Edición Número 71, Girardot, Abril 22 de 2019:-ARGENTINA: NOCHE DE ACORDEONES EN COLOMBIA CHIQUITA: LA CATEDRAL DE LA CUMBIA
Edición Número 71 Girardot, Abril 22 de 2019
ARGENTINA: NOCHE DE ACORDONES
EN COLOMBIA CHIQUITA: LA CATEDRAL DE LA CUMBIA*
POR SAMUEL LOSADA IRIARTE
Integrantes de la Asociación de Amigos Cumbiamberos, un grupo de amantes de la cumbia de la zona norte del Gran Buenos Aires |
<<Que se levante la pollera, que se levante la
pollera, con una negra, ron y vela, con una negra, ron y vela>>. La gente
acompaña en el coro al acordeonero. El repique incesante y seco de la caja se
hace presente. También suenan la tumbadora, el bajo y, por supuesto, la
guacharaca. Un hombre baila solo, desinhibido, goza la vida. Otro, que está
apoyado contra la pared y viste una camiseta con un estampado de André Landero,
se empina una botella de licor. Adentro de la bodega, donde se planea celebrar
el primer Festival de Acordeón
(colombiano) de Argentina, es el trópico. Afuera, otra fría noche de invierno bonaerense.
Todo ocurre en Baldi, un pequeño barrio de Garín, una
ciudad con cerca de 100.000 habitantes, ubicada dentro del partido
(departamento) de Escobar, justo en el límite occidental de la zona norte del
Gran Buenos Aires (GBA), esa especie de megaciudad que comprende la capital
federal argentina y su conurbación, en donde viven cerca de trece millones de personas. Cuarenta
y dos kilómetros separan a Garín de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital
de Argentina, la de los monumentos majestuosos, grandes avenidas e imponentes y
elegantes edificaciones, y lo acercan más al paisaje característico latinoamericano,
ese de las miles de barriadas que se han levantado a pura fuerza a lo largo y
ancho del continente, en donde las calles son destapadas y las casa, que son
construidas por sus propios dueños, van creciendo a medida que los ingresos lo
permiten.
Baldi es conocido como la ‘Colombia chiquita’, ya que
sus habitantes profesan un ferviente amor por la cumbia y la música tropical
colombiana. Un amor que se debe, en parte, a los programadores de música que
viven allí y que en las antiguas emisoras de radio comunales ponían los temas
de Andrés Landero, Policarpo Calle, Aniceto Molina, Lisandro Meza y, quien es
el cantante más popular del sector, el artista magangueleño Rodolfo Aicardi.
Sin embargo, aquí, en esta bodega gris de techos
altos, donde en esta noche de viernes que apenas empieza hay unas 20 personas,
no sonará la música tropical de Aicardi sino las cumbias en acordeón. La
bodega, que en un día normal está desocupada, es uno de los lugares predilectos
de los habitantes del barrio para organizar fiestas.
Son las 10:00 p.m. y Rodrigo Matías Carrizo, un joven
que se gana la vida haciendo fletes en su camión, termina con el tema Negra, ron y velas del barranquillero
Morgan Blanco, una canción que se hizo popular en la zona norte del GBA gracias
a la versión del mexicano Luis Ornelas. Enseguida, Rodrigo hace un gesto con la
boca del resto de su banda y comienzan a sonar las notas de Cumbia en Valledupar
del legendario juglar guajiro Luis Enrique Martínez.
<<Oye niña
hermosa, lo que te voy a cantar, porque todo el mundo goza, la cumbia en
Valledupar>>. Rodrigo, 26 años, tez morena, de mirada recia y de
pocas palabras, vino de una villa de Beccar, partido de San Isidro, también en
la zona norte del GBA, con su banda Cadencia de Kumbia. Sus inicios con el
acordeón son recientes, aunque la cumbia siempre ha estado con él. Rodrigo
quería tener ese instrumento que tanto le fascinaba, quería <<el sonido
del acordeón de allá>>. Quería
imitar lo que escuchaba en las canciones de Landero, Policarpo Calle, los
Hermanos Tuirán, entre otros. Hace unos dos años compró dos Hohner Rey
Vallenato, por un valor aproximado de $1.600.000 cada uno. Sin embargo, cuando
los tuvo en sus manos sintió que no sonaban mucho como quería, su oído le decía
que algo no estaba bien. Los acordeones estaban desafinados. Averiguo por
internet dónde se los podían afinar y encontró un lugar en Bogotá: viajó a
Colombia con su hermano, se quedó en un hostal, esperó un par de días a que
estuvieran listos y se devolvió a la
villa con unos acordeones que ya tenían el sonido que buscaba.
El Festival de Acordeones es un gran sueño que quieren
llevar acabo la Asociación de Amigos Cunbiamberos, un grupo de amantes de la
cumbia de la zona norte del GBA, entre los que se encuentran coleccionistas de
música, disyoqueis, difusores, músicos o simplemente amantes de la cumbia. La
idea del festival, según Fernando Isaías, uno de los organizadores, es crear una
propuesta que contagie al resto de la gente y que cada vez haya más personas
que quieran tocar el acordeón. Por su parte, Augusto Santone, otro de los
organizadores, dice que uno de los deseos es que el festival pueda crecer cada
año y que en otros lugares del mundo vean cómo un grupo de personas en esta
parte de Argentina se interesa por la cultura colombiana. Y el evento de esta
noche con los tres acordeoneros es apenas un pequeñísimo abrebocas de lo que
quieren hacer.
Continúa la fiesta en la Colombia chiquita, ahora
suena Mercedes del maestro Adolfo
Pacheco, canción que fue popular en la voz y el acordeón de Andrés Landero. Y,
aunque es un paseo vallenato, para la mayoría de personas en este pedazo del
mundo, y en esta bodega, cualquier ritmo tropical colombiano es catalogado
genéricamente como cumbia. El tema lo toca Mariano Gigena, un tipo alto,
robusto, que, sin embargo, interpreta el paseo del compositor sanjacintero
suavecito, con delicadeza. Inclina su enorme y pesado cuerpo para llegar al micrófono
que le sostiene desde su silla de ruedas Marce Tropitanguero, un vecino de la
zona que prestó el sonido para la improvisada fiesta cumbiambera.
<<Ayer
dijiste te quiero, hoy me pides que te olvide. Después que matas al tigre,
Merce, le sales huyendo al cuero>>.
Mariano, 32 años, creció en un barrio donde la mayoría
son hijos de provincianos, algo que es característico de la zona norte. En su
caso, su familia proviene del Chaco, Corrientes y Santiago del Estero,
provincias situadas en el norte de Argentina. Además, en su barrio había
peruanos, bolivianos y paraguayos, por lo que el universo musical era rico y
diverso. Y la cumbia Colombia, de alguna u otra forma, siempre estuvo presente.
Su primer contacto con ella fue, más o menos a los 6 años cuando escuchó la Sonora Dinamita del cartagenero Lucho
Argaín.
En 1996 un amigo le puso a escuchar un casete en el
que estaban artistas como Andrés Landero, Calixto Ochoa, Lisandro Mesa y los
hermanos Tuirán. <<Esta es la verdadera cumbia>>, le dijo. Sin
embargo, a Mariano en esa ocasión el sonido del acordeón no lo terminó de
cautivar. La cumbia para él en ese momento era otra cosa, algo más ligado a un
sonido de una gran orquesta pero no a esas melodías crudas, profundas y llenas
de sentimiento del acordeón. Pero, sin
saber muy bien porqué, quería
tocarlo. Intentó con uno de teclas, el
que usan para la cumbia santafecina (Argentina), pero no lo sintió y lo dejó.
El primer acordeón de cumbia o vallenato que vio fue
en una tapa de un disco de Landero. Luego, unos años más tarde, cuando tenía 14
o 15 años, fue a la discoteca el Tropitango, conocida como la catedral de la
cumbia, a ver el grupo Sabor Vallenato del colombiano Pedro Osorio. Allí, viendo a Osorio tocar,
Mariano se enamoró, esta vez sí, y
definitivamente, del acordeón.
Hace solo dos años, Mariano, fanático a morir de River
Plate, pudo comprar su acordeón, un Hohner Rey Vallenato que tiene en los
fuelles los colores de la bandera colombiana, y con el que ahora, en esta
bodega, toca la Cumbia sampuesana,
una de las canciones más representativas de la cumbia en Latinoamérica,
compuesta por José Joaquín Bettín Martínez en Sampués, Sucre, quien se
inspiró en el centellear de las
luciérnagas y que tiene al público aquí en la Colombia Chiquita, que cada vez
crece un poco más, gritando eufóricos unos <<eeaaaaa>> y uno que
otro >>juepaaa>>.
Uno de los primeros en interpretar la Cumbia sampuesana fue Alfredo Gutiérrez,
pero quien la hizo famosa en México Y Argentina fue Aniceto Molina, oriundo de
El Campano, Córdoba. Molina, quien falleció en San Antonio, Texas, EEUU, fue
uno de los mayores exponentes de la cumbia colombiana (pero no dentro sino de
fuera de Colombia) y uno de los artistas más influyentes de la movida
cumbiambera latinoamericana.
La fiesta sigue y nadie quiere perderse un solo
momento. Ni siquiera los que tienen que madrugar al día siguiente a trabajar,
como Fernando Cáceres que a las 7 de la mañana estará a más de 14 metros de
altura pintando un edificio. Pero esto es cumbia y no todos los días se juntan
tres acordeoneros a tocar.
Llega el turno de Pablo Oliva y su Hohner III Corona
Azul tornasolado que brilla en la oscuridad. El primer tema que toca es Marta
la reina del artista sucreño Lisandro Mesa, quien es otro de los grandes ídolos
y referentes de la cumbia, no solo en la Colombia Chiquita, sino en todo el
continente americano. Luego, este joven de sonrisa amplia, se anima, toca,
canta una canción de su autoría.
Pablo, 29 años, cuenta con orgullo que creció en el
seno de una familia humilde y sencilla. Y la cumbia ahí, siempre ahí: en los
parlantes de los vecinos, en las fiestas de cumpleaños, hasta en los partidos
de fútbol. Antes de tocar el acordeón, del cual se enamoró en el 2014, tocaba,
de vez en cuando, la guacharaca con grupos locales, a la par de ser animador en
discotecas y fiestas. El Hohner se lo compró a un colombiano que contactó por
Facebook. Costaba una fortuna, casi 4 millones de pesos, pero él lo quería, sí
o sí. Hizo un préstamo y hasta rezó para tenerlo. Y lo consiguió.
La tanda de acordeoneros casi termina, son casi las
dos de la mañana, pero antes, Rodrigo quiere probar el Hohner de Pablo. Se lo
pone en el pecho, les hace señas al resto de su banda para que cada quien tome
su instrumento. De repente, empiezan a sonar las notas de la Pava Congona del sanjacintero Andrés
Landero, un verdadero himno en la Colombia chiquita. La gente se emociona,
canta: <<Yo una tarde en la montaña
oí cantar el corcovao. Y vi tejiendo la araña sus redes sobre dorado>>.
La bodega gris parece viajar más de 7.000 kilómetros hasta los Montes de María,
donde mora el alma de Landero, el dios de la cumbia. Adentro de la bodega, el
ambiente cada vez se torna más cálido, parece el trópico; afuera, el frío del
crudo invierno bonaerense que penetra hasta los huesos.
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*LATITUD (REVISTA DOMINICAL DE EL HERALDO)/ EL HERALDO/ 14.08.2016/ REVISTA # 1706/ BARRANQUILLA/ (Texto y foto)
Edición Número 71, Girardot, Abril 22 de 2019
Edición Número 71, Girardot, Abril 22 de 2019
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