Edición Número 11, Girardot, Enero 8 de 2018 – LA HISTORIA, LA MASACRE DE LAS BANANERAS Y EL PARAMILITARISMO
Edición Número 11, Girardot, Enero 8 de 2018
LA HISTORIA, LA MASACRE DE LAS BANANERAS Y EL PARAMILITARISMO
POR SANTIAGO VILLA
GENERAL
CARLOS CORTES VARGAS
[Fuente: Vega Cantor, Renán. GENTE MUY REBELDE 1. Enclaves, transportes y protestas obreras. EDICIONES PENSAMIENTO CRITICO Impreso en Panamericana Formas e Impresos S. A., Bogotá, 2002]
Yo soy pariente del general Carlos Cortés Vargas, quien dio la orden de
disparar sobre los huelguistas de Ciénaga el 6 de diciembre de 1928. Crecí con
historias encontradas sobre la masacre de las bananeras. Cien años de soledad era un libro ligeramente
contencioso en el ámbito familiar y en parte por eso quise, como tema de mi
monografía de grado de la carrera de Literatura, hacer un análisis de las
dimensiones históricas y literarias de esta novela.
La masacre fue denunciada en un primer momento por el entonces joven
parlamentario Jorge Eliécer Gaitán, el Partido Liberal, el naciente
sindicalismo colombiano y el caricaturista Ricardo Rendón, quien hizo varios
editoriales gráficos demoledores contra el presidente Miguel Abadía
Méndez. Al año siguiente, en parte a causa de
este crimen, naufragó la hegemonía conservadora, tras 44 años en el poder.
La versión que la
congresista María Fernanda Cabal expone no es nueva. La escuché de mis
ancestros más conservadores. Según ellos, la huelga fue una asonada comunista y
las víctimas no habían sido los trabajadores, sino la United Fruit Company y,
sobre todo, el Ejército Nacional, Carlos Cortés Vargas y el presidente Miguel
Abadía Méndez. Cuando Gabriel García Márquez escribió la novela su propósito
fue denunciar esta tergiversación avalada por el Partido Conservador.
La siniestra alquimia
que hace de las víctimas los victimarios es una estrategia política de María
Fernanda Cabal. Curiosamente, porque tengo ancestros Cabal, no sólo soy
pariente de Cortés Vargas, sino también de ella, la hoy abanderada del
revisionismo histórico de ultraderecha.
Esta semana he
reflexionado más de lo usual —que de por sí es bastante— sobre el peso y el
inmerecido privilegio que aún conceden los apellidos en Colombia. También sobre
la historia y la memoria. Son asuntos muy afines. Y si le sumamos la tenencia
de la tierra y la estructura del empleo, son incluso explosivos.
De la historia se dicen
muchas tonterías. Que la escriben los vencedores. Que se repite. Que absuelve.
Y que no hay hechos históricos sino sólo interpretaciones, o representaciones
que cierta confusa epistemología equipara a la escritura de ficción.
Ninguno de estos
refranes —blandos axiomas que calan a fuerza de repetición— se sostiene ante el
imperativo ético de la historia: reconocer que hay hechos verificables en el
pasado. Esto porque los crímenes y las transgresiones morales de los
vencedores, no sólo de los vencidos, deben ser imputables y no absolverse por
el simple paso de los años, o banalizarse en una simple iteración. Y porque si
bien una novela en la que llueven mariposas y la gente nace con cola de marrano
no debe tomarse al pie de la letra —faltaba más—, la obra literaria de ficción
sí tiene la capacidad de decir algo sobre el pasado y de hacer una denuncia
sobre cómo se tergiversa la memoria.
Es lo importante de Cien años de soledad.
El mensaje ético de este episodio y la lección para nosotros no es que hayan
sido 3.000 muertos —que seguramente no lo fueron—, sino la alegoría
implícita en que, cuando José Arcadio Segundo regresa a Macondo después de
haber visto la matanza, nadie le cree. Más tarde, ya nadie la recuerda. Quienes
leemos Cien años de soledad después de que la historia de
la masacre fue restituida a la historia nacional no entendemos que, antes de
García Márquez, la gente en efecto la había olvidado o todavía la debatía.
María Fernanda Cabal pretende devolver el casete. Eso tiene una intención
clarísima.
Los descendientes de
familias con haciendas esclavistas, como los Cabal y los Molina (los apellidos
de María Fernanda), o de cualquier estirpe que se haya visto materialmente
favorecida por prácticas abominables, tienen una deuda con el pasado de
Colombia que no es monetaria, sino moral. Una deuda como la tengo yo y que
asumo con escritos como éste.
Cuando se elude esa
responsabilidad, como lo hace María Fernanda Cabal, para defender o
menospreciar el maltrato de los trabajadores y de los campesinos, sea en las
haciendas de esclavos de sus ancestros, en los enclaves bananeros de 1928 o en
las muchas masacres paramilitares y asesinatos a sindicalistas que ha tenido
este país, se vulnera a los trabajadores de Colombia y su legado.
Cabal hace estas
afirmaciones porque su proyecto político es violentamente clasista y es
heredero directo de la visión de mundo de un oligarca del Partido Conservador
de 1950. De La Violencia. Un Laureano Gómez, digamos, o para no salirnos de los
apellidos del partido político que ella hoy representa, un Guillermo León
Valencia, que fue además el precursor de las ejecuciones extrajudiciales.
Un mismo hilo sombrío
recorre la lectura de la historia según María Fernanda Cabal. Apuesta a borrar
la masacre de las bananeras de la memoria histórica porque su propósito es también
borrar las masacres de Trujillo, de El Salado, de El Aro, de Mapiripán, y todas
las que se cometieron para defender a los intereses terratenientes que se
vieron favorecidos y protegidos por el paramilitarismo.
Ella no es tonta. Sabe
que en el terreno de la historia se juega la justificación ideológica de sus
posiciones complacientes con esta violencia de clase. Lo que debemos criticar,
entonces, no es su ignorancia, sino su mala fe.
[Fuente: Vega Cantor, Renán. GENTE MUY REBELDE 1. Enclaves, transportes y protestas obreras. EDICIONES PENSAMIENTO CRITICO Impreso en Panamericana Formas e Impresos S. A., Bogotá, 2002]
Publicado en El Espectador diciembre 4 de 2017:
https://www.elespectador.com/opinion/la-historia-la-masacre-de-las-bananeras-y-el-paramilitarismo-columna-726687
Edición Número 11, Girardot, Enero 8 de 2018
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