Edición Número 46, Girardot, Diciembre 3 de 2018:-... Y la poesía, ¿para qué?
Edición Número 46 Girardot, diciembre 3 de 2018
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Y la poesía, ¿para qué?
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De pronto, a la vuelta de la esquina, aparece el
encumbrado caballero o el modesto trajinante que pregunta: Y la poesía, ¿para qué sirve la poesía? Pues, infortunadamente,
para la generalidad de nuestros príncipes o principales y también para la persona cualquiera, la poesía es una
ineconómica actividad contemplativa. Se ha olvidado que para el hombre lo más
importante puede ser algo que no es de este mundo. ¿No es angustioso pensar que
si diéramos por completo y clausurado el ciclo humano que se abrió hace tres
milenios en Grecia con el humanismo, la metafísica, la contemplación y la
poesía el hombre puede volver –acaso ha vuelto ya- al hormiguero arcaico? De
todos modos este mundo traidor en que vivimos se va pareciendo –desde el
comunismo de tipo eslavo, hasta el comunitarismo capitalista de estilo
anglosajón- a los antiquísimos imperios prehistóricos (asirios, etruscos,
incas, aztecas…), con su cruel y sombría cultura de rebaño y su perfecta
organización de hormiguero… Lo que está
en peligro, entonces, es nada menos que el problema de la libertad.
Recuerdo ahora un emocionante poema de Leopoldo
Panero. “Al que no sirva para nada”.
“Porque Miguel es torpe, porque Miguel no sirve para
nada.
Porque no sirve para nada, como el arrebol soñoliento
de la tarde y los pájaros. Porque no sirve para nada,
como el olor de las encinas. Porque no sirve para
nada,
como Miguel en el umbral de las puertas. Porque es torpe,
y tartamudo como un niño que es niño;
porque besa lo absorto en lo inmediato
y se fatiga cuando corre sin fe…”
Para muchos,
para casi todos, este Miguel, que digo, la poesía, no sirve para nada. Este
Miguel, que no sirve para nada, es Miguel de Cervantes, que, en una u otra
medida, a todos nos asume y se desangra por todos los que movemos una pluma
para escribir en español. Pero Miguel no sirve para nada…
Lo que no
advierte ese señor es que él, vive como
vive y donde vive porque hay, porque ha habido poetas. Porque Cristóbal
Colón, un misterioso poeta de sí mismo, cruza el océano oyendo cantar
ruiseñores del mar. Y otro poeta, un capitán granadino que traía la alhambra
sobre el corazón, en una marcha inverosímil con sus portentosos españoles y abriéndose
paso con la punta de su alma y la punta de su espada, llega hasta la cumbre
andina y funda en lo más alto de la Primavera el reino que llamó Nueva Granada
y la ciudad que bautizó, sembrando su corazón y su nostalgia, Santa Fe: Santafé de Bogotá. Y porque otro
gran poeta llamado Simón Bolívar, cruzando pampas devoradoras, trepando riscos
y cortando ríos con su pecho, siempre a caballo y seguido por la ráfaga de sus
jinetes llaneros, fundando patrias y vaticinando fue, a un tiempo, Odiseo,
Aquiles y Homero de su epopeya. Y porque vive, en torno suyo, otro gran poeta
que es el pueblo. (Una vida social
civilizada, o si se quiere una comunidad histórica, necesita por igual los
alimentos terrestres y los otros, vale decir, nuestras palabras cubiertas de cotidiano
polvo terrenal o de mágico, dorado polvo sideral).
Es también
justo y bueno y saludable, recordar de vez en cuando la absoluta necesidad de
la poesía como atmósfera de la vida humana. Más allá de las palabras, de los
poemas y los versos: cuando la poesía se llama ilusión, esperanza, ensueño,
idealismo, patriotismo, amistad, nostalgia, generosidad, melancolía, amoroso
silencio… Olvida ese señor que la
verdadera historia de un hombre es la de los momentos poéticos que ha vivido. Y
que la historia grande de un pueblo es la de sus más altos momentos de tensión
poética y heroica. Y que toda gran
política en la historia universal, desde César hasta Bolívar, fue una política poética.
Y que –ya se dijo con bellas palabras inmarchitables- “a los pueblos no los han
movido nunca sino los poetas y a la poesía que destruye hay que oponer la
poesía que promete”. Y donde no hay rapsodas, centinelas de la luz, que esperen el amanecer y lo esperen
cantando, donde no hay canciones de recuerdo y esperanza, de vaticinio y
profecía, no hay política, ni polis, ni patriotismo, ni patria. ¿Verdad,
querido y añorado Eugenio Montes? Juventud, divino tesoro. Todavía es nuestra
el alba de oro. Sólo la música, la poesía y la primavera son incontenibles e
irrefutables. Si la poesía, como valor ambiente de la vida cotidiana,
desapareciera, los mismos que preguntan o se preguntan para qué sirve la
poesía, esos mismos se sentirían de súbito como inválidos, inconclusos e
incompletos. Y si un día sólo contara lo que es mensurable, contable y
tabulable, y la poesía desapareciera del
mundo, todos nos sentiríamos, de repente, como si nos faltasen las manos, el
corazón o el despertar.
Nos ha tocado
–le ha tocado a mi generación que es una generación de náufragos- vivir en un
mundo caído, en donde el hombre perdió la conciencia de los valores eternos y
de su origen divino, en un torvo mundo
en donde han fracasado los ideales renacentistas, la cultura caballeresca y la
ambición delirante de la técnica. Tres siglos de escepticismo y desorden, de
vaguedades humanitarietas y de ilusiones cientifistas y de libertarias utopías
decimonónicas, nos han conducido al límite vertiginoso en que vivimos: a la
torrentera del materialismo histórico, al tremedal anarquista, al pantano
nihilista y existencialista. Nos ha
tocado vivir la tenebrosa era de la batería tecnocrática y económica, y la
nauseabunda sociedad de consumo. Nos ha tocado vivir en el confín de un
mundo, en el sangriento atardecer de una edad histórica, en el crepúsculo del
Renacimiento, en vísperas de un nuevo milenario y con el aterrador
presentimiento de una catástrofe cósmica: la final catástrofe nuclear o la
catástrofe ecológica final: ambas originadas en la técnica sin alma. Hemos entrado en una nueva edad oscura, en
una noche oscura, sin alma. El tiempo sufre en nuestros corazones. A este
sufrir, que es también un esperar, llamaron los místicos plegaria. Con himnos, con oraciones y con canciones se pidió
siempre a lo alto la salvación del pueblo. No con estadísticas ni con
organigramas, ni con vagas planeaciones económicas. Todo esto quiero escribirlo
en el corazón de todos los jóvenes, de mis hijos, de mis discípulos.
Pero no todo
está perdido. Estamos edificando sobre la esperanza, según el decir
paulino. Si no esperáramos estaríamos
muertos. Contamos todavía con la poesía,
que también es acción, acción latente y concentrada, que a veces se detiene en
la punta de las palabras, de los dedos, y a veces se dispara, ebria y lúcida,
en heroísmo. Ya en las entrañas del viejo bardo y en el corazón de los más
jóvenes se presiente el crepúsculo de la nefanda edad tecnocrática y el
amanecer de una nueva edad mágica, poética y religiosa. En dos palabras: más
humana.
La poesía sirve para la vida y para la muerte, para el
recuerdo y la esperanza. Y para la alegría y la melancolía, para el amor y para
el rocío. Para soñar y respirar. Y para la paz.
y para
confirmarnos, finalmente, en que “el camino más corto para ir de un lugar a
otro pasa por las estrellas”.
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*Eduardo Carranza Fernández (23 de julio de 1913 - 13 de febrero de 1985)
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*Eduardo Carranza Fernández (23 de julio de 1913 - 13 de febrero de 1985)
Edición Número 46, Girardot, Diciembre 3 de 2018
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