lunes, 3 de diciembre de 2018

Edición Número 46, Girardot, Diciembre 3 de 2018:-... Y la poesía, ¿para qué? 






                                                            Edición Número 46 Girardot, diciembre 3 de 2018




… Y la poesía, ¿para qué?



POR EDUARDO CARRANZA FERNÁNDEZ*





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De pronto, a la vuelta de la esquina, aparece el encumbrado caballero o el modesto trajinante que pregunta: Y la poesía, ¿para qué sirve la poesía? Pues, infortunadamente, para la generalidad de nuestros príncipes o principales y también para la persona cualquiera, la poesía es una ineconómica actividad contemplativa. Se ha olvidado que para el hombre lo más importante puede ser algo que no es de este mundo. ¿No es angustioso pensar que si diéramos por completo y clausurado el ciclo humano que se abrió hace tres milenios en Grecia con el humanismo, la metafísica, la contemplación y la poesía el hombre puede volver –acaso ha vuelto ya- al hormiguero arcaico? De todos modos este mundo traidor en que vivimos se va pareciendo –desde el comunismo de tipo eslavo, hasta el comunitarismo capitalista de estilo anglosajón- a los antiquísimos imperios prehistóricos (asirios, etruscos, incas, aztecas…), con su cruel y sombría cultura de rebaño y su perfecta organización de hormiguero… Lo que está en peligro, entonces, es nada menos que el problema de la libertad.
Recuerdo ahora un emocionante poema de Leopoldo Panero. “Al que no sirva para nada”.
“Porque Miguel es torpe, porque Miguel no sirve para nada.
Porque no sirve para nada, como el arrebol soñoliento
de la tarde y los pájaros. Porque no sirve para nada,
como el olor de las encinas. Porque no sirve para nada,
como Miguel en el umbral de las puertas. Porque es torpe,
y tartamudo como un niño que es niño;
porque besa lo absorto en lo inmediato
y se fatiga cuando corre sin fe…”

Para muchos, para casi todos, este Miguel, que digo, la poesía, no sirve para nada. Este Miguel, que no sirve para nada, es Miguel de Cervantes, que, en una u otra medida, a todos nos asume y se desangra por todos los que movemos una pluma para escribir en español. Pero Miguel no sirve para nada…

Lo que no advierte ese señor es que él, vive como vive y donde vive porque hay, porque ha habido poetas. Porque Cristóbal Colón, un misterioso poeta de sí mismo, cruza el océano oyendo cantar ruiseñores del mar. Y otro poeta, un capitán granadino que traía la alhambra sobre el corazón, en una marcha inverosímil con sus portentosos españoles y abriéndose paso con la punta de su alma y la punta de su espada, llega hasta la cumbre andina y funda en lo más alto de la Primavera el reino que llamó Nueva Granada y la ciudad que bautizó, sembrando su corazón y su nostalgia,  Santa Fe: Santafé de Bogotá. Y porque otro gran poeta llamado Simón Bolívar, cruzando pampas devoradoras, trepando riscos y cortando ríos con su pecho, siempre a caballo y seguido por la ráfaga de sus jinetes llaneros, fundando patrias y vaticinando fue, a un tiempo, Odiseo, Aquiles y Homero de su epopeya. Y porque vive, en torno suyo, otro gran poeta que es el pueblo. (Una vida social civilizada, o si se quiere una comunidad histórica, necesita por igual los alimentos terrestres y los otros, vale decir, nuestras palabras cubiertas de cotidiano polvo terrenal o de mágico, dorado polvo sideral).

Es también justo y bueno y saludable, recordar de vez en cuando la absoluta necesidad de la poesía como atmósfera de la vida humana. Más allá de las palabras, de los poemas y los versos: cuando la poesía se llama ilusión, esperanza, ensueño, idealismo, patriotismo, amistad, nostalgia, generosidad, melancolía, amoroso silencio… Olvida ese señor que la verdadera historia de un hombre es la de los momentos poéticos que ha vivido. Y que la historia grande de un pueblo es la de sus más altos momentos de tensión poética y heroica.  Y que toda gran política en la historia universal, desde César hasta Bolívar, fue una política poética. Y que –ya se dijo con bellas palabras inmarchitables- “a los pueblos no los han movido nunca sino los poetas y a la poesía que destruye hay que oponer la poesía que promete”. Y donde no hay rapsodas, centinelas de la luz,  que esperen el amanecer y lo esperen cantando, donde no hay canciones de recuerdo y esperanza, de vaticinio y profecía, no hay política, ni polis, ni patriotismo, ni patria. ¿Verdad, querido y añorado Eugenio Montes? Juventud, divino tesoro. Todavía es nuestra el alba de oro. Sólo la música, la poesía y la primavera son incontenibles e irrefutables. Si la poesía, como valor ambiente de la vida cotidiana, desapareciera, los mismos que preguntan o se preguntan para qué sirve la poesía, esos mismos se sentirían de súbito como inválidos, inconclusos e incompletos. Y si un día sólo contara lo que es mensurable, contable y tabulable, y la poesía desapareciera del mundo, todos nos sentiríamos, de repente, como si nos faltasen las manos, el corazón o el despertar.

Nos ha tocado –le ha tocado a mi generación que es una generación de náufragos- vivir en un mundo caído, en donde el hombre perdió la conciencia de los valores eternos y de su origen divino,  en un torvo mundo en donde han fracasado los ideales renacentistas, la cultura caballeresca y la ambición delirante de la técnica. Tres siglos de escepticismo y desorden, de vaguedades humanitarietas y de ilusiones cientifistas y de libertarias utopías decimonónicas, nos han conducido al límite vertiginoso en que vivimos: a la torrentera del materialismo histórico, al tremedal anarquista, al pantano nihilista y existencialista. Nos ha tocado vivir la tenebrosa era de la batería tecnocrática y económica, y la nauseabunda sociedad de consumo. Nos ha tocado vivir en el confín de un mundo, en el sangriento atardecer de una edad histórica, en el crepúsculo del Renacimiento, en vísperas de un nuevo milenario y con el aterrador presentimiento de una catástrofe cósmica: la final catástrofe nuclear o la catástrofe ecológica final: ambas originadas en la técnica sin alma. Hemos entrado en una nueva edad oscura, en una noche oscura, sin alma. El tiempo sufre en nuestros corazones. A este sufrir, que es también un esperar, llamaron los místicos plegaria. Con himnos, con oraciones y con canciones se pidió siempre a lo alto la salvación del pueblo. No con estadísticas ni con organigramas, ni con vagas planeaciones económicas. Todo esto quiero escribirlo en el corazón de todos los jóvenes, de mis hijos, de mis discípulos.

Pero no todo está perdido. Estamos edificando sobre la esperanza, según el decir paulino.  Si no esperáramos estaríamos muertos. Contamos todavía con la poesía, que también es acción, acción latente y concentrada, que a veces se detiene en la punta de las palabras, de los dedos, y a veces se dispara, ebria y lúcida, en heroísmo. Ya en las entrañas del viejo bardo y en el corazón de los más jóvenes se presiente el crepúsculo de la nefanda edad tecnocrática y el amanecer de una nueva edad mágica, poética y religiosa. En dos palabras: más humana.

La poesía sirve para la vida y para la muerte, para el recuerdo y la esperanza. Y para la alegría y la melancolía, para el amor y para el rocío. Para soñar y respirar. Y para la paz.

y para confirmarnos, finalmente, en que “el camino más corto para ir de un lugar a otro pasa por las estrellas”.
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*Eduardo Carranza Fernández (23 de julio de 1913 - 13 de febrero de 1985)



Edición Número 46, Girardot, Diciembre 3 de 2018



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