Edición Número 136, Girardot, Junio 19 de 2020:-CIEN AÑOS DE SOLEDAD O EL RECONOCIMIENTO DE LA IDENTIDAD
Edición Número 136 Girardot, Junio 19 de 2020
CIEN AÑOS
DE SOLEDAD O EL RECONOCIMIENTO DE LA IDENTIDAD
Cien años de soledad –desde la
primera lectura- me enseñó a reconocer las huellas de la identidad, mostrándome
que debíamos dar el paso hacia el ser auténtico, sin importar que tuviéramos
que <pelar el cobre>, entendida esta frase en el sentido de develar
nuestras carencias y caídas. Como todos sabemos, la identidad es una
construcción sociocultural que resulta de los intereses y esencias que nos
determinan, tanto positiva como negativamente. En la identidad están nuestras
fortalezas y potencias, pero también nuestras grietas y vacíos.
En una ya
famosa entrevista que le hace por televisión Ernesto McCausland a García
Márquez, este dice:<<Cualquiera que haya leído uno de mis libros se da
cuenta de que yo no me he ido, o si me he ido, no he logrado cortar el cordón
umbilical. Es que yo no me ido nunca, otra cosa es que viva en otra parte, pero
uno se va cuando se desarraiga. Y yo que hubiera querido, la verdad es que no
he podido desarraigarme –no del país, no- del Caribe mismo. Lo que pasa es que
yo hace tiempo dejé de preocuparme por eso. Hubo una época en que se
consideraba una traición no vivir en Colombia. Y yo tenía siempre una
respuesta: <<En cualquier lugar del mundo donde esté, yo estoy
escribiendo una novela
colombiana>>.
Y luego
insiste: <<Tengo la impresión de que los viajes y los lugares en que he
estado no han influido para cambiarme para nada. Yo soy tan crudo como cuando
estaba en Aracataca. Otro problema es un proceso de culturización que es
elemental y que se enriquece, por supuesto, con los viajes y con el
conocimiento de otros mundos y de otras personas. Pero los elementos básicos de
las cosas que yo escribo los tenía a los diez o los doce años en la Costa. Y la
influencia del vallenato, no hay ninguna duda, toda la influencia de la cultura
popular caribe la tengo yo desde mis primeros años. Creo inclusive que es al
revés, son la escuela y la universidad las que tienden a tergiversar,
desvalorizar y devaluar esos signos de la cultura popular>>.
Como se
ve, García Márquez exalta su identidad aunque considere que muchas cosas
deberían cambiar, como se puede leer en <<Yo hubiera querido
desarraigarme>>, porque sabe que en ese modo de ser identitario expresado
a través de los Buendía y los habitantes de Macondo, muchas cosas deberían
cambiar. Quizás por eso mismo, Macondo es destruido en el capítulo final por un
huracán apocalíptico, porque personas como los Buendía y los macondinos,
incapacitados para amar, son <<estirpes condenadas a cien años de
soledad>> que <<no tenían una segunda oportunidad sobre la
tierra>>.
En mi
experiencia inicial de lector, yo venía de dos literaturas, la española y la
colombiana.
Eso era lo
que había leído fundamentalmente. Recuerdo que en la biblioteca del colegio
donde estudié, estaban las obras de José María Pereda, Juan Ramón Jiménez,
Azorín y Benito Pérez Galdós. Por supuesto, esos escritores me habían dado una
mirada peninsular y ajena, que no se avenía o acomodaba con las realidades que
yo vivía en el Caribe. Voy a dar un ejemplo.
En estos
autores, las avenidas, los caminos, los parques tienen álamos, cipreses,
frenos, chopos, olmos, sauces, brezos, saúcos, granados, y lo que yo veía en
nuestra tórrida eran matarratones, uvitos, robles, trupillos, bongas, ceibas.
Lo cierto es que estos nombres no me parecían literarios. Cómo iba uno a sentar a un personaje debajo de un
matarratón o de una bonga, cuando Juan Ramón Jiménez me hablaba de
<bosquecillo de álamos cantores> y Platero se movía entre granados y
<álamos de humo>>.
Pero
cuando leí Cien años de soledad y otras
obras anteriores de García Márquez, me encontré con el hecho de que el autor
asumía nuestras realidades con desenfado y sinceridad, de tal modo que Úrsula
Iguarán y sus hijos cultivan <<el plátano y la malanga, la yuca y el
ñame, la ahuyama y la berenjena>>. Y el autor no solamente contaba tales
realidades sino que hacía ostentación de ellas con un lenguaje poderoso que
transformaba ese mundo empobrecido, haciendo que estallara de pronto en
nuestras caras como un milagro de magias resplandecientes. <Pelar el
cobre> puede ser una frase hecha que define la incitación que operó en mí la
lectura inicial de Cien años de soledad.
En efecto, García Márquez ahonda en nuestros mundos, haciendo a un lado los
modelos hispánicos, por un lado, y por otro, sacudiendo la narrativa
costumbrista que llegaba del interior del país y que, si bien intentaba mostrar
la realidad, lo hacía con un lenguaje provinciano, como lo señala en su texto
de 1960, “La literatura colombiana, un fraude a la nación”, con un ejemplo
concreto, el de don Tomás Carrasquilla, quien << no alcanzó a estructurar
en casi cincuenta años de nuestro intenso ejercicio literario una obra capaz de
defenderse universalmente, no por falta de talento creador, sino por
limitaciones de su idioma localista>>.
Piénsese,
por ejemplo, en un autor como Eduardo Caballero Calderón (Siervo sin tierra, El Cristo de espaldas). Tal literatura hacía que
uno le cogiera antipatía a la realidad y a las propias letras colombianas. Pero
con Cien años de soledad, tuvimos el
gozo de entender, pues como dice Borges: <<Oh dicha de entender, mayor
que la de imaginar o la de sentir>>. Su lectura fue un doble mazazo a la
imaginación y a la fronda retórica de la literatura parroquiana y sus mediocres
herencias y legados. Como anota Vargas Llosa, en la realidad narrada García
Márquez introduce lo real imaginario bajo cuatro modos de ser: lo mágico, lo
milagrosos, lo místico-legendario y lo fantástico, de tal modo que allí queda
dibujado no solo el Caribe sino toda América mediante múltiples repertorios
culturales que oscilan entre lo popular y lo erudito.
Ya García
Márquez, en su cuento “Los funerales de la mamá grande”, había dado muestras de
honestidad narrativa con el mundo sociocultural al que pertenecía cuando habla
de <<los gaiteros de San Jacinto, los contrabandistas de La Guajira, los
arroceros del Sinú, las prostitutas de Guacamayal, los hechiceros de la Sierpe
y los bananeros de Aracataca. Del mismo modo, en los cumpleaños de la Mamá Grande
<<se ponían ventas de masato, bollos, morcillas, chicharrones, empanadas,
butifarras, caribañolas, pandeyuca, almojábanas, hojaldres, longanizas,
mondongos, cocadas, guarapo, entre todo género de menudencias, chucherías,
baratijas y cacharros, y peleas de gallos y juegos de lotería>>. Y al
entierro de la gran matrona llegan, entre otros, <<las lavanderas del San
Jorge, los pescadores de perla del Cabo de la Vela, los atarrayeros de Ciénaga,
los camaroneros de tasajera, los brujos de la Mojana, los salineros de Manaure,
los acordeoneros de Valledupar, los chalanes de Ayapel, los papayeros de San
Pelayo, los mamadores de gallo de La Cueva, los improvisadores de las sabanas
de Bolívar, los camajanes de Rebolo, los bogas del Magdalena, los tinterillos
de Mompox, además de la reina universal, la reina del mango de hilacha, la
reina de la ahuyama verde, la reina del guineo manzano, la reina de la yuca
harinosa, la reina de la guayaba perulera, la reina del coco de agua, la reina
del fríjol de cabecita negra, la reina de 426 kilómetros de huevos de iguana…>>.
Ahora,
seguramente ese proceso de duda para encontrar su identidad fue vivido por el
propio García Márquez cuando, en sus primeros cuentos, presenta una especie de
fuga de las realidades nacionales, escribiendo textos abiertamente kafkianos o
borgianos como “La otra costilla de la
muerte”, “La tercera resignación”, “Diálogo del espejo”, “Eva está dentro de su
gato”, “Tubal-Caín forja una estrella”. No porque no tuviera un mundo que
narrar sino porque no había encontrado el lenguaje, el estilo y la batería técnica
y estilística adecuados. Ángel Rama estudió ese proceso en García Márquez y en
otros escritores como Juan Rulfo, cuando deciden tratar un material propio,
salido del mundo social en que viven, pero con técnicas foráneas, igual que el
modelo económico en que las materias primas americanas son reelaboradas con
maquinaria extranjera. Le parece a uno que hay cierto temor en el autor
iniciático cuando elude trabajar directamente nuestras realidades o si las
asume, lo hace de modo hermético y simbólico. Luego García Márquez se da cuenta
que debía <<pelar el cobre>> de nuestro mundo, pero encarando la
tarea con técnicas narrativas universales, de allí sus aprendizajes en
Faulkner, Hemingway, Woolf, Dos Passos, Mann, Steinbeck, Kafka, Borges.
Y la
dificultad de leer a García Márquez, fundamentalmente Cien años de soledad, se duplica cuando tú también tienes la
intención de escribir relatos. Cómo enfrentar ese mundo narrativo y ese estilo
arrollador que llevaron a nuestro crítico literario Carlos J. María a hablar de
los estragos del garcíamarquismo y a Seymour Menton de planetas y satélites. De
hecho, muchos fueron los escritores jóvenes que cayeron en la trampa del
realismo mágico, hipnotizados por el ascenso de Remedios la Bella, las
mariposas amarillas de Mauricio Babilonia o las levitaciones con chocolate
caliente del padre Ángel, así que se lanzaron a la gratuidad de escenas
fantasiosas y delirantes en las que nadie creía porque habían perdido la
verosimilitud.
El
problema entonces es cómo matar a papá. Cómo salir ilesos de la lectura de Cien años de soledad si tienes la
intención de escribir narrativa. Cómo escapa de ese “pavoroso remolino”
retórico que se nos impone como un mundo total en que no queda títere con
cabeza. Una salida tomada por muchos y que, por supuesto, no garantizaba
quitarse la fuerza gravitacional de Macondo, era cambiar de espacio, dejar lo
rural y entrar al espacio citadino, sobre todo porque el propio país había
sufrido ese proceso de urbanización, aunque en unas condiciones aberrantes de
desigualdad social. El mismo García Márquez, al final de su vida y cumplido y
cerrado el ciclo macondino, cambió el espacio campestre de su narrativa por la
ciudad, como se observa en Doce cuentos peregrinos o en Memoria de mis putas
tristes, para dar solo dos ejemplos. Pero ciertamente no es el espacio lo que
determina la grandeza o la medianía de una narrativa, ni el salir ilesos de una
influencia congeladora.
Aunque
pueda parecer paradójico, la identidad, como expresión y búsqueda de lo
particular que define a un grupo humano, es la que finalmente, en una obra
literaria, propicia el reconocimiento universal de unos valores estéticos. Ya
lo decía García Márquez en su texto crítico sobre la literatura colombiana como
fraude a la nación: <<Pero aparte de que las modas nos han llegado tarde,
parece ser que nuestros escritores han carecido de un auténtico sentido de lo
nacional, que era sin duda la condición más segura para que sus obras tuvieran
una proyección universal>>.
Otro
aspecto a tener en cuenta es la profesionalización de la creación literaria,
quiero decir, que el escritor se dedique de tiempo completo a su escritura,
trabajando duro en las aguas estancadas, sin importar que el mundo se venga
abajo, como hizo García Márquez desde cuando descubrió y asumió su ardorosa
vocación literaria. De allí que haya dicho, en 1960, criticando la pobreza de
la literatura colombiana: <<No existiendo las condiciones para que se
produzca el escritor profesional, la creación literaria queda relegada al
tiempo que dejen libre las ocupaciones normales. Es, necesariamente, una
literatura de hombres cansados>>.
Finalmente,
Cien años de soledad comporta no solo un giro de ciento ochenta grados para
nuestra narrativa, sino también un timonazo para que el lector abandone la
pereza en la que se había adocenado con la narrativa costumbrista, pues detrás
de la historia de los Buendía y de Macondo hay todo un andamiaje exigente desde
el juego en espejos de narradores liderados por Melquiades –quien había escrito
en sánscrito la historia de los Buendía, con cien años de anticipación-, hasta
el vértigo del tiempo circular; desde la estructura bíblica afianzada en un
génesis y un apocalipsis hasta el sinnúmero de referencias culturales eruditas
y populares -expresas unas, implícitas otras- que pueblan los veinte capítulos
de esta singular novela.
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Guillermo Tedio: investigador y escritor. Magíster en Literatura hispanoamericana
del Instituto Caro y Cuervo, docente adscrito a la Facultad de Ciencias Humanas
de la Universidad del Atlántico.
ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
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REVISTA
LATITUD # 1744 / 28.05.2017 / LA REVISTA DOMINICAL DE EL HERALDO / BARRANQUILLA
(ATLÁNTICO) / TEXTOS Y FOTOGRAFÍA.
___________________ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO
Edición Número 136, Girardot, Junio 19 de 2020
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