Edición Número 26, Girardot, Junio 21 de 2018. EL VERDADERO NOMBRE DE LA PAZ (I)
Edición Número 26, Girardot, Junio 21 de 2018
EL VERDADERO NOMBRE DE LA PAZ (I)
POR: WILLIAM OSPINA
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Los estudiosos de la historia de Colombia habrán advertido repetidas veces
que los procesos de paz que diseña la dirigencia colombiana nunca traen la paz
al país.
A veces logran un alivio momentáneo de las tensiones sociales, como en la
amnistía a los guerrilleros liberales de los años 50, que fueron después
traicionados; a veces crean la ilusión de un gran cambio histórico, que los
meses se van encargando de atenuar, como en la reinserción del M-19; a veces
desencadenan nuevas violencias, como los diálogos con las Farc en tiempos de
Belisario Betancur, que produjeron el holocausto de la Unión Patriótica, o como
los diálogos del Caguán, que intensificaron la violencia paramilitar.
Ello debería enseñarnos, no que la paz no es posible, sino que es compleja,
y que requiere enfrentar en su profundidad las causas de la violencia y
empeñarse en corregirlas. Mientras los esfuerzos sean parciales, es un error
llamarlos la Paz, porque se generan unas expectativas que la realidad no tarda
en disipar.
Hasta ahora la característica común de esos procesos es que siempre
procuran señalar la responsabilidad de uno de los bandos: guerrilleros
liberales, M-19, Farc, paramilitares, pero la dirigencia nacional siempre se
absuelve a sí misma. Es más, siendo grandemente responsable de las condiciones
que producen la violencia y que la prolongan, la dirigencia que formatea esos
procesos siempre es la que juzga y la que perdona, o la que acusa y prohíbe el
perdón.
Más que otras veces, ahora se ha llamado pomposamente paz al proceso de
desarme y desmovilización de las Farc, aunque nadie ignora que es largo el
camino que va de La Habana a una paz verdadera. Por varias razones: una, porque
el conflicto con las Farc, siendo tan largo y tan costoso en vidas y en
recursos, es apenas uno de los muchos conflictos que vive Colombia. Existen
otras guerrillas, existe la violencia del narcotráfico, existen las bandas
criminales, el nombre que ahora reciben los paramilitares al servicio del
narcotráfico aliados con la delincuencia común, existen muchas formas activas
del crimen organizado, múltiples formas de economía ilegal, algunas altamente
depredadoras de la naturaleza, y un creciente fenómeno de corrupción que agrava
el sentimiento de desamparo de las comunidades y su desencanto ante la
política.
Como la naturaleza, la violencia colombiana le tiene horror al vacío, y en
su caldo de cultivo no se puede hacer desaparecer a un actor violento sin
que venga otro a reemplazarlo enseguida, a veces con mayor ferocidad. Las Farc,
por ejemplo, eran crueles e implacables en su lógica de secuestros y asaltos,
pero como necesitaban de los campesinos tenían que obrar como un escudo de
protección para los pequeños cultivadores desamparados por el Estado, de modo
que su desaparición, en el contexto de un Estado que tiene dificultades para
reemplazarlos en sus funciones e incluso para garantizar su segura
desmovilización, podría dejar a los cultivadores en manos de la violencia sin
freno de las mafias.
Es el caso en que males más incontrolables reemplazan a los males
conocidos: un proceso de paz tendría no solo que prever estas cosas sino que
estar en capacidad de resolverlas, si no quiere obrar como el aprendiz de brujo
que libera una fuerza y después no sabe cómo contenerla. Además, de algún modo
habría que aprovechar esas fuerzas antes ilegales, que pueden volverse aliadas
del Estado, para que contribuyan al avance de una mínima institucionalidad que
le sirva a la gente sin violencia y con beneficios reales.
El diálogo reciente careció de un proyecto de juventudes en un país donde
los jóvenes son la guerra. La prueba de que este es un conflicto parcial es que
el diálogo se centró en asuntos agrarios siendo Colombia un país donde el 80
por ciento de la población está en las ciudades. Miles y miles de jóvenes sin
oportunidades, sin educación, sin un horizonte de vida que les ofrezca dignidad
y seguridad, tienen que venderse a la violencia porque sólo la violencia les
brinda algún ingreso.
Quien esté interesado en la paz de Colombia tiene que considerar una
estrategia de ingreso social que les brinde a los jóvenes la posibilidad de
sobrevivir y capacitarse, cumpliendo tareas que fortalezcan su sentimiento de
pertenencia a la sociedad y su compromiso con ella. En un momento de la
historia en que el mundo entero requiere planes de reforestación, protección de
la naturaleza, cambio de paradigmas en el modo de vivir y de consumir,
recuperación de valores esenciales, solidaridad, acompañamiento de sectores
vulnerables, liderazgo cultural y reinvención de los modelos de emulación
social, es prioritario brindar a los jóvenes la oportunidad de protagonizar los
cambios civilizados, para lograr incluso algo asombroso pero harto posible: que
la proverbial abnegación de los jóvenes les permita ser ejemplares para una
sociedad que nunca supo ser ejemplar con ellos.
(Leído
el 28 de noviembre en el Coloquio Salida de la Violencia, Construcción de la
Paz y Memoria Histórica, en la Casa de América Latina en París).
https://www.elespectador.com/opinion/el-verdadero-nombre-de-la-paz-i-columna-726331
Edición Número 26, Girardot, Junio 21 de 2018
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