su patria, salvo en 1924 cuando el barco que lo llevaba de gira por Latinoamérica atracó en el puerto de Barranquilla.

Las medidas políticas de Núñez marginaron de la vida política a los radicales quienes huyeron del país. En Venezuela se encontraron con Vargas Vila, Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe, “El indio”. Los tres fundaron el periódico Los Refractarios, desde cuyas páginas denuncian los atropellos de Núñez contra los radicales. Por entonces el panfletario fue creando en torno suyo una aureola de perseguido político que de algún modo contribuyó a su exitosa carrera como escritor. Núñez instauró un centralismo político y administrativo,  fortaleció el ejército, introdujo el papel moneda y restableció la pena de muerte.  Sin embargo, lo que más afectó a los radicales fue el hecho de que a través del concordato se dejara la educación en manos de la Iglesia, puesto que desde sus comienzos aquellos se mostraron como anticlericales.

Vargas Vila jamás aceptó la política de Núñez, como tampoco entendió sus intentos de modernización del Estado. El sólo veía en ello la pérdida de su libertad de expresión y de pensamiento.

En 1887 se editó por primera vez Aura o las violetas en una imprenta de Maracaibo. La madre del autor acababa de fallecer y éste le dedicó a sus hermanas aquella novela de juventud con la que inició su carrera como novelista, después de haber pasado por el periodismo de denuncia política que alcanzó su máxima expresión en los panfletos de Vargas y de su amigo,  no menos ácido, Juan de Dios Uribe. Después viajó a Caracas y luego a New York donde colaboró con El Progreso. Encontrándose en aquella ciudad recibió el llamado del presidente Crespo de Venezuela, quien le propuso ser su secretario privado y consejero en asuntos políticos. De allí viajó a París donde entabló amistad con Rufino Blanco Fombona,  Enrique Gómez Carrillo y César Zumeta quienes lo introdujeron en el mundillo de la bohemia de la que tanto habría de renegar en sus memorias. En ese mismo año Núñez nombró a Rubén Darío, cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Este nombramiento indignó al panfletario quien llamaría al príncipe de las letras “el tirano poeta”. Tales odios acabaron en la más entrañable amistad de la que da cuenta el libro de Vargas Vila, Rubén Darío, donde narra los pormenores del encuentro con el poeta nicaragüense.

Viajando de un sitio para otro el autor de Aura o las violetas inició proyectos literarios, como la fundación de la revista Hispanoamérica en la que le colaboró César Zumeta; después se aventuró con La Revista, publicación que no debió sobrepasar el segundo número, y finalmente Némesis, escrita por él y sobre él. Esta empresa se mantuvo hasta poco antes de su muerte y fue el órgano a través del cual el ególatra Vargas Vila dejó constancia de que su verbo era infatigable.







Con la publicación de Ibis en 1900 asistimos al momento de mayor prestigio de su autor. En ese mismo año publica también en Estados Unidos Ante los bárbaros, donde ataca abiertamente la política intervencionista norteamericana en Centroamérica. Su antiimperialismo es radical, lo cual le acarrea problemas, pues debe abandonar New York, a causa de la publicación de este panfleto. Su carrera como novelista se consolida con la aparición de Alba Roja, Los Parias y El Alma de los lirios, obras visiblemente influidas por sus concepciones políticas. Por esa misma fecha es nombrado representante diplomático del gobierno del Ecuador en Roma, ciudad en la que se desplazará como un aristócrata, ataviado con lujosos chalecos, luciendo las más estrafalarias vestimentas, para alimentar el mito del misterioso escritor de la lejana Colombia, del que dijera D’Anunzio que sólo le hacía falta haber nacido en Francia para poder sentarse a la diestra del trono de Hugo.

De Roma pasó a España para radicarse definitivamente en Barcelona donde Ramón Sopena editó la totalidad de su obra. Acompañado de Ramón Palacio Viso, Vargas Vila se retiró de la vida mundana para dedicarse a exaltar su soledad en una considerable lista de novelas, ensayos, escritos políticos y filosóficos, los cuales son proyecciones de su yo, como él mismo lo repite, una y mil veces en los extensos prólogos de sus obras. Aparte de su soledad el autor de Ibis goza hablando de sus enfermedades y en su diario íntimo, un documento verdaderamente revelador, nos deja constancia de su preocupación por la muerte.

Repuesto de uno de esos quebrantos de salud emprende una gira por Latinoamérica de la que espera sacar ganancia dictando conferencias y publicando sus libros. Pero, infortunadamente para él, su estilo ya había pasado de moda. Esto lo confirmó el silencio de la prensa argentina. El periódico más importante de Buenos Aires, La Nación, ni siquiera reseño su visita. En respuesta, Varga Vila se ensañó, no sólo contra el director del periódico sino también contra el país, del que escribió verdaderos horrores en su Odisea romántica. En cambio su leve estadía en Barranquilla lo reconfortó al ver que entre los estudiantes liberales su palabra aún se mantenía viva. El encuentro con su patria fue conmovedor. Estas fueron sus emocionadas palabras: “Mi corazón de Ulises libertario no podía desoír la voz de su Itaca natal. El perro tendido en el umbral de la puerta me ha reconocido”. La gira culmina en Cuba donde permanece más de dos años, a causa de una enfermedad que lo obligó a guardar cama largo tiempo.

De regreso a Europa se radica definitivamente en Barcelona. Ramón Palacio, a quien bautizó como su “hijo adoptivo” queda irremediablemente ciego, con lo que el sino de tragedia  marcará los últimos años de su vida. Lo único que seguirá teniendo sentido para el panfletario será la escritura, puesto que se dedica a sus libros con una pasión poco corriente.

A pesar de encontrarse aislado en su apartamento de Barcelona, Vargas Vila no deja de preocuparse por la suerte de América Latina. Muchos acontecimientos históricos demostraron que su antiimperialismo radical tenía una razón de ser. Colombia había perdido el canal de Panamá y la doctrina de Monroe, concretada en la expresión: “América para los americanos”, era una dolorosa realidad. El escritor culpó siempre a los dictadores, al tradicionalismo de las sociedades conservadoras y al clero, cómplice de esta actitud. El autor de Ante los bárbaros no dejó de ser nunca un liberal radical. De ello dejará constancia en un artículo publicado en el Diario de la Marina de La Habana cuando se le culpó de un incidente, de origen comunista, contra el dictador Machado. Copia del artículo, en una hoja volante, circuló profusamente en el continente y dice lo siguiente: “Yo quiero que en mi patria se conozca bien mi actitud ideológica y política de hoy, que es la misma de ayer, de hace cuarenta años cuando aparecí en la prensa –sacudiendo mi pluma como fusta- sobre los lomos y sobre las ancas de ese rebaño de tigres que han sido los dictadores de nuestra América, los de mis Providenciales, los de mis Césares de la decadencia; esa fauna que no se extingue y antes bien, cuenta a diario con nuevos ejemplares de su vergonzosa fecundidad… que mi radicalismo es estacionario y demodé… lo sé, lo sé… pero amo esa actitud estacionaria de  mi pensamiento y espero morir en ella; fiel a mis ideas de toda la vida; sin avanzar, sin retroceder; sin capitular con nadie, ni con los dioses ni con los hombres”.

A pesar de haberse paseado por los más elegantes salones europeos, ostentando cargos diplomáticos, luciendo sus chalecos, sus joyas y sus finos bastones, el fantasma de la pobreza no abandonó jamás a Vargas Vila, quien fue considerado como uno de los escritores más ricos de su tiempo. Tenía una finca en Málaga y casas en las distintas ciudades entre las que transcurría su existencia. La leyenda de su fortuna se debe tal vez a la ostentación en que vivió. El autor sí fue acomodado, puesto que alcanzó a ganar hasta sesenta mil pesetas al año por las regalías que le dejaban sus libros, pero pronto se encontró viviendo austeramente. El viaje que hizo por Latinoamérica disminuyó su fortuna. Esto explica que se viera obligado a escribir libros en quince días, puesto que vivía de la venta de los mismos. No obstante, él buscó otras alternativas para asegurar su vejez y la de su amigo Ramón Palacio. En Cuba, por ejemplo, había montado un negocio de importación de carros, pero fracasó.

Cuando regresó a Europa estaba arruinado, no solo por sus malos negocios sino también por los costos de su enfermedad. Además, la operación que debió hacerse Ramón para curarse de la ceguera acabó con sus reservas monetarias.

El indiscutible prestigio de Vargas Vila rebasó las fronteras de su patria, hasta extenderse al continente latinoamericano y, en general, al mundo hispánico, puesto que en la Península, el autor formó parte de una extensa nómina de escritores fundamentalmente populares, a quienes Carlos Mainer incluyó en el periodo conocido como “la edad de plata”. La literatura había abandonado el sagrado espacio del arte con mayúsculas para bajar hasta los sectores populares. La clase obrera incursionó en el mercado del libro iniciándose con la lectura de novelas como Flor de fango o las novelas de folletín que se publicaron en España a comienzos de siglo.

Vargas Vila fue muy consciente del tipo de literatura que estaba haciendo, puesto que la venta dependía del gancho que utilizara para atrapar a los lectores. No en vano sus novelas cargadas de erotismo fueron la biblia en que se iniciaron sexualmente varias generaciones de jóvenes latinoamericanos. Las historias truculentas, con personajes decadentes que hacían ostentación de sus vicios escandalizaron a todos los sectores conservadores de la sociedad, al tiempo que aseguraron el prestigio del escritor, quien gozaba al enterarse de los suicidios ocasionados por la lectura de sus libros. Además, los jóvenes enamorados de entonces eran proclives al suicidio. El mismo Vargas Vila exaltaba en su obra esa actitud tan desesperanzadora: la misma que amargó su existencia y que mantuvo hasta su muerte ocurrida en 1933 en Barcelona.

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* JOSE MARIA VARGAS VILA/ CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA/ PROCULTURA/ BOGOTA/ 1991



Edición Número 49, Girardot, Diciembre 26 de 2018


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