Edición Número 49, Girardot, Diciembre 26 de 2018:-JOSÉ MARÍA VARGAS VILA
Edición Número 49 Girardot, diciembre 26 de 2018
JOSE
MARIA VARGAS VILA *
POR
CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA
JOSE MARIA VARGAS VILA
(DE JOSE MARIA VARGAS VILA)
El responsable del escándalo había nacido en Bogotá el
23 de junio de 1860. El padre, don José
María Vargas Vila, alcanzó el grado de general del estado mayor del director
supremo de guerra, Tomás Cipriano de Mosquera, quien se había enfrentado al
presidente conservador, Mariano Ospina Rodríguez, para evitar que este
derrocara a los liberales radicales. Al fallecer el padre en 1864, la familia
quedó en el más completo abandono. La madre, doña Elvira Bonilla Matiz, quien
se encontraba en Funza con sus cinco hijos, debió trasladarse hasta la capital, buscando la protección de la familia,
pues la pensión de viuda de militar no le alcanzaba ni para cubrir las mínimas
necesidades.
El joven José María Vargas Vila cursó sus estudios
primarios y secundarios en distintos colegios de la capital pero, debido a las
limitaciones económicas no pudo adelantar la carrera universitaria. Por ello
tuvo que conformarse con ejercer el magisterio, profesión que desempeñó en
Ibagué, en diversas poblaciones de Cundinamarca y Boyacá y finalmente en
Bogotá. Desde su adolescencia mostró su rebeldía cuando en 1876 se incorporó a
las tropas gobiernistas de Camargo y de Acosta quienes marcharon a aplastar la
revolución conservadora del Cauca. Vargas Vila, igual que su padre, se mostraba
fiel al ideario liberal radical.
Aquel niño enfermizo y enclenque, excesivamente mimado por la madre, jamás se
imaginó despertar en torno suyo una leyenda negra que aún hoy envuelve su vida.
Los odios y las pasiones que suscitó llevaron al suicidio y al asesinato, como
ocurrió con aquel campesino que mató a su interlocutor por atreverse a afirmar
que Víctor Hugo era más grande que Vargas Vila. No obstante, el autor de Aura o las violetas dio muestras
de insubordinación en su carácter arrogante y altivo. Las humillaciones y las
privaciones que soportó, en medio de un ambiente clasista, hicieron de él un
rebelde desde la juventud. La primera pelea que enfrentó fue en defensa de sus
ideales políticos y la segunda contra el clero. Por eso no es de ninguna manera
gratuito el incidente ocurrido con el jesuita. La institución religiosa
coartaba su libertad de pensamiento y le imponía soportar la miseria con
cristiana resignación. Bogotá era una ciudad provinciana, lúgubre y silenciosa.
Sin embargo, los chismes circulaban en exceso. Las intrigas por el poder
descabezaban líderes y arruinaban familias. Los curas manejaban las conciencias,
mientras mantenían al pueblo sumido en la ignorancia.
El grueso de la población estaba conformado por indios
y mendigos que se aglutinaban en la plaza los días de mercado. La ignorancia y
la miseria de las clases bajas contrastaban con las élites cultas y refinadas
que hablaban en verso y vivían a la usanza europea, con sus “five o’clock”, sus
veladas alrededor del piano y sus tertulias.
Varga Vila huyó de Bogotá cuando Rafael Núñez
emprendió el periodo que se conoció como la Regeneración. Entonces se enroló en
las filas del general Daniel Hernández para hacerle frente al tirano, contra
quien escribiría sus más encarnizados panfletos. Pero los radicales cayeron y
él tuvo que refugiarse en los Llanos en la hacienda del general Germán Vargas
Santos. Después pasó a Venezuela y allí ejerció el periodismo, medio que
utilizó para denunciar los excesos del dictador Núñez. A partir de esa época
inició su interminable exilio, pues no volvió a pisar el suelo de su patria,
salvo en 1924 cuando el barco que lo llevaba de gira por Latinoamérica atracó
en el puerto de Barranquilla.
Las medidas políticas de Núñez marginaron de la vida
política a los radicales quienes huyeron del país. En Venezuela se encontraron
con Vargas Vila, Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe, “El indio”. Los tres
fundaron el periódico Los Refractarios,
desde cuyas páginas denuncian los atropellos de Núñez contra los radicales. Por
entonces el panfletario fue creando en torno suyo una aureola de perseguido
político que de algún modo contribuyó a su exitosa carrera como escritor. Núñez
instauró un centralismo político y administrativo, fortaleció el ejército, introdujo el papel
moneda y restableció la pena de muerte.
Sin embargo, lo que más afectó a los radicales fue el hecho de que a
través del concordato se dejara la educación en manos de la Iglesia, puesto que
desde sus comienzos aquellos se mostraron como anticlericales.
Vargas Vila jamás aceptó la política de Núñez, como
tampoco entendió sus intentos de modernización del Estado. El sólo veía en ello
la pérdida de su libertad de expresión y de pensamiento.
En 1887 se editó por primera vez Aura o las violetas en una imprenta de Maracaibo. La madre del
autor acababa de fallecer y éste le dedicó a sus hermanas aquella novela de
juventud con la que inició su carrera como novelista, después de haber pasado
por el periodismo de denuncia política que alcanzó su máxima expresión en los
panfletos de Vargas y de su amigo, no
menos ácido, Juan de Dios Uribe. Después viajó a Caracas y luego a New York donde
colaboró con El Progreso.
Encontrándose en aquella ciudad recibió el llamado del presidente Crespo de
Venezuela, quien le propuso ser su secretario privado y consejero en asuntos
políticos. De allí viajó a París donde entabló amistad con Rufino Blanco
Fombona, Enrique Gómez Carrillo y César
Zumeta quienes lo introdujeron en el mundillo de la bohemia de la que tanto
habría de renegar en sus memorias. En ese mismo año Núñez nombró a Rubén Darío,
cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Este nombramiento indignó al
panfletario quien llamaría al príncipe de las letras “el tirano poeta”. Tales
odios acabaron en la más entrañable amistad de la que da cuenta el libro de
Vargas Vila, Rubén Darío, donde narra
los pormenores del encuentro con el poeta nicaragüense.
Viajando de un sitio para otro el autor de Aura o las violetas inició proyectos
literarios, como la fundación de la revista Hispanoamérica
en la que le colaboró César Zumeta; después se aventuró con La Revista, publicación que no debió
sobrepasar el segundo número, y finalmente Némesis,
escrita por él y sobre él. Esta empresa se mantuvo hasta poco antes de su
muerte y fue el órgano a través del cual el ególatra Vargas Vila dejó
constancia de que su verbo era infatigable.
Con la publicación de Ibis en 1900 asistimos al momento de mayor prestigio de su autor.
En ese mismo año publica también en Estados Unidos Ante los bárbaros, donde ataca abiertamente la política
intervencionista norteamericana en Centroamérica. Su antiimperialismo es
radical, lo cual le acarrea problemas, pues debe abandonar New York, a causa de
la publicación de este panfleto. Su carrera como novelista se consolida con la
aparición de Alba Roja, Los Parias y El Alma de los lirios, obras visiblemente influidas por sus
concepciones políticas. Por esa misma fecha es nombrado representante
diplomático del gobierno del Ecuador en Roma, ciudad en la que se desplazará
como un aristócrata, ataviado con lujosos chalecos, luciendo las más
estrafalarias vestimentas, para alimentar el mito del misterioso escritor de la
lejana Colombia, del que dijera D’Anunzio que sólo le hacía falta haber nacido
en Francia para poder sentarse a la diestra del trono de Hugo.
De Roma pasó a España para radicarse definitivamente
en Barcelona donde Ramón Sopena editó la totalidad de su obra. Acompañado de
Ramón Palacio Viso, Vargas Vila se retiró de la vida mundana para dedicarse a
exaltar su soledad en una considerable lista de novelas, ensayos, escritos
políticos y filosóficos, los cuales son proyecciones de su yo, como él mismo lo
repite, una y mil veces en los extensos prólogos de sus obras. Aparte de su
soledad el autor de Ibis goza
hablando de sus enfermedades y en su diario íntimo, un documento verdaderamente
revelador, nos deja constancia de su preocupación por la muerte.
Repuesto de uno de esos quebrantos de salud emprende
una gira por Latinoamérica de la que espera sacar ganancia dictando
conferencias y publicando sus libros. Pero, infortunadamente para él, su estilo
ya había pasado de moda. Esto lo confirmó el silencio de la prensa argentina.
El periódico más importante de Buenos Aires, La Nación, ni siquiera reseño su visita. En respuesta, Varga Vila
se ensañó, no sólo contra el director del periódico sino también contra el
país, del que escribió verdaderos horrores en su Odisea romántica. En cambio su leve estadía en Barranquilla lo
reconfortó al ver que entre los estudiantes liberales su palabra aún se
mantenía viva. El encuentro con su patria fue conmovedor. Estas fueron sus
emocionadas palabras: “Mi corazón de Ulises libertario no podía desoír la voz
de su Itaca natal. El perro tendido en el umbral de la puerta me ha
reconocido”. La gira culmina en Cuba donde permanece más de dos años, a causa
de una enfermedad que lo obligó a guardar cama largo tiempo.
De regreso a Europa se radica definitivamente en
Barcelona. Ramón Palacio, a quien bautizó como su “hijo adoptivo” queda
irremediablemente ciego, con lo que el sino de tragedia marcará los últimos años de su vida. Lo único
que seguirá teniendo sentido para el panfletario será la escritura, puesto que
se dedica a sus libros con una pasión poco corriente.
A pesar de encontrarse aislado en su apartamento de
Barcelona, Vargas Vila no deja de preocuparse por la suerte de América Latina.
Muchos acontecimientos históricos demostraron que su antiimperialismo radical
tenía una razón de ser. Colombia había perdido el canal de Panamá y la doctrina
de Monroe, concretada en la expresión: “América para los americanos”, era una
dolorosa realidad. El escritor culpó siempre a los dictadores, al
tradicionalismo de las sociedades conservadoras y al clero, cómplice de esta
actitud. El autor de Ante los bárbaros
no dejó de ser nunca un liberal radical. De ello dejará constancia en un
artículo publicado en el Diario de la Marina
de La Habana cuando se le culpó de un incidente, de origen comunista, contra el
dictador Machado. Copia del artículo, en una hoja volante, circuló profusamente
en el continente y dice lo siguiente: “Yo quiero que en mi patria se conozca
bien mi actitud ideológica y política de hoy, que es la misma de ayer, de hace
cuarenta años cuando aparecí en la prensa –sacudiendo mi pluma como fusta-
sobre los lomos y sobre las ancas de ese rebaño de tigres que han sido los
dictadores de nuestra América, los de mis Providenciales,
los de mis Césares de la decadencia;
esa fauna que no se extingue y antes bien, cuenta a diario con nuevos
ejemplares de su vergonzosa fecundidad… que mi radicalismo es estacionario y
demodé… lo sé, lo sé… pero amo esa actitud estacionaria de mi pensamiento y espero morir en ella; fiel a
mis ideas de toda la vida; sin avanzar, sin retroceder; sin capitular con
nadie, ni con los dioses ni con los hombres”.
A pesar de haberse paseado por los más elegantes
salones europeos, ostentando cargos diplomáticos, luciendo sus chalecos, sus
joyas y sus finos bastones, el fantasma de la pobreza no abandonó jamás a
Vargas Vila, quien fue considerado como uno de los escritores más ricos de su
tiempo. Tenía una finca en Málaga y casas en las distintas ciudades entre las
que transcurría su existencia. La leyenda de su fortuna se debe tal vez a la
ostentación en que vivió. El autor sí fue acomodado, puesto que alcanzó a ganar
hasta sesenta mil pesetas al año por las regalías que le dejaban sus libros,
pero pronto se encontró viviendo austeramente. El viaje que hizo por
Latinoamérica disminuyó su fortuna. Esto explica que se viera obligado a
escribir libros en quince días, puesto que vivía de la venta de los mismos. No
obstante, él buscó otras alternativas para asegurar su vejez y la de su amigo
Ramón Palacio. En Cuba, por ejemplo, había montado un negocio de importación de
carros, pero fracasó.
Cuando regresó a Europa estaba arruinado, no solo por
sus malos negocios sino también por los costos de su enfermedad. Además, la
operación que debió hacerse Ramón para curarse de la ceguera acabó con sus
reservas monetarias.
El indiscutible prestigio de Vargas Vila rebasó las
fronteras de su patria, hasta extenderse al continente latinoamericano y, en
general, al mundo hispánico, puesto que en la Península, el autor formó parte
de una extensa nómina de escritores fundamentalmente populares, a quienes
Carlos Mainer incluyó en el periodo conocido como “la edad de plata”. La
literatura había abandonado el sagrado espacio del arte con mayúsculas para
bajar hasta los sectores populares. La clase obrera incursionó en el mercado
del libro iniciándose con la lectura de novelas como Flor de fango o las novelas de folletín que se publicaron en España
a comienzos de siglo.
Vargas Vila fue muy consciente del tipo de literatura
que estaba haciendo, puesto que la venta dependía del gancho que utilizara para
atrapar a los lectores. No en vano sus novelas cargadas de erotismo fueron la biblia en que se iniciaron sexualmente
varias generaciones de jóvenes latinoamericanos. Las historias truculentas, con
personajes decadentes que hacían ostentación de sus vicios escandalizaron a
todos los sectores conservadores de la sociedad, al tiempo que aseguraron el
prestigio del escritor, quien gozaba al enterarse de los suicidios ocasionados
por la lectura de sus libros. Además, los jóvenes enamorados de entonces eran
proclives al suicidio. El mismo Vargas Vila exaltaba en su obra esa actitud tan
desesperanzadora: la misma que amargó su existencia y que mantuvo hasta su
muerte ocurrida en 1933 en Barcelona.
* JOSE MARIA VARGAS VILA/ CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA/
PROCULTURA/ BOGOTA/ 1991
Edición Número 49, Girardot, Diciembre 26 de 2018
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