Edición Número 124, Girardot, Marzo 27 de 2020:-JOSÉ HILARIO LÓPEZ
Edición Número 124 Girardot, Marzo 27 de 2020
JOSE
HILARIO LOPEZ
(Ex
presidente de la Nueva Granada 1849-1853)
POR
MILTON PUENTES*
JOSÉ HILARIO LÓPEZ (1849-1852)
JOSÉ HILARIO LÓPEZ (1849-1852)
JOSÉ HILARIO LÓPEZ ERA PRESIDENTE DE LA NACIÓN CUANDO SE CREÓ EL DISTRITO PARROQUIAL DE GIRARDOT EN 1852
El general José Hilario López (1798-1869) marca, en el terreno político del siglo pasado,
un jalón luminoso inconfundible, y es el símbolo de las más afirmativas
trasformaciones de la vida civil de la nacionalidad. Muchas de estas
trasformaciones fueron hijas del empeño romántico de la impetuosa juventud que colaboró
en su gobierno; y algunas fueron hasta prematuras mutaciones de la vida
nacional; pero que, en todo caso, fueron también señales inequívocas de
la vida nueva, sana y robusta de la república.
La personalidad de López es una de las más
interesantes de cuantas figuran en nuestra vida democrática. “Ninguna después
de Bolívar, aparece más notable ni de mayor trascendencia que la
de aquel honrado y nobilísimo patriota”.
No tenía un fondo doctrinario clásico como Santander.
Al escoger los colaboradores de su gobierno, vaciló
entre sus antiguos compañeros y la nueva generación golgotiana. Pasada su
administración se retiró de los gólgotas, para militar en los predios derechistas de los
draconianos.
Nació para la lucha, para batallar, para no descansar
en la brega. Fue un hombre de presa, con garras, como un ave
de rapiña. Todo lo que fue, lo que alcanzó, lo hizo por la
patria y para la patria. En la guerra magna, en la Gran Colombia, en la Nueva
Granada, en la Confederación Granadina y en los Estados Unidos de Colombia,
López es guerrero, caudillo, político, consejero, diplomático y magistrado, del
que no se puede prescindir. Es él, durante toda su vida, expresión viva y carnal de la
república. Como su hermano, el general Laureano López, desde pequeño buscó
los campos horrísonos de la guerra, húmedos de sangre y cebrados por los rayos.
Cuando niño, su familia pierde
todos sus bienes de fortuna, y el chicuelo tiene que someterse a los más
rudos y humildes trabajos para poder ganar el sustento. Muere su padre, y su
madre enloquece por la amargura. Pero el corazón del huérfano no desfallece ni
se acobarda ante las fuerzas de la existencia. López ha nacido con
una alma destinada para un gran futuro, es un predestinado; esa alma lo
alienta, palpita en su ser como una llama inmensa, como un volcán que quisiera
estallar. Y lo lleva por el camino de su destino, lo empuja hacia los ejércitos
sublimes que combaten por la libertad americana. Y cuando viste el uniforme de
alférez, teniendo apenas quince años, y marcha con las dianas a las batallas,
presiente, con maravillosa clarividencia, que va hacia su meta, en pos de su misión
y que más adelante conseguirá una espada y que con ella trepará a las más altas
cumbres.
Y el fuego que lleva en su pecho lo arrebata en las
batallas, lo lanza despedido contra las trincheras enemigas, y en todas las
horas de la guerra lo anima y lo alienta en la contienda. Un día desgraciado
cae prisionero en poder de los ejércitos de Fernando VII y
se le condena a ser fusilado, mas recibe tranquilo la cédula de muerte, hace
con ella un cigarrillo y se lo fuma impasible; pero su gran destino lo salva y
cuando la patrulla de ejecución va a dispararle, se le conmuta la pena. Va
entonces a dar a los calabozos realistas, a los mismos que aprisionan a Vicente
Azuero, a ese joven extraordinario que más tarde ha de ser un símbolo de altivez y de fina inteligencia. Y allí, en
la mazmorra, se desenvuelven tres largos años de penalidades, de amarguras
infinitas, de humillaciones dolorosas para esas dos almas juveniles, hermanas en
sus ansias inmensas de libertad y en sus anhelos de redención patria.
Días antes de la batalla de Boyacá, López es puesto en
libertad, y él aprovecha esa circunstancia para trasladarse a La Mesa y allí
ayudar a una fuga audaz de su compañero, cuando era conducido a Cartagena. De
esa manera ambos se salvan para el bien de Colombia.
DIBUJO DE CABALLERO |
López sigue luego a Venezuela a proseguir con Bolívar y con Páez la contienda
por la libertad de aquel pueblo. Se halla en violentos combates y en todos se
distingue por su arrojo, por su intrepidez, por su bravura. Después, en
obedecimiento de órdenes de Bolívar, va al sur y no descansa un momento en las
interminables campañas para someter las constantes sublevaciones de Pasto
contra el régimen republicano. Sus grandes méritos lo han ido enalteciendo y ya
ciñe las trencillas de coronel, ya tiene en su cintura esa espada inquieta,
relampagueante y afanosa de glorias.
López no tiene una cultura intelectual. Su vida no le
ha dejado tiempo para el estudio; pero él, que quiere ser grande, que se siente
llamado por el hado de la fortuna, busca los libros, medita sobre ellos,
analiza la vida tierna de su patria que acaba de nacer, y piensa desvelado en
sus días venturos. Se forma una conciencia de las circunstancias y comprende
cuál es el porvenir de su pueblo. Sabe que se ha luchado mucho por conseguir
una libertad, una independencia del yugo extranjero y por eso ve que su país
sólo puede ser gobernado por instituciones que garanticen esa libertad y en las
que sólo el pueblo sea el supremo dueño de sus propios destinos. De ahí que
cuando Tomás Cipriano de Mosquera llega a Colombia procedente del Perú, en
misión confidencial de Bolívar para hacer conocer la Constitución Boliviana,
López, inmediatamente, considera esa Carta como obra semimonárquica, y arrogantemente moteja a Mosquera de servil y de
desleal a la república.
Pero los días corren con su tropel de hechos rudos.
Bolívar, en una lamentablemente caída de su indomable espíritu, desconoce la
legalidad y se hace dictador. Entonces López, unido a José María Obando, ese
guerrillero inflamado y trágico, llama sus milicias en el sur y ambos se
enfrentan a la dictadura del Liberador-Presidente.
Mosquera salta a combatirlos, pero ellos lo vencen en La Ladera y, más tarde, se enfrentan a Córdoba y al propio Bolívar.
En esos días el Perú desconoce la soberanía de
Colombia en sus provincias de Jaén y Mainas y la guerra estalla con el ingrato
gobierno peruano. López y Obando cometen entonces una grave falta contra los
intereses patrios -así lo reconocieron con amargura más
luego-, por no haber depuesto inmediatamente las armas. Pero después se
entienden con Bolívar y viene un afortunado avenimiento en Juanambú,
casi en los mismos días de la batalla del Portete de Tarqui.
López y Obando son en el sur dos centinelas insomnes,
dos azores vigilantes. Nunca están tranquilos. No duermen, viven en completo
desvelo, afilando sus espadas. Cuando algún acontecimiento nacional turba la
quietud, ellos saltan y rugen como dos leones. Despedazada la vida legal de
Colombia por la dictadura de Urdaneta, inmediatamente los dos jefes del sur
organizan ejércitos y avanzan sobre Bogotá, para restablecer la legalidad, con
su inteligencia y su brazo. Los servicios prestados en esos días a la patria
por esos dos titanes, por esos dos paladines, son muy grandes y de
extraordinaria importancia. Sin su inmediata y brava acción la república hubiera rodado quien sabe por qué abismos de
anarquía y de tribulaciones.
López es un hombre sumamente inteligente, con un aire
de contención y de prudencia gallardísimas, es un benedictino estudioso de los problemas
nacionales y tiene en el fondo de su corazón un profundo interés civil por las
grandes inquietudes de la república. Cada vez que horas sombrías se presentaban
en el porvenir nacional, López es elemento de juicio y de consulta. En la
presidencia, en los ministerios, en las gobernaciones y en el exterior le
sirvió con profundo amor a la patria.
Cuando vio al país libre de sus primeros azorantes
peligros, se alejó de la nueva granada para representarla ante la Santa
Sede. A su regreso ardía la guerra del 40. Vencidos los Liberales Progresistas,
se retira a la vida privada, y en su hacienda de Laboyos estaba,
entregado a las labores agrícolas, cuando el partido liberal fue a solicitarle
que aceptara la candidatura para la presidencia de la república. Sin
ambiciones, sin devorantes deseos de gloria y sólo
con el propósito de
servirle a la patria, acepta la postulación de su nombre.
La ruidosa elección del 7 de marzo le trae toda suerte
de intonsos y adocenados ultrajes de la prensa conservadora. No hubo dicterio, por soez que fuera, que no se le aplicara, ni dilacerante frase que no desgarrara su alma bondadosa. Sin embargo, quiso hasta
última hora sobreponerse a esos insultos de
inaudita violencia y hacer un gobierno con la colaboración de los dos partidos.
Formó su ministerio con Manuel Murillo Toro, Francisco Javier Zaldúa y José
María Rojas Garrido. Le ofreció la cartera de relaciones exteriores al doctor
Pedro Fernández Madrid, distinguidísimo conservador, pero no la aceptó; y para
darle al conservatismo plenas garantías y seguridades de respeto, nombró al
general José Acevedo ministro de guerra y marina, y dejó a casi todos los
empleados conservadores que tenía Mosquera en su administración. Nada, sin
embargo, detuvo la ruda energía sectaria de los adversarios.
Ante esta ciega actitud, resolvió al fin López hacer
un gobierno de partido y llamar a los elementos liberales más avanzados para
colaborar en su gobierno, y con el equipo ardiente y exagerado de los gólgotas
efectúa la más afirmativa revolución civil que haya tenido el país en toda su
vida independiente.
PLACA DE LA TUMBA ORIGINAL DE JOSÉ HILARIO LÓPEZ EN CAMPOALEGRE (HUILA). AUTOR: KNOMRM. WIKIPEDIA |
Su bella y candorosa generosidad nunca se amenguó, ni
siquiera en las horas de mayor fragor político. En su gobierno tomaron poderoso
aliento las Sociedades Democráticas, las que en algunos lugares de la
república, como el Cauca, organizaron los grupos de "zurriagueros",
que cometieron intolerables atropellos, que Murillo Toro calificó, con amarga
broma, de "retozos democráticos". Inmediatamente que López se entera
de estas anormalidades, y ante los informes contradictorios que recibía,
resolvió ir personalmente a esa región a estudiar la forma de dar plenas
garantías a todos los ciudadanos. Dejó encargado del poder, desde el 14 de
octubre del 51, al 21 de enero del 52, al vicepresidente don José de Obaldía;
fue al Cauca y con mano de hierro restableció la tranquilidad. Terminada la guerra del 51, las prisiones quedan colmadas de presos políticos;
pero López, con noble afán, presiona al congreso para que expida inmediatamente
una gallarda y munificente ley de amnistía.
Hay en el gobierno de López un hecho extraordinario,
que relieva el brillante sentido civil de este adamantino apóstol
de la democracia. En su deseo de que el poder judicial permaneciera en una
absoluta y completa apoliticidad, el presidente López censuró la organización
de ese poder, tal como estaba establecido hasta entonces. La Corte Suprema
"consideró sus declaraciones injuriosas" y dirigió una protesta a las
cámaras, por las palabras del presidente. En presencia de este conflicto López presentó,
el 30 de marzo del 52,
su renuncia de la presidencia
ante el congreso, porque pensaba que la pugna surgida fuera moralmente
perjudicial para el poder judicial, al que consideraba como “base fundamental
del sistema republicano y como al más respetable de
todos los poderes de un pueblo culto”.
Qué
noción esa suya tan pura de lo que debe ser una república democrática y qué
diferente esa actitud a la adoptada más tarde por la
Regeneración, cuando por medio de la ley 147 de 1888, llamada ley de
trashumancia, que facultaba al ejecutivo para trasladar a regiones
inhospitalarias a los jueces y magistrados que no obraban de acuerdo con
determinados intereses políticos; y la 100 de 1892, que dejaba también en manos
del Ejecutivo la facultad para el nombramiento de jueces, convertía el poder
judicial en la más vergonzosa y atrabiliaria de las maquinarias
políticas. Así obraba
-¡cosa increíble, aberrante e injurídica! – el paradójico “partido del orden”.
López no era un pensador de profundas doctrinas
cívico-liberales; más en la práctica del poder dio inolvidables ejemplos de respeto y
acatamiento al espíritu civil de la democracia. En el gobierno de Márquez, por
ejemplo, ocupaba la cartera de guerra y marina; pensó que esa administración
debía organizar la república con hombres de más
fino tacto civil y que, por consiguiente, era necesario el alejamiento del
gobierno de los prestigios militares. Le insinuó esa idea al presidente Márquez
y, para que este la pusiera en práctica, renunció
irrevocablemente el ministerio que le había confiado.
Después de su período presidencial, López continúa
prestando muy importantes servicios a la patria. En todo momento su espada
estuvo preparada para defender las instituciones legalistas. Cuando la
dictadura de Melo, fue López su mayor enemigo y posiblemente, sin su esfuerzo
para derrocar al dictador, la república hubiera sufrido muy largos quebrantos. En
defensa de la legalidad obró también fieramente cuando Mosquera declaró la
dictadura en 1867. Amigo dilecto del Gran General, pero respetuoso de la
legalidad, no quiso ayudarlo en la guerra del 60, y sólo tomó las armas cuando
comprendió que las intenciones del presidente Ospina eran fúnebremente
amenazantes para el partido liberal.
El liberalismo vio en López al caudillo de toda su
confianza. En 1865 pensó nuevamente en ungirlo con sus votos para la primera
magistratura y en contraposición a la candidatura de Mosquera.
Era alto, arrogante, rubio, con un alma sellada para
el estéril odio. Tenía un acertado criterio práctico, muy parecido al del
general Benjamín Herrera. Popayán fue su cuna, en 1798, y en Campoalegre se
apagó su existencia, en 1869. Su nombre no podrá ser olvidado jamás por las
juventudes revolucionarias de Colombia.
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ADMINISTRADOR Y COMPILADOR: CARLOS ARTURO
RODRÍGUEZ BEJARANO
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*MILTON
PUENTES / HISTORIA DEL PARTIDO LIBERAL COLOMBIANO / TALLERES GRAFICOS MUNDO AL
DIA / BOGOTA /1942
LUIS FELIPE USCÁTEGUI (Miniaturista)
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OPINIÓN DE SIMÓN BOLÍVAR SOBRE JOSÉ HILARIO LÓPEZ
VALDÉS:
En el “Diario de
Bucaramanga” se lee: “José Hilario López es un hombre sin delicadeza y sin
honor, un malvado, un fanfarrón ridículo lleno de viento y de vanidad, es un
verdadero Quijote. Lo poco que ha leído, lo poco que sabe, le hace creer que es
muy superior a los demás. Sin valor, sin espíritu militar se cree capaz de
mandar y poder dirigir un ejército. Todo su saber consiste en el engaño, la
perfidia y la mala fe”.
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NOTA: Cuando Girardot
se constituye en Distrito Parroquial el 9 de octubre de 1852, José Hilario
López fungía como presidente. La fracción mayoritaria del liberalismo
(gólgotas) lo llevó al máximo cargo político de la Nueva Granada. El nuevo
Distrito se ubicaba en el Cantón de Tocaima, pero cercenado de éste; la
decisión de su nueva vida política, administrativa y jurídica la refrendó la Cámara Provincial del Tequendama
mediante Ordenanza (hoy su
equivalente y denominación es Asamblea Departamental).
Se colige que la influencia de los gólgotas radicales
fue importante para la aprobación de la Ordenanza, confirmar el nombre que su
población había escogido y defender luego en la misma Cámara la creación del
reciente Distrito, pues los indignados políticos de Tocaima se constituyeron en
los más enconados rivales de Girardot. No lo lograron, una visión de futuro, un
presagio, talvez, mantuvo al puerto sobre el río Magdalena con vida política
independiente. Y no se equivocaron. El presente lo demuestra.
Como síntesis, un accionar lacerante, inevitable, del
periplo lopista durante 4 años
-1849-1853.
Se podría afirmar que el período de presidencial de
José Hilario López contribuyó a la ruptura del legado colonial: “Libertad
definitiva de los esclavos, represada desde 1821, expulsión de los jesuitas, inicio
de la Comisión Corográfica, eliminación del monopolio del tabaco, supresión de la pena de muerte, eliminación de los
resguardos y la prisión por deudas; restablecimiento de la libertad de prensa y el juicio por jurados, limitación del sistema de crédito eclesiástico y
mayores atribuciones administrativas y presupuestales como el impuesto a la
renta”.
(CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO)
Edición Número 124, Girardot, Marzo 27 de 2020
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