Edición Número 133, Girardot, Mayo 23 de 2020:-LA PANDEMIA Y EL SISTEMA MUNDO
Edición Número 133 Girardot, Mayo 23 de 2020
LA PANDEMIA Y EL SISTEMA MUNDO
POR IGNACIO RAMONET
PANDEMIA / DERECHOS RESERVADOS |
ANTE LO DESCONOCIDO…
La pandemia y el sistema-mundo
Siete publicaciones han decidido asociarse en esta
ocasión especial para publicar colectiva y simultáneamente este texto de
Ignacio Ramonet. Estos medios son: Le Monde diplomatique en
español (España), Le Monde diplomatique Edición
Cono Sur El Diplo (Buenos Aires), Le Monde diplomatique Edición Chilena (Santiago de
Chile), NODAL (Argentina), La
Jornada (México), Cubadebate (Cuba)
y Mémoire des luttes (Francia).
por Ignacio
Ramonet, Sábado 25 de abril de 2020
A Tony Martínez
UN HECHO SOCIAL TOTAL
Todo está yendo muy
rápido. Ninguna pandemia fue nunca tan fulminante y de tal magnitud. Surgido
hace apenas cien días en una lejana ciudad desconocida, un virus ha recorrido
ya todo el planeta, y ha obligado a encerrarse en sus hogares a miles de
millones de personas. Algo sólo imaginable en las ficciones post-apocalípticas…
A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis
sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de “hecho social total”, en el sentido de que convulsiona
el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los
actores, de las instituciones y de los valores.
La humanidad está viviendo –con miedo, sufrimiento y perplejidad– una
experiencia inaugural. Verificando concretamente que aquella teoría del
"fin de la historia" es una falacia… Descubriendo que la historia, en
realidad, es impredecible. Nos hallamos ante una situación enigmática. Sin precedentes (1). Nadie sabe interpretar y clarificar
este extraño momento de tanta opacidad, cuando nuestras sociedades siguen
temblando sobre sus bases como sacudidas por un cataclismo cósmico. Y no
existen señales que nos ayuden a orientarnos… Un mundo se derrumba. Cuando todo
termine la vida ya no será igual.
Hace apenas unas
semanas, decenas de protestas populares se habían generalizado a escala
planetaria, de Hong Kong a Santiago de Chile, pasando por Teherán, Bagdad,
Beirut, Argel, París, Barcelona y Bogotá. El nuevo coronavirus las ha ido
apagando una a una a medida que se extendía, rápido y furioso, por el mundo… A
las escenas de masas festivas ocupando calles y plazas, suceden las insólitas
imágenes de avenidas vacías, mudas, espectrales. Emblemas silenciosos que
marcarán para siempre el recuerdo de este extraño momento.
Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso ‘efecto
mariposa’: alguien, al otro lado del planeta, se come un extraño animal y tres
meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena… Prueba de que el
mundo es un sistema en el que todo
elemento que lo compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros y
acaba por influenciar el conjunto.
Angustiados, los
ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia y los científicos –como antaño
hacia la religión– implorando el descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo
proceso requerirá largos meses. Porque el sistema inmunitario humano necesita
tiempo para producir anticuerpos, y algunos efectos secundarios peligrosos
pueden tardar en manifestarse…
La gente busca también refugio y protección en el Estado que, tras la
pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En general, el
miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado, de
Autoridad, de Orientación. En cambio, las organizaciones internacionales y
multilaterales de todo tipo (ONU, Cruz Roja
Internacional, G7, G20, FMI, OTAN, Banco Mundial, OEA, OMC, etc.) no han estado a la altura de la tragedia, por su
silencio o por su incongruencia. El planeta descubre, estupefacto, que no hay
comandante a bordo… Desacreditada por su complicidad estructural con las
multinacionales farmacéuticas (2), la propia Organización Mundial de la
Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para asumir, como
le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva plaga.
Mientras tanto, los Gobiernos asisten impotentes a la irrefrenable
diseminación por todos los continentes (3) de esta peste nueva. Contra la
cual no hay ni vacuna, ni medicamento, ni cura, ni tratamiento que elimine el
virus del organismo (4)... Y eso va a durar (5)... Mientras el germen siga presente en
algún país, las re-infecciones serán inevitables y cíclicas. Lo más probable es
que esta epidemia no logre pararse antes de que el microbio haya contagiado en
torno al 60% de la humanidad.
Lo que parecía
distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto ‘normal’. Se
multa a la gente por salir de su casa a estirar las piernas, o por pasear su
perro. Aceptamos que nuestro móvil nos vigile y nos denuncie a las autoridades.
Y se está proponiendo que quien salga a la calle sin su teléfono sea sancionado
y castigado con prisión.
El largo autismo neoliberal es ampliamente criticado, en particular a causa
de sus políticas devastadoras de privatización a ultranza de los sistemas
públicos de salud que han resultado criminales, y se revelan absurdas. Como ha
dicho Yuval Noah Harari: “Los Gobiernos que ahorraron gastos en los últimos
años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más a causa de la
epidemia” (6). Los gritos de agonía de los miles de
enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados
Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los fanáticos de las
privatizaciones, de los recortes y de las políticas austeritarias.
Se habla ahora
abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía
farmacéutica y sanitaria. Se vuelve a usar una palabra que los neoliberales
estigmatizaron, acorralaron y desterraron : solidaridad. La economía mundial se
encuentra paralizada por la primera cuarentena global de la historia. En el
mundo entero hay crisis, a la vez, de la demanda y de la oferta. Unos ciento
setenta países (de los ciento noventa y cinco que existen) tendrán un
crecimiento negativo en 2020. O sea, una tragedia económica peor que la Gran
Recesión de 1929. Millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si
morirán del virus o de la quiebra y del paro.
David Beasley, Director ejecutivo del Programa Alimentario Mundial (PAM), ha alertado sobre la situación catastrófica que se
avecina: “Estamos al borde de una ‘pandemia de desnutrición’. El número de
personas que sufren de hambre severa podría duplicarse de aquí a final de año,
superando la cifra de 250 millones de personas…” (7). Nadie sabe quién se
ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los alimentos, si
regresaremos al racionamiento… El apocalipsis está golpeando a nuestra puerta.
La única lucecita de
esperanza es que, con el planeta en modo pausa, el medio ambiente ha tenido un
respiro. El aire es más transparente, la vegetación más expansiva, la vida
animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica que cada año mata
a millones de personas. De pronto, lavada de la mugre de la polución, la
naturaleza ha vuelto a lucir tan hermosa… Como si el ultimátum a la Tierra que
nos lanza el coronavirus fuese también una desesperada alerta final en nuestra
suicida ruta hacia el cambio climático: “¡Ojo! Próxima parada: colapso”.
En la escena geopolítica, la espectacular irrupción de un actor desconocido
–el nuevo coronavirus– ha desbaratado por completo el tablero de ajedrez del
sistema-mundo. En todos los frentes de guerra –Libia, Siria, Yemen, Afganistán,
Sahel, Gaza, etc.–, los combates se han suspendido… La peste ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de
Seguridad, una efectiva Pax Coronavírica…
En política
internacional, la pavorosa gestión de esta crisis por el presidente Donald
Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de los Estados Unidos que
no han sabido ayudarse ellos ni ayudar a nadie. China en cambio, después de un
comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha conseguido
recobrarse, enviar ayuda a un centenar de países, y parece sobreponerse al
mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del nuevo
orden mundial podría estar jugándose en estos momentos…
De todos modos, la impactante realidad es que las potencias más poderosas y
las tecnologías más sofisticadas han resultado incapaces de frenar la expansión
mundial de la covid-19 (8), enfermedad causada por el
coronavirus SARS-CoV-2 (9), el nuevo gran asesino planetario.
EL CORONAVIRUS
La cifra de víctimas no cesa de crecer… A la hora en que redactamos estas
líneas, el número de fallecidos supera los ciento cincuenta mil… El de los
contaminados sobrepasa los dos millones y medio… Y los confinados en sus
viviendas son más de cuatro mil millones… Esto último tampoco había ocurrido
jamás… Las palabras ‘confinamiento’ y ‘cuarentena’ que parecían pertenecer a
tiempos olvidados y al léxico medieval se han convertido en vocablos usuales.
Los que mejor ilustran finalmente nuestra actual anormal normalidad.
Hay controversia, al más alto nivel (10), sobre el origen de este virus
aparecido en Wuhan (Hubei, China). Como no se ha identificado todavía al
‘paciente cero’ (11), o sea el primer contagio de animal a
humano, varias especulaciones circulan. Por una parte, autoridades de Pekín
acusaron al ejército estadounidense de haber fabricado el germen en un
laboratorio militar de Fort Detrick (Frederick, Maryland) como arma
bacteriológica para frenar el ascenso chino en el mundo, y de haberlo
dispersado en China con ocasión de los Juegos Militares Mundiales, una
competición disputada en octubre de 2019, precisamente… en Wuhan (12). Por otra parte, en Estados Unidos, el
propio presidente Trump incriminó repetidas veces a Pekín (13), después de que el influyente senador
republicano de Arkansas, Tom Cotton, presentado a veces como el próximo
director de la Central Intelligence Agency (CIA), culpara a
científicos militares chinos (14) de haber producido el nuevo germen
en un laboratorio «de virología y bioseguridad» localizado también… en Wuhan. (15).
Ampliamente difundidas por los adeptos conspiracionistas de las ‘teorías
del complot’ de ambos bandos, estas versiones contradictorias (hay otras) (16) han circulado mucho por las redes
sociales (17). Tienen escaso fundamento. Estudios
científicos solventes descartan que el nuevo coronavirus sea un arma biológica
de diseño liberada intencionadamente o por accidente (18) : “Nuestros análisis demuestran
claramente que el SARS-CoV-2 no es una construcción de
laboratorio ni un virus deliberadamente manipulado” (19), afirmó tajantemente el profesor de la
Universidad de Sydney (Australia) Edward C. Holmes, el mejor experto mundial
del nuevo patógeno.
Ignoramos aún muchas
cosas de este agente infeccioso : no sabemos, por ejemplo, si ya ha mutado o si
va a mutar… Ni por qué infecta más a los hombres que a las mujeres. Ni cuáles
son los determinantes que hacen que dos personas de características semejantes
–jóvenes, sanas, sin patologías asociadas– desarrollan formas opuestas de la
enfermedad, leve una, grave o mortal la otra. Ni por qué los niños casi nunca
tienen formas graves de la infección. Ni si los enfermos curados siguen
transmitiendo la plaga, ni si quedan realmente inmunizados…
Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores internacionales (20) para reconocer que este nuevo
germen ha surgido del mismo modo que otros anteriormente : saltando de un
animal a los seres humanos… Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en
particular los cerdos) albergan naturalmente múltiples coronavirus. En los
humanos, hay siete tipos de coronavirus conocidos que pueden infectarnos.
Cuatro de ellos causan diversas variedades del resfriado común. Y otros
tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más
letales como el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS), emergido en 2002;
el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en 2012;
y por último esta nueva enfermedad, la covid-19, causada por el SARS-CoV-2, cuyo primer brote se detectó, como ya dijimos,
en el mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019. Este nuevo germen
tendría al murciélago como ‘huésped original’ y a otro animal aún no
formalmente identificado –¿el pangolín (21) ?–, como ‘huésped intermedio’
desde el cual, después de volverse particularmente peligroso, habría saltado a los humanos.
Lo que no se acaba de
entender es ¿por qué, si ya convivimos con otros seis coronavirus y los tenemos
globalmente controlados, este nuevo patógeno ha provocado tal colosal pandemia
?¿Qué tiene de particular este germen? ¿Por qué su rapidez de infectación ha
desbordado las previsiones de las mejores autoridades sanitarias del mundo?
Sin duda, como se ha repetido mucho, condiciones ajenas al virus como la
velocidad actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la intensidad de
los intercambios en la era de la globalización han favorecido su propagación.
Obvio. Pero entonces ¿ por qué el SARS en 2002 o
el MERS en 2012, también causados por nuevos coronavirus,
no se ‘globalizaron’ de igual manera en todo el planeta?
Para responder a estas preguntas, lo primero que hay que recordar es que
“los virus son inquietantes porque no están vivos ni muertos. No están vivos
porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están muertos porque pueden
entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y replicarse. Y en eso son
eficaces y sofisticados porque llevan millones de años desarrollando nuevas
maneras de burlar nuestro sistema inmune” (22). Pero lo que distingue específicamente
al SARS-CoV-2 de otros virus asesinos es precisamente su
estrategia de irradiación silenciosa. O sea, su capacidad de propagarse sin
levantar sospechas, ni siquiera en su propia víctima. Por lo menos durante los
primeros días del contagio en los que la persona infectada no presenta ningún síntoma de la enfermedad.
Ignoramos con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente, pero lo que
sabemos es que, desde el momento en que penetra –por los ojos, la nariz o la
boca– en el cuerpo de su víctima ya comienza a replicarse de modo exponencial…
Según la investigadora Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de
España: “Una vez dentro de la primera célula humana, cada coronavirus genera
hasta 100.000 copias de sí mismo en menos de 24 horas (…)” (23). Pero además, otro
rasgo singular y astuto de este patógeno es que, al invadir un cuerpo humano,
concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable,
en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la
garganta, donde se replica con frenética intensidad. Desde ese momento, ya esa
persona –que no siente nada– se convierte en una potente bomba
bacteriológica y empieza a diseminar masivamente en su entorno –simplemente al
hablar o al respirar– el virus letal…
Esta es la característica principal, la fatal singularidad de este nuevo
coronavirus. En China, hasta el 86% de los contagios se debieron a personas
asintomáticas, sin signos detectables de la
infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores demostró que
hasta la mitad de los contagios por el SARS-CoV-2 se debe a individuos no diagnosticados y sin síntomas aparentes.
Sólo una minoría de contagiados padece el segundo ataque del germen,
concentrado esta vez en los pulmones, de manera similar al SARS de 2002 (aunque la carga viral del nuevo
coronavirus es mil veces superior a la del SARS), provocando
neumonías que pueden llegar a ser letales, sobre todo en personas mayores de 65
años con enfermedades crónicas.
Como el número de contagiados es masivo y simultáneo, esta minoría, que representa un 15% de todos los infectados
–y que es la que acudirá a los hospitales–, puede alcanzar con celeridad cifras
muy elevadas según el volumen de población… Como lo hemos visto en China, Irán,
Italia, España, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, basta con que varios
miles de personas acudan al mismo tiempo a
las urgencias de los hospitales para colapsar todo el sistema sanitario de
cualquier país por muy desarrollado que sea (24) …
En Wuhan, Teherán, Milán, Madrid, París, Londres o Nueva York, médicos y
enfermeros se vieron pronto totalmente sobrepasados. Faltaron mascarillas, gel
desinfectante, material de protección para el personal sanitario, camas en
las UCI, respiradores, etc. En varias ciudades (Wuhan, Madrid,
Nueva York), las autoridades, desbordadas, tuvieron que echar mano de las
Fuerzas Armadas o de voluntarios civiles para construir a toda velocidad
hospitales improvisados de miles de camas. En casi todas partes, las
autoridades confesaron que no habían previsto semejante avalancha de enfermos,
“un continuo tsunami de pacientes en estado grave” (25) …
UNA PANDEMIA MUY ANUNCIADA
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Ante el alud de críticas por lo que la opinión pública percibió como una
‘mala gestión’ de la pandemia, algunos gobernantes argumentaron también que la
celeridad del ataque pandémico les había pillado por sorpresa… Donald Trump,
por ejemplo, no dudó en afirmar repetidas veces –cuando se produjeron en su
país las primeras muertes por coronavirus, meses después de China o de Europa–,
que “nadie sabía que habría una pandemia o una epidemia de esta proporción”, y
que se trataba de un “problema imprevisible”, “algo que nadie esperaba”,
“surgido de ninguna parte” (26) …
Se pueden decir muchas cosas para explicar la escasa preparación de las
autoridades ante este brutal azote, pero el argumento de la sorpresa no es de
recibo. Primero, porque hay un proverbio famoso en salud pública: “Los brotes
son inevitables, las epidemias no”. Segundo, porque decenas de autores de
ficción y de ciencia ficción –desde James Graham Ballard a Stephen King pasando
por Cormac McCarthy o el cineasta Steven Soderbergh en su película Contagio (2011)– describieron en detalle la
pesadilla sanitaria apocalíptica que amenazaba al mundo. Tercero, porque
personalidades visionarias -Rosa Luxemburgo, Gandhi, Fidel Castro, Hans Jonas,
Ivan Illich, Jürgen Habermas– avisaron, desde hace tiempo, que el saqueo y el
pillaje del medio ambiente podrían tener consecuencias sanitarias nefastas.
Cuarto, porque epidemias recientes como el SARS de 2002, la
gripe aviar de 2005 (27), la gripe porcina de 2009 (28) y el MERS de
2012 ya habían alcanzado niveles de pandemia incontenible en algunos casos y
habían causado miles de muertos en todo el planeta. Quinto, porque cuando se
produjo la primera muerte por el nuevo coronavirus en Estados Unidos, el 10 de
marzo de 2020 en Nueva Jersey –como ya hemos dicho–, hacía casi tres meses que la epidemia había estallado en
Wuhan y había desbordado rápidamente todo el sistema sanitario tanto en China
como en varias naciones europeas ; o sea, hubo tiempo para prepararse. Y sexto,
porque decenas de prospectivistas y varios informes recientes habían lanzado
advertencias muy serias sobre la inminencia del
surgimiento de algún tipo de nuevo virus que podría causar algo así como la
madre de todas las epidemias.
El más importante quizás de estos análisis fue presentado, en noviembre de
2008, por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de
anticipación geopolítica de la CIA, que publicó para la
Casa Blanca un informe titulado “Global Trends 2025: A Transformed World” (29). Este documento resultaba de la puesta
en común –revisada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos– de
estudios elaborados por unos dos mil quinientos expertos independientes de
universidades de unos treinta y cinco países de Europa, China, la India,
África, América Latina, mundo árabe-musulmán, etc.
Con insólito sentido de anticipación, el documento confidencial anunciaba,
para antes de 2025, “la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva,
altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas
adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global”. El informe
avisaba que “la aparición de una enfermedad pandémica depende de la mutación o
del reordenamiento genético de cepas de enfermedades que circulan actualmente,
o de la aparición de un nuevo patógeno en el ser humano que podría ser una cepa
de influenza aviar altamente patógena como el H5N1, u otros patógenos,
como el SARS coronavirus, que también tienen este potencial”.
El informe advertía,
con impresionante antelación, que “si surgiera una enfermedad pandémica,
probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y
una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de
China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de
animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una
enfermedad zoonótica potencialmente pandémica…”.
Los autores también
preveían el riesgo de una respuesta demasiado lenta de las autoridades: “Podrían
pasar semanas antes de obtener resultados de laboratorio definitivos que
confirmen la existencia de una enfermedad nueva con potencial pandémico.
Mientras tanto, los enfermos empezarían a aparecer en las ciudades del sureste
asiático. A pesar de los límites impuestos a los viajes internacionales, los
viajeros con leves síntomas o personas asintomáticas podrían transmitir la
enfermedad a otros continentes”. De tal modo que “olas de nuevos casos
ocurrirían en pocos meses. La ausencia de una vacuna efectiva y la falta
universal de inmunidad convertiría a las poblaciones en vulnerables a la
infección. En el peor de los casos, de decenas a cientos de miles de
estadounidenses, dentro de los Estados Unidos, enfermarían, y las muertes, a
escala mundial, se calcularían en millones”.
Como si ese documento no fuera suficiente, otro informe más reciente, de
enero de 2017, elaborado esta vez por el Pentágono y también destinado al
presidente de Estados Unidos (que ya era Donald Trump), alertó de nuevo
claramente que “la amenaza más probable y significativa para los ciudadanos
estadounidenses es una nueva enfermedad respiratoria” y que, en ese escenario,
“todos los países industrializados, incluido Estados Unidos, carecerían de
respiradores, medicamentos, camas hospitalarias, equipos de protección y
mascarillas para afrontar una posible pandemia” (30).
A pesar de tan explícitas y repetidas advertencias, Donald Trump no dudó en deshacerse, unos meses después de este último informe (!), del Comité encargado –en el seno del Consejo de Seguridad Nacional– de la Protección de la Salud Global y la Biodefensa, presidido por el almirante Timothy Ziemer, un reconocido experto en epidemiología (31). Ese Comité de técnicos era precisamente el que debía liderar la toma de decisiones en caso de una nueva pandemia… “Pero –explica el periodista Lawrence Wright, que entrevistó a Ziemer y a todos los miembros de ese Comité– Trump eliminó a quienes más sabían sobre este asunto… Uno de tantos errores colosales del presidente de Estados Unidos. Los anales mostrarán que ha sido responsable de uno de los fallos de salud pública más catastróficos de la historia de este país. Si hubiera escuchado, hace meses, las advertencias de los servicios de inteligencia y de los expertos en salud pública sobre la grave amenaza que suponía el brote de coronavirus en China, la actual explosión de casos de covid-19 podía haberse evitado”. (32).
A pesar de tan explícitas y repetidas advertencias, Donald Trump no dudó en deshacerse, unos meses después de este último informe (!), del Comité encargado –en el seno del Consejo de Seguridad Nacional– de la Protección de la Salud Global y la Biodefensa, presidido por el almirante Timothy Ziemer, un reconocido experto en epidemiología (31). Ese Comité de técnicos era precisamente el que debía liderar la toma de decisiones en caso de una nueva pandemia… “Pero –explica el periodista Lawrence Wright, que entrevistó a Ziemer y a todos los miembros de ese Comité– Trump eliminó a quienes más sabían sobre este asunto… Uno de tantos errores colosales del presidente de Estados Unidos. Los anales mostrarán que ha sido responsable de uno de los fallos de salud pública más catastróficos de la historia de este país. Si hubiera escuchado, hace meses, las advertencias de los servicios de inteligencia y de los expertos en salud pública sobre la grave amenaza que suponía el brote de coronavirus en China, la actual explosión de casos de covid-19 podía haberse evitado”. (32).
Hubiese bastado también que Trump y otros dirigentes mundiales escucharan
los repetidos avisos de alerta difundidos por la propia OMS. En particular el grito de alarma que esta organización
lanzó en septiembre de 2019, o sea la víspera del primer ataque del nuevo
coronavirus en Wuhan. La OMS no dudaba en
prevenir que la próxima plaga podía ser apocalíptica : « Nos enfrentamos a la
amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por
un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y
liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala
sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad
generalizadas. El mundo no está preparado” (33).
Con mayor precisión aún si cabe, otro informe anterior ya había avisado
sobre el peligro específico de los nuevos coronavirus: “La presencia de un gran
reservorio de virus similares al SARS-CoV en los
murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en
el sur de China, es una bomba de relojería… La posibilidad del surgimiento de
otro SARS causado por nuevos coronavirus de animales, no
debe ser descartada. Por lo tanto, es una necesidad estar preparados” (34).
Entre 2011 y 2019, numerosos científicos no cesaron de hacer sonar la
alarma a propósito de varios brotes infecciosos que, según ellos, anunciaban
una mayor frecuencia de aparición de plagas de propagación potencialmente
rápida, cada vez más difíciles de atajar (35)… El propio ex-presidente Barack Obama,
en diciembre de 2014, señaló que se debía invertir en infraestructuras
sanitarias para poder enfrentar la posible llegada de una epidemia de nuevo
tipo. Incluso recordó que siempre se puede presentar un azote similar a la
“gripe de Kansas” (mal llamada “española”) de 1918: “Probablemente puede que
llegue un momento en el que tengamos que enfrentar una enfermedad mortal, y
para poder lidiar con ella, necesitamos infraestructuras, no sólo aquí en
Estados Unidos sino también en todo el mundo para conseguir detectarla y
aislarla rápidamente” (36).
Es bien conocido también que, en 2015, Bill Gates, fundador de Microsoft,
avisó que estaban reunidas todas las condiciones para la aparición de un nuevo
azote infeccioso que podría fácilmente ser desperdigado por el mundo por los
enfermos asintomáticos: “Puede que surja un virus –explicó– con el que las
personas se sientan lo suficientemente bien, mientras estén infectadas, para
subirse a un avión o ir al supermercado (…) Y eso haría que el virus pudiera
extenderse por todo el mundo de manera muy rápida (…) El Banco Mundial calcula
que una epidemia planetaria de ese tipo costaría no menos de tres billones de
dólares, con millones y millones de muertes (…)” (37).
O sea, mal que le pese a Donald Trump y a aquellos dirigentes que hablaron
de “sorpresa” o de “estupor”, la realidad es que se conocía, desde hacía años,
el peligro inminente de la irrupción de un nuevo coronavirus que podía saltar de animales a humanos, y provocar una
terrorífica pandemia… “La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían
que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse –explica el veterano
reportero y divulgador científico David Quammen quien, para escribir su
libro Contagio (38) (Spillover. Animal infections and the next human pandemic),
recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos,
es decir los que saltan de los animales a los
humanos–. Los avisos decían: podría ocurrir el año próximo, en tres años, o en
ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no
ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más
camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en
máscaras, en guantes... La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el
virus existen. Pero no había voluntad política. Tampoco hay voluntad para
combatir el cambio climático. La diferencia entre esto y el cambio climático es
que esto está matando más rápido” (39).
En otras palabras,
esta pandemia es la catástrofe más previsible en la historia de Estados Unidos.
Obviamente mucho más que Pearl Harbor, el asesinato de Kennedy o el 11 de
septiembre. Las advertencias sobre el ataque inminente de un nuevo coronavirus
eran sobradas y notorias. No se necesitaban investigaciones de ningún servicio
ultrasecreto de inteligencia para saber lo que se avecinaba. Se sabía… Lo
sabían… El desastre pudo ser evitado…
CAMBIO CLIMÁTICO
Aunque el origen de todo, como dice David Quammen, reside en los
comportamientos ecodepredadores que nos condenan, si no lo impedimos, a la
fatalidad del cambio climático. Lo que está realmente en causa es el modelo de
producción que lleva decenios saqueando la naturaleza y modificando el clima.
Desde hace lustros, los militantes ecologistas vienen advirtiendo que la
destrucción humana de la biodiversidad está creando las condiciones objetivas
para que nuevos virus y nuevas enfermedades aparezcan: “La deforestación, la
apertura de nuevas carreteras, la minería y la caza son actividades implicadas
en el desencadenamiento de diferentes epidemias –explica, por ejemplo, Alex
Richter-Boix, doctor en biología y especialista en cambio climático– Diversos
virus y otros patógenos se encuentran en los animales salvajes. Cuando las
actividades humanas entran en contacto con la fauna salvaje, un patógeno puede
saltar e infectar animales domésticos y de ahí saltar de nuevo a los humanos; o
directamente de un animal salvaje a los humanos (…) Murciélagos, primates e
incluso caracoles pueden tener enfermedades que, en un momento dado, cuando
alteramos sus hábitats naturales, pueden saltar a los humanos” (40).
Desde hace millones de años, los animales poseen en su organismo una gran
diversidad de virus contra los cuales, durante esa larga convivencia, han
sabido desarrollar inmunidad. Pero cuando el hombre retira a un animal de su
entorno natural, ese equilibrio se rompe, y un virus puede entonces
transmitirse a otra especie con la que el animal no convivió nunca… La
destrucción de los hábitats de las especies salvajes y la invasión de esos
ecosistemas silvestres por proyectos urbanos o industriales crean situaciones
propias para la mutación acelerada de los virus… Es probablemente lo que
ocurrió en Wuhan. Desde hace años, muchas organizaciones animalistas chinas
reclamaban la prohibición permanente del comercio y consumo de animales
salvajes con el fin de conservar las especies y, sobre todo, evitar previsibles
epidemias (41).
Europa y Estados Unidos ignoraron todas estas advertencias. Y cuando llegó
‘la pandemia de las pandemias’, sus Gobiernos no habían tomado ninguna
precaución, no tenían preparada ninguna estrategia a seguir, ni medidas de
actuación a corto, medio y largo plazo… En cambio, en Asia del Este, los
modelos de gestión de la epidemia fueron más exitosos. Sobre todo en Corea del
Sur. En uno de los artículos más comentados sobre esta crisis (42), el intelectual surcoreano residente en
Berlín Byung-Chul Han, adepto del dataísmo, elogió la “biopolítica digital” implementada por el Gobierno
surcoreano y afirmó que los países asiáticos estaban enfrentando esta pandemia
mejor que Occidente porque se apoyaban en las nuevas tecnologías, el big data y
los algoritmos. Minimizando el riesgo de intrusión en la privacidad: ”La
conciencia crítica ante la vigilancia digital –admitió Byung-Chul Han– es, en
Asia, prácticamente inexistente” (43).
CIBERVIGILANCIA SANITARIA
El nuevo coronavirus se extiende tan rápido y hay tantas personas
infectadas asintomáticas que resulta, en efecto, imposible trazar su expansión
a mano. La mejor manera de perseguir a un microorganismo tan indetectable es
usando un sistema computarizado, gracias a los dispositivos de los teléfonos
móviles, que calcule cuánta gente estuvo cerca del infectado (44).
Corea del Sur, Singapur y China citados a menudo como naciones que han
tenido éxito frente al coronavirus, han aplicado en particular estrategias de
macrodatos y vigilancia digital para mantener las cifras de infección bajo
control. Este “solucionismo tecnológico” (45), supone el sacrificio de una parte de
la privacidad individual. Y eso, evidentemente, plantea problemas.
En Corea del Sur, las autoridades crearon una aplicación para smartphones pensada para tener un mayor control
sobre la expansión del coronavirus mediante el seguimiento digital de los
ciudadanos presentes en zonas de contagio o que padecen la enfermedad…
Esa app se llama “Self-Quarantine Safety
Protection”, y ha sido desarrollada por el Ministerio del Interior y
Seguridad. La app descubre si un ciudadano
ha estado en zonas de riesgo. Sabe si su test es o no positivo. Si es positivo
le ordena confinarse en cuarentena. También rastrea los movimientos de todos
los infectados y localiza los contactos de cada uno de ellos. Los lugares por
los que anduvieron los contagiados se dan a conocer a los teléfonos móviles de
aquellas personas que se encontraban cerca. Y todas ellas son enviadas en
cuarentena. Cuando los ciudadanos reciben la orden de confinamiento de su
centro médico local, se les prohíbe legalmente abandonar
su zona de cuarentena –generalmente sus hogares– y se les obliga a mantener una
separación estricta de las demás personas, familiares incluidos.
La app también permite realizar un seguimiento por
dispositivo vía satélite GPS (Global Positioning System) de cada persona sospechosa.
Si ésta sale de su área de confinamiento asignada, la app lo sabe inmediatamente y envía una alerta
tanto al sospechoso como al oficial que controla su zona. La multa por
desobediencia puede alcanzar hasta 8.000 dólares. La app también envía avisos de nuevos casos de
coronavirus al vecindario o a zonas cercanas. El objetivo es garantizar un
mayor control del virus al saber, en todo momento, dónde se encuentran tanto
los ciudadanos infectados como los que se hallan en cuarentena. (46).
En Singapur, una nación altamente vigilada, la Agencia Tecnológica estatal
y el Ministerio de Salud lanzaron en marzo pasado una app muy parecida: TraceTogether,
para teléfono móvil que puede identificar, retrospectivamente, a todos los
contactos cercanos de cada persona y avisarles si un familiar, un amigo o
conocido contrajo el virus. Los ciudadanos pueden ser rastreados mediante una
combinación sofisticada de imágenes de cámaras de seguridad, geolocalización
telefónica e investigación policial realizada por auténticos “detectives de
enfermedades” con la asistencia eventual del departamento de investigación
criminal, la oficina antinarcóticos y los servicios de inteligencia de la
policía… El ‘Acta de Enfermedades Infecciosas de Singapur’ hace obligatoria,
por ley, la cooperación de los ciudadanos con la policía. Un caso único en el
mundo. El castigo por indisciplina puede ser una multa de hasta 7.000 dólares,
o cárcel por seis meses, o ambas.
También China ha puesto a punto una aplicación parecida, HealthCheck, que se instala en los móviles a través de
sistemas de mensajería como WeChat o Alipay, y genera un “código de salud” graduado en
verde, naranja o rojo, según la libertad de movimiento permitida a cada
ciudadano (desplazamiento libre, cuarentena de una semana, o de catorce días).
En unas doscientas ciudades chinas, la gente está usando HealthCheck para poder moverse con mayor libertad,
a cambio de entregar información sobre su vida privada. Esta app se ha mostrado tan eficaz que la propia OMS está inspirándose en ella con el fin de
desarrollar un software semejante
llamado MyHealth.
Este “modelo surcoreano”, adoptado por estos países y también por Hong Kong
y Taiwán, (47), está basado en el uso masivo de datos
y asociado a diversos sistemas de “videoprotección”. Hasta hace poco nos
hubiera parecido distópico y futurista, pero ya está siendo imitado igualmente
en Alemania, Reino Unido, Francia, España y otras democracias occidentales.
Hay que decir que,
desde hace unos años, algunos Estados y las grandes operadoras privadas de
telefonía móvil han atesorado billones de datos y saben exactamente dónde se
encuentra cada uno de sus numerosos usuarios. Google y Facebook también han
conservado montañas de datos que podrían ser utilizados, con el pretexto de la
pandemia, para una vigilancia intrusiva masiva. Y además, aplicaciones de citas
con coordenadas urbanas, como Happn o Tinder, podrían servir ahora para
detectar infectados… Sin olvidar que Google maps, Uber, Grab, Cabify o Waze
también conocen las rutas y el historial de sus millones de clientes…
En todas partes, el control digital se ha acelerado. En España, por
ejemplo, la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial
puso en marcha, el pasado 1 de abril, un programa ‘Datacovid’ para rastrear 40
millones de móviles y controlar los contagios. Por su parte, la empresa
ferroviaria RENFE obligará a los pasajeros a dar su nombre y su
número de móvil para comprar un billete de transporte.
En Italia, los principales proveedores de telefonía móvil y de Internet han
decidido compartir los datos sensibles, pero anónimos, de sus clientes con el
Grupo de trabajo para la prevención de la epidemia formado en el Ministerio de
Ciencia e Innovación. En la región de Lombardía se usa la geolocalización
por GPS en cooperación también con los teleoperadores de
telefonía móvil. Se rastrea de forma anónima los movimientos de las personas.
Así se pudo constatar que, a pesar de las medidas de confinamiento, los
desplazamientos sólo se habían reducido en un 60%... Mucho menos de lo
esperado.
En Israel, el Gobierno decidió igualmente hacer uso de las ‘tecnologías
antiterroristas de vigilancia digital’ para rastrear a los pacientes
diagnosticados con el coronavirus. El Ministerio de Justicia dio luz verde para
usar ‘herramientas de rastreo de inteligencia’ y monitorear digitalmente a los
pacientes infectados, mediante el uso de Internet y de la telefonía móvil, sin
la autorización de los usuarios. Aunque admitieron “cierta invasión de la
privacidad”, las autoridades explicaron que el objetivo es “aislar el
coronavirus y no a todo el país” verificando con quién entraron en contacto los
infectados, qué sucedió antes y qué pasó después… (48)
En esa misma perspectiva, a escala global, los dos gigantes digitales planetarios
Google y Apple decidieron asociarse para rastrear los contactos de los
afectados por la pandemia. Recientemente, anunciaron que trabajarán juntos en
el desarrollo de una tecnología que permitirá a los dispositivos móviles
intercambiar información a través de conexiones Bluetooth para alertar a las
personas cuando hayan estado cerca de alguien que dio positivo por el nuevo
coronavirus. (49).
La covid-19 se ha convertido, de ese modo, en la primera enfermedad global
contra la que se lucha digitalmente. Y claro, eso da lugar a un debate, como
decíamos, sobre los riesgos para la privacidad individual. Hasta algunos
defensores del sistema de cibervigilancia lo reconocen: “El hecho de que la
‘app’ geolocalice a la persona y que, según determinados datos, establezca una
especie de semáforo que sirva como certificado para salir a la calle puede
chocar con la privacidad” (50).
No cabe duda de que el rastreo de los teléfonos móviles, aunque sea para
una buena causa, abre la puerta a la posibilidad de una vigilancia masiva
digital. Tanto más cuanto que las aplicaciones que identifican a cada instante
dónde estás pueden contárselo todo al Estado… Y eso, cuando pase la pandemia,
podría generalizarse y convertirse en la nueva normalidad… El Estado va a
querer acceder también a los expedientes médicos de los ciudadanos y a otras
informaciones hasta ahora protegidas por la privacidad. Y cuando se haya
acabado con este azote, las autoridades, en el mundo entero, podrían desear
utilizar la vigilancia para sencillamente mejor controlar la sociedad. Como
ocurrió con las legislaciones antiterroristas (pensemos en el USA Patriot Act (51)) después de los
atentados del 11 de septiembre de 2001.
Paraísos de la cibervigilancia, Corea del Sur, Singapur, Taiwán y China
podrían erigirse en los modelos del porvenir. Sociedades en las que impera una
suerte de coronóptikon (52), en donde la
intrusión en la vida privada y la hipervigilancia tecnológica se convierten en
algo habitual. De hecho, una reciente encuesta de opinión en Europa sobre la
aceptación o no de una aplicación en el teléfono móvil que permita rastrear a
los infectados por el coronavirus mostró que el 75% de los encuestados estaría
de acuerdo (53). De ese modo, los Gobiernos –incluso
los más democráticos–, podrían erigirse en los Big Brother de hoy, no dudando
en transgredir sus propias leyes para vigilar mejor a los ciudadanos (54). Las medidas ‘excepcionales’ que están
adoptando los poderes públicos ante la alarma pandémica, podrían permanecer en
el futuro, sobre todo las relativas a la cibervigilancia y el biocontrol. Tanto
los Gobiernos, como Google, Facebook o Apple podrían aprovechar nuestra actual
angustia para hacernos renunciar a una parte importante de nuestros secretos
íntimos. Después de todo, pueden decirnos, durante la pandemia, para salvar
vidas, habéis aceptado sin protestar que otras libertades hayan sido
absolutamente restringidas…
EL JABÓN Y LA MÁQUINA DE COSER
No cabe duda de que la
geolocalización y el rastreo de la telefonía móvil sumados al uso de los
algoritmos de predicción, las aplicaciones digitales sofisticadas y el estudio
computarizado de modelos estadísticos muy fiables han ayudado a cierto control de
los contagios. Pero también es cierto que, no obstante lo que afirma Byung-Chul
Han, este derroche de tecnologías futuristas no ha resultado suficiente y
definitivo para combatir la expansión de la covid-19. Ni siquiera en Corea del
Sur, China, Taiwán, Hong Kong, Vietnam o Singapur…
El relativo éxito de estos países contra la covid-19 se explica sobre todo
por la experiencia adquirida en su larga lucha, entre 2003 y 2018, contra
el SARS y el MERS, las dos epidemias
precedentes causadas también por coronavirus… El SARS –que fue el
primer virus letal impulsado por la hiperglobalización– saltó a los humanos desde las civetas, otro
mamífero vendido en mercados de China. Transportado por los vuelos comerciales
globalizados, ese microorganismo se expandió por el mundo llegando a una
treintena de países. Durante el tiempo que duró la epidemia –contra la cual
tampoco había vacuna ni tratamiento terapéutico– se confirmaron cerca de 10.000
infectados y casi 800 muertes (55)… En 2012, cuando
apenas esas naciones terminaban de controlar la epidemia de SARS, surgió el MERS, causado por otro
coronavirus que saltó esta vez de camellos a
humanos en Oriente Medio.
Ninguna de estas dos plagas llegó a Europa ni a Estados Unidos. Lo cual
explica también, en parte, por qué los Gobiernos europeos y estadounidense
reaccionaron tarde y mal ante la pandemia. Carecían de experiencia… Mientras
que China, Taiwán, Hong Kong, Singapur y Vietnam padecieron el cruel embate
del SARS… Y Corea del Sur tuvo que enfrentar además, en 2015,
un brote particularmente dañino de la epidemia del MERS (56)...
Contra esos dos nuevos coronavirus, en situación de urgencia absoluta, y
sin que ninguna potencia occidental acudiese en su ayuda, todas estas naciones
asiáticas no perdieron tiempo experimentando tecnologías digitales para frenar
los contagios. Echaron mano de disposiciones de salud pública del pasado que
los epidemiólogos conocían bien porque, frente a numerosas epidemias, como ya
hemos dicho, desde la Edad Media, se habían empleado con eficacia…
Perfeccionadas y afinadas desde el siglo XIV, medidas como la
cuarentena, el aislamiento social, las zonas restringidas, el cierre de
fronteras, el corte de carreteras, la distancia de seguridad y el seguimiento
de los contactos de cada infectado, se aplicaron de inmediato… Sin recurrir a
tecnologías digitales, las autoridades se basaron en una convicción bien
sencilla: si por arte de magia todos los habitantes permaneciesen inmóviles en
donde están durante catorce días, a metro y medio de distancia entre sí, toda
la pandemia se detendría al instante.
A partir de entonces, el uso de mascarillas se generalizó en toda Asia. Y
se crearon decenas de fábricas especializadas en la producción masiva de
tapabocas de protección… Las revisiones de fiebre con termómetros infrarrojos
digitales en forma de pistola se volvieron rutinarias. En las ciudades de los
países asiáticos afectados, se hizo habitual, desde 2003, la toma de la
temperatura de la gente antes de entrar a un autobús, un tren, una estación del
metro, un edificio de oficinas, una fábrica, una discoteca, un teatro, un cine
o incluso un restaurante… También se hizo obligatorio lavarse las manos con
agua clorada (57) o jabón. En los hospitales –como
se hacía en el siglo XIX– las áreas se dividieron en zonas
“limpias” y “sucias”, y los equipos médicos no cruzaban de una a otra. Se construyeron
tabiques para separar alas completas; el personal sanitario entraba por un
extremo de la sala enfundado en escafandras protectoras y salía por el extremo
opuesto desinfectado bajo la inspección de enfermeros...
Toda esa zona de Asia del Este vivió entonces, por vez primera, lo que
estamos viviendo nosotros a escala planetaria. Ahí, en Corea del Sur
particularmente, se realizaron entonces –y no fue por casualidad– algunas de
las mejores películas post-apocalípticas sobre el tema del contagio fulminante: Virus (2013), de Kim Sung-soo y Tren a Busán (2016), de Yeon Sang-ho.
Con el SARS y el MERS, los Gobiernos de
estos países aprendieron a almacenar, por precaución, ingentes cantidades de
equipos de protección (mascarillas, escudos faciales, guantes, escafandras, gel
desinfectante, batas, etc.). Sabían que, en caso de nuevo brote epidémico,
había que actuar de prisa y agresivamente (58). Es lo que hicieron en enero pasado,
cuando empezó a extenderse la covid-19. China no tardó en imponer la cuarentena
estricta. Aisló en zonas herméticas a los infectados y también a sus contactos.
No lo hicieron Corea del Sur, ni Japón, pero todos exigieron la distancia de
seguridad y llevar mascarillas higiénicas. Y multiplicaron masivamente los
tests de despistaje.
El caso más paradigmático, en el sureste asiático, es el de Vietnam. Había
sido uno de los países que más velozmente y más decididamente actuó contra
el SARS en 2003. Y aprendió la lección. Cuando el nuevo
coronavirus SARS-CoV-2 empezó a extenderse por la región, las
autoridades de Hanoi aplicaron inmediatamente –con sólo seis personas
contagiadas– las medidas más estrictas de confinamiento y aislamiento. Y en
febrero de 2020, anunciaron haber contenido la pandemia (59). Fue el primer país del mundo en vencer
al nuevo coronavirus (60). Todos los infectados se curaron. No
murió ni un solo paciente.
Todo esto demuestra
que, a pesar de su importancia, las tecnologías digitales de localización e
identificación no son suficientes para contener al coronavirus. Además, el
empleo generalizado de mascarillas higiénicas impide una utilización eficaz de
los sistemas biométricos de reconocimiento facial. Desde las primeras semanas,
China, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur comprobaron que, a causa del
uso masivo de mascarillas y de protectores oculares, su sistema de biocontrol
mediante cámaras de videoprotección no era efectivo.
O sea, que la espectacular supremacía tecnológica de la que tanto nos
ufanábamos, con nuestros teléfonos inteligentes de última generación, los
drones futuristas, los robots de ciencia ficción y las biotecnologías
innovadoras han servido de poco, como ya lo hemos dicho, a la hora de contener
el primer impacto de la marea pandémica. Para tres objetivos urgentísimos
–desinfectarnos las manos, confeccionar mascarillas y frenar el avance del
virus–, la humanidad ha tenido que recurrir a productos y a técnicas viejos de
varios siglos atrás. Respectivamente: el jabón, descubierto por los romanos
antes de nuestra era; la máquina de coser, inventada por Thomas Saint en
Londres hacia 1790; y, sobre todo, la ciencia del confinamiento y del
aislamiento social, afinada en Europa contra decenas de oleadas de pestes
sucesivas desde el siglo V… (61) ¡Qué lección de humildad!
SACRIFICANDO A LOS “DEMASIADO VIEJOS”
Son tiempos también de insolidaridad. Los egoísmos nacionales se han
manifestado con sorprendente y brutal rapidez. Estados vecinos y amigos no han
dudado en lanzarse a una “guerra de las mascarillas” (62) o en apoderarse,
cual piratas, de material sanitario destinado a sus socios. Hemos visto a
Gobiernos pagar el doble o el triple del precio de material sanitario para
conseguir los productos e impedir que sean vendidos a otras naciones. Los
medios han mostrado como, en las pistas de los aeropuertos, contenedores de
tapabocas eran arrancados a aviones de carga para desviarlos hacia otras
destinaciones. Italia acusó a la República checa de robarle los lotes de
mascarillas comprados en China y que hacían escala en Praga. Francia denunció a
Estados Unidos por lo mismo. España culpó a Francia… Fabricantes asiáticos
informaron a Gobiernos africanos y latinoamericanos que no podían venderles por
el momento material sanitario porque Estados Unidos y la Unión Europea pagaban
precios superiores. (63).
En la vida cotidiana, la suspición y la desconfianza han crecido. Muchos
extranjeros o forasteros, o simplemente ancianos enfermos (64), sospechosos de introducir el virus,
han sido discriminados, perseguidos, apedreados (65), expulsados… Es cierto que las personas
mayores constituyen el grupo con mayor índice de mortalidad (66). Ignoramos por qué. Algunos fanáticos
ultraliberales no han tardado en reclamar sin tapujos la eliminación maltusiana
de los más débiles. Un vice-gobernador, en Estados Unidos, declaró: “Los
abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía” (67). En esa misma vena aniquiladora, el
analista neoliberal del canal estadounidense CNBC, Rick Santelli
reclamó un ‘darwinismo sanitario’ y pidió “inocular el virus a toda la
población. Eso sólo aceleraría el curso inevitable… Pero los mercados se
estabilizarían” (68). En Holanda, donde el primer ministro
ultraliberal Mark Rutte apuesta también por la “inmunidad de rebaño” (69), el jefe de epidemiología del Centro
Médico de la Universidad de Leiden, Frits Rosendaal, declaró que “no se deben
admitir en las UCI a personas demasiado viejas o
demasiado débiles” (70). Amenazas dignas de demonios
exterminadores de novelas gráficas… Y además absurdas porque, como explica una
enfermera: “La covid-19 es mortal. Y puedo decir que no distingue límite de
edad. Ni color. Ni talla. Ni origen. Ni clase social. Ni nada. Atacará a
cualquiera” (71).
La covid-19 no
distingue, es cierto, pero las sociedades desigualitarias sí. Porque, cuando la
salud es una mercancía, los grupos sociales pobres, discriminados, marginados,
explotados quedan mucho más expuestos a la infección. Es el caso de lo que
pasa, por ejemplo, en Singapur donde –como vimos– las autoridades consiguieron
en un primer tiempo controlar la epidemia. Sin embargo, en esa opulenta
ciudad-Estado existe una minoría de cientos de miles de migrantes venidos de
países pobres, empleados en la construcción, el transporte, las tareas
domésticas y los servicios. El país depende de esos trabajadores para el
funcionamiento de su economía. Pero el aislamiento físico es casi imposible en
esos empleos. Por su condición social, muchos de esos inmigrantes tuvieron que
continuar en sus tareas a pesar del peligro de infectarse… Por otra parte, una
ley exige que los trabajadores extranjeros residan en ‘dormitorios’, unas
habitaciones que albergan hasta una docena de hombres, con baño, cocina y ducha
colectivos. Inevitablemente esos locales se convirtieron en focos de infección…
A partir de esos núcleos, el virus se volvió a dispersar... Está
documentado que cerca de 500 nuevos contagios surgieron de ahí. Un sólo
‘dormitorio’ causó el 15% de todos los nuevos casos del país (72). Hasta tal punto que
Singapur, “ejemplo” de país vencedor de la pandemia, enfrenta ahora un
peligroso repunte de la covid-19. El coronavirus reveló las desigualdades
ocultas de la sociedad…
Lo que ocurrió en esos
‘dormitorios’ de Singapur da una idea de lo que podría suceder en el sureste de
Asia, en la India, en África, en América Latina, y en naciones de escasos
recursos, con sistemas sanitarios embrionarios. Si en Estados ricos –Italia,
Francia, España–, el virus ha hecho los terribles estragos que conocemos, ¿qué
ocurrirá en algunas zonas depauperadas de África? ¿Cómo hablar de
‘confinamiento’, o de ‘aislamiento’, o de ‘gel desinfectante’, o de ‘distancia
de protección’, o hasta de ‘lavarse las manos’ a millones de personas que
viven, sin agua corriente, hacinadas en favelas, chabolas o barrios de latas, o
duermen en las calles, o viven en campamentos improvisados de refugiados, o en
las ruinas de edificios destruidos por las guerras ? Sólo en América Latina, el
56% de los activos viven en la economía informal…
Por su parte, la principal superpotencia del planeta, Estados Unidos, ha
renunciado, por primera vez en su historia, a encabezar la lucha sanitaria y a
ayudar a los enfermos del mundo. En una nación de semejante riqueza, el virus
ha venido a desvelar las excesivas desigualdades en materia sanitaria. Los
habitantes descubren una falta de insumos básicos así como las deficiencias de
su sistema de salud pública. Hace tiempo que el senador Bernie Sanders viene
reclamando que se considere “el sistema de salud como un derecho fundamental
del ser humano”. Y muchas otras personalidades reclaman ese cambio:
“Necesitamos una nueva economía de los cuidados –expresó, por ejemplo, Robert
J. Shiller, premio Nobel de Economía– que integre los sistemas nacionales de
salud públicos y privados” (73).
Entre tanto, la
covid-19 está causando, en ese país, decenas de miles de muertos. Y la
situación se puede agravar porque unos veintisiete millones de personas (8,5%
de la población) no poseen seguro médico y otros once millones son trabajadores
ilegales, sin documentos, que no se atreven a acudir a los hospitales…
En lo que es hoy el epicentro mundial de la pandemia, los analistas
observan una “exacerbación de la disparidad de salud”. Algunas minorías étnicas
–afroestadounidenses, hispanos– están teniendo, en efecto, un índice de
letalidad frente al coronavirus muy superior a su representatividad social. En
Nueva York, por ejemplo, afroamericanos y latinos suman el 51% de la población,
pero acumulan un 62% de los fallecimientos por covid-19. En el estado de
Michigan, los afroestadounidenses constituyen el 14% de la población, pero
concentran el 33% de los infectados y el 41% de las muertes. En Chicago, los
afrodescendientes son el 30% de la población, pero representan el 72% de los
fallecimientos… “Unas cifras que dejan sin aliento…” dijo Lori Lightfoot, la
alcaldesa de Chicago (74).
En un país donde el test para saber si alguien es positivo al nuevo
coronavirus cuesta 35.000 dólares (75), la salud es a menudo
un reflejo de la inequidad social. Al capitalismo salvaje le tiene sin cuidado
el dolor de los pobres. Si latinos y afroamericanos son, en Estados Unidos, más
vulnerables frente el coronavirus, es porque son víctimas de una serie de
desventajas sociales. También son las minorías que, por haber tenido,
históricamente, menos acceso a los servicios de salud, padecen con frecuencia
una serie de patologías graves: “Siempre hemos sabido –explica el Dr. Anthony
Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas
de Estados Unidos– que enfermedades como la diabetes, la hipertensión, la
obesidad y el asma afectan, de manera desproporcionada, a las poblaciones
minoritarias, particularmente a los afroamericanos” (76).
A pesar del azote de
la covid-19, algunos empresarios han seguido exigiendo que los trabajadores
regresen a sus puestos para salvar la economía. Latinos y afroamericanos tienen
pues que seguir trabajando en las calles, realizando algunos de los trabajos
más duros, limpiando edificios, conduciendo autobuses, desinfectando
hospitales, atendiendo supermercados, manejando taxis, repartiendo paquetes,
etc. Al riesgo de infección que enfrentan en sus barrios marginados, se suman
los peligros que encaran en los transportes públicos y en sus empleos… En
cuanto a los inmigrantes ilegales e indocumentados, acosados por las
autoridades, no van a los servicios de salud, como ya dijimos, por miedo a que
los detengan…
Cada día de esta plaga, la gente se convence más que es el Estado, y no el
mercado, el que salva. “Esta crisis –explica Noam Chomsky– es el enésimo
ejemplo del fracaso del mercado. Y un ejemplo también de la realidad de la
amenaza de una catástrofe medioambiental. El asalto neoliberal ha dejado a los
hospitales desprovistos de recursos. Las camas de los hospitales fueron
suprimidas en nombre de la ‘eficiencia económica’ (…) El Gobierno
estadounidense y las multinacionales farmacéuticas sabían, desde hace años, que
existía una gran probabilidad de que se produjese una pandemia. Pero, como
prepararse para ello no era bueno para los negocios, no se hizo nada” (77). Por su parte, el
filósofo francés Edgar Morin constata: “Al fin y al cabo, el sacrificio de los
más frágiles –ancianos, enfermos– es funcional a una lógica de la selección
natural. Como ocurre en el mundo del mercado, el que no aguanta la competencia
es destinado a perecer. Crear una sociedad auténticamente humana significa
oponerse a toda costa a ese darwinismo social”.
HÉROES DE NUESTRO TIEMPO
La pandemia también tiene sus héroes y sus mártires. Y en esta pelea, los
guerreros que han subido a primera línea, a los puestos de avanzada a afrontar
el letal SARS-CoV-2 han sido los médicos, las enfermeras, el
personal auxiliar y otros trabajadores de la salud convertidos en protagonistas
involuntarios, conquistando elogios y aplausos desde los balcones, las plazas y
las calles de ciudades de todo el mundo. Casi todos ellos funcionarios
públicos, para quienes la salud de la población no es una mercancía sino una
necesidad básica, un derecho humano.
Pasarán a la historia, extenuados, agotados, por su dedicación en la labor
diaria de combatir la infección y salvar vidas. A menudo, han enfrentado al
contagioso virus sin mascarillas, ni batas, ni equipos de protección…
“¡Marchamos a la guerra sin armas!” denunció una veterana enfermera de
Guayaquil, en Ecuador, furiosa por el contagio de ochenta colegas y la muerte
de otros cinco… (78)
El personal sanitario está arriesgando, en efecto, su propia vida. Según el
Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos, entre el 10% y el 20%
de todos los infectados con coronavirus son trabajadores de la salud. Muchos
están muriendo. Algún día, cuando esta pesadilla se desvanezca, tendremos que
erigir monumentos en honor de esos mártires con bata blanca. Para recordar por
siempre su coraje, su abnegación, su humanidad. Seguramente cuando Albert Camus
decía que “la peste nos enseña que hay en los hombres más cosas dignas de
admiración que de desprecio” (79), pensaba en ellos.
Al respecto, un pequeño país, también digno de admiración, se ha
distinguido por su altruismo y generosidad. Se trata de Cuba. Sitiada y bloqueada
desde hace sesenta años por Estados Unidos y sometida además por Washington a
brutales medidas coercitivas unilaterales, la isla fue la primera en acudir en
ayuda de China cuando estalló esta pandemia. Desde entonces las autoridades
cubanas no han cesado de enviar brigadas de médicos y personal sanitario a
combatir la covid-19 a una veintena de países (80), respondiendo a las solicitaciones
angustiadas de sus Gobiernos. Entre ellos tres de la rica Europa: Italia,
Francia y Andorra (81). Estas Brigadas Internacionales de
Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias existen
desde los años 1960. En 2005, tomaron el nombre de “Henry Reeve” –un brigadier
estadounidense que luchó y murió por la independencia cubana–, con ocasión del
paso del Huracán Katrina por el sur de Estados Unidos (82).
El mundo está descubriendo lo que los principales medios dominantes
internacionales han tratado de ocultar hasta ahora, que Cuba es una
superpotencia médica (83) con más de 30.000 médicos y
enfermeros desplegados en 66 naciones (84). Todo ello obedeciendo a una consigna
humanista y visionaria de Fidel Castro formulada con estas palabras: “Un día
dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y
sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo; pero que, en cambio, nuestro
país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más oscuros
rincones del mundo. Médicos y no bombas, médicos y no armas inteligentes” (85). La Habana también está proporcionando
su medicamento antiviral Interferón Alfa-2B Recombinante puesto a punto por sus
científicos en sus laboratorios de biotecnología, y cuyo uso prevendría el
agravamiento y las complicaciones en pacientes infectados por el nuevo
coronavirus.
APOTEOSIS DE LA DESINFORMACIÓN
Los grandes medios silencian la solidaridad médica de Cuba mientras
realizan una cobertura universal y permanente de la pandemia como nunca se
había visto. Durante meses, sin respiro, los principales medios de todo el planeta nos han hablado de un único
tema: el coronavirus. Sobreinformación a la potencia mil. Un fenómeno coral,
hipermediático (86), de semejante envergadura global no
había ocurrido jamás. Ni cuando cayó el Muro de Berlín, ni con los atentados de
las torres gemelas de Nueva York…
Al mismo tiempo estamos asistiendo a una guerra feroz entre diversas
facciones para imponer un relato dominante sobre esta crisis (87). Lo que provoca una auténtica epidemia
de fake news y de posverdades. La OMS ha definido este fenómeno como infodemia, pandemia de info-falsedades. El miedo a la
covid-19 así como el deseo de sobreinformarse y el ansia de entender todo lo
relacionado con la plaga han creado las condiciones para una tormenta perfecta
de noticias tóxicas. Éstas se han propagado con igual o mayor velocidad que el
nuevo virus. Montañas de embustes han circulado por las redes sociales. Los
sistemas de mensajería móvil se han convertido en verdaderas fábricas continuas
de infundios, bulos y engaños. En algunos países, se calcula que el 88% de las
personas que acudieron a las redes sociales para informarse sobre el SARS-CoV-2 fueron infectadas por fake news (88).
Es conocido que las noticias falsas se difunden diez veces más rápido que
las verdaderas; y que, incluso desmentidas, sobreviven en las redes porque se
siguen compartiendo sin ningún control. Muchas de ellas están elaboradas con
impresionante profesionalidad : textos impecables, redacción perfecta inspirada
en los medios de referencia más respetados, imágenes muy cuidadas, sonido de
alta calidad, voz grave y moderada del comentario en off, montaje y edición nerviosos y adictivos, música
subyugante… Todo debe dar una impresión de seriedad, de respetabilidad, de
solvencia… Es la garantía de credibilidad, indispensable para apuntalar el
engaño. Y para que los usuarios lo viralicen…
Tampoco hay que olvidar que, durante esta interminable cuarentena, en un
contexto de incertidumbre y emoción, y ante la necesidad real de todos por
comprender la plaga y entenderla con argumentos, dos ingredientes combinados
entre sí han favorecido la poderosa irradiación de las mentiras. Por una parte,
la familiaridad, la confianza entre personas que comparten información en una
misma red. Por otra parte, la repetición, la reiteración de mensajes de
idéntica matriz. Si alguien que conozco me envía una información y si, por
diversas otras vías, recibo esa misma información o versiones muy cercanas de
esa información, pensaré que tiene credibilidad y que es cierta. Porque me fío
de la fuente, y porque otras fuentes coinciden y la confirman. Instintivamente
hasta deduciré que, mediante esos dos mecanismos (cercanía y repetición), la
autenticidad de la información está verificada. Sin embargo puede ser falsa. En
otras palabras, toda fake news tratará
de respetar ambos requisitos para mejor ocultar o disimular su falsedad. Es una
ley de la intoxicación mediática: toda manipulación de la opinión pública
mediante falsas noticias debe obedecer a esos protocolos.
No es posible hacer una lista exhaustiva de las fake news que inundan nuestras redes desde que se
inició el azote, pero recordemos que casi inmediatamente empezaron a proliferar
diversas teorías conspirativas. Las más diseminadas afirmaban, como ya lo hemos
dicho, que el nuevo coronavirus se elaboró en un biolaboratorio secreto de
China (o de Estados Unidos), y que es un arma bacteriológica para la guerra
entre ambas superpotencias… Otras falsas noticias igual de disparatadas
certificaban que el SARS-CoV-2 fue creado por Bill Gates… O
que fue fabricado por China para exterminar a sus minorías étnicas… O que la
epidemia se propagó tan rápidamente porque el virus viajaba en las mercancías
exportadas por China… O que la covid-19 es una enfermedad difundida por los
grandes laboratorios farmacéuticos para vender vacunas… O que las antenas de
telefonía 5G amplifican y vuelven más letal al coronavirus (89)... O que la plaga estaba destinada a
arruinar la economía exportadora, rival de China, del norte de Italia… O que ya
existe una vacuna… O que el virus ya mutó (90)...
Muchas de estas noticias falsas aún siguen circulando, replicadas al
infinito por granjas de bots, perfiles de miles
de cuentas monitorizadas por un sólo usuario. El objetivo es mostrar un “gran
volumen” de mensajes, aparentando que mucha gente está compartiendo o comentando
un tema, para manipular la percepción que se tiene de ese tema. Algunas fake news parecen inofensivas, pero otras –en
particular, cuando propagan la existencia de un tratamiento milagroso o de una
medicación mágica contra el virus (91)– pueden tener letales consecuencias. En
Irán, por ejemplo, las redes difundieron una fake según la
cual el metanol prevenía y curaba la covid-19. Desenlace: 44 personas
fallecieron y cientos de víctimas fueron hospitalizadas por ingerir ese alcohol
metílico (92) …
Con el pánico general
creado por la pandemia y millones de personas buscando desesperadamente en sus
pantallas datos sobre el desconocido coronavirus, las “burbujas de
desinformación” encontraron un ecosistema perfecto para multiplicarse al
infinito. Todo fue facilitado también cuando –en 2016– las principales empresas
de redes sociales modificaron los algoritmos de jerarquización de los mensajes.
Desde entonces anteponen las comunicaciones procedentes de amigos y conocidos
en detrimento de los mensajes emitidos por organizaciones o medios de
comunicación.
En todo caso, ya no podemos ser ingenuos. Y creer inocentemente todo cuanto
llega a nuestras pantallas vía las redes sociales. En relación con esto,
el momentum coronavirus constituye también un
parteaguas. A partir de ahora, ante la abrumadora cantidad de noticias falsas,
cada ciudadano debe conocer las diversas plataformas de verificación que están
a nuestra disposición gratuitamente: por ejemplo: Maldita.es y Newtral.es, en
España; FactCheck.org, NewsGuard y PolitiFact.com, en Estados Unidos; o la alianza
#CoronavirusFacts, impulsada por International Fact-Checking Network (IFCN) del Poynter Institute (93), que reúne a más de cien plataformas de
verificación en setenta países y en cuarenta idiomas (94); o LatamChequea que
reúne a una veintena de medios de comunicación de quince países de América
Latina.
Además, existen múltiples herramientas gratuitas en Internet para verificar
la veracidad de cualquier fotografía difundida por las redes sociales: por ejemplo, TinEye, Google Reverse Image Search, FotoForensics que permiten importantes
verificaciones como saber cuál es la fuente original de la imagen, si ya se
publicó anteriormente, qué otros medios ya la difundieron, si se manipuló y si
se retocó el original.
Para detectar los falsos vídeos que tanto abundan igualmente, podemos
recurrir a InVid, disponible para los
navegadores Google Chrome y Mozilla Firefox, que permite descifrar vídeos
manipulados (95). También en el
sitio Reverso –un proyecto colaborativo en el que
participan Chequeado (96), AFP Factual (97), First Draft (98) y Pop-Up Newsroom (99)– podemos detectar los falsos vídeos
virales de la web (100). Ya no hay excusa para dejarse engañar.
Al menos esta pandemia nos habrá servido para eso.
¿HACIA UN CAPITALISMO DIGITAL?
Otra consecuencia comunicacional: con más de la mitad de la humanidad
encerrada durante semanas en sus casas, la apoteosis digital ha alcanzado su
insuperable cenit… Jamás la galaxia Internet y sus múltiples ofertas en
pantalla (comunicativas, distractivas, comerciales) resultaron más oportunas y
más invasivas. En este contexto, las redes sociales, la mensajería móvil y los
servicios de microblogueo –Twitter, Mastodon (101), Facebook, WhatsApp, Messenger,
Instagram (102), Youtube, LinkedIn, Reddit, Snapchat,
Amino, Signal, Telegram, Wechat, WT:Social (103), etc.– se han impuesto definitivamente
como el medio de información (y de desinformación) dominante. También se han
convertido en fuentes virales de distracción pues, a pesar del horror de la
crisis sanitaria, el humor y la risa, como a menudo ocurre en estos casos, han
sido protagonistas absolutos en las redes sociales, nexo privilegiado con el
mundo exterior y con familiares y amigos.
Estamos pasando más horas que nunca frente a las pantallas de nuestros
dispositivos digitales: teléfonos móviles, ordenadores, tablets o televisores inteligentes... (104) Consumiendo de todo:
informaciones, series, películas, memes, canciones,
fotos, teletrabajo, consultas y trámites administrativos, clases online, videollamadas, videoconferencias, chateo,
juegos de consola, mensajes… El tiempo diario dedicado a Internet se ha
disparado (105). En España, por
ejemplo, desde el pasado 14 de marzo cuando se declaró el estado de alarma y el
aislamiento social, el tráfico en Internet creció un 80% (106). Tan fuerte aumento
obedece en particular al excepcional consumo de streaming de
vídeo, no sólo de servicios de vídeo bajo demanda, sino sobre todo al fenómeno
comunicacional más característico de este tiempo: las videollamadas vía Skype,
WhatsApp, Webex, Houseparty (107) y Zoom.
Poco conocida hasta ahora, la aplicación de videollamadas Zoom ha
experimentado, en los últimos dos meses, un crecimiento jamás conocido en la
historia de Internet… Desde que empezó la pandemia, es la app más descargada para iPhone. En marzo pasado,
su aumento de tráfico diario fue del
535%... La han adoptado los líderes mundiales para sus videoconferencias; las
empresas para organizar el teletrabajo; las universidades para ofrecer
cursos online; los músicos y cantantes para crear, en grupo,
sus coronaclips; los amigos y las familias para seguir
virtualmente reunidos durante el confinamiento…
Las cifras son abrumadoras. Zoom ha pasado de tener –a finales de 2019– 10
millones de usuarios activos a superar los 200 millones a finales de marzo…
Para hacerse una idea de lo que ello significa recordemos que Instagram tardó
más de tres años en conseguir ese número de seguidores. Antes de la expansión
del coronavirus, las acciones de Zoom costaban 70 dólares. El pasado 23 de
marzo valían 160 dólares, o sea una capitalización total superior a los 44 mil
millones de dólares. El virus es global pero sus efectos no son exactamente
iguales para todo el mundo… En particular para el principal accionista de Zoom,
Eric Yuan, que figura ahora en la lista de las “personas más ricas del mundo”
con una fortuna estimada en 5.500 millones de dólares (108)…
Otro “ganador” de esta crisis es la aplicación muy popular entre los
adolescentes TikTok que registra también un incremento fenomenal de usuarios.
Creada por la firma china de tecnología ByteDance, TikTok es una app de social media parecida a Likee o MadLipz, que
permite grabar, editar y compartir videos cortos –de 15 a 60 segundos– en loop (o sea repetidos en bucle como los GIF (109)) con la posibilidad de añadir fondos
musicales, efectos de sonido y filtros o efectos visuales.
La cuarentena global está amenazando, a lo largo y ancho del planeta, la
supervivencia económica de innumerables empresas de entretenimiento, cultura y
ocio (teatros, museos, librerías, cines, estadios, salas de conciertos, etc.).
En cambio, mastodontes digitales como Google, Amazon, Facebook o Netflix, que
ya dominaban el mercado, están viviendo un grandioso momento de triunfo
comercial (110). La descomunal inyección de dinero y
sobre todo de macrodatos que están recibiendo les van a permitir desarrollar de
modo exponencial su control de la inteligencia algorítmica (111). Para dominar todavía más, a escala
mundial, la esfera comunicacional digital. Estas gigantescas plataformas
tecnológicas son las triunfadoras absolutas, en términos económicos, de este
momento trágico de la historia. Esto confirma que, en el capitalismo, después
de la era del carbón y del acero, la del ferrocarril y la electricidad, y la
del petróleo, llega la hora de los datos,
la nueva materia prima dominante en la era postpandémica. Bienvenidos al capitalismo
digital…
ECONOMÍA: UN BAÑO DE SANGRE
Por lo demás, el capitalismo va mal… Porque se cierne la perspectiva de un
desastre económico sin parangón (112). Nunca se había visto
la economía de todo el planeta frenar en seco. Los territorios más afectados
–por ahora– por la covid-19 son China y Asia del este, Europa y Estados Unidos,
o sea el triángulo central del desarrollo mundial. Millones de empresas,
grandes y pequeñas, se hallan en crisis, cerradas, al borde de la quiebra (113). Varios centenares de millones de
trabajadores han perdido su empleo, total o parcialmente (114)… Como en tantas ocasiones anteriores,
los asalariados peor remunerados y las pequeñas empresas pagarán el precio más
alto. Quinientos millones de personas podrían ser arrastradas de nuevo a la
pobreza (115). Esta crisis económica, de alcance
planetario, no tiene precedentes y superará en profundidad y duración a la de
1929. También excede en gravedad a la crisis financiera de 2008. La pandemia
produce un rechazo general del hipercapitalismo anárquico, el que ha permitido
obscenas desigualdades como que el 1% de los ricos del mundo posean más que el
99% restante (116). También se
cuestionan los excesos de la globalización económica.
Las Bolsas, con altibajos, se han hundido (117): “¡Es un auténtico baño de sangre!”,
gritó el broker de una empresa de gestión de patrimonio (118) ante las pérdidas históricas de
sus inversores. Los precios del petróleo han caído a abismos desconocidos (119). El 20 de abril
pasado, en el mercado de materias primas de Chicago, el barril de referencia,
West Texas Intermediate (WTI), llegó a costar -37 dólares (120)… Sí, menos 37 dólares, o sea, que el vendedor le pagaba al comprador 37 dólares para que éste se
llevara un barril de petróleo… Un hundimiento jamás visto en la historia… Lo
cual es excelente para los países importadores : China, Japón, Alemania,
Francia, Corea del Sur… Pero nefasto para los Estados exportadores muy
poblados: Rusia, Nigeria, México, Venezuela… Otra consecuencia negativa : un
petróleo tan barato puede retrasar la necesaria transición ecológica pues ello
encarece automáticamente el precio de las energías alternativas (solar, eólica,
biomasa, etc.)… La economía mundial se adentra en territorio ignoto (121). Nadie tiene una idea
precisa de las dimensiones del cataclismo. Como ha dicho Kissinger: “La actual
crisis económica es de una complejidad inédita. La contracción desatada por el
coronavirus, por su alta velocidad y su amplitud global, es diferente a todo lo
que hemos conocido en la historia” (122).
La Unión Europea (UE), por ejemplo, propuso, en un primer
momento, un plan de 25 mil millones de euros para ayudar a los países miembros.
Luego, el Banco Central Europeo habló de ¡750 mil millones…! Tan gigantesca
amplitud da una idea de la dimensión del desconcierto… Se estima que el PIB de los países desarrollados podría derrumbarse en
un 10%... Mucho más que en la crisis del 29… Un choque brutal. Febriles, presos
de pánico, los Gobiernos practican una suerte de “keynesianismo de guerra”. Deben
ayudar a los asalariados, a los campesinos, a las familias, a las empresas. Y
desbloquean urgentemente sumas astronómicas para inyectarlas en los circuitos
financieros con el fin de evitar la implosión del sistema económico (123). Para impedir también, en la medida de
lo posible, que el coronavirus cause finalmente más pobres que muertos…
Pero el coste será inimaginable. Con la agravante para el Estado de que se
reducirán drásticamente sus ingresos fiscales. El déficit será galáctico. A
escala de la zona euro, por ejemplo, según el economista francés Jacques Sapir,
el déficit alcanzará, a final de este año, un billón y medio de euros (o sea,
1.500 mil millones) (124). Lo nunca visto. En el caso del Reino
Unido –que ya no está en la UE, ni en la zona euro–
el Banco de Inglaterra resolverá el problema sencillamente fabricando moneda…
Lo que no pueden hacer ni Italia, ni España, ni Francia que son los Estados que
mayor liquidez van a necesitar. Y que se encuentran ya super-endeudados… En
estas tres naciones, la salida de la Unión o de la zona euro se va a plantear
con fuerza. Porque Alemania, Austria, Finlandia y Países Bajos se negaron,
durante semanas, a permitirles obtener créditos sin ninguna condición (los
célebres “coronabonos”)… Cuando, en parte, los problemas de los sistemas de
salud de Italia, España y Francia son la consecuencia directa de las políticas
de austeridad y de los recortes en los presupuestos de los servicios públicos
exigidos por esos cuatros socios “austericidas” del norte. Recuérdese que el
sur de Europa, antes de ser el epicentro de la actual pandemia, fue el
epicentro de las políticas más sádicas (125) de austeridad después de la crisis
financiera de 2008. Lo uno llevó a lo otro.
Europa, como unión protectora, ha fallado. El club comunitario ha sido
incapaz de responder de manera conjunta y multilateral al drama humano y social
que se abate sobre el Viejo Continente. La gente –en particular los familiares
y amigos de los miles y miles de fallecidos– no lo va a olvidar. “Es un modelo
económico empapado en sangre –denuncia Naomi Klein–. Y ahora la gente empieza a
darse cuenta. Porque encienden la televisión y ven a los comentaristas y
políticos diciéndoles que tal vez deberían sacrificar a sus abuelos para que
los precios de las acciones puedan subir… Y la gente se pregunta: ¿qué tipo de
sistema es este?” (126)
En un momento tan
trágico y delicado –con la primera secesión de la Unión Europea (el Brexit del
Reino Unido) recién estrenada el pasado 31 de enero– y ante un desafío
sanitario tan crucial, el sueño europeo no ha funcionado. Y era probablemente
la última oportunidad… ¿Qué destino le espera, después de la pandemia, a esa
Unión Europea insolidaria con sus socio más frágiles, y carcomida por dentro
por los populistas y extremistas de derecha?
El comercio internacional se ha reducido a su nivel de hace un siglo (127). Los precios de las
materias primas se han desfondado. No sólo los del petróleo, también el cobre,
el níquel, el algodón, el cacao, el aceite de palma, etc. Para las economías de
los países exportadores del Sur –donde viven los dos tercios de los habitantes
del planeta– es una coyuntura devastadora. Porque, al derrumbe de las
exportaciones, hay que añadir además: el cese de los aportes del turismo, y la
drástica disminución de las remesas de los emigrantes afectados por la pérdida
generalizada de empleo en los países ricos paralizados por la plaga. O sea, los
tres principales recursos de los países del Sur se desploman… Millones de
personas que, en los últimos decenios, habían conseguido integrar una
incipiente ‘clase media’ planetaria corren ahora el peligro de recaer en la
pobreza…
Pero además, en este contexto tan poco alentador, los capitales también han
empezado a desertar en masa de los países en desarrollo. Se estima que desde el
21 de febrero de 2020, fecha de la primera muerte en Italia por la covid-19,
hasta finales de marzo, unos 59 mil millones de dólares huyeron de esas
naciones (128). Resultado, muchas monedas se han
hundido: el peso mexicano perdió un 25% de su valor frente al dólar; el real
brasileño y el rand sudafricano, un 20%. Y todas las importaciones, en esos
países, serán ahora más caras…
En tan tenebroso
contexto, lo más previsible es que, cuando pase la pandemia, varios de estos
Estados, debilitados, arruinados, endeudados, conozcan fuertes sacudidas
sociales… Ahí también podría haber baños de sangre… También es probable que
asistamos, en ciertas regiones, a una desesperada estampida de emigración
salvaje hacia el Norte… Cuyos países estarán, en ese preciso momento, lidiando
ellos mismos con las dolorosas consecuencias de la peor crisis de su historia.
Inútil decir que los nuevos emigrantes, convertidos en chivos expiatorios, no
serán bien recibidos… Alimentarán la xenofobia y los odios de los grupos de
extrema derecha en ascenso tanto en Europa como en Estados Unidos… La historia
advierte que los desastres incentivan los chauvinismos y los racismos…
Para evitar semejantes escenarios de pesadilla, se están alzando muchas
voces que reclaman la adopción de varias disposiciones urgentes. Entre ellas,
la condonación de la deuda de los países en desarrollo que, antes de la crisis,
ya tenían una deuda externa altísima. Y debían pagar, de aquí a final de 2021,
según la ONU, unos 2,7 mil millones de dólares de intereses de su
deuda (129)… Muchas
personalidades e instituciones están exigiendo una moratoria del pago de la
deuda en favor de las naciones más afectadas. El propio Papa Francisco ha
reclamado que, “considerando las circunstancias, se afronten, por parte de
todos los países, las grandes necesidades del momento, reduciendo o incluso
condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres” (130). También, en este contexto crítico, se
está reclamando el levantamiento, por parte de Estados Unidos, de las injustas
‘medidas unilaterales coercitivas’ contra Cuba, Venezuela, Irán, Nicaragua,
Siria, etc.
¿DESGLOBALIZAR?
La pandemia nos obliga
también a interrogarnos sobre el modelo económico-comercial dominante. Desde
hace cuarenta años, la globalización neoliberal ha espoleado los intercambios,
y desarrollado cadenas de suministro transnacionales. La crisis sanitaria ha
demostrado que las líneas logísticas de aprovisionamiento son demasiado largas
y frágiles. Y que, en caso de emergencia como ahora, los proveedores remotos
son incapaces de responder a la urgencia. Todo ello ha demostrado que, en
muchos casos, la soberanía de los Estados es muy relativa.
Por extremismo
ideológico neoliberal, el mundo ha ido sin duda demasiado lejos en la
deslocalización de la producción, en la desindustrialización y en la doctrina
del “cero stock”. Ahora, en una situación de vida o muerte, muchas sociedades
han descubierto, atónitas, que para algunos suministros indispensables
–antibióticos, tests, mascarillas, guantes, respiradores, etc.– dependemos de
fabricantes localizados en las antípodas… Que en nuestros propios países se
fabrica muy poco… La “guerra de las mascarillas” ha dejado una muy penosa
impresión de impotencia.
Desde la crisis
financiera de 2008, grupos nacionalistas y populistas de derecha –a los que
pertenecen, por ejemplo, los electores de Donald Trump, Boris Johnson, Viktor
Orbán y Jair Bolsonaro– ya venían manifestando su rechazo de la mundialización
económica. Por otra parte, desde finales de los años 1990, los militantes
altermundistas, desde puntos de vista de izquierda y humanistas, también venían
criticando con fuerza la ecodepredadora globalización financiera, y reclamando
‘otro mundo posible’.
A estas dos fuerzas,
ya considerables, se van a unir ahora, las masas de personas descontentas por
la dependencia de sus países a la hora de enfrentar el cataclismo de la
covid-19. Hay como el sentimiento de que, con la mundialización, muchos
Gobiernos renunciaron a dimensiones fundamentales de su soberanía, de su
independencia y de su seguridad.
Las presiones antiglobalizadoras van a ser muy fuertes después de la
pandemia. En muchas capitales se cuestiona el principio de una economía basada
en las importaciones. Diversos sectores industriales serán sin duda
repatriados, relocalizados. Regresa también la idea de planificar. Ya no
escandaliza el recurso a cierta dosis de proteccionismo. El presidente de
Francia, Emmanuel Macron, un ex-banquero, ha acabado por admitir que “nuestro
mundo sin duda se fragmentará”, pero que es indispensable “reconstruir una
independencia agrícola, sanitaria, industrial y tecnológica francesa. Tendremos
que elaborar una estrategia sobre la base del largo plazo y la posibilidad de
planificar”. (131)
En lugar de unificar a
los pueblos y alentar su entendimiento mutuo, la globalización ha favorecido
los egoísmos, las fracturas y el ultranacionalismo. El cierre generalizado de
fronteras y el repliegue nacional, en nombre de la protección contra la
covid-19, están reforzando las tendencias unilaterales y nacionalistas
alimentadas desde la Casa Blanca por Donald Trump y secundadas, por diferentes motivos,
desde otras capitales como Londres, Budapest, Brasilia, Manila, etc.
Desde las reformas impulsadas por Deng-Tsiao Ping en 1979, la potencia que
más se ha beneficiado de la globalización económica es sin duda China.
Convertida en la “fábrica del mundo”, este país es hoy la única superpotencia
capaz de hacer contrapeso, en el tablero mundial, a Estados Unidos. Junto con
la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, Pekín sigue siendo uno de los mayores
defensores de la globalización. Sobre todo desde su adhesión, en 2001, a la
Organización Mundial de Comercio (OMC). Las autoridades
chinas estiman que la antimundialización no resolverá nada y que el
proteccionismo es un callejón sin salida porque, en definitiva, nadie puede
exportar y todos quedan bloqueados. Lo que el presidente Xi Jinping ha
expresado con las siguientes palabras: “Querer repartir el océano de la
economía mundial en una serie de pequeños lagos bien separados unos de otros,
no sólo es imposible sino que, además, va a contracorriente de la historia” (132).
En todo caso la hiperglobalización neoliberal parece herida de gravedad y
no es descabellado vaticinar su debilitamiento (133). Incluso se cuestiona la continuidad,
bajo su forma ultraliberal, del propio capitalismo (134)…
También se evoca la
necesidad de una suerte de colosal Plan Marshall mundial… En todo caso, esta
tragedia de la covid-19 empujará sin duda a las naciones hacia un nuevo orden
económico mundial.
LIDERAZGOS
La mayoría de los Gobiernos han defraudado. Zarandeados como nunca en
tiempos de paz no han sabido estar a la altura del descomunal desafío. Ni
asumir una de sus principales competencias constitucionales: la responsabilidad
de proteger a su población. Abundan los ejemplos de dirigentes como Boris
Johnson, primer ministro del Reino Unido, que, en un primer tiempo, antes de
infectarse y ser hospitalizado en una UCI, minimizaron la
amenaza… Johnson apostó al principio por la teoría de la “inmunidad de rebaño”,
dejando que la población británica se infectase… Partiendo de la idea de que,
si el 60% o el 70% de la población se contagia, eso funcionaría como cortafuegos
y detendría la expansión del virus. Hasta que comprendió que si ‘sólo’
falleciera el 3% de la población significaría, para el Reino Unido, unos dos
millones de muertos… Otros dirigentes, como Jair Bolsonaro, presidente de
Brasil, siguen exhibiendo una actitud negacionista y califican con risitas la
pandemia asesina de “gripecita sin importancia”… Quizás, cuando se derrote al
coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia
semejante al Tribunal de Nuremberg…
Muchos líderes se han centrado en dar respuestas locales, nacionales,
gestionando la pandemia de manera independiente, sin verdadera coordinación
internacional. Cuando es obvio que ningún país, por poderoso que sea, puede
vencer la pandemia en un empeño exclusivamente local. Las grandes potencias se
han mostrado incapaces de coordinarse a nivel global (¡qué desastre el Consejo
de Seguridad de la ONU!) para constituir un frente común
planetario y colaborar en la búsqueda de soluciones y salidas colectivas a la
crisis. Ninguna voz –ni siquiera la del Secretario General de Naciones Unidas,
el Dalai Lama, los Premios Nobel o el propio Papa– ha conseguido hacerse
audible por encima del estruendo general del miedo y del furor de este inaudito
sacudón.
Si es cierto que en los malos tiempos es cuando surgen los grandes líderes
históricos, este momento pandémico de estrés, confusión y descontrol se ha
caracterizado, al contrario, por la ausencia de grandes liderazgos a la cabeza
de la principales potencias occidentales. El zafarrancho ha puesto
particularmente a prueba el temple de algunos de ellos (135). En particular, ya lo hemos subrayado,
Donald Trump que se ha ganado, por su pésima gestión, la distinción de “ peor
presidente estadounidense de todos los tiempos” (136). Para él y para unos cuantos más, el
nuevo coronavirus ha actuado como una suerte de Principio de Peter,
despojándolos de sus máscaras, dejando al desnudo su impostura (137) y su estrepitoso nivel de
incompetencia…
En este escenario
volátil, otros líderes en cambio han mostrado visión a largo plazo,
anticipación a los hechos y decisión para actuar rápido. Dos son mujeres, y
ambas progresistas: la primera ministra de Islandia, Katrin Jakobsdottir,
feminista y ambientalista del Partido Verde; y la primera ministra de Nueva
Zelanda, Jacinda Ardern, líder del Partido Laborista.
Islandia ha seguido una estrategia única en el mundo ofreciendo tests de
covid-19 masivos y gratuitos a toda la población. Cuando se detectó el primer
caso de coronavirus en febrero pasado, ya el país llevaba semanas haciendo
pruebas para detectar el germen en turistas o viajeros que regresaban a su
hogar. Katrin Jakobsdottir y su Gobierno pidieron a los que entraban a Islandia
que se presentaran en los centros de salud a hacerse test aunque no tuvieran
síntomas. Ese método proactivo de intentar identificar el SARS-CoV-2, incluso antes de que apareciera, fue
determinante (138).
En Nueva Zelanda, Jacinta Ardern también tomó muy pronto decisiones más
agresivas que en otros países desarrollados, como el confinamiento para toda su
población durante un mes, y el cierre total de las fronteras del archipiélago.
Su objetivo fue buscar la “eliminación” de la enfermedad, en lugar de la
“mitigación” que se aplicó en muchos otros países. La idea era destruir la
curva, no sólo aplanarla (139).
Muchos expertos consideran que Islandia y Nueva Zelanda, junto con Corea
del Sur, son las naciones que mejor han enfrentado la pandemia. Pero hay que
añadir el caso de Venezuela. Aunque los medios dominantes internacionales se
nieguen a admitirlo, el presidente Nicolás Maduro ha sido, en Suramérica, el
líder que más pronto entendió cómo actuar drásticamente frente al patógeno (140). Gracias a la batería de medidas
(confinamiento, cierre de fronteras, pesquisaje voluntarista casa por casa,
hospitalización de todos los positivos) decididas por su Gobierno –y a pesar del
ilegal bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos, y
de las amenazas militares (141)–, Venezuela ha podido evitar los
errores cometidos en Italia, en España o en Estados Unidos y salvar cientos de
vidas (142). El “método Venezuela” ha resultado ser
uno de los más eficaces del mundo. La OMS reconoció que
la cifra de infectados en Venezuela es inferior, en América Latina, a la de
Brasil, Chile, Ecuador, Perú, México, Panamá, República Dominicana, Colombia,
Argentina, Costa Rica, Uruguay, Honduras y Bolivia.
A propósito de liderazgos, ha surgido una controversia sobre qué tipo de
dirigencia ha enfrentado mejor la pandemia, si los gobiernos democráticos o los
gobiernos ‘autoritarios’ (143). Es un falso debate.
En plena contienda contra el virus, con masas de enfermos asaltando los
hospitales, y los sistemas funerarios colapsados por el exceso de muertes,
todos los gobernantes, por torpes que hayan sido en la anticipación del ataque
viral, han estado a diario en las pantallas de los medios dirigiendo la
ofensiva contra el letal enemigo. Como un general de estado mayor capitaneando
la batalla final. En ninguna parte ha sido un ‘momento democrático’. Sino la
hora de la firmeza y de la determinación. Y eso ha gustado a las opiniones
públicas. ¿Se puede deducir de ello que la era postpandémica verá
necesariamente el triunfo del autoritarismo en el mundo? No es seguro. Muchos
líderes autoritarios han sido lentos y torpes frente al coronavirus,
decepcionaron, disimularon informaciones o mintieron: por ejemplo, Donald Trump
en Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, Rodrigo
Duterte en Filipinas, Narendra Modi en la India, Jeanine Áñez en Bolivia, etc.
En todo caso, a escala planetaria, el nuevo patógeno no pudo ser
inmediatamente contenido y enclaustrado en la zona donde apareció. Y esos
primeros días de indecisión y desconcierto resultaron decisivos. El germen pudo
así escapar de su zona de nacimiento y, con insólita celeridad, conquistar el
mundo. Ni siquiera los adeptos más convencidos de las teorías de la
colapsología imaginaban que toda la humanidad sería golpeada con semejante
contundencia en tan breve tiempo. Apenas han pasado cuatro meses desde el
instante (diciembre de 2019) en que los primeros casos de esta nueva neumonía
infecciosa fueron identificados en Wuhan. Y en tan corto intervalo, la plaga ha
provocado una auténtica crisis sistémica y
una interrogación sobre el sentido mismo de la civilización humana.
La pesadilla que estamos viviendo ya ha cambiado nuestras sociedades.
Perturbaciones de todo tipo –inconcebibles hace sólo unas semanas– se están
produciendo en múltiples aspectos de la vida social, en las relaciones
interpersonales, en la política, la economía, los sistemas de salud, el rol del
Estado, las tecnologías, las comunicaciones, las relaciones internacionales…
Decenas de Estados –incluso en el seno de la Unión Europea– han cerrado sine die sus fronteras o las han militarizado.
Muchos países y centenares de ciudades han instaurado el toque de queda por vez
primera en tiempos de paz. Millones de personas han renunciado a la libertad de
movimientos. La vida democrática se ha visto completamente perturbada. Decenas
de procesos electorales han sido pospuestos o suspendidos. Las Fuerzas Armadas
más poderosas no escapan al contagio. Están replegando combatientes (144), retirando navíos y confesándose
inoperantes en esta extraña guerra contra un enemigo invisible (145). Las principales líneas aéreas han
cerrado sus vuelos, dejando varados en las cuatro esquinas del planeta a
centenares de miles de viajeros (146). Las competiciones
deportivas más importantes –incluidos los Juegos Olímpicos, la Liga UEFA de campeones, el Tour de Francia– han sido
suspendidas y aplazadas. Media humanidad anda ahora con mascarilla de
protección mientras que la otra mitad desea también ponérsela… pero no las
encuentra.
¿Cómo será el planeta cuando termine la pandemia? El mundo va a necesitar
voces autorizadas, con carisma y fuerza simbólica, que muestren el buen camino
colectivo para iniciar una etapa nueva, como se hizo después de la Segunda
Guerra mundial. La ONU deberá reformarse y dar
entrada, como miembros permanentes del
Consejo de Seguridad, a nuevas naciones como la India, Nigeria, Egipto, Brasil
y México, más representativas de la realidad del mundo contemporáneo.
Con el fracaso del
liderazgo de Estados Unidos se abre un peligroso vacío de potencia. El juego de
tronos se relanza peligrosamente. La Unión Europea, como hemos visto, también
ha salido mal parada por su decepcionante falta de cohesión durante la
pandemia. China y Rusia en cambio han consolidado su rol internacional
prestando asistencia a muchos países desbordados por el colapso de su sistema sanitario.
¡Han ayudado incluso a Estados Unidos! Hemos visto imágenes insólitas: aviones
militares rusos aterrizando en Italia, ofreciendo médicos y distribuyendo
material de salud. China ha donado a un centenar de países millones de kits de
detección, mascarillas, ventiladores pulmonares, escafandras protectoras y toda
clase de logística sanitaria. “Somos olas de un mismo mar, hojas de un mismo
árbol, flores de un mismo jardín”, decían hermosamente los contenedores que
China ha ofrecido a buena parte del mundo. La influencia internacional de Pekín
ha crecido.
FUTUROS
Todos los países del planeta siguen enfrentando –al mismo
tiempo y por primera vez– la
embestida de una suerte de alienígena… La pandemia va para largo. Y es posible
que el virus, después de mutar, regrese. Tal vez el próximo invierno… Dada la
enormidad de lo que está ocurriendo, se avecinan cambios. Aunque nadie sabe
cuáles serán los posibles escenarios que se impondrán. Las incertidumbres son
numerosas. Pero está claro que puede ser un momento de rotunda transformación.
Las cosas no podrán continuar como estaban. Una gran parte de la humanidad
no puede seguir viviendo en un mundo tan injusto, tan desigual y tan ecocida.
Como dice uno de los memes que más
han circulado durante la cuarentena: “No queremos volver a la normalidad,
porque la normalidad es el problema”. La ‘normalidad’ nos trajo la pandemia…
Esta traumática
experiencia debe ser utilizada para reformular el contrato social y avanzar
hacia más altos niveles de solidaridad comunitaria y mayor integración social.
En todo el planeta, muchas voces reclaman ahora unas instituciones económicas y
políticas más redistributivas, más feministas y una mayor preocupación por los
marginados sociales, las minorías discriminadas, los pobres y los ancianos.
Cualquier respuesta post-pandémica debería apoyarse, como sugiere Edgar Morin,
en “los principios de una economía verdaderamente regenerativa, basada en el
cuidado y la reparación”.
El concepto de ‘seguridad nacional’ debería incluir, a partir de ahora, la
redistribución de la riqueza, una fiscalidad más justa para disminuir las
obscenas desigualdades, y la consolidación del Estado de bienestar. Se desea
avanzar hacia alguna forma de socialismo. Es urgente, a nivel global, la
creación de una renta básica que ofrezca
protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis… y en tiempos
ordinarios.
Los sistemas de salud deberán ser públicos y universales. Haber gestionado
los hospitales como empresas ha conducido a tratar a los pacientes como
mercancía. Resultado : un desastre tanto humano como sanitario. En todo caso,
hay unanimidad para pedir que la vacuna contra la covid-19, cuando se descubra,
sea considerada un ‘bien público mundial’, y sea gratuita y accesible para toda
la humanidad. El nuevo coronavirus nos ha demostrado que, a la hora de la
verdad, médicos, enfermeras y personal sanitario son infinitamente más valiosos
que los brokers o los especuladores financieros.
Sería inteligente anticipar también la próxima crisis climática, que podría
sorprendernos pronto igual que lo hizo el SARS-CoV-2… Detener el
consumismo furioso y acabar con la idea del crecimiento infinito. Nuestro
planeta no puede más. Agoniza. Se nos está muriendo en los brazos… Es
imperativo acelerar la transición energética no contaminante y apresurarse en
implementar lo que los ecologistas reclaman desde hace tiempo, un “Green New
Deal”, un ambicioso Acuerdo Verde que constituya la nueva alternativa económica
mundial al capitalismo depredador.
Pero de inmediato hay
que evitar, como previene Naomi Klein, que bajo los efectos del ‘capitalismo
del shock’, los defensores del sistema –Gobiernos ultraliberales, fondos
especulativos, empresas transnacionales, mastodontes digitales– consoliden su
dominación y manipulen la crisis para crear más desigualdades, mayor
explotación y más injusticias… Es preciso impedir que la pandemia sea utilizada
para instaurar una Gran Regresión Mundial que reduzca los espacios de la
democracia, destroce aún más nuestro ecosistema, disminuya los derechos
humanos, neocolonice el Sur, banalice el racismo, expulse a los migrantes y
normalice la cibervigilancia de masas.
Por el momento,
sociedades enteras siguen confinadas en sus viviendas. Dóciles, asustadas,
controladas, silenciosas. ¿Qué ocurrirá cuando se levanten los confinamientos?
¿Qué habrán estado rumiando los pueblos durante su inédito ‘aislamiento
social’? ¿Cuántos reproches han estado acumulando contra algunos gobernantes?
No es improbable que asistamos, aquí o allá, a una suerte de estampida
revoltosa de ciudadanos indignados –muy indignados– contra diversos centros de
poder acusados de mala gestión de la pandemia…
Algunos dirigentes ya sienten subir la furia popular… Y después de haber
adoptado y defendido durante muchos años el modelo neoliberal, están tomando
conciencia de los errores garrafales del neoliberalismo (147), tanto políticos y sociales como
económicos, científicos, administrativos… Ahora esos políticos están
prometiendo a sus ciudadanos que, una vez vencida la pandemia, todo se va a
enmendar para construir una suerte de ‘sociedad justa’. Proponen un nuevo
modelo definitivamente más justo, más ecológico, más feminista, más
democrático, más social, menos desigual… Seguramente, acuciados por la
situación, lo piensan sinceramente.
Es muy poco probable que, una vez vencido el azote, mantengan semejantes
propósitos. Sería una auténtica revolución… Y un virus, por perturbador que
sea, no sustituye a una revolución… No podemos pecar de inocentes. Las luchas
sociales seguirán siendo indispensables. Como dice el historiador británico
Neal Ascherson: “Después de la pandemia, el nuevo mundo no surgirá por arte de
magia. Habrá que pelear por él” (148). Porque, pasado el susto, los poderes
dominantes, por mucho que se hayan tambaleado, se esforzarán por retomar el
control (149). Con mayor violencia, si cabe. Tratarán
de hacernos regresar a la vieja ‘normalidad’. O sea, al Estado de las
desigualdades permanentes.
Pensemos en lo que
ocurrió con la pandemia de la “gripe de Kansas” (mal llamada “española”) que se
extendió a todo el planeta entre enero de 1918 y diciembre de 1920. ¿Quién la
recordaba antes de la plaga actual, aparte algunos historiadores ? Todos la
habíamos olvidado… A pesar de que infectó a unos quinientos millones de
personas –la tercera parte de la humanidad de la época– y mató a más de
cincuenta millones de enfermos…
¿Y qué pasó después ? ¿Europa y Estados Unidos construyeron acaso la
‘sociedad justa’?... La respuesta es : no. Las promesas se desvanecieron. La
mayoría de los supervivientes de la mortal gripe se apresuraron en olvidar. Un
manto de amnesia recubrió el recuerdo. La gente prefirió lanzarse a vivir la
vida con un apetito desenfrenado en lo que se llamó los “felices años veinte” (the roaring twenties). Fue la época del jazz, del
tango, del charlestón, del triunfo de Hollywood y de la cultura de masas. Una
euforia artificial y alienante que acabaría estrellándose, diez años después,
contra el crack bursátil de 1929 y la Gran Depresión…
En aquel mismo
momento, en Italia, una doctrina nueva llegaba al poder. Estaba destinada a
tener mucho éxito. Su nombre: el fascismo… ¿Se repetirá la historia?
IGNACIO RAMONET
(La Habana, Cuba, 22 de abril de 2020.)
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Mi reconocimiento más efusivo a las amigas y amigos –Bernard Cassen, Lydia Castro, Camilo Pérez Casal, Miguel Mejía, Ferran Montesa, Marisa Ros y Sandra Sarmiento– que tuvieron la enorme gentileza de releer mi texto –en tan poco tiempo y en medio de las turbulencias de esta cuarentena global–, de corregirlo, enmendarlo y de hacerme toda una serie de originales sugerencias que me permitieron enriquecer el manuscrito y, en mi opinión, mejorarlo considerablemente. Gracias.
Mi reconocimiento más efusivo a las amigas y amigos –Bernard Cassen, Lydia Castro, Camilo Pérez Casal, Miguel Mejía, Ferran Montesa, Marisa Ros y Sandra Sarmiento– que tuvieron la enorme gentileza de releer mi texto –en tan poco tiempo y en medio de las turbulencias de esta cuarentena global–, de corregirlo, enmendarlo y de hacerme toda una serie de originales sugerencias que me permitieron enriquecer el manuscrito y, en mi opinión, mejorarlo considerablemente. Gracias.
(1) José Natanson, “Lo imposible”, Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, Buenos Aires,
abril 2020.
(2) Entrevista a Germán Velásquez: “Han
privatizado la OMS, la
financiación privada condiciona sus decisiones”, Cadena SER, Madrid, 25 agosto 2016.
(3) A principios de abril de 2020,
únicamente 9 países (en su mayoría archipiélagos) no tenían casos de covid-19
según las autoridades locales. El País, Madrid, 8
de abril 2020.
(4) No existe (el 22 de abril de 2020) una
terapia específica que ‘mate’ al virus o que lo vuelva inofensivo como lo
consigue la triterapia contra el retrovirus VIH del Sida. Los
tratamientos actuales contra el nuevo coronavirus buscan esencialmente reforzar
el sistema inmune del paciente para ayudarlo a reducir al patógeno.
(5) Hugo Sigman, “La
vacuna contra el coronavirus puede demorar de 6 meses a un año y medio”, Perfil, Buenos Aires, 26 marzo 2020.
(6) Yuval Noah Harari, “La mejor defensa
contra los patógenos es la información”, El País, Madrid, 22 marzo
2020.
(8) Nombre oficial de la enfermedad,
atribuido el 11 de febrero de 2020 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que significa: coronavirus disease 2019 (‘enfermedad
por coronavirus 2019’, en español).
(11) Se ha identificado en cambio al paciente
1 en China : un hombre de 55 años residente en la provincia de Hubei fue el
primer caso confirmado de covid-19 y se remonta al 17 de noviembre de 2019,
semanas antes de que China alertase oficialmente al mundo.
(12) “China acusa al ejército de EE.UU. de instalar el coronavirus”, El País, Madrid, 14 marzo 2020.
(14) Las redes sociales en Estados Unidos han
tratado de acreditar también la tesis (falsa) de que el científico
estadounidense Charles Lieber –un genio de las nanotecnologías, profesor en la
Universidad de Harvard–, fabricó y vendió a las autoridades chinas el nuevo
coronavirus. La detención del profesor Lieber por orden del fiscal general del
gobierno de Estados Unidos para el Tribunal de Distrito en Massachusetts,
Andrew Lelling, el 28 de enero de 2020, acusado de haber recibido fondos de la
Universidad de Tecnología de Wuhan (WUT) por su pretendida
participación en el “Plan Mil Talentos” creado por China para reclutar
científicos expatriados y extranjeros para sus universidades (lo cual
obviamente no tiene nada que ver con el coronavirus) sirvió de pretexto a
la fake news que ha circulado mucho…
(15) “Republican
senator: It’s time to hold China ’accountable’ for the coronavirus”, Business Insider, 12 marzo 2020.
(16) “Un periodista de la TV argentina acusa a los judíos de crear el Coronavirus”, Aurora, Israel, 3 abril 2020; y “Coronavirus:
fuerte reacción ante la teoría conspirativa que difundió C5N”, La Nación, Buenos
Aires, 2 abril 2020.
(17) Consúltese: “El coronavirus y sus bulos:
378 mentiras, alertas falsas y desinformaciones sobre COVID-19”, Maldita.es, 7 abril 2020, https://maldita.es/malditobulo/2020/04/07/coronavirus-bulos-pandemia-prevenir-virus/
(18) Amparo Tolosa, “Acotando el origen del
coronavirus SARS-CoV-2”, Genética Médica News,
Valencia (España), 1 abril 2020.
(19) Kristian G.
Andersen, Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes, “The proximal origin
of SARS-CoV-2”, Nature Medicine,
17 marzo 2020.
(20) Roujian Lu,
Xiang Zhao, Juan Li, Peihua Niu, Bo Yang, Honglong Wu et al., “Genomic characterisation and epidemiology of
2019 novel coronavirus: implications for virus origins and receptor
binding”, The Lancet, Londres, 30 enero
2020.
(21) Helen Briggs, “Coronavirus: cómo se
estrecha el cerco sobre el pangolín como probable transmisor del patógeno que
causa la covid-19”, BBC News, 27 marzo 2020.
(22) Léase el excelente estudio de Artur
Galocha y Nuño Domínguez, “Así infecta el coronavirus”, El País, Madrid, 11 marzo 2020.
(24) Léase los dos artículos fundamentales de
Tomás Pueyo, “Coronavirus: Por qué tenemos que actuar ahora” y “Coronavirus: el
martillo y el baile”, Página 12, Buenos
Aires, respectivamente 16 y 21 marzo 2020.
(27) Causada por el virus H5N1 que también causó la gripe de Hong Kong de 1997 y
la gripe de Kansas o “española” de 1918 y sus 50 o 100 millones de muertos.
(28) Léase Ignacio Ramonet, “Mucho más que una gripe”, Le Monde diplomatique en español, Valencia (España),
julio 2009.
(29) Léase el texto completo del informe (en
inglés) : https://www.files.ethz.ch/isn/94769/2008_11_Global_Trends_2025.pdf
(30) Ken
Klippenstein, “Military Knew Years Ago That a Coronavirus Was Coming”, The Nation, Nueva York, 1 abril 2020.
(33) En el prólogo del documento
titulado “Un
Mundo en peligro: informe anual sobre la preparación mundial para las
emergencias sanitarias” (PDF), elaborado por
epidemiólogos y científicos de máximo nivel de todo el mundo, y firmado por Gro
Harlem-Brundtland, exdirectora general de la OMS, y Elhadj As Sy,
Secretario general de la Cruz Roja Internacional.
(34) Vincent C. C. Cheng, Susanna K. P. Lau,
Patrick C. Y. Woo y Kwok Yung Yuen, de la Universidad de Hong
Kong, “Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus as an
Agent of Emerging and Reemerging Infection” , Clinical Microbiology Reviews,
Washington, octubre 2007.
(35) https://www.investigacionyciencia.es/blogs/medicina-y-biologia/27/posts/en-2007-la-ciencia-predijo-esta-pandemia-nadie-hizo-caso-18485
(36) Declaración del 2 de diciembre de 2014,
durante su visita al National Institute of Health (NIH) en Bethesda,
Maryland.
https://www.youtube.com/watch?v=GFQTYlRTJlE
https://www.youtube.com/watch?v=GFQTYlRTJlE
(40) Darío Aranda, “La dimensión ecológica de
las pandemias”, Página 12, Buenos Aires,
30 marzo 2020.
(41) El Comité Permanente de la Asamblea
Popular Nacional (APN), el máximo órgano legislativo de
China, tomó el 24 de febrero pasado la decisión de prohibir totalmente el
comercio ilegal y el consumo de animales salvajes, como medida para proteger la
vida y la salud de la población. Cable de la agencia Xinhua, Pekín,
24 febrero 2020.
(44) Science Magazine, 22 marzo
2020. https://www.sciencemag.org/news/2020/03/cellphone-tracking-could-help-stem-spread-coronavirus-privacy-price
(46) Max S. Kim, “La app que vigila a las
personas en cuarentena por coronavirus”, MIT Technology Review,
11 marzo 2020.
(47) “El modelo de Taiwán contra el
coronavirus : reacción rápida, tecnología y mascarillas para todos”, El País, Madrid, 23 abril 2020.
(53) https://www.lemonde.fr/pixels/article/2020/04/01/coronavirus-les-francais-favorables-a-une-application-mobile-pour-combattre-la-pandemie-selon-un-sondage_6035233_4408996.html
(57) Una medida de higiene propuesta por
primera vez en 1847 por el médico húngaro Ignacio Semmelweis.
(59) Pero esa victoria presagia lo que les
puede pasar a otros países a partir de ahora. Porque, el 13 de abril 2020, las
autoridades anunciaron la existencia de 265 nuevos casos importados por avión…
(60) https://chaohanoi.com/2020/03/04/why-vietnam-has-been-the-number-one-country-in-the-world-on-coronavirus/
(61) Vicente G. Olaya, “Escenas de una
pandemia de hace 1 500 años que se repiten hoy”, El País, Madrid, 11 abril 2020.
(64) Léase, “Unos 50 vecinos de La Línea de
la Concepción apedrean un convoy de ancianos enfermos por coronavirus”, La Vanguardia, Barcelona, 25 marzo 2020.
(65) Léase, por ejemplo, La Vanguardia, Barcelona, 19 marzo 2020; cable
Europapress, 19 marzo 2020; y El País, Madrid,
30 marzo 2020.
(69) https://www.clarin.com/mundo/coronavirus-holanda-ancianos-debiles-hospitalizados_0_BV-kOz__z.html
(71) CNN en español, Atlanta, 3 abril,
2020. https://cnnespanol.cnn.com/2020/04/03/opinion-los-verdaderos-heroes-en-la-lucha-contra-el-coronavirus/
(78) France 24, Paris, 15 abril
2020. https://www.france24.com/es/20200415-el-personal-sanitario-encarna-el-hero%C3%ADsmo-contra-el-coronavirus
(79) Albert Camus, La Peste (1947), traducción al castellano de Rosa
Chacel, prólogo de José Manuel Caballero Bonald, Unidad Editorial, Madrid,
1999.
(80) Entre los cuales : Andorra, Italia (dos
brigadas : en Lombardía y Piemonte), Francia (en Guadeloupe, Martinica y
Guyane), Catar, Angola, Cabo Verde, Togo, Antigua y Barbuda, Barbados, Belice,
Dominica, Granada, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, San
Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam y Venezuela.
(81) Tom O’Connor,
“Cuba Uses ’Wonder Drug’ to Fight Coronavirus Around World Despite U.S. Sanctions”, Newsweek,
24 marzo 2020.
(82) Hernando Calvo Ospina, “Rumbo
a una Internacional de la Salud”, Le Monde diplomatique en
español, agosto de 2006.
(83) Cuba cuenta con unos cien mil médicos
activos, lo que representa 9 médicos por cada mil habitantes, la cifra más alta
del mundo (por ejemplo Alemania, España y Suiza tienen 4/1000 ; Estados Unidos,
Israel y Francia 3/1000).
(85) “Fragmentos del discurso pronunciado por
Fidel Castro, en Buenos Aires, en mayo de 2003”. Granma, La Habana, 17 abril 2020.
(90) El virus no está mutando: la
Organización Mundial de la Salud asegura que el virus mantiene una estructura
estable. Las variaciones en los síntomas entre personas afectadas están
asociadas a patologías previas y la interacción del coronavirus con éstas.
Léase Juventud Rebelde, La Habana, 18 marzo 2020.
(91) “Bulos y falsos remedios para ‘prevenir
y curar’ el coronavirus”, El Periódico,
Barcelona, 17 marzo 2020.
(94) https://semanariouniversidad.com/pais/infodemia-la-pandemia-de-noticias-falsas-sobre-covid-19-tambien-cobra-vidas/
(95) 83 https://compromiso.atresmedia.com/levanta-la-cabeza/buenas-practicas/herramientas-detectar-fake-news_202001245e2a8b020cf20ef4411cffec.html
(100) https://www.infobae.com/politica/2019/07/13/fake-news-como-saber-si-una-noticia-es-verdadera-o-falsa/
(101) Rubén Velasco, “¿Cansado de Twitter ?
Prueba estas redes sociales alternativas”, Redes Zone,
7 enero 2018. https://www.redeszone.net/2018/01/07/alternativas-twitter/
(102) Facebook, Messenger, Whatsapp e
Instagram, “las cuatro aplicaciones más descargadas en el mundo en los últimos
diez años”, pertenecen al grupo Facebook de Mark Zuckerberg, según “App
Annie”. https://www.xatakamovil.com/aplicaciones/facebook-dueno-cuatro-apps-moviles-descargadas-decada-app-annie
(103) “Así es WT:Social, la red social
‘antiFacebook ‘ sin anuncios ni fake news creada
por el fundador de Wikipedia”, BBC News Mundo,
Londres, 20 noviembre 2019.
(110) Durante la pandemia, Netflix sumó casi
16 millones de nuevos usuarios. Ahora tiene un total de 183 millones. El País, Madrid, 21 abril 2020.
(111) Dominique Strauss-Kahn, “L’être, l’avoir
et le pouvoir dans la crise”, Politique internationale,
París, 5 abril 2020.
(113) “Coronavirus: ‘Estamos frente a una
crisis generalizada del capitalismo democrático mundial y del no democrático,
como el de China’”, BBC News Mundo, Londres,
30 marzo 2020.
(114) Según la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) 2,4 mil millones de trabajadores se han visto
afectados por el cese de actividad de sus centros de trabajo y unos 195
millones han perdido su empleo, Le Figaro, París,
7 abril 2020.
(115) Léase “Oxfam: el Covid-19 podría llevar
a 500 millones de personas a la pobreza”, France 24, París, 9 abril 2020.
(122) Henry A.
Kissinger: “The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter the World Order”, The Wall Street Journal, Nueva York, 3 de abril
(123) “EE UU y Europa movilizan 6 billones de euros para
combatir el impacto económico del virus”, Cinco Días, Madrid,
26 marzo 2020.
(125) Ignacio Ramonet, “Sadismo
económico”, Le Monde diplomatique en español,
Valencia (España), julio 2012.
(126) https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/entrevista-naomi-klein-gente-habla-volver-normalidad-crisis-doctrina-shock
(128) https://www.lopinion.fr/edition/international/coronavirus-monnaies-matieres-premieres-pays-en-developpement-pris-215333
(130) https://www.farodiroma.it/francisco-que-el-senor-permita-alcanzar-soluciones-practicas-e-inmediatas-en-venezuela-orientadas-a-facilitar-la-ayuda-internacional-a-la-poblacion-que-sufre-a-causa-de-la-grave-coyuntura-politica/
(133) Léase Marcelo Colussi, “Coronavirus,
¿fin de la globalización neoliberal ?”, Rebelión, Madrid,
8 febrero 2020; y John Gray, “Adiós globalización, empieza un mundo nuevo.
O por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia”, El País, Madrid, 12 abril 2020.
(134) Léase Slavoj Zizek, “El coronavirus es
un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista”, Esfera Pública, 18 marzo
2020. http://esferapublica.org/nfblog/slavoj-zizek-el-coronavirus-es-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-sistema-capitalista/
(135) En América Latina, podríamos citar,
entre otros, a Jair Bolsonaro (Brasil), Lenín Moreno (Ecuador), Iván Duque
(Colombia), Sebastián Piñera (Chile)…
(140) https://www.telesurtv.net/news/venezuela-coronavirus-balance-segundo-dia-cuarentena-20200317-0026.html
(141) Véase “Estados Unidos despliega buques
frente a Venezuela”, Deutsche Welle,
Berlín, 2 abril 2020.
(142) Véase “Venezuela pionera en combatir el
coronavirus en Suramérica”, TeleSur, Caracas, 22 de marzo 2020.
(145) William Serafino, “Coronavirus y
tormenta política en el Pentágono: Las claves de una crisis inédita”, Cubadebate, La Habana, 14 abril 2020.
(147) Atilio Borón, “La pandemia y el fin de
la era neoliberal”, CLACSO, 3 abril 2020.
https://www.clacso.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/
https://www.clacso.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/
(148) Neal Ascherson,
“After the crisis, a new world won’t emerge as if by magic. We will have to
fight for it”, The Guardian, Londres,
19 abril 2020.
(149) Serge Halimi, "¡Ahora mismo!", Le Monde diplomatique en español, Valencia (España),
abril 2020.
Ignacio Ramonet
Director de Le Monde diplomatique en español.
_____________
ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
________________
*IGNACIO RAMONET / Director de Le Monde diplomatique en español.
Edición Número 133, Girardot, Mayo 23 de 2020
**
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