lunes, 12 de agosto de 2019

Edición Número 97, Girardot, Agosto 12 de 2019:-EL BAMBUCO




                                                            Edición Número 97 Girardot, Agosto 12  de 2019



EL BAMBUCO*


POR GUILLERMO ABADIA MORALES



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El bambuco tiene entre nosotros un sentido de tan rotunda afirmación criolla, que hace parte de nuestra épica. Las campañas libertadoras se movieron al compás de los bambucos nativos. El himno verdadero de nuestra nacionalidad fue ese nostálgico aire típico que enardece los más profundos sentimientos que nos ligan al terruño, al paisaje, al amor de nuestras montañas, a todo lo que constituye nuestra fisonomía de país libre. El contenido sentimental de este aire nativo se extiende a todo lo largo de nuestra vida afectiva, desde la cuna, mecidos al compás de su tonada, en las románticas serenatas de la adolescencia y en el reposado añorar de la edad madura…”


- I -

Muy atrás en el tiempo quedó la ingenua polémica sobre el supuesto origen negro del bambuco, suscitada por un concepto que Jorge Isaacs consignara en su novela María. La polémica fue clausurada por nuestro paladín del folclore, el músico Jorge Añez, quien agotó el tema para demostrar cómo en la tonada del bambuco no tenían cabida los ritmos africanos, ni por su concepción genética ni por su índole o carácter. Su espíritu melódico definidamente mestizo, su suave melancolía indígena no pueden estar más distantes del ritmo bravo, sensual, ardiente, de la música negra o mulata. También nosotros presentamos en un ciclo folclórico televisado de hace algunos años, otras argumentaciones de valor para negar la influencia negra en el bambuco. Dos razones históricas se anotaban allí, la primera para preguntarnos por qué causa si el bambuco hubiese sido originario de Bambuk, en la Senegambia francesa, ni en esa localidad, ni en sus aledaños, ni en región alguna conocida del África, se conserva hoy un ritmo o una tonada semejantes; la segunda para investigar por qué el aire musical bambuco resulta cosa exótica y carente de toda repercusión emocional en nuestros li-torales negros y mulatos. Nada perdería el bambuco por el hecho de que su tonada original hubiese sido negra, pues hay muchos aires y melodías de este origen que poseen excelentes cualidades rítmicas y melódicas, como lo anota Adolfo Salazar, pero la realidad enseña que el bambuco es mestizo.

A propósito de su nombre, y después de analizar las probables raíces semánticas del vocablo, vemos como resultan remotísimas las posibilidades para que tenga alguna relación con “bamboccio", mascarada de carnaval que se deriva en "bamboche” y "bambochada", y de "bamba", baile de México sin punto alguno, de contacto con nuestra danza prototipo colombiana. Resulta pues más razonable considerarlo por el parentesco con los verbos "bambalearse" y "bambolearse" (oscilar sin cambiar sitio), derivados los dos del griego "bambalizoo" (tremolar), trémulo, y de su forma latina "bambalio' (tartamudo), o bien de, "bambuquear" en la acepción de moverse como el bambú o guadua tropical (bambusa americana), o bien de la raíz onomatopéyica "bamb" (temblar), por su ritmo coreográfico característico.

Su tonada musical en compás de 3/4 y su muy característica "síncopa" que tanto dificulta su ejecución a los extranjeros, son de rigurosa norma en el bambuco.

El bambuco, en su forma cantada, fue inicialmente un canto de trovador, es decir, para una voz sola; posteriormente se con-jugaron en su ejecución las dos voces que hoy son obligadas (primo y segundo) y que resultan de rigor en las típicas serenatas colombianas. El acompañamiento musical que en un comienzo se realizaba sólo con los tres instrumentos típicos: tiple, bandola y requinto, o tiple y dos bandolas, fue adulterándose con la intromisión de la guitarra foránea y, a partir de allí, hemos llegado por los atajos de la falsificación a los esperpentos que hoy son de uso habitual en festivales y concursos que pretenden llamarse típicos: bambucos para tres voces de meloparodistas, bambucos acompañados por guitarras, por cítaras, o ejecutados en órgano, instrumentos todos foráneos y ajenos totalmente a la índole del bambuco. También tuvo cierto auge entre los alumnos del Conservatorio de Ibagué la peregrina innovación de convertir el dúo bambuquero en un coro para ejecución de canon que nos recordaba a los cosacos del Don, como si Ibagué estuviera a orillas del Volga o del antiguo Tanais, o como si Emilio Murillo se llamara Palestrina. Resulta necio, cuando menos, adulterar nuestra música folclórica más pura, con el peregrino propósito de hacerla parecida a formas medievales u obligando a la historia a aceptar como verdadero un hecho de tan palmaria falsedad como es el de que nuestro pueblo indio y mestizo poseyera un espíritu colectivista y tuviera manifestaciones sociales de grupo como el canto de las masas corales de algunos países de Europa. El indio es huraño, solitario, antigregario, al menos para quienes le conocemos íntimamente. Nunca persigue en sus actos la producción de fenómenos colectivistas. Vive en formas tan primitivas, socialmente, como son las tribus. Nuestro pueblo mestizo apenas se halla superando las etapas tribales y no ha adquirido todavía conciencia de núcleo cultural. Tratar de endosarle la música coral por simple prurito de aparentar un desarrollo tan remoto, es falsificar sus virtudes y enmascarar su verdadero rostro.

En cuanto a las modificaciones forzadas impuestas por los snobistas al instrumental típico, resultan nada más que simples expresiones de lo que algún filósofo nuestro llamó con acierto "complejo de ilegitimidad" en quienes se avergüenzan del tiple, el requinto, el chucho, el cuatro, la carraca, el guache, las chirimías, el capador, los cununos, las gaitas costeñas, los manguarés, etc., para trocarlos por el violín, el piano, el órgano, la guitarra y la cítara, el banjo y el oboe, y aun —como pudimos verlo y oírlo en uno de los conjuntos típicos más puros del Cauca— el triángulo. Ni qué decir de la teratológica guitarra eléctrica, del estúpido théremin o del tináfono y el serrucho, más herramientas que instrumentos, con que algunos de nuestros compatriotas han ultrajado la música criolla en el propio Teatro Colón. Ha llegado a tales extremos el raquitismo sicológico de nuestro ambiente cultural, que aun los maestros de nuestra música nativa llegaron a decir que: "Todo lo que tenemos en música, salvo la música negra, es español, sin contar la indígena pre-colombina". Podría decirse, retorciendo la frase, que "todo lo que tenernos en música, es negro, salvo la música indígena y sin contar la española". Sigue el comentarista diciendo que de otra manera no se explica la gran semejanza que encuentran los mejicanos entre sus aires populares y los argentinos (?). La semejanza de éstos con la de los colombianos, venezolanos y cubanos es evidente, y lo mismo hay que decir de las demás naciones de América". ¿Puede aceptar esto, sin rubor, quien haya oído las melodías de las quenas en la puna peruana y en los riscos de Bolivia, o nuestro "banacué" indio y las melodías del Chocó y de Tierradentro? ¿O será que la música colombiana es sólo lo que hacen en los conservatorios? Este es el resultado de cuatro siglos de anonadamiento colonial en los campos de nuestra cultura. Hay quienes afirman que las tribus caribes vinieron del paraíso por el estrecho de Behring.

Sigue el comentarista: "formas típicas que en el pasado nos vinieron de allá y que, por descuido y menosprecio (el de las clases altas y dirigentes hacia la música popular, precisamente en la época del descubrimiento) se perdieron en la misma España. Cabe preguntar, cómo el comentarista llegó a saber que tales actos existieron allá, si hoy sólo se sabe que “se han perdido” coincidencialmente.

Hace un cuarto de siglo fijamos unas bases para el estudio de nuestras danzas folclóricas (publicadas en México en la revista Norte), reproducidas en Hojas de Cultura, más tarde, y en otras revistas de arte. Allí se establecía para el caso del bambuco, su catalogación como danza-tipo de la zona de la cordillera. Con el bambuco  se agrupaban el torbellino, el tres y las guabinas. No se incluían ni las simplemente trasculturadas: pasillo, danza, ni el extinguido patirralo de Boyacá.

El bambuco tiene entre nosotros un sentido de tan rotunda afirmación criolla, que hace parte de nuestra épica. Las campañas libertadoras se movieron al compás de los bambucos nativos. El himno verdadero de nuestra nacionalidad fue ese nostálgico aire típico que enardece los más profundos sentimientos que nos ligan al terruño, al paisaje, al amor de nuestras montañas, a todo lo que constituye nuestra fisonomía de país libre. El contenido sentimental de este aire nativo se extiende a todo lo largo de nuestra vida afectiva, desde la cuna, mecidos al compás de su tonada, en las románticas serenatas de la adolescencia y en el reposado añorar de la edad madura; palpitan con ritmo cordial sus claras síncopas, prolongan sus calderones la nostalgia de la patria ausente, de la novia lejana, de la montaña y el río que siguen ssoñando en el recuerdo: "Luna en San Pablo, novia de siempre; yo volvería aun en abril; y entre las auras de los maizales que enjugan lágrimas, iba a partir". La voz de Barba-Jacob, ligada a las melodías de Pelón y Marín, nuestros trovadores populares. La voz de los poetas exaltada en los valientes bambucos antioqueños, en los soñadores bambucos vallecaucanos, en los guapos bambucos de Santander y Tolima: Flórez, Rivera, Castillo, López, Gómez Jaime y aun el ilustre Lugones, héroe del tipismo argentino, y del universal Juan Ramón Jiménez en las voces de Obdulio y Julián. ¿Cómo definir esa temperada alegría, traspasada de melancólicas añoranzas que nace en la queja melodiosa del indio y se proyecta sobre el alma criolla, mestiza y ambigua del indoespañol? "La gentil calentana vibradora y sumisa / de cabellos que huelen a florido arrayan, / cuando danza bambucos entristece la risa / y se alegra el murmullo de sus faldas de olán".

Esa risa entristecida que dice Rivera es la esencia misma del bambuco, no la jacarandosa que glosó Pombo, nobiliario.

Al decir bambuco (tonada y danza), decimos Colombia, sin demagogia ni sentido turístico. Eso lo saben los demás países que nos tomen en cuenta. Eso lo saben los demás países que nos tomen en cuenta. Eso lo saben todos nuestros compatriotas, pero algunos quisieran ignorarlo.

Nuestra entrañable serenata tiene su máxima expresión lírica en el bambuco. Y la serenata que no se acompaña de tiple, requinto y bandola, sino que echa mano de las guitarras, sólo busca aproximarse a la serenata española.



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A propósito, es común la afirmación de las gentes de que la serenata es cosa definitivamente española. Lo que ocurre es que nosotros conocimos a la española, como primera, por determinantes históricos. Pero la serenata es fenómeno universal. Es el requiebro de amores, en forma de canto, acompañado de música. Grecia, India, Italia, China, Rusia, Arabia, Perú, Bolivia, México la tienen. En la América india el solitario quechua o aimará, aislado de la civilización, sopla en su quena y canta en la alta puna sus penas de amor así como nuestros huitotos, coreguajes, cuinaves, cantan sus melodías extrañas en lo hondo de la selva. O el lamento amoroso que se alza en la noche de los oscuros ríos del Chocó para llamar a la hembra desdeñosa. Esa tonada de misterio, ajena a todo lo que oímos en las poblaciones, improvisada en su música y en su lenguaje regional, ¿será cosa de España? Todas son expresiones del alma mestiza. Aun la serenata mexicana, tan andaluza, con guitarras y violines, tendría más puntos de contacto con la peninsular. Nuestro bambuco a dos voces, tradicional ya, es inmodificable.

Muy extensa es la lista de los bambucos consagrados por el pueblo como expresiones de su virtud autóctona. Vale la pena mencionar siquiera unos pocos de ellos, tal vez los más característicos por la forma musical de rigor dentro de su índole típica. Es importante adelantar que la condición de "anónimos" no es requisito forzoso para que los bambucos sean considerados como "folclóricos". Un bambuco, así como cualquier obra típica, puede ser anónimo (es decir, de autor desconocido) o de autor conocido; lo que le imprime su carácter de "folclórico" es la característica "típica", regional, tradicional, viva, de su forma.

Enumeramos brevemente: Las cuatro preguntas, de Pedro Morales Pino, letra de Eduardo López, y Río que pasas llorando, de Alcides Briceño, son, al decir de los musicólogos, los más definidos en el rigor de su forma. El Trapiche y Bajando de la montaña de Emilio Murillo, Ibaguereña de Jorge Añez, Los Arrieros de Eddy Salospi, y una joya que siempre fulgió en el repertorio magnífico de Obdulio y Julián: Mañana de primavera, letra de Juan Ramón Jiménez y música de Miguel Trespalacios.

Por lo que atañe al bambuco como expresión coreográfica, debo hacer una explicación previa. Existen en la tradición popular danzada las posiciones fundamentales características, es decir, sus figuras coreográficas. Pero estas figuras no conservan en el desarrollo del baile un orden fijo ni una configuración descriptiva, aunque de todos modos expresan el símil de la persecución amorosa. Con estas bases de figuras (pasos), los coreógrafos organizan una concatenación dada y estructuran la danza amorfa (que baila el pueblo ya suprimiendo algún paso, ya repitiendo otro o introduciendo variantes a una figura), de modo que resulte un todo armónico de lógico desarrollo y de razonada ordenación. Las repeticiones caprichosas, las supresiones arbitrarias, quedan corregidas y las ocho figuras básicas de la danza se presentan al espectador como un poema danzado, como una descripción inteligente del idilio campesino que informa al bambuco. Así, nosotros conocemos muchas variedades de bambucos, pero todas ellas coinciden en los pasos fundamentales de su desarrollo. Entre nosotros es muy conocida ya la versión coreográfica de Jacinto Jaramillo que conjuga con gran exactitud las rutinas de las variedades populares (Invitación, Ochos, Coqueteos, Laterales, Pisada de enagua, Aguacateos, Arrodillada, Salida final).

Hay algo que debe tenerse en cuenta al analizar el significado de la coreografía del bambuco (ya fuese la popular, ya la estructurada por el coreógrafo) y es su actitud frecuentemente suplantada por los bailarines espontáneos y aun por los profesionales. El bambuco es una danza ingenua, es el tímido balbucir del amor simple, campesino; por tanto, su actitud es esencialmente “casta”. La pareja se mueve siempre en ademanes serenos y discretos. El hombre persigue delicadamente, la mujer consiente con timidez. La planimetría se desarrolla en un perímetro extenso, con grandes giros y rodeos, conservando siempre una distancia notoria que imprime a la danza particular de cada bailarín una individualidad neta y una parsimoniosa elegancia. Su estereometría es ágil pero la temperada. La falda de la mujer en los giros no sube más allá de la pantorrilla y, durante los esguinces y contoneos, se mantiene siempre en el ritmo de gravedad que rige al baile. Jamás veremos en la ejecución de un bambuco autentico, popular, folclórico, esos saltos y cabriolas en que la danzarina teatral se desnuda aparatosamente con el fin de reemplazar una expresión artística que no consigue dar por los medios honestos, con una excitación de la libido de los espectadores que le permita obtener un aplauso de resignación al truco. Por este camino del cambio de objetivos en las danzas se logra explicar la razón de ser de ciertos atuendos y vestuarios que, dejando a un lado los modestos trajes del bambuco típicos habilitan ropas de bataclán o tuniquillas de dudoso contrasentido. Es poco todo lo que se insista en la necesidad de defender nuestro patrimonio cultural, nuestro folclore, nuestras "autoexpresiones".  Creemos de buena fe en que, al menos en la mayoría de los casos, las adulteraciones se deban a simple ignorancia, y, en lo que toca a las danzas típicas, al desconocimiento de su significado y del alcance de su actitud. Resulta muy aplicable en este particular lo que Lugones indica en su obra monumental acerca de las danzas criollas: "Su ritmo, elemento masculino, es alegre y viril, mientras su melodía llora con melancólica ternura. Así resulta más descriptivo de la doble alma que encierra la pareja danzante, conservando toda su individualidad al hombre y a la mujer, quienes nunca llegan a unirse materialmente". “El espíritu de nuestra poesía, es corno el de la música correspondiente: melancólico y viril a la vez. La delicadeza sentimental de estos dos elementos, impuso a la danza una decente cortesía que no menguaba, por cierto, su elegante gracia. Hombre y mujer permanecían siempre separados, siendo su contacto, cuando lo había, eventual y fugaz”. “Obsérvese que así como no tomamos de España sino los instrumentos sentimentales, tampoco aceptamos las danzas frenéticas, como la ´jota´ ni los contoneos lascivos del paso flamenco, ni las ruidosas burlas del charivari vascongado. Nuestras danzas populares provienen, sin duda, de España; pero su expresión es distinta, y en esto consiste  el valor que les atribuyo. Esta expresión peculiar, comporta una regresión hacia las fuentes griegas; lo cual quiere decir que no conservaron sus inmediatas antecesoras de la  como sus inmediatas antecesoras de la Península, la lascivia romana, ni la voluptuosidad oriental”.

- II -

En relación con la disparidad entre el acento melódico y el prosódico que algunos músicos nuestros tachan de grave incorrección por parte de cantantes y compositores de la canción popular, francamente vemos que no han recordado que tal disparidad es una típica característica de lo "popular" en la música para canto, pues el oído rústico e inculto no percibe el acento prosódico. A ello se debe la inoperancia de la ortografía en las gentes primitivas y la relación con el acento de las palabras.

Al respecto de la procedencia del bambuco debemos recabar nuevamente en que tal pregunta es siempre un prurito de nuestras gentes en buscar a todo lo nuestro un origen extranjero y jamás se preguntan, por ejemplo, de dónde procedió la jota aragonesa (o la Navarra) y su atuendo de faldas masculinas, todo por ser ellas danzas extranjeras que siempre hemos de considerar auténticas y nacidas en esos países. Pero, en cambio, todo lo nuestro hubo de venir de ultramar porque, al parecer, aquí no había humanidad ni fauna ni flora.

De modo que, descartada la influencia negra del bambuco por razones de varia índole que han considerado musicólogos y folclorólogos, sabemos que es indoespañol, y sus melodías se acercan a nuestros cantos aborígenes, a la vez que su compás lo asemeja a algunos aires europeos. Pero así como en los bailes negros y sus músicas, el ritmo es lo fundamental y distintivo, en el bambuco y las danzas y cantos de su grupo, lo esencial es la melodía.



opanoticias.com/neiva/manana-apertura-oficial-del-festival-folclorico/6834


Antes de hablar de la coreografía del bambuco como danza tipo del grupo de la Cordillera, adelantamos algunas palabras acerca de su atuendo vestuario. Bien sabido es que sólo las danzas estilizadas para presentación escénica poseen un atuendo completamente definido en diseño de trajes, colores, modelos, etc. Las danzas, tales cuales son ejecutadas por el pueblo, no llevan traje distinto al que usan las gentes en el momento de bailarlas, pero, para efectos de su conjugación con las coreografías se sintetizan las diferentes prendas vestuarias del hombre y de la mujer en forma tal que resulten escogidas las que son comunes a los habitantes de las regiones que ejecutan habitualmente esas danzas y, lógicamente, las más representativas, de mayor alcance expresivo y originalidad típica.

Para el bambuco, organizado ya como coreografía estructurada, los coreógrafos han escogido el atuendo que sigue: para el hombre, sombrero jipa, suaza o panamá, pañuelo "raboegallo" al cuello, camisa bordada en la pechera, sin cuello, de color vivo, preferentemente amarillo, mulera, guarniel y machete, cinturón, pantalón de manta o dril, preferentemente azul claro, arremangado desigualmente en las pantorrillas, alpargatas blancas con galones negros. Para la mujer, sombrero jipa pequeño adornado con cinta de color, trenzas con flores campesinas o cintas de colores vistosos, blusa de media manga, bordada, poco descotada, preferentemente de color lila, falda de color rosa, adornada con franjas horizontales de colores contrastados (chumbes) o cintas delgadas en contorno del ruedo; enaguas blancas visibles en el ruedo. La longitud de falda y enaguas baja ligeramente de la pantorrilla, hasta unos veinte centímetros del suelo. Alpargatas blancas bordadas o sencillas, con galones negros.

Con respecto a la coreografía también debemos distinguir los dos aspectos de la danza: la fase amorfa danzada caprichosamente por el pueblo, que sigue un cierto número de pasos de rutina pero sin orden de desarrollo lógico ni estructura descriptiva, que a veces suprime, a voluntad o a olvido de los danzarines, uno o más pasos, o bien, invierte el orden del desarrollo. Otra es la fase organizada de la coreografía, estilizada, o por mejor decir, ordenada en su proceso de figuras (pasos) con el fin de obtener una estructura descriptiva de la danza. Esta disposición, con base en la versión creada por el profesor Jaramillo, comprende ocho (8) figuras o pasos que son:

Invitación. El hombre se acerca a la mujer, en paso de rutina primera, con una mano en la cintura y el brazo derecho estirado en actitud de invitarla a la danza. Ella en tanto permanece en su sitio. La mujer sale al ruedo y también en pasos de rutina primera, se coloca frente a él, a distancia de unos cinco metros.

Los ochos. Partiendo simultáneamente de estos puntos opuestos, danzan en pasos de rutina primera describiendo medio círculo, el hombre por la derecha y la mujer por la izquierda para encontrarse en el centro de la pista y seguir, variando luego la dirección (hombre, izquierda y mujer, derecha) hasta cerrar el otro medio círculo cubriendo la figura de un ocho (8), por tres o cuatro veces.

Perseguida o Pisada de enagua. En el cruce de la tercera o cuarta vuelta de los ochos, giran en el puesto y la mujer huye en círculo en pasos de rutina segunda, perseguida por el hombre que va danzando en pasos saltados. Ella, a cada salto del hombre, vuelve la cabeza, una vez a la derecha y otra a la izquierda. El trata de pisarle la enagua y ella con un recatado movimiento la alza con el brazo del mismo lado y luego alternan el ademán.

Laterales. Colocados nuevamente en los extremos, gira cada uno en su sitio simultáneamente, e inician saltos laterales (de perfil y opuestos) que terminan en nuevos giros en el puesto.

 Pañuelo o Coqueteos. Desatándose el pañuelo que lleva al cuello, el hombre lo agita en alto por sobre la cabeza de la mujer, haciéndola girar en el puesto, primero en dirección derecha y luego en la opuesta. Se anuda el pañuelo sin parar el baile.

Amago de beso. En rutina de "aguacateos" y en el salto de acercamiento, el hombre se acerca suficientemente y hace ademán de besarla. La mujer retira el rostro y con la mano abierta amaga un golpe a la mejilla del hombre, que él esquiva ágil-mente y se retira.

Arrodillada. En pasos de rutina primera llega el hombre al centro de la pista y con una rodilla en tierra alarga el brazo izquierdo para dar la mano (extremo de los dedos, o, a veces, ex-tremo del pañuelo) a la mujer que, asida, va a girar por tres ve-ces en torno del hombre. Él va siguiéndola con la vista.

Salida final. Finalizado el tercer giro, el hombre se incorpora rápidamente y tomándola por la cintura, en delicado ademán, con el brazo derecho y conservando el izquierdo en la posición anterior, tomados por las manos izquierdas, marchan en pasos de "escobillado" para detenerse, con los últimos compases de la música, frente al público, después de una vuelta completa por la pista.

La coreografía del bambuco nos muestra cómo esta danza posee una gran riqueza plástica, pues tanto su planimetría (desplazamiento horizontal, o "cinética" del baile) como su estereometría (actitudes, ademanes, gestos o "mimétrica" del baile) resultan variados, bien conjugados y expresivos. Con relación a la planimetría debe anotarse que su buen desarrollo está íntegramente subordinado a la maestría y agilidad de los pasos, cosa que sólo se adquiere con el adiestramiento necesario. La parte expresiva propiamente dicha depende de la gracia y naturalidad con que los danzarines interpretan los sentimientos amorosos que gobiernan esta danza de idilio campestre y que son sugeridos por la "alegre melancolía" de la música.

Como es bien sabido, el bambuco predomina en las zonas cálidas del interior del país (zona cordillera), aunque se baile también en los valles cálidos (Valle del Cauca, Cauca, llanos del Tolima y Huila) y en algunas regiones de Nariño. Por tal motivo el atuendo de su coreografía corresponde al atavío o traje campesino calentano.
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*Textos sobre música y folklore Vol. 1 / Boletín de la Radiodifusora Nacional de Colombia. 1942-66 / 1969-71 / INSTITUTO COLOMBIANO DE CULTURA / 1978 / IMPRESA LTDA. / BOGOTA - COLOMBIA




Edición Número 97, Girardot, Agosto 12 de 2019

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