viernes, 19 de enero de 2018

Edición Número 12, Girardot, Enero 19 de 2018 – ESCUELA PARA OBREROS


                                                            Edición Número 12, Girardot, Enero 19 de 2018




1954. Eufrasio Cucumá Párammo
Primer Gran Educador en la Historia de Girardot
Condecorado por su Contribución a la Educación en Girardot con La Cruz de Boyaca
Foto EL DIARIO Octubre de 1954


ESCUELA PARA OBREROS

Como lo anunciamos en nuestro último número, el domingo tuvo lugar la suntuosa Velada que a beneficio de esta escuela organizó un grupo de respetables caballeros de esta ciudad.*

         Deseando, como lo desean, los iniciadores del establecimiento de este centro de luz, poner al alcance del pueblo la instrucción que habrá de sacarlo de entre las tinieblas de la ignorancia, triste condición de que sus eternos explotadores se aprovechan para darse vida holgazana y regalada, era de esperarse que la patriótica y generosa idea de los mencionados caballeros tuviera un enemigo furibundo: el Cura! Al efecto, en la mañana del día en que debía efectuarse la velada, nuestro Cura Párroco Dr. Jesús Martínez, desde el púlpito (esa alta tribuna de la intransigencia y el odio) se dejó caer sobre la Escuela para Obreros, condenándola como obra maldita de masones liberales, quienes, dicho sea de paso, cinco días antes no éramos corrompidos ni enemigos de la sociedad y de la Iglesia, porque en unión de nuestras esposas, hijos y hermanos, le abrimos nuestros almacenes y nuestras carteras para un bazar, en donde los liberales, no los copartidarios del presbítero señor Cura Martínez, le levantamos cerca de $30.000 para la iglesia, los cuales no hemos sabido rechazara  o echara en la purificadora hoguera, por venir de esos que según lo dejan entender estos dechados de bondad, de piedad y de dulzura, tenemos el alma en los profundos infiernos y los bolsillos en……gracia de Dios.

         Pero como una cosa piensa el asno, y otra quien lo está ensillando, resultó que cuando el señor Cura Martínez creyó con sus amenazas de pecado mortal, de infierno y demás hierbas aromáticas, alejar a todo mundo del Teatro Girardot esa noche, los obreros girardoteños, que sí saben por dónde van tablas, se pusieron a raciocinar: ¿conviene o no instruir al pueblo? sí; ¿a quiénes no les trae cuenta que el pueblo se instruya? Pues a los curas a quienes no les agradaría ver mermadas sus futuras cosechas de confesiones, rogativas, responsos, misas de difuntos, diezmos y derechos de culto; luego si ayer vimos al señor Cura risueño, feliz entre los liberales, dándoles palmaditas en el hombro porque le estaban poniendo en la mano miles de pesos, unos sobre otros, y hoy los insulta porque van a darnos escuela y maestros que nos instruyan, con lo cual nos harán un gran bien, no es porque estos señores sean malos, sino porque el señor Cura no le conviene que nos instruyamos. ¡Al teatro, no hay de otra!

         A esta consecuencia lógica, se debe, en primer lugar el brillante éxito alcanzado esa noche por la Junta Organizadora de aquella hermosa fiesta a cuya pompa y rendimiento contribuyeron, no solamente los liberales, como lo afirmó el señor Cura Martínez en su púlpito para dar en tierra con la patriótica idea de educar al pueblo, sino también jóvenes que en las filas del conservatismo y del republicanismo sueñan con el engrandecimiento de la Patria y luchan por romper las densas sombras en que el clericalismo ha envuelto la conciencia del pueblo colombiano para alimentarse de su sangre, a manera de las aves agoreras que, en las negras noches penetran a las sacristías a robar a las lámparas su aceite!

         Desde que Girardot es Girardot, jamás, según el decir de sus habitantes, se había visto concurrencia igual en su Teatro; así por la calidad como por la cantidad, pues fue esta, tal que el local, desde las primeras horas de la noche se hizo insuficiente para contener al público que en oleadas lo invadía, hasta obligar a los caballeros de la Junta, a cerrar las puertas, quedando fuera pidiendo entrada, un número casi igual al que se hallaba dentro. ¡Signos del tiempo señor Cura!

         En ninguna ocasión se había ofrecido el Teatro Girardot tan deslumbrante como esa noche: iluminado a giorno; entre flores, banderolas y cortinas de damasco, reverberaban, aquí los ojos de una bogotana, regia beldad deslumbradora, los cuales provocan encender un cigarrillo, en ellos, según el decir del poeta; allá los de mirada ingenua de nuestras admirables calentanas, negros como la noche en que Romeo vio por última vez a su Julieta; más allá la reluciente calva del letrado, el rizado bigote de un filipichín de tres al cuarto, y los nervudos brazos del obrero analfabeta, como queriendo estrechar entre ellos, lleno de entusiasmo y de esperanzas, a los señores que al fin a acordarse de que entre las tinieblas del analfabetismo sigue el pueblo la marcha dolorosa de la vida, marcando el camino con la sangre que vierten sus plantas heridas por las espinas y guijarros que sus ojos no pueden ver porque les falta luz!

         Una hora después de la señalada en el programa, se dio principio a la Velada, la cual resultó de una esplendidez no imaginada.

         Aun parécenos estar escuchando a las señoritas Ángela y Raquel Moure e Inesita Durán, acompañadas por Patiño, Forero, Wills y Valderrama, y llenando el Teatro con “raudales  de armonías” arrancados a las cuerdas, de las que unas tras otros se escapaban ya arpegios se llevaban al oído sollozos de verso “aleteando como herido”; ya alegres notas que hacían flotar sobre el alma, un monte de alegría inexplicable; aun creemos ver a la espiritual, a la adorable señorita Leonor del Castillo, vestida de blanco, destacándose de entre el fondo rojo formado por las decoraciones y las flores y desgranando con sus bellos labios-imán del beso- sobre el público, los versos de “Armonía Lunar” de Arciniegas, allí presente, versos que en nuestro oído resonaban cual si fueran puñados de perlas arrojados al fondo de una copa de fino bacarat; aún nos sentimos poseídos por Carlos Lorenzana en la recitación de su “Invocación”, fragante flor de su propio jardín, en medio de la cual, dejando al público pendiente de sus labios, en las doradas alas de la inspiración y del ensueño, su alma de poeta se embriagó con la dulzura exquisita en que se inundaban dos ojitos que, desde nuestro palco vecino, lo miraban ansiosa y amorosamente!.......Perseguido, acosado por la Junta Organizadora, Francisco Giraldo aparece sonriente sobre las tablas y entre una como nube de incienso, empieza a recitar su “Mística,” invocación a María a cuyos pies, ante el público delirante de entusiasmo, deshojó rosas blancas hechas versos, y quemó aromosas mirras hechas ritmos y cadencias.

         El Gral. Uribe leyó su “Elogio de la Patria”, páginas de un libro suyo, inédito, el cual al ver la luz pública, los ojos del patriota se abrirán ante él desmesuradamente como para admirar en conjunto toda la esplendidez y la grandeza de Colombia. Mientras duró la lectura, la concurrencia se sumió en una especie de recogimiento profundo, cual si en aquellos instantes el Gral. Uribe fuera la encarnación augusta de la Patria.

         Para terminar esta hermosa fiesta del talento, el arte, la gracia y la cultura, el Sr. Jorge Posada Cano recitó a “Arte”, bellísima composición de inmensa valía. En esta recitación Posada Cano puso todo el sentimiento de su alma de bohemio enamorado del Ideal.

         A las 12 de la noche abandonamos el Teatro, bajo la más grata de las impresiones. Al salir llegó a nuestros oídos la siguiente sugestiva frase, pronunciada por un obrero: “¡Qué tal si el Cura va en la barqueta!” lo que hizo reír a carcajadas a una pobre vieja a quien en la mañana de ese mismo día vimos en la Iglesia, cerca, muy cerca del púlpito.


                                                                                              REPORTER

Fuente: (LA PLUMA. Serie I, Girardot, Enero 12 de 1913, Número 9)


Edición Número 12, Girardot, Enero 19 de 2018

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