Edición Número 165, Girardot, Junio 17 de 2021:-SE QUEMA EL DAVID ARANGO EN MAGANGUÉ
SE QUEMA EL DAVID ARANGO EN MAGANGUÉ
POR: GUSTAVO TATIS GUERRA
Tomado de El Universal de Cartagena (Bolívar) 14-01-2018*
El señor
Antonio Botero Palacio, frente a la albarrada de Magangué, despachaba en aquel
19 de enero de 1961, en su almacén Comisariato, la mercancía para el barco
David Arango, cuando la gente empezó a gritar que el barco se estaba
incendiando. Eran como las seis de la tarde. Una
mujer que había planchado su ropa al mediodía, se le había olvidado la plancha
ardiente en el camarote, y salió de compras, y el fuego devoró el más bello y
lujoso de los barcos a vapor que había surcado las aguas del río Magdalena.
El barco de
tres pisos era de una madera finísima del Oriente, y sus aspas iban salpicando
música de viento de la orquesta de planta del barco, cuya llegada se anunciaba
con un sordo silbato que parecía el lamento de una ballena, y luego, la música
invadía el aire caliente bajo el sosiego de las ceibas. Fuimos a Magangué a
buscar al señor Antonio Botero Palacio y lo encontramos muy cerca del lugar
donde despachaba hace 58 años cuando ocurrió el desastre, y lo volvimos a ver,
a sus 91 años, aún despachando en su almacén, y escribiéndole poemas al río,
cuyas aguas arrastran la memoria de sus días y noches vividos en Magangué, desde
que salió a pie y descalzo desde el corregimiento de Mesopotamia, en La Unión,
Antioquia, y se quedó para siempre entre los nativos, inventando razones para
no volver, mientras el río se convertía en su puntual confidente de los
amaneceres. Así es.
“El capitán del
barco soltó las amarras de su bote cuando supo que ya no había nada que hacer
ante aquel incendio, y vio aquel enorme esqueleto del barco, a la deriva,
sumergiéndose en llamas, como un animal sobrecogido ante su propia
destrucción”, dice con eufórica poesía, Antonio Botero Palacio, que conserva la
memoria intacta, y guarda en su almacén una colección de réplicas del barco que
era parte del paisaje de Magangué y en el que soñó viajar alguna vez, “pero es
que el David Arango era un barco a vapor demasiado fino y elegante, muy
sofisticado. Y su arribo al puerto era una verdadera fiesta. Se iluminaba todo
con su llegada, como si fuera una orquesta flotante que irrumpía, apenas se
divisaba la albarrada.
61 AÑOS DE SU INCENDIO. FOTO: LUIS E. HERRÁN-EL UNIVERSAL (CARTAGENA)
Yo llegué en un
barco pequeño, llamado El Libertador. Ver quemar y hundir el David Arango es
una de las tragedias de nuestra vida. Al día siguiente del desastre, al
amanecer, descubrí que el barco, como un enorme esqueleto había ido a parar por
los lados de Yatí, frente a la hacienda de Leocadio Puerta. Dicen los que se
quedaron viendo el final del barco, que escucharon su último lamento al
sumergirse en el río Magdalena, como si el espíritu de la orquesta retumbara en
el maderamen quemado entre las taruyas”. El barco llegaba al Banco, Plato, Tenerife,
Honda, Girardot y La Dorada. Los barcos a vapor surcaron las aguas del río
Magdalena, cuando viajar por río o tren, eran dos maneras comunes y corrientes
de viajar por el país. En 1929 navegaban por el Magdalena, 121 barcos a vapor,
según Priscilla Burcher. El barco David Arango fue la memoria del Caribe y sus
aguas. Por allí iba todo el mundo. Lo que llegaba y lo que salía. Por ese barco
viajó la ilusión, el amor y el desengaño, la codicia de los viajeros y el
espejismo de los aventureros.
Ahora, frente a
la Albarrada de Magangué, Antonio Botero Palacio despierta temprano, con el
primer sorbo de café, y emprende la aventura poética del día. Es uno de los
seres singulares, laboriosos, imaginativos, sensibles y emprendedores que
existe en este país. La vida le ha alcanzado para todo lo que ha soñado: es el
autor del himno de Magangué y de una monografía histórica; autor de la novela
autobiográfica “Al final de la inocencia”; del libro Los lagares del alma, una
monografía de Magangué; y un ensayo histórico sobre la ruta de Uribe Uribe; y
en la Guerra de Los Mil Días, La Batalla de Magangué; la historia de La Unión
(Antioquia); del poemario “Canción para una despedida”, que reúne hermosísimos
textos sobre el río Magdalena y su vivencia en Magangué. Vino descalzo de su
pueblo y así a lomo de mula llegó a los corregimientos más recónditos de
Bolívar, como maestro de escuelas rurales, luego de graduarse en la Normal de
Varones de Manizales.
Su vida ha sido
el magisterio encantador de la poesía, el habla iluminada y el servicio
desinteresado a los demás. A él se le deben múltiples proyectos e iniciativas
culturales en la región como la biblioteca pública, la academia de historia
local, el Centro Cultural Casatabla, y obras de infraestructura en barrios,
centros hospitalarios, ancianatos, entre otros. Su poesía ha ido al encuentro
del río de la memoria, con el ser humano, y ha conjugado con amorosa devoción,
la solidaridad entre sus semejantes, celebrando cada día, el milagro inagotable
de la belleza del mundo.
Ahora acaricia la pequeña réplica del barco
incendiado. Dice que a lo largo del tiempo ha visto los colores maravillosos,
pero también siniestros, del río. Atrás quedó un perfume olvidado: “el perfume
de los naranjeros que desparramaban danzas voluptuosas desde las lianas, que se
columpiaban en el trapecio de las ceibas vetustas. Hoy el río Grande de La
Magdalena, se ha tapizado de coronas náufragas que van flotando… hoy esas aguas
tienen un sabor amargo de lágrima proscrita. Un sabor de sudario franciscano”.
Siente que el corazón del río está achacoso como él y se está muriendo de pena
cómo él. Me señala un punto del paisaje donde el barco se incendió. Muy cerca
de él. Y ahora el río fluye aparentemente manso bajo la luz del verano. Y no
suena ninguna orquesta. Está en la nostalgia y en la memoria del barco David
Arango.
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* TOMADO DE: MAGANGUELEÑOS
(Grupo público en Facebook). Guillermo Puello Alcocer (Administrador). https://www.facebook.com/groups/400751223361831/permalink/3537751946328394/?sfnsn=scwspmo
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR:
CARLOS ARTURO RPDRÍGUEZ BEJARANO (BLOG DE HISTORIA DE GIRARDOT Y GUATAQUÍ).
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