viernes, 15 de enero de 2021

 Edición Número 152, Girardot, Enero 15 de 2021:-EL MÉXICO PERDIDO




                                                           Edición Número 152 Girardot, Enero 15 de 2021

El MÉXICO PERDIDO

“La historia del sudoeste norteamericano entre 1540 y 1821 es también una parte de la historia de México”*

 

EL PRESIDIO: ¿FUERTE O FARSA?

 

POR ODIE B. FAULK**




El presidio es una de las tres instituciones coloniales, distintas, aunque vinculadas, que utilizó el imperio español en su avance hacia el norte desde el México central hasta lo que se conoce hoy como sudoeste norteamericano. Las otras dos fueron la misión y la colonización civil. En el papel, estas instituciones parecían excelentes instrumentos para conquistar, civilizar e hispanizar a los nativos de la región. Aventurándose en una hostil geografía, los misioneros difundirían el evangelio y la buena nueva de la cristiandad; los indios convertidos serían agrupados en misiones donde los padres jesuitas o franciscanos les impartirían la instrucción. Los misioneros serían protegidos por soldados, que se alojarían en presidios próximos a los establecimientos religiosos. Los soldados brindarían la fuerza física requerida para persuadir a los nativos, pero la fuerza se emplearía únicamente cuando fuera necesaria para obligar a los paganos a adoptar una actitud receptiva ante las enseñanzas de los misioneros. Y las familias de los soldados los acompañarían hacia la frontera, vendrían comerciantes a venderles bienes y los agricultores y rancheros recibirían tierras en las inmediaciones. Las colonias de orden civil crecerían, así, en torno a los presidios y las misiones. Este triple ataque sobre aquellos territorios vírgenes, se creía, pondría gradualmente bajo el poder y la dominación española la distante frontera norte de la Nueva España.

Sin embargo, en su mayor parte, el sistema de misiones fue un fracaso. Los apaches de Arizona no ingresaron a la vida de misión, ni sus hermanos de raza de Nuevo México y Texas o los señoriales comanches de esta última provincia lo hicieron tampoco. El único triunfo obtenido por los misioneros se dio entre las tribus sedentarias, como las que había en California, los pimas y ópatas en Sonora, los pápagos de Arizona, los indios pueblo de Nuevo México y la confederación hasinai del oriente de Texas. Y aun estas tribus pacíficas se rebelaron en distintas ocasiones, sacrificaron a sus misioneros, incendiaron los establecimientos religiosos y huyeron a sus escondites en las llanuras y las montañas. En 1751, por ejemplo, los pimas tuvieron una sangrienta insurrección en Sonora y Arizona; los nativos de Arizona la habían tenido en 1680 y los indios de Texas en 1693. Incluso en California hubo disturbios de tiempo en tiempo. Los indios se valían, además, del menor pretexto disponible para huir de los rígidos confines del cuidado de los padres; los misioneros solicitaban al gobierno, continuamente, ayuda para asegurar el regreso de su grey fugitiva. Como resultado de estas molestias, el gobierno español muy pocas veces se mostró dispuesto a financiar nuevos esfuerzos para convertir a los nativos durante los últimos años de la época colonial.

Tampoco las colonias civiles funcionaron como se esperaba. Al terminar los años del dominio español, sólo había algunos pueblos dispersos en la frontera norte. Y en su mayoría, subsistían a la sombra de los presidios donde los civiles podían refugiarse rápidamente en caso de peligro por incursiones indígenas. Estos pobladores, que en teoría iban a convertirse en una fuente de fuerza como milicia permanente, eran por lo general campesinos temerosos y empobrecidos. No se unían a las partidas que salían en busca del enemigo y, además, tenían que ser protegidos.

Así, para fines de la Guerra de Siete Años, los oficiales españoles sabían que el sistema en operación requería un reacondicionamiento. El marqués de Rubí y José de Gálvez fueron enviados a inspeccionar y hacer sugerencias, tarea que dieron por terminada hacia 1768. Sus recomendaciones[1] condujeron a las expediciones de las Ordenanzas Reales[2] de 1772, un conjunto de leyes tendientes a pacificar a los indígenas por la fuerza de las armas.  Las misiones y las colonias civiles seguirían desempeñando un papel en la colonización de la frontera, pero de ahí en adelante sería secundario.

Según las Ordenanzas Reales las provincias de Nueva Vizcaya, Sonora, Sinaloa, California, Nuevo México, Coahuila, Chihuahua, Texas, Nuevo León y Nuevo Santander, serían puestas bajo el mando de un comandante-inspector cuyo trabajo vigilaría directamente el virrey. El oficial escogido para el puesto fue el coronel Hugo O´Conor, mercenario irlandés que había servido por mucho tiempo a la Corona española y tenía experiencia en las cosas de la frontera de la Nueva España. Resuelta y vigorosamente, O´Conor se dio a la tarea de llevar a efecto los cambios ordenados. Fundamental en estas variaciones era la reubicación de los presidios en un cordón de veinte, tendidos desde el golfo de California hasta el de México. Algunos de los presidios, como los del oriente de Texas, fueron abandonados en el proceso; otros, como el de Tubac (Arizona), cambiaron de lugar; y otros más que no existían, fueron construidos, como el de San Buenaventura (Chihuahua).[3]

Los presidios diferían poco en su diseño y construcción. Situados por lo general cerca de tierras propicias para la agricultura y erigidos en lugares altos, eran construidos según un patrón aprendido de los moros. Con materiales del lugar (generalmente ladrillos de adobe), los presidios eran levantado respetando la forma cuadrada o rectangular con muros de por lo menos diez pies de alto. En dos esquinas diagonales se construían torreones que sobresalían de los muros y contaban con aberturas para disparar. En el interior de los muros se construían los edificios cuyas azoteas tenían dinteles suficientemente altos para servir de parapetos desde los cuales era posible disparar sobre los muros. Dentro del presidio había instalaciones de almacenaje, una capilla y cuartos para los oficiales y los hombres. La única salida al exterior era la puerta principal. 

Los únicos cambios en este diseño básico se registraron en sitios como los Adaes en la provincia de Texas, donde se construyeron palizadas de madera y bastiones en forma de diamante, y en Tubac, donde había un solo torreón en lugar de dos. Los nuevos sistemas de fortificación que ensayaban en Europa hombres como Preste de Vauban y Menno van Coehoorn, influyeron muy poco en estos puestos fronterizos españoles. Tales cambios eran indicados para un enemigo con artillería; como los indios de las Provincias Internas no tenían armas de ese tipo, los comandantes de los presidios podían confiar en la eficacia de diseños y materiales poco costosos y tradicionales. El grosor de los muros era de tres pies, suficiente para detener cualquier flecha o bala. Aunque los indios podían salvar estos recios muros escurriéndose por ellos cautelosamente,[4] nunca pudieron rebasarlos en un ataque frontal. De hecho, el diseño de estos presidios era tan práctico que muchos comerciantes norteamericanos y jefes militares decidieron, en épocas posteriores, construir sus fuertes en el sudoeste siguiendo el mismo patrón. El fuerte Bent, de Colorado, es un excelente ejemplo.

Aunque O´Conor obtuvo algunos resultados positivos en sus campañas contra las partidas de indios rebeldes, las Provincias Internas siguieron decayendo.[5] Por ello, en 1776, el rey llegó a la conclusión de que se requerían cambios más drásticos. Ese año estableció la separación de las Provincias Internas del virreinato de la Nueva España. La zona fue puesta bajo el mando de un comandante general que agrupaba en su investidura poderes civiles, judiciales y militares.  Pero su efectividad fue restringida desde el principio por la decisión real que lo hizo depender del virrey en materia de soldados y aprovisionamiento. Como en la real hacienda había siempre más peticiones que fondos -y como, previsiblemente, el virrey no podía ver con simpatía las lamentaciones de un comandante que no estaba bajo su jurisdicción- la Provincias Internas no recibieron nunca los fondos necesarios para emprender una pacificación eficaz de los indios por métodos militares.

El primer comandante de las Provincias Internas fue Teodoro de Croix, un natural de Francia que había ingresado a los diecisiete años al ejército español.[6] La impresionante tarea de Croix como comandante general era contener el naufragio que amenazaba al antiguo norte bajo la dominación española. Croix llegó a la ciudad de México en 1776, pasó varios meses estudiando diversos informes y luego se dispuso a inspeccionar personalmente la zona que estaba bajo su mando. Croix descubrió que la falla no residía en el presidio como estructura militar. El fracaso de los militares para contener al enemigo tenía dos orígenes. 1º. La idea de construir presidios se basaba en los conceptos europeos sobre la guerra, y 2º. Los soldados que formaban las guarniciones de los presidios no estaban debidamente entrenados ni equipados para contener el tipo de enemigo que enfrentaban en las Provincias Internas.

La legislación real establecía que los presidios del cordón fueran construidos “aproximadamente a 40 leguas de distancia uno del otro”,[7] de modo que “puedan darse mutua ayuda y reconocer el territorio intermedio”. Tal anillo de fuertes estaba concebido en la mejor tradición europea, pero era inútil contra los indios de las Provincias Internas, cuyo código guerrero señalaba que era estúpido sostenerse y ser muertos en batalla abierta cuando las probabilidades les eran desfavorables; preferían pegar y correr, y rara vez se comprometían en una lucha de acuerdo con los principios europeos. Por lo demás, los presidios tenían por lo general limitaciones de personal y los soldados se disgregaban en el cumplimiento de una multitud de tareas diversas. Las misiones cercanas requerían por lo general un pequeño grupo de soldados para desempeñar funciones de policía; las tropas también servían como escoltas para los convoyes de provisiones, como correos montados y como guardias de las manadas de caballos de los presidios. Estas manadas eran los blancos favoritos de los apaches y comanches, pues pastaban lejos de los presidios debido a limitaciones de espacio y a la escasez de granos para su alimentación.





Los defectos básicos en la concepción de los presidios –mala ubicación, número inadecuado de soldados y caballos que pastaban fuera de los fuertes- no explican, sin embargo, los numerosos reveses padecidos por las fuerzas españolas en la frontera. En las batallas peleadas, mucho más importante que la localización precisa de los presidios fue la disciplina, los pertrechos y la moral de los combatientes. En esta zona fue donde España cometió sus peores equivocaciones.

En realidad los ciudadanos novohispanos de clase baja que se enrolaban en el servicio militar de las Provincias Internas llegaban a sus puestos con un gran potencial. En la mayor parte de los casos habían nacido en la frontera y por lo tanto estaban acostumbrados a las inclemencias del clima desértico y eran expertos jinetes.[8] Habían estado tan sometidos a la disciplina gubernamental que a su juicio la armada era lo máximo a lo que podían aspirar. Un soldado disfrutaba de los beneficios del retiro, una pensión para su viuda en caso de muerte, y acceso a la atención médica. También tenía la esperanza de la promoción, ya que muchos de los jóvenes oficiales en las Provincias Internas habían surgido de entre los rangos. Adicionalmente el soldado podía obtener fácilmente tierras para sí y sus familiares en las proximidades del presidio.[9]

El soldado recientemente enrolada recibía una paga anual de 290 pesos por sus servicios. De esto recibía un cuarto de peso para su diaria manutención y la de su familia. El resto lo conservaba el contador para la compra de caballos, artículos de uniforme, armamento y equipos necesarios; los veinte pesos se le retenían de su paga anualmente por un lapso de cinco años como un fondo que ese le daba en descuento.[10]

Al contrario del ejército regular español, las tropas de las Provincias Internas se enlistaban en los presidios y no se les designaban regimientos o unidades mayores. El virrey no se inclinaba por mandar soldados del ejército regular a los servicios de frontera, aunque infantes de los voluntarios de Cataluña fueron enviados a California en 1769 y algunos dragones de México sirvieron en Sonora en la década de 1780. Por decreto real, a los hombres del ejército de frontera se les otorgarían los rangos y privilegios del ejército regular español. Esta práctica, tanto como los beneficios mencionados, debió haber producido un alto esprit de corps, un orgullo en la unidad local inaccesible de otra manera. Sin embargo, éste no era el caso.

El entrenamiento de los nuevos soldados estaba rígidamente prescrito en las reales ordenanzas de 1772, pero en realidad varió de presidio a presidio. Se esperaba que los capitanes entrenaran a sus hombres en el manejo de las armas de fuego, las prácticas del tiro, las tácticas de montar y la disciplina y procedimientos militares. Se realizaban inspecciones semanales para que se revisaran los equipos y se remplazaran los artículos inservibles.[11]Pero en muchos casos estos reglamentos no se obedecían y los nuevos soldados aprendían de sus compañeros a través de discusiones de barraca o, lo que es peor, en el mismo campo de batalla.

Además del deficiente entrenamiento, el nuevo soldado descubría rápidamente que el aislamiento de su puesto significaba que estaba a la merced de los caprichos de sus superiores. Esta práctica de pagar a los soldados parte en efectivo y parte en bienes incrementaba el beneficio de los pagadores, oficiales presidiales o comerciantes locales, muchos de los cuales se ponían de acuerdo para subir exorbitantemente los precios de mercancías de inferior calidad. La tentación de los oficiales para involucrarse en este tipo de práctica era fuerte ya que las inspecciones ocurrían de vez en cuando, los castigos que se aplicaban eran leves y estaba a mano el ejemplo de los oficiales que se enriquecían por esta práctica. A veces, los pagadores gastaban todo el dinero que recibían para las pagas, y por ello los déficits eran comunes y los salarios atrasados.[12] Por razón de todos estos abusos, los soldados recibían tan poco dinero que ellos y sus familias vivían al borde de la inanición, con el equipo deteriorado, y desarrollaban una moral tal que uno de los inspectores la declaró de “rayando en la insubordinación”.[13]

 Todavía prevalecían en los fuertes los castigos corporales, aplicados por los oficiales ofendidos, quienes se encargaban de juzgar a los culpables.[14] Hubo interferencias[15] vejatorias en la vida privada de los soldados. Los soldados descontentos no podían ser transferidos a otros presidios sin el consentimiento de los oficiales en mando, y la aprobación se ponía difícil para asegurar los contingentes ya que en muchos puestos había escasez de personal.[16] El ejército era, entonces, tan bueno como sus oficiales, y el comandante general Croix calificó a sus oficiales de pobres: “Muy pocos tienen la esperanza de mejorar su conducta y comportamiento. Abiertamente abrazan  los más abominables excesos… no observan órdenes, [y] esconden la verdad… No tengo más en quien confiar”.[17]




Así como el concepto de presidio era de origen europeo -e inapropiado para las Provincias Internas- también lo fueron las armas utilizadas por los soldados comunes. Cada soldado estaba armado de una lanza, una espada ancha, una escopeta y dos pesadas pistolas de gran calibre.[18] Tanto la lanza como la espada eran excelentes para un ejército que peleaba cuerpo a cuerpo, como ocurría tradicionalmente en Europa, pero inútil contra los indígenas de las Provincias Internas tanto por el entrenamiento inadecuado que se impartía como por problemas de mantenimiento. Además, los reglamentos españoles prescribían que a cada soldado se le asignaran tres libras anuales de pólvora; y como se le cobraba todo uso adicional de pólvora, los soldados se interesaban muy poco en la práctica de tiro.

Para propósitos defensivos los soldados usaban adarga, cuera y botas. Todas eran pesadas, estorbosas y calurosas -y prácticamente inútiles. El general Croix pidió que se descartaran y que se equipara a los soldados con armamento ligero y que las tropas montadas emplearan las últimas armas de fuego y los mejores caballos para perseguir y derrotar a los indígenas.[19] Aunque las unidades de caballería del ejército regular español en el Nuevo Mundo habían rápidamente adoptado estas tácticas, las sugerencias de Croix se implementaron deficientemente en las Provincias Internas. Muchos oficiales en la frontera aún creían en la lanza y el escudo de cuero, y pocos cambios sucedieron.

Incapaces de enfrentarse al enemigo indígena a campo abierto y sin grandes esperanzas de lograr la victoria, las tropas preferían permanecer detrás de la seguridad que ofrecían los muros del presidio. Finalmente en 1786  el nuevo virrey, Bernardo de Gálvez, quien había hecho el servicio en las fronteras norteñas y había gobernado la Louisiana, puso en marcha un nuevo plan en las Provincias Internas. Decretó una guerra sin cuartel a los indígenas que no estuvieran en paz con España. Una vez que los salvajes habían sido pacificados, les ordenaba establecerse en pueblos aledaños a los presidios donde se les darían regalos, armas de fuego inferiores y bebidas alcohólicas. Gálvez se cuidó que los regalos resultaran significativos para que los indios se decidieran por la paz y no por la guerra; por otra parte las armas de fuego que se les regalaba estaban destinadas a descomponerse en corto tiempo y a ser reparadas únicamente por los mismos españoles.[20]

La política de Gálvez resultó lo suficientemente eficaz como para mantener un periodo de paz relativa de 1787 hasta 1810, con el estallido de la guerra de independencia mexicana; cuando ese conflicto comenzó, la distribución anual de regalos cesó y los indios tomaron de nuevo el camino de la guerra.[21]

Por lo tanto, el presidio fue fortaleza y farsa. Pudo resistir el sitio pero fue incapaz de detener las incursiones de los indígenas hacia el interior de la Nueva España. Sirvió como refugio durante las incursiones para civiles y soldados, pero en raras ocasiones sirvió como zona segura capaz de organizar campañas eficaces contra los acechantes nativos. Como arma de defensa, fue fortaleza; como arma ofensiva, casi siempre fue una farsa. Sin embargo, considerando la escasez de abastos y fondos, el débil apoyo por parte del alto mando, el pobre entrenamiento de los soldados y la ferocidad bárbara de los nativos, uno se sorprende de que haya fallado en sus objetivos militares y como institución de frontera, sino de que hubiera tenido el éxito que tuvo.

 

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[1] Para el informe Rubí véase, “Digttamen, que de orden del Exmo. Señor marqués de Croix, Virrey de este Reyno expone el Mariscal de Campo Marqués de Rubí, en orden a la mejor Situazión de los Presidios, para la defensa, y extensión de su Frontera…”, Tacubaya, abril 10 de 1768 (Archivo General de Indias, Audiencia de Guadalajara, 1768-1772, 104—6-13, Sevilla; Dunn Transcripts, Archives, University of Texas Library, Austin); véase también Lawrence Kinnaird (trad. y ed.), The Frontiers of New Spain: Nicolás de Lafroa’s Description, 1776-1778 (Berkeley, 1958). Para Gálvez, véase Herbert I. Priestlev, José de Gálvez, Visitor-General New Spain, 1765-1777 (Berkeley, 1916).

[2] Para una copia de las Ordenanzas Reales de 1772, tanto en inglés como en español, véase Sidney B. Brickerhoff y Odie B. Kaulk, Lancers for the King (Phoenix, 1965).

[3] Para la obra de O´Conor durante este periodo, véase Informe de Hugo O´Conor sobre el estado de las provincias internas del Norte, 1771-1776. Ed. Enrique González Flores y Francisco R. Almada (Ciudad de México, 1952); para detalles biográficos de O´Conor, véase David N. Vigness, “Don Hugo O´Conor and New Spain´s Northeastern Frontier, 1764-1766”, Journal of the West, vol. VI (primavera de 1966).

[4] Como ejemplos, véase Sidney B. Brickerhoff, “The Last Years of Spanish Arizona”, 1786-1821, Arizona and the West, vol. IX (primavera de 1967), pp. 5-20.

[5] Véase Flores y Almada (eds.), Informe de Hugo O´Conor, y Alfred B. Thomas, Teodoro de Croix and the Northern Frontier of New Spain, 1776-1783 (Norman, 1941).

[6] Para detalles sobre la carrera de Croix, véase Thomas, Teodoro de Croix.

[7] Ordenanzas Reales, Brickerhoff y Faulk, Lancers for the King, p. 49.

[8] Por ejemplo, en la Bahía del Espíritu Santo, en 1780, solo cuatro de las tropas presidiales habían nacido fuera de las Provincias Internas;  véase Domingo Cabello y Robles, “Real Presidio de la Bahía del Espíritu Santo. Extracto general de la Tropa…”, enero 12 de 1780. San Antonio (Bexar Archives, University of Texas Archives, Austin). Otros extractos presidiales muestran una condición prevaleciente similar.

[9] Varias leyes de tierras otorgaron mercedes cerca de los presidios tanto a los soldados como a los civiles. Estas leyes se expidieron no sólo para estimular el enrolamiento sino también para atraer a una zona a civiles que en teoría eran automáticamente parte de la milicia. El presidio de Tubac por ejemplo, durante sus primeros quince años de existencia, a través de una política de tierras liberal incrementó una población de quinientos habitantes; véase Ray H. Mattison, “Early Spanish and Mexican Settlements in Arizona”, New Mexico Historical Review, vol. XXI (octubre de 1946), PP. 281-282.

[10] “Distribution of Funds and the Pay of Soldiers”, en las Ordenanzas Reales citadas en Brickerhoff y Faulk, Lancers for the King, pp. 23-25.

[11] Ibid., p. 41.

[12] Para un excelente estudio de los abastos de los presidios, véase Max L. Moorhead, “The Private Contract System of Presidial Supply in Northern New Spain”, Hispanic American Historical review, vol. LXI (febrero de 1961), pp.31-54.

[13] Citado en Thomas, Teodoro de Croix, pp. 13-14.

[14] Para un ejemplo, véase a Francisco Amangual “Diario de las novedades y Operaciones ocurridas en la Expedición que se hace…”, marzo 30-diciembre 23 de 1808, San Antonio (Bexar Archives, University of Texas Library, Austin). Los oficiales que erraban el camino sólo recibían castigos simbólicos; por ejemplo, véase “Año de 1971, núm. 126. Expediente promovido por el Teniente don Fernando Fernz sobre quexa contra el alférez don Manuel de Urrutia”. 28 de enero de 1792, San Antonio (Bexar Archives, University of Texas Archives).

[15] Por ejemplo, véase Cortés a Manuel Muñoz, 9 de septiembre de 1795 (Bexar Archives, University of Texas Archives).

[16] Ibidem.

[17] Thomas, Teodoro de Croix, p. 42: véase también Kinnaird (ed.), Frontiers of New Spain, pp. 214-217.

[18] “Armament and Mounts”, en las Ordenanzas Reales, citadas en Brinckerhoff y Faulk, Lancers of the King, pp. 21-22.

[19] Thomas, Teodoro de Croix, 57.152; Kinnaird, Frontiers of New Spain, p.216.

[20] Bernardo de Gálvez, Instructions for Governing the Interior Provinces of New Spain, 1786, trad. y ed. por Donald E. Worcester (Berkeley, 1951).

[21] Véase Brickerhoff, “Last years of Spanish Arizona”, Odie B. Faulk, The Last Years of Spanish Texas, 1778-1821 (L Haya, 1964); y Joseph F. Park, “Spanish Indian Policy in Northern Mexico, 1765-1810”, Arizona and the west, vol. IV (Invierno de 1962), pp. 25-344, como ejemplos.

 

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*El México perdido -Antología de David J. Weber- Ensayos escogidos sobre el antiguo norte de México (1540-1821) / Primera edición: 1976 / Secretaría de Educación Pública / SEP/SETENTAS, Sur 124, núm. 3006; México 13, D. F. / Impreso y hecho en México. / TEXTOS Y FOTOGRAFÍAS.

 

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** Odie O. Faulk: “Mientras Bolton subraya las aportaciones positivas del sistema de misiones en la expansión y el control indígena de la frontera, Odie O. Faulk indica que la misión fracasó en su intento de pacificarla. Para fines del siglo XVIII, los oficiales españoles descansaban más en los presidios que en las misiones como instrumentos de control indígena. A pesar de que servían como bastiones efectivos para defender a quienes buscaban refugio tras sus muros, como elemento ofensivo en las operaciones militares españolas, los presidios eran una “farsa”.  Debe señalarse que Faulk no analiza los presidios de la costa, cuya función primordial era de defensa contra la invasión extranjera. El artículo de Faulk revela la mano segura de un escritor con experiencia. Director del Departamento de Historia de la Universidad de Oklahoma, Faulk posee un doctorado de la Texas Tech University y es el más prolífico autor vivo en materia de historia del sudoeste norteamericano. Es autor de numerosos libros de divulgación, entre los que se cuenta Land of Many Frontiers. A History of the American Southwest (1968) que se usa como texto de enseñanza. Faulk es conocido también por investigaciones académicas como The Last years of Spanish Texas, 1778-1821 (1964), y con Sidney B. Brinckerhoff, Lancers of the King. A Study of the Frontier Military System of Northern New Spain (1965) que desarrolla en profundidad algunos de los temas del presente artículo, publicado por primera vez en el Journal of the West, VII (enero, 1969) pp. 22-28, reimpreso con autorización del autor y del editor”. (Tomado de El México perdido, p. 55)

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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO.

Edición Número 152, Girardot, Enero 15 de 2021

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