Edición Número 144, Girardot, Septiembre 23 de 2020:-NELSON PINEDO, de Barranquilla a La Habana
Edición Número 144 Girardot, Septiembre 23 de 2020
NELSON PINEDO, de Barranquilla
a La Habana
Por Jairo Solano Alonso
Adiós al Almirante del Ritmo
(Nelson Pinedo, el hombre que nació en el barrio Rebolo mientras se escuchaban
los versos de la danza de El Torito que pasaba por la puerta de su casa; el crooner caribeño que con su tremenda voz
y presencia le dio gloria a Colombia, a nuestro Caribe, y a Barranquilla,
convirtiéndose en la primera gran estrella internacional y poniendo en el
firmamento la música de nuestra región, emprendió su último viaje con destino
al Olimpo de los músicos caribeños.)
La trascendencia del cantante barranquillero Nelson
Pinedo reside en el hecho de que logró incursionar exitosamente en el exigente
medio musical cubano de los años 50, en la fase cenital de la Sonora Matancera,
agrupación fundada en 1924 por el legendario Valentín Can y que para la época
se daba el lujo de acompañar con su formato de trompetas, piano y percusión a
las más rutilantes estrellas del firmamento musical desde que sus directores
decidieron brindar su marco instrumental a las voces más representativas de
Cuba y Latinoamérica.
Cuando Nelson recaló en La Habana, no es que en Cuba
no descollaran agrupaciones y cantantes de gran renombre y en el apogeo de su
gloria musical. Mencionemos, entre otras, la Orquesta Riverside, con el
legendario Tito Gómez; el Conjunto Casino, con Roberto Faz; el de Arsenio
Rodríguez, el ciego maravilloso, quien con la magia de su tres inventó el
tumbao moderno del son. Aún en los cincuenta se mantenía el prestigio de la
orquesta Casino de La Playa, que contribuyó con gran originalidad a la
‘cubanización’ de la jazz band
norteamericana y exhibía desde finales
de los años 30 el vigor vocal de Miguelito Valdez, y el virtuosismo de Anselmo
Sacasas, la orquesta de Bebo Valdez, la Banda Gigante del gran sonero Benny
Moré, en 1953, entre otras.
El reto que le esperaba a Nelson era inmenso. En aquel
entonces se presentaba una fructífera confluencia de la música cubana y la
norteamericana a través del jazz y el
swing que se tradujo en resonancias
compartidas que se expresaron en el movimiento del feeling, que desde los años 40 había impregnado al bolero y al
danzón con una forma distinta de decir las canciones. La radio cubana y el cine
norteamericano y mexicano influían en Latinoamérica incorporando a sus
películas a intérpretes que la pantalla convirtió en ídolos.
Cuando a sus 25 años Nelson Pinedo arriba a La Habana
encuentra un repertorio musical nutrido que constituía el espíritu de una época
creativa que adelantaba una generación de músicos en todas las esquinas del
caribe de México, Venezuela y Colombia. De ahí los fructíferos intercambios que
en su momento entendieron cabalmente los líderes del espectáculo de la isla.
El cantante barranquillero, sin embargo, tuvo la
lucidez de llevar una propuesta nueva, fresca, que revolucionaría, en su
momento, el competido proscenio musical cubano: los ritmos del Caribe
colombiano, el porro y los aires narrativos de la provincia del Magdalena en
sus versiones orquestales, que ya eran conocidos después de la presencia de
Lucho Bermúdez en la Isla. Nelson logró que los arreglistas de la Sonora
hicieran una fusión afortunada y exitosa que convirtió a los números
colombianos en éxitos de gran factura. Los vasos comunicantes de la vida social
y cultural en América Latina que actúan en relación con los intercambios
económicos hicieron posible la interacción entre la música de las vivaces islas
del Caribe y Colombia.
Por otra parte, la Barranquilla de donde procedía
Nelson era hacia los años 30 y 40 una ciudad floreciente en industria y
comercio, que contaba con un publico conocedor de los ritmos continentales, y
que por la radio y el cine había incorporado en su imaginario ídolos del cine y
la canción.
La Puerta de Oro de Colombia recibía con esplendidez y
generosidad a los artistas que la visitaban, lo que impulsaba a algunos
barranquilleros talentosos como Nelson Pinedo a soñar con emular a sus
visitantes prestigiosos. Era tal el derroche del imaginario que para algunos
representaba la única salida para eludir la impronta de la pobreza.
Ya desde entonces en sus vitrolas los barranquilleros
contaban con la oferta musical de los ritmos norteamericanos señalados, pero
además disfrutaban tangos argentinos, rancheras y huapangos mexicanos, plenas puertorriqueñas
y merengues dominicanos que empezaron a desplazar a los andinos bambucos y
pasillos colombianos. La música de la Costa comenzaba a desplazarse de la calle
a los grandes salones de baile, lo que indujo a algunos compositores como José
María Camacho y Cano a llevarlas al acetato, hacia 1928.
Desde la segunda mitad de los años 20 la música cubana
influyó decisivamente en Barranquilla, gracias a la avanzada radiodifusión
cubana que permitía que se escucharan en decenas de receptores locales los programas
que se emitían en las emisoras cubanas CMQ, Radio Progreso y Cadena Azul. El 8
de diciembre de 1929 se fundó la primera emisora radial colombiana La Voz de
Barranquilla, gracias a Elías Pellet Buitrago, y para esos días los
importadores de discos de RCA, Ezequiel Rosado y Emigdio Velasco, introducen
acetatos de boleros, guarachas y sones cubanos.
Hay que recordar que la vida y triunfos de las
estrellas del firmamento artístico de Cuba se conocían en la ciudad por la
difusión de sus actuaciones en las páginas de las revistas Carteles y Bohemia,
que desde comienzos del siglo XX daban cuenta del movimiento de la cultura y el
espectáculo en la Isla, que siempre fue cercana sociológica y lingüísticamente
a los habitantes del Caribe colombiano, que escuchaban cotidianamente una
música que los barranquilleros y cartageneros hicieron suya y vinculándola a su
vida, a sus fiestas y a su baile.
Desde antes de los años 30 se conocía en Barranquilla
la música cubana. Con especial delectación se escuchaba al Trío Matamoros de
Ciro, Cueto y Miguel, pero también al Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, el
Cuarteto Mayarí y otros grupos cubanos. Los Matamoros visitaron la ciudad en
1934 y se anclaron en el alma colectiva de los barranquilleros de entonces.
No obstante, todos los entendidos coinciden en señalar
que el hito de la música cubana de la década del 30 fue la presencia en nuestra
ciudad de la orquesta Casino de La Playa, entre el 19 y el 26 de agosto de
1939, ofreciendo espectáculos diarios en la ciudad. La orquesta debutó en el teatro Rex, bello
escenario que exhibía su arquitectura tipo
art déco, y continuó sus
presentaciones en Las Quintas, San Roque, Caldas y el Club Barranquilla.
Como puede verse, Barranquilla, acogía con fervor a
las orquestas cubanas y el pueblo las hacía suyas en las festividades de
Carnaval y en los numerosos teatros que poseía, por eso era explicable que en
los años 40 la ciudad acogiese al Trío Oriental, al Cuarteto Marcano, los
Jóvenes del Cayo y la orquesta del catalán Xavier Cugat, que se presentó en el
teatro Apolo.
Ya en los años 50 el prestigio de la Sonora Matancera
era total. Coincidiendo con el debut de Nelson Pinedo en La Habana, visita la
ciudad en mayo de 1953 otro de sus ídolos, el cantante puertorriqueño que
triunfaba en Cuba y en el Continente: el Inquieto Anacobero, Daniel Santos,
quien se presentó en la ciudad en escenarios populares, el 30 de mayo y el 4 de
junio de 1953, contratado por Roberto Esper. Daniel representaba el rito
caribeño de la guayabera, los zapatos de dos tonos y el sombrero de tartarita,
que tenía mucho que ver con Cuba y sus cantantes.
Era indudable que lo que sucedía en los años 50 cuando
Nelson Pinedo se desplazó a La Habana es la culminación de un proceso que se
había iniciado desde finales de los años 20 cuando Barranquilla hace suya la
música caribeña representada por Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico.
Hacia finales de los años 20 ya Barranquilla había
ingresado al elenco de las jazz band. Competían
entonces en la ciudad la Jazz Band Barranquilla (1927); la orquesta Nuevo
Horizonte, de Francisco Tomás Rodríguez (1929);
la Orquesta Sosa (1934) y la orquesta de la recién inaugurada Voz de
Barranquilla, HKD; la orquesta de Julio Lastra, de la Voz de la Patria. Así
mismo se conocieron la Orquesta Pájaro Azul y Emisora Atlántico Jazz Band
(1946), inicialmente dirigida por el italiano Guido Perla y después por el
joven trompetista y gran orquestador Pacho Galán.
Todos estos antecedentes confluyeron para que el joven
Nelson Pinedo tuviese un background
adecuado para intervenir con éxito en las grandes tarimas internacionales y así
superar sus condiciones existenciales en Colombia. Con la decisión y seguridad
que lo caracterizaron siempre, se enfrentó a un medio musical de alta
competencia en el que descollaban figuras de la talla del boricua Daniel
Santos, Bienvenido Granda, Miguelito Valdés, Celia Cruz, Mirta Silva, Leo
Marini, Bobby Capó y Vicentico Valdés, logrando el triunfo apetecido.
ENTRE EL MAR Y LA MONTAÑA
Por singular paradoja, o coincidencia afortunada,
tanto Colombia como Cuba vivían
sumergidos en coyunturas comunes de prosperidad y miseria social en las
cuales la vida artística representaba una salida para los jóvenes de extracción
popular que veían en la fama la única posibilidad de ascenso social que en
condiciones normales no podían lograr.
Barranquilla, ciudad en la que creció Nelson en los
años 40, sin alcanzar la dimensión de La Habana, era aún la altiva urbe que
desde las primeras décadas del siglo XX se erigió airosa como la cuna de la
modernidad en Colombia y donde despuntó la industria y el comercio originando
una belle époque en la que floreció
el arte moderno y se universalizó la cultura colombiana aún atada al estrecho
horizonte tradicionalista y cerrado de las montañas andinas. En Bogotá, la
capital que se preciaba de ser la Atenas Latinoamericana, prevalecían bucólicas
tonadas de pasillos y bambucos con total desprecio de las resonancias musicales
caribeñas.
Para su fortuna, Nelson tenía unos antecedentes
adquiridos en una urbe abierta al mundo como Barranquilla y muy cercana, desde
la colonia, a las indelebles influencias cubanas. Su ciudad, altiva y
progresista, se consideraba aún el primer puerto aéreo, marítimo y fluvial de
Colombia y la introductora de pautas de modernidad al interior del país. A tono
con esa ciudad abierta al mundo, Pinedo se preparó recibiendo clases de inglés
por correspondencia y adquirió una dicción neutra, excepcional en español y en
inglés, que lo habilitó para insertarse con fortuna tanto en la canción
romántica tradicional hispanoamericana como en los aires norteamericanos en los
que el jazz y el swing marcaban la pauta.
Por eso Nelson Pinedo, después de ser reconocido en su
entorno, decidió brindar su voz a la capital del país a principios de los años
50. Para esa primera aventura recibió el apoyo decidido de Antonio María
Peñaloza, y de su mano desfiló con buen suceso por los principales centros
nocturnos santafereños. Al fin y al cabo la ciudad que acababa de salir del
Bogotazo de 1948 necesitaba un bálsamo que serenara los espíritus luego de ser
arrasada por la gigantesca revuelta popular provocada por el asesinato del
caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, originando el periodo histórico conocido
como la Violencia, y ese lenitivo lo constituyeron la música y el baile.
Mientras tanto Bogotá exhibía una floreciente economía
y su poder político era reforzado por el centralismo político y administrativo;
a la usanza de México y La Habana, la capital del país configuró una vida
nocturna que atrajo músicos de todo el país. No obstante Barranquilla prosiguió
su marcha musical con una gran reserva cultural y en las décadas del 50, 60 y
70 mantuvo su imaginario de urbe moderna y continuó siendo un baluarte para
todas las expresiones artísticas, en gran medida reforzadas por la
inextinguible fortaleza de su carnaval.
_________________
LATITUD / 30.10.2016 / # 1716 / LA REVISTA DOMINICAL DE EL HERALDO. TEXTOS Y FOTO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario