Edición Número 152, Girardot, Enero 15 de 2021:-EL MÉXICO PERDIDO
Edición Número 152 Girardot, Enero 15 de 2021
El MÉXICO PERDIDO
“La historia del sudoeste
norteamericano entre 1540 y 1821 es también una parte de la historia de México”*
EL PRESIDIO: ¿FUERTE O FARSA?
POR ODIE B. FAULK**
El presidio es una de las tres instituciones
coloniales, distintas, aunque vinculadas, que utilizó el imperio español en su
avance hacia el norte desde el México central hasta lo que se conoce hoy como
sudoeste norteamericano. Las otras dos fueron la misión y la colonización
civil. En el papel, estas instituciones parecían excelentes instrumentos para
conquistar, civilizar e hispanizar a los nativos de la región. Aventurándose en
una hostil geografía, los misioneros difundirían el evangelio y la buena nueva
de la cristiandad; los indios convertidos serían agrupados en misiones donde
los padres jesuitas o franciscanos les impartirían la instrucción. Los
misioneros serían protegidos por soldados, que se alojarían en presidios
próximos a los establecimientos religiosos. Los soldados brindarían la fuerza
física requerida para persuadir a los nativos, pero la fuerza se emplearía
únicamente cuando fuera necesaria para obligar a los paganos a adoptar una
actitud receptiva ante las enseñanzas de los misioneros. Y las familias de los
soldados los acompañarían hacia la frontera, vendrían comerciantes a venderles
bienes y los agricultores y rancheros recibirían tierras en las inmediaciones.
Las colonias de orden civil crecerían, así, en torno a los presidios y las
misiones. Este triple ataque sobre aquellos territorios vírgenes, se creía, pondría
gradualmente bajo el poder y la dominación española la distante frontera norte
de la Nueva España.
Sin embargo, en su mayor parte, el sistema de misiones
fue un fracaso. Los apaches de Arizona no ingresaron a la vida de misión, ni
sus hermanos de raza de Nuevo México y Texas o los señoriales comanches de esta
última provincia lo hicieron tampoco. El único triunfo obtenido por los misioneros
se dio entre las tribus sedentarias, como las que había en California, los
pimas y ópatas en Sonora, los pápagos de Arizona, los indios pueblo de Nuevo
México y la confederación hasinai del oriente de Texas. Y aun estas tribus
pacíficas se rebelaron en distintas ocasiones, sacrificaron a sus misioneros,
incendiaron los establecimientos religiosos y huyeron a sus escondites en las
llanuras y las montañas. En 1751, por ejemplo, los pimas tuvieron una
sangrienta insurrección en Sonora y Arizona; los nativos de Arizona la habían
tenido en 1680 y los indios de Texas en 1693. Incluso en California hubo
disturbios de tiempo en tiempo. Los indios se valían, además, del menor
pretexto disponible para huir de los rígidos confines del cuidado de los
padres; los misioneros solicitaban al gobierno, continuamente, ayuda para
asegurar el regreso de su grey fugitiva. Como resultado de estas molestias, el
gobierno español muy pocas veces se mostró dispuesto a financiar nuevos
esfuerzos para convertir a los nativos durante los últimos años de la época
colonial.
Tampoco las colonias civiles funcionaron como se
esperaba. Al terminar los años del dominio español, sólo había algunos pueblos
dispersos en la frontera norte. Y en su mayoría, subsistían a la sombra de los
presidios donde los civiles podían refugiarse rápidamente en caso de peligro
por incursiones indígenas. Estos pobladores, que en teoría iban a convertirse
en una fuente de fuerza como milicia permanente, eran por lo general campesinos
temerosos y empobrecidos. No se unían a las partidas que salían en busca del
enemigo y, además, tenían que ser protegidos.
Así, para fines de la Guerra de Siete Años, los
oficiales españoles sabían que el sistema en operación requería un
reacondicionamiento. El marqués de Rubí y José de Gálvez fueron enviados a
inspeccionar y hacer sugerencias, tarea que dieron por terminada hacia 1768.
Sus recomendaciones[1]
condujeron a las expediciones de las Ordenanzas Reales[2] de
1772, un conjunto de leyes tendientes a pacificar a los indígenas por la fuerza
de las armas. Las misiones y las
colonias civiles seguirían desempeñando un papel en la colonización de la
frontera, pero de ahí en adelante sería secundario.
Según las Ordenanzas Reales las provincias de Nueva
Vizcaya, Sonora, Sinaloa, California, Nuevo México, Coahuila, Chihuahua, Texas,
Nuevo León y Nuevo Santander, serían puestas bajo el mando de un
comandante-inspector cuyo trabajo vigilaría directamente el virrey. El oficial
escogido para el puesto fue el coronel Hugo O´Conor, mercenario irlandés que
había servido por mucho tiempo a la Corona española y tenía experiencia en las
cosas de la frontera de la Nueva España. Resuelta y vigorosamente, O´Conor se
dio a la tarea de llevar a efecto los cambios ordenados. Fundamental en estas
variaciones era la reubicación de los presidios en un cordón de veinte,
tendidos desde el golfo de California hasta el de México. Algunos de los
presidios, como los del oriente de Texas, fueron abandonados en el proceso;
otros, como el de Tubac (Arizona), cambiaron de lugar; y otros más que no
existían, fueron construidos, como el de San Buenaventura (Chihuahua).[3]
Los presidios diferían poco en su diseño y
construcción. Situados por lo general cerca de tierras propicias para la
agricultura y erigidos en lugares altos, eran construidos según un patrón
aprendido de los moros. Con materiales del lugar (generalmente ladrillos de
adobe), los presidios eran levantado respetando la forma cuadrada o rectangular
con muros de por lo menos diez pies de alto. En dos esquinas diagonales se
construían torreones que sobresalían de los muros y contaban con aberturas para
disparar. En el interior de los muros se construían los edificios cuyas azoteas
tenían dinteles suficientemente altos para servir de parapetos desde los cuales
era posible disparar sobre los muros. Dentro del presidio había instalaciones
de almacenaje, una capilla y cuartos para los oficiales y los hombres. La única
salida al exterior era la puerta principal.
Los únicos cambios en este diseño básico se
registraron en sitios como los Adaes en la provincia de Texas, donde se
construyeron palizadas de madera y bastiones en forma de diamante, y en Tubac,
donde había un solo torreón en lugar de dos. Los nuevos sistemas de
fortificación que ensayaban en Europa hombres como Preste de Vauban y Menno van
Coehoorn, influyeron muy poco en estos puestos fronterizos españoles. Tales
cambios eran indicados para un enemigo con artillería; como los indios de las
Provincias Internas no tenían armas de ese tipo, los comandantes de los
presidios podían confiar en la eficacia de diseños y materiales poco costosos y
tradicionales. El grosor de los muros era de tres pies, suficiente para detener
cualquier flecha o bala. Aunque los indios podían salvar estos recios muros
escurriéndose por ellos cautelosamente,[4]
nunca pudieron rebasarlos en un ataque frontal. De hecho, el diseño de estos
presidios era tan práctico que muchos comerciantes norteamericanos y jefes
militares decidieron, en épocas posteriores, construir sus fuertes en el
sudoeste siguiendo el mismo patrón. El fuerte Bent, de Colorado, es un
excelente ejemplo.
Aunque O´Conor obtuvo algunos resultados positivos en
sus campañas contra las partidas de indios rebeldes, las Provincias Internas
siguieron decayendo.[5]
Por ello, en 1776, el rey llegó a la conclusión de que se requerían cambios más
drásticos. Ese año estableció la separación de las Provincias Internas del
virreinato de la Nueva España. La zona fue puesta bajo el mando de un
comandante general que agrupaba en su investidura poderes civiles, judiciales y
militares. Pero su efectividad fue restringida
desde el principio por la decisión real que lo hizo depender del virrey en
materia de soldados y aprovisionamiento. Como en la real hacienda había siempre
más peticiones que fondos -y como, previsiblemente, el virrey no podía ver con
simpatía las lamentaciones de un comandante que no estaba bajo su jurisdicción-
la Provincias Internas no recibieron nunca los fondos necesarios para emprender
una pacificación eficaz de los indios por métodos militares.
El primer comandante de las Provincias Internas fue
Teodoro de Croix, un natural de Francia que había ingresado a los diecisiete
años al ejército español.[6] La
impresionante tarea de Croix como comandante general era contener el naufragio
que amenazaba al antiguo norte bajo la dominación española. Croix llegó a la
ciudad de México en 1776, pasó varios meses estudiando diversos informes y
luego se dispuso a inspeccionar personalmente la zona que estaba bajo su mando.
Croix descubrió que la falla no residía en el presidio como estructura militar.
El fracaso de los militares para contener al enemigo tenía dos orígenes. 1º. La
idea de construir presidios se basaba en los conceptos europeos sobre la
guerra, y 2º. Los soldados que formaban las guarniciones de los presidios no
estaban debidamente entrenados ni equipados para contener el tipo de enemigo
que enfrentaban en las Provincias Internas.
La legislación real establecía que los presidios del
cordón fueran construidos “aproximadamente a 40 leguas de distancia uno del
otro”,[7] de
modo que “puedan darse mutua ayuda y reconocer el territorio intermedio”. Tal
anillo de fuertes estaba concebido en la mejor tradición europea, pero era
inútil contra los indios de las Provincias Internas, cuyo código guerrero
señalaba que era estúpido sostenerse y ser muertos en batalla abierta cuando
las probabilidades les eran desfavorables; preferían pegar y correr, y rara vez
se comprometían en una lucha de acuerdo con los principios europeos. Por lo
demás, los presidios tenían por lo general limitaciones de personal y los
soldados se disgregaban en el cumplimiento de una multitud de tareas diversas.
Las misiones cercanas requerían por lo general un pequeño grupo de soldados
para desempeñar funciones de policía; las tropas también servían como escoltas
para los convoyes de provisiones, como correos montados y como guardias de las
manadas de caballos de los presidios. Estas manadas eran los blancos favoritos
de los apaches y comanches, pues pastaban lejos de los presidios debido a
limitaciones de espacio y a la escasez de granos para su alimentación.
Los defectos básicos en la concepción de los presidios
–mala ubicación, número inadecuado de soldados y caballos que pastaban fuera de
los fuertes- no explican, sin embargo, los numerosos reveses padecidos por las
fuerzas españolas en la frontera. En las batallas peleadas, mucho más
importante que la localización precisa de los presidios fue la disciplina, los
pertrechos y la moral de los combatientes. En esta zona fue donde España
cometió sus peores equivocaciones.
En realidad los ciudadanos novohispanos de clase baja
que se enrolaban en el servicio militar de las Provincias Internas llegaban a
sus puestos con un gran potencial. En la mayor parte de los casos habían nacido
en la frontera y por lo tanto estaban acostumbrados a las inclemencias del
clima desértico y eran expertos jinetes.[8]
Habían estado tan sometidos a la disciplina gubernamental que a su juicio la
armada era lo máximo a lo que podían aspirar. Un soldado disfrutaba de los
beneficios del retiro, una pensión para su viuda en caso de muerte, y acceso a
la atención médica. También tenía la esperanza de la promoción, ya que muchos
de los jóvenes oficiales en las Provincias Internas habían surgido de entre los
rangos. Adicionalmente el soldado podía obtener fácilmente tierras para sí y
sus familiares en las proximidades del presidio.[9]
El soldado recientemente enrolada recibía una paga
anual de 290 pesos por sus servicios. De esto recibía un cuarto de peso para su
diaria manutención y la de su familia. El resto lo conservaba el contador para
la compra de caballos, artículos de uniforme, armamento y equipos necesarios;
los veinte pesos se le retenían de su paga anualmente por un lapso de cinco
años como un fondo que ese le daba en descuento.[10]
Al contrario del ejército regular español, las tropas
de las Provincias Internas se enlistaban en los presidios y no se les
designaban regimientos o unidades mayores. El virrey no se inclinaba por mandar
soldados del ejército regular a los servicios de frontera, aunque infantes de
los voluntarios de Cataluña fueron enviados a California en 1769 y algunos
dragones de México sirvieron en Sonora en la década de 1780. Por decreto real,
a los hombres del ejército de frontera se les otorgarían los rangos y
privilegios del ejército regular español. Esta práctica, tanto como los
beneficios mencionados, debió haber producido un alto esprit de corps, un orgullo en la unidad local inaccesible de otra
manera. Sin embargo, éste no era el caso.
El entrenamiento de los nuevos soldados estaba
rígidamente prescrito en las reales ordenanzas de 1772, pero en realidad varió
de presidio a presidio. Se esperaba que los capitanes entrenaran a sus hombres
en el manejo de las armas de fuego, las prácticas del tiro, las tácticas de
montar y la disciplina y procedimientos militares. Se realizaban inspecciones
semanales para que se revisaran los equipos y se remplazaran los artículos
inservibles.[11]Pero
en muchos casos estos reglamentos no se obedecían y los nuevos soldados
aprendían de sus compañeros a través de discusiones de barraca o, lo que es
peor, en el mismo campo de batalla.
Además del deficiente entrenamiento, el nuevo soldado
descubría rápidamente que el aislamiento de su puesto significaba que estaba a
la merced de los caprichos de sus superiores. Esta práctica de pagar a los
soldados parte en efectivo y parte en bienes incrementaba el beneficio de los
pagadores, oficiales presidiales o comerciantes locales, muchos de los cuales
se ponían de acuerdo para subir exorbitantemente los precios de mercancías de
inferior calidad. La tentación de los oficiales para involucrarse en este tipo
de práctica era fuerte ya que las inspecciones ocurrían de vez en cuando, los
castigos que se aplicaban eran leves y estaba a mano el ejemplo de los oficiales
que se enriquecían por esta práctica. A veces, los pagadores gastaban todo el
dinero que recibían para las pagas, y por ello los déficits eran comunes y los
salarios atrasados.[12]
Por razón de todos estos abusos, los soldados recibían tan poco dinero que
ellos y sus familias vivían al borde de la inanición, con el equipo
deteriorado, y desarrollaban una moral tal que uno de los inspectores la
declaró de “rayando en la insubordinación”.[13]
Así como el concepto de presidio era de origen europeo
-e inapropiado para las Provincias Internas- también lo fueron las armas
utilizadas por los soldados comunes. Cada soldado estaba armado de una lanza,
una espada ancha, una escopeta y dos pesadas pistolas de gran calibre.[18]
Tanto la lanza como la espada eran excelentes para un ejército que peleaba
cuerpo a cuerpo, como ocurría tradicionalmente en Europa, pero inútil contra
los indígenas de las Provincias Internas tanto por el entrenamiento inadecuado
que se impartía como por problemas de mantenimiento. Además, los reglamentos
españoles prescribían que a cada soldado se le asignaran tres libras anuales de
pólvora; y como se le cobraba todo uso adicional de pólvora, los soldados se
interesaban muy poco en la práctica de tiro.
Para propósitos defensivos los soldados usaban adarga,
cuera y botas. Todas eran pesadas, estorbosas y calurosas -y prácticamente
inútiles. El general Croix pidió que se descartaran y que se equipara a los
soldados con armamento ligero y que las tropas montadas emplearan las últimas armas
de fuego y los mejores caballos para perseguir y derrotar a los indígenas.[19]
Aunque las unidades de caballería del ejército regular español en el Nuevo
Mundo habían rápidamente adoptado estas tácticas, las sugerencias de Croix se
implementaron deficientemente en las Provincias Internas. Muchos oficiales en
la frontera aún creían en la lanza y el escudo de cuero, y pocos cambios
sucedieron.
Incapaces de enfrentarse al enemigo indígena a campo
abierto y sin grandes esperanzas de lograr la victoria, las tropas preferían
permanecer detrás de la seguridad que ofrecían los muros del presidio.
Finalmente en 1786 el nuevo virrey,
Bernardo de Gálvez, quien había hecho el servicio en las fronteras norteñas y
había gobernado la Louisiana, puso en marcha un nuevo plan en las Provincias
Internas. Decretó una guerra sin cuartel a los indígenas que no estuvieran en
paz con España. Una vez que los salvajes habían sido pacificados, les ordenaba
establecerse en pueblos aledaños a los presidios donde se les darían regalos,
armas de fuego inferiores y bebidas alcohólicas. Gálvez se cuidó que los
regalos resultaran significativos para que los indios se decidieran por la paz
y no por la guerra; por otra parte las armas de fuego que se les regalaba estaban
destinadas a descomponerse en corto tiempo y a ser reparadas únicamente por los
mismos españoles.[20]
La política de Gálvez resultó lo suficientemente
eficaz como para mantener un periodo de paz relativa de 1787 hasta 1810, con el
estallido de la guerra de independencia mexicana; cuando ese conflicto comenzó,
la distribución anual de regalos cesó y los indios tomaron de nuevo el camino
de la guerra.[21]
Por lo tanto, el presidio fue fortaleza y farsa. Pudo
resistir el sitio pero fue incapaz de detener las incursiones de los indígenas
hacia el interior de la Nueva España. Sirvió como refugio durante las
incursiones para civiles y soldados, pero en raras ocasiones sirvió como zona
segura capaz de organizar campañas eficaces contra los acechantes nativos. Como
arma de defensa, fue fortaleza; como arma ofensiva, casi siempre fue una farsa.
Sin embargo, considerando la escasez de abastos y fondos, el débil apoyo por
parte del alto mando, el pobre entrenamiento de los soldados y la ferocidad
bárbara de los nativos, uno se sorprende de que haya fallado en sus objetivos
militares y como institución de frontera, sino de que hubiera tenido el éxito
que tuvo.
***
[1]
Para el informe Rubí véase, “Digttamen,
que de orden del Exmo. Señor marqués de Croix, Virrey de este Reyno expone el
Mariscal de Campo Marqués de Rubí, en orden a la mejor Situazión de los
Presidios, para la defensa, y extensión de su Frontera…”, Tacubaya, abril
10 de 1768 (Archivo General de Indias, Audiencia de Guadalajara, 1768-1772,
104—6-13, Sevilla; Dunn Transcripts, Archives, University of Texas Library,
Austin); véase también Lawrence Kinnaird (trad. y ed.), The Frontiers of New Spain: Nicolás de Lafroa’s Description, 1776-1778
(Berkeley, 1958). Para Gálvez, véase Herbert I. Priestlev, José de Gálvez, Visitor-General New Spain, 1765-1777 (Berkeley,
1916).
[2] Para una
copia de las Ordenanzas Reales de 1772, tanto en inglés como en español, véase
Sidney B. Brickerhoff y Odie B. Kaulk, Lancers
for the King (Phoenix, 1965).
[3]
Para la obra de O´Conor durante este periodo, véase Informe de Hugo O´Conor sobre el estado de las provincias internas del
Norte, 1771-1776. Ed. Enrique González Flores y Francisco R. Almada (Ciudad
de México, 1952); para detalles biográficos de O´Conor, véase David N. Vigness,
“Don Hugo O´Conor and New Spain´s Northeastern Frontier, 1764-1766”, Journal of the West, vol. VI
(primavera de 1966).
[4] Como ejemplos, véase Sidney B. Brickerhoff, “The Last Years of
Spanish Arizona”, 1786-1821, Arizona and
the West, vol. IX (primavera de 1967), pp. 5-20.
[5] Véase Flores y Almada (eds.),
Informe de Hugo O´Conor, y Alfred B. Thomas, Teodoro de Croix and the Northern Frontier of New Spain, 1776-1783 (Norman,
1941).
[6] Para
detalles sobre la carrera de Croix, véase Thomas, Teodoro de Croix.
[7] Ordenanzas Reales, Brickerhoff y Faulk, Lancers for the King, p. 49.
[8]
Por ejemplo, en la Bahía del Espíritu Santo, en 1780, solo cuatro de las
tropas presidiales habían nacido fuera de las Provincias Internas; véase Domingo Cabello y Robles, “Real
Presidio de la Bahía del Espíritu Santo. Extracto general de la Tropa…”, enero
12 de 1780. San Antonio (Bexar Archives, University of Texas Archives, Austin).
Otros extractos presidiales muestran una condición prevaleciente similar.
[9]
Varias leyes de tierras otorgaron mercedes cerca de los presidios tanto
a los soldados como a los civiles. Estas leyes se expidieron no sólo para
estimular el enrolamiento sino también para atraer a una zona a civiles que en
teoría eran automáticamente parte de la milicia. El presidio de Tubac por
ejemplo, durante sus primeros quince años de existencia, a través de una
política de tierras liberal incrementó una población de quinientos habitantes;
véase Ray H. Mattison, “Early Spanish and Mexican Settlements in Arizona”, New Mexico Historical Review, vol. XXI
(octubre de 1946), PP. 281-282.
[10] “Distribution of Funds and the Pay of Soldiers”, en las Ordenanzas
Reales citadas en Brickerhoff y Faulk, Lancers for the King, pp. 23-25.
[11] Ibid., p.
41.
[12] Para un
excelente estudio de los abastos de los presidios, véase Max L. Moorhead, “The
Private Contract System of Presidial Supply in Northern New Spain”, Hispanic American Historical review,
vol. LXI (febrero de 1961), pp.31-54.
[13] Citado en
Thomas, Teodoro de Croix, pp. 13-14.
[14] Para un
ejemplo, véase a Francisco Amangual “Diario
de las novedades y Operaciones ocurridas en la Expedición que se hace…”,
marzo 30-diciembre 23 de 1808, San Antonio (Bexar Archives, University of Texas
Library, Austin). Los oficiales que erraban el camino sólo recibían castigos
simbólicos; por ejemplo, véase “Año de 1971, núm. 126. Expediente promovido por el Teniente don Fernando Fernz sobre quexa
contra el alférez don Manuel de Urrutia”. 28 de enero de 1792, San Antonio
(Bexar Archives, University of Texas Archives).
[15] Por
ejemplo, véase Cortés a Manuel Muñoz, 9 de septiembre de 1795 (Bexar Archives,
University of Texas Archives).
[16] Ibidem.
[17] Thomas, Teodoro de Croix, p. 42: véase también
Kinnaird (ed.), Frontiers of New Spain,
pp. 214-217.
[18] “Armament
and Mounts”, en las Ordenanzas Reales, citadas en Brinckerhoff y Faulk, Lancers of the King, pp. 21-22.
[19] Thomas, Teodoro
de Croix, 57.152; Kinnaird, Frontiers of New Spain, p.216.
[20] Bernardo
de Gálvez, Instructions for Governing the
Interior Provinces of New Spain, 1786, trad. y ed. por Donald E. Worcester
(Berkeley, 1951).
[21] Véase
Brickerhoff, “Last years of Spanish Arizona”, Odie B. Faulk, The Last Years of Spanish Texas,
1778-1821 (L Haya, 1964); y Joseph F. Park, “Spanish Indian Policy in Northern
Mexico, 1765-1810”, Arizona and the west,
vol. IV (Invierno de 1962), pp. 25-344, como ejemplos.
________________________
*El
México perdido -Antología de David J. Weber- Ensayos escogidos sobre el
antiguo norte de México (1540-1821) / Primera edición: 1976 / Secretaría de
Educación Pública / SEP/SETENTAS, Sur 124, núm. 3006; México 13, D. F. /
Impreso y hecho en México. / TEXTOS Y FOTOGRAFÍAS.
________________________
** Odie O.
Faulk: “Mientras Bolton subraya las aportaciones positivas del sistema de
misiones en la expansión y el control indígena de la frontera, Odie O. Faulk
indica que la misión fracasó en su intento de pacificarla. Para fines del siglo
XVIII, los oficiales españoles descansaban más en los presidios que en las
misiones como instrumentos de control indígena. A pesar de que servían como
bastiones efectivos para defender a quienes buscaban refugio tras sus muros,
como elemento ofensivo en las operaciones militares españolas, los presidios
eran una “farsa”. Debe señalarse que
Faulk no analiza los presidios de la costa, cuya función primordial era de
defensa contra la invasión extranjera. El artículo de Faulk revela la mano
segura de un escritor con experiencia. Director del Departamento de Historia de
la Universidad de Oklahoma, Faulk posee un doctorado de la Texas Tech
University y es el más prolífico autor vivo en materia de historia del sudoeste
norteamericano. Es autor de numerosos libros de divulgación, entre los que se
cuenta Land of Many Frontiers. A History
of the American Southwest (1968) que se usa como texto de enseñanza. Faulk
es conocido también por investigaciones académicas como The Last years of Spanish Texas, 1778-1821 (1964), y con Sidney B.
Brinckerhoff, Lancers of the King. A
Study of the Frontier Military System of Northern New Spain (1965) que
desarrolla en profundidad algunos de los temas del presente artículo, publicado
por primera vez en el Journal of the West,
VII (enero, 1969) pp. 22-28, reimpreso con autorización del autor y del
editor”. (Tomado de El México perdido, p. 55)
_________________________
ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO.
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