Edición Número 185, Girardot, Febrero 28 de 2023:-EDUARDO CARRANZA: UN CANTOR DE SU PAÍS
EDUARDO CARRANZA: UN CANTOR DE SU PAÍS
Por FABIO PUYO VASCO *
El
Maestro parecía que hubiera existido siempre. Estaba cerca de lo intemporal y
su discurrir lleno de cosas reales, de olivares, de tierra dura, no hacía sino
mantener latente un contraste que él advertía con socarronería: el poeta ser
humano. El hombre divinizado.
Los
que lo conocimos tuvimos la impresión de que su amistad no había tenido nunca
principio, ni un primer día, ni un saludo inicial. Formaba parte de una
Colombia que antecedió a todos menos a él. Mejor, que había nacido con él.
Carranza era como la bandera, como el mapa, como el himno de la patria. O
mejor, todos a una.
No
tenía de la amistad un concepto. El era la amistad. La entrega permanente a sus
amigos mediante una llamada, una nota, el pensamiento constante. En los últimos
años de su vida le tocó ver desaparecer a muchos de sus compañeros de viaje. De
aquellos con quienes había compartido y platicado. Y esta circunstancia lo
entristecía como a nadie. Confesaba con dolor que no pasaban quince días sin conocer
una noticia de ausencia. Y
como practicaba la solidaridad por encima de la geografía y la distancia,
pensaba filosóficamente que los años maduros iban acompañados de
desgarramientos interiores que por previsibles no dejaban de ser injustos.
Gozaba
con la camaradería y la tertulia. Conversador iluminado, combinaba la anécdota
oportuna con la confesión de parte. Se sabía escuchado, pero tenía la sabiduría
suficiente para oír. Su charla entre picaresca y solemne tenía la medida de su
solidez literaria. Palabras fáciles, profundas, sonoras. Hablaba
acompasadamente sabiendo que el lenguaje se sentía ennoblecido con su voz.
Con
el pretexto de reunión, de verse con su gente, organizaba almuerzos y tenidas
en los sitios más variados. Encontraba platos fuera de la carta en restaurantes
fuera de la ruta. Abstemio voluntario y a la fuerza en sus últimos tiempos,
recurría al consejo científico de su queridísimo “Pote” Martínez Capella para
acertar siempre con el mesón adecuado. Lo recuerdo con puntualidad de
parlamentario británico, sentado siempre de primero, esperando los comensales
retardados a quienes recibía con su mirada en la que se confundían el saludo
bondadoso con la llamada de atención.
CONCEPTO DE AMISTAD
Sus
ojos se hubieran ganado el concurso de los más escrutadores del mundo.
Inquirían, increpaban, acercaban. Aun en sus últimos momentos eran la
demostración de su continuidad vital. Nada escapaba a la persecución incansable
de esos ojos negros y profundos.
Solo
que, como era fácilmente adivinable, tenían el límite de su propia bondad. El
Maestro no tenía malos pensamientos y oficiaba en el culto del “piensa bien y
acertarás”. Pertenecía a la aristocracia de la ternura en la que su mirada
amable concedía títulos nobiliarios de humanidad y paz.
Vecino
del paisaje, su relación con el río, la luna y los jazmines no se fecundaba
solamente a través de los versos. Desde el Llano que lo vio nacer, hasta un
atardecer tornasolado en Segovia donde empezó a extinguirse, su vida fue una
búsqueda constante de naturaleza. En sus últimos tiempos solía ir los fines de
semana a La Unión de donde traía con unción violetas y miosotis como trofeos
adquiridos en una guerra que se estaba perdiendo con la ciudad inhumana y gris.
Era un enamorado del campo colombiano al
que inmortalizó en sus versos. Su quehacer desde siempre se nutrió de
Choachí, de Guaduas, de Chipaque y Guataquí.
Lo ilusionaba pensar en la posibilidad de ir a la querida provincia y se
transformaba con la visión de la montaña azulada que hacía de límite con el
azul inaccesible o con los árboles añosos y las quebradas musicales.
Conocido
fanático de su país lo llevó en sus venas y lo cantó, en sus versos. Veía la
prolongación milagrosa de su tierra en su familia y a todos los de su raza y
entorno dedicaba porciones incalculables de afecto. Colombia no le falló en su
amor arrollador y el triunfo y la coronación fueron capítulos que precedieron a
su final. Los niños ya recitaban de memoria sus cantos y las jóvenes de ternísima cintura, a las que
tanto amó, llenaban de sentimiento los nidos de la patria.
En
su lecho de enfermo poseía su arrogancia de siempre. Condenado al silencio era
un espectáculo de grandeza imperturbable y al mismo tiempo provocaba inmensa
aflicción. Otra vez, por última vez, conjugaba la eterna paradoja del semidiós
tocado de ser humano. Cuando lo vi antes de su viaje hacia el misterio, no dejé
de evocar
con honda tristeza el ruego de Sancho a Don Quijote agonizante que el Maestro
recitaba con emoción: “Ay no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi
consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en
esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras
manos le acaben que las de la melancolía…”
EL
TIEMPO
Bogotá
(Lecturas
Dominicales)
24
de febrero de 1985.
EDUARDO CARRANZA / VISION ESTELAR DE LA POESÍA
COLOMBIANA / BIBLIOTECA BANCO POPULAR VOLUMEN 126 / Bogotá, Colombia – 1986.
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ
BEJARANO
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NOTA: EN GUATAQUÍ (CUNDINAMARCA) A ORILLAS DEL RÍO MAGDALENA, EL POETA CARRANZA, SIENDO NIÑO VIVIÓ VARIOS AÑOS DE SU VIDA, ADICIONALMENTE TENÍA PARIENTES ALLÍ Y EN MUNICIPIOS ALEDAÑOS. ESE HECHO RESULTÓ VITAL PARA SU OBRA Y SU VIDA MISMA.
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