miércoles, 30 de noviembre de 2022

   Edición Número 183, Girardot, Noviembre 30 de 2022:-¡Existe un folclor cundinamarqués?

Edición Número 183 Girardot, Noviembre 30 de 2022

¿Existe un folclor cundinamarqués?

 

 

POR ROBERTO VELANDIA

 

                                                     

ROBERTO VELANDIA

 

Cundinamarca es el departamento más vulnerado y vulnerable por influencias de otros departamentos, especialmente costeños, y de otros países, que le llegan a través de los medios de comunicación, cuyo centro de difusión es Bogotá, ciudad cosmopolita que recibe las influencias del mundo, dada su naturaleza y en general dada la permeabilidad  del hombre colombiano a lo  que proviene de Estados Un idos y Europa, aun de África y Asia.

 

Cundinamarca padece esta apabullante influencia porque no tiene personalidad cultural definida, porque no ha habido una política de defensa de esa personalidad latente, ni de sus tradiciones y costumbres. Sus gentes no tienen conciencia de lo que significa para un pueblo conservar sus tradiciones; porque en las escuelas y colegios donde se han formado sus nuevas generaciones no hay una cátedra de cundinamarquesidad a través de la cual se enseñe a ser cundinamarqués. Por el contrario, el cundinamarqués cada día quiere ser menos cundinamarqués, como el colombiano cada día quiere ser menos colombiano, quien, dominado por un complejo de inferioridad, es más propenso a la imitación.

            

Cundinamarca, el departamento, la provincia, perdió la pista de la trayectoria que traía del pasado. No hay un vestido cundinamarqués, un hombre característico de Cundinamarca; hasta los árboles y matas de jardín ya no son  las mismas, pues han  sido reemplazadas por extranjeras, y de las que hay no saben ni cómo se llaman, así que arbitrariamente  les dan un nombre aquí y otro allá.

 

Las comidas, esas comidas mestizas y criollas que traían la sazón de las guisanderas, ya no las preparan: la sopa de arroz, el cuchuco, la mazamorra,  el  ajiaco,  el  puchero, han  sido  sustituidas  por el  consomé, la sopa de  pastas  y  las  cremas  que  vienen   empacadas  del  exterior,  porque les economizan  a  las amas  de  casa tener que pelar papas, plátano y yuca, desgranar arverjas  y  mazorcas,  etc.

 

Los restaurantes  de provincia,  en  los  que se ha  perdido  la  noción  del arte  de  la  cocina,  se  sienten  tan  desprestigiados  que  para  poder  vender  su comidas tienen  que ponerles  nombre  extranjero.  Así, por  ejemplo, a la carne asada  la  llaman  churrasco  o  a  la  parrilla.

 

La toponimia, que es una de las características de  las  regiones  por cuanto es el conjunto de sus nombres autóctonos o propios de lugar, en Cundinamarca ha ido desapareciendo; ya los nombres aborígenes de ríos, quebradas, montes, lugares, han sido cambiados por  sustantivos  extranjeros, principalmente  mexicanos,  por  efecto  de  la   servidumbre  del  pueblo  a  lo que proviene de ese  país  en  la  comida,  la  música,  el vestido,  las  bebidas, sus topónimos,  a  tal punto que muchos  municipios  en  sus festividades tienen el mariachi como  expresión  folclórica.  Es  que  tampoco  saben  qué es folclor.

1954. HIJOS DE LA CALLE. NOVELA DE ROBERTO VELANDIA

Es decir, la geografía turística de las  carreteras  de  Cundinamarca,  la  geografía rural, está mexicanizada. Jalisco, Veracruz, México lindo, Acapulco, Guadalajara,  son  los  nombres  de  miles  de  fincas  y  quintas  de  veraneo.

Lo lamentable es que no hay una entidad oficial  ni  privada  que corrija esta deformación cultural del pueblo. Por ejemplo: los nombres  de las tiendas, comederos, morcillerías, de nuestras carreteras se los ponen los empleados que van en camiones vendiendo gaseosas y cervezas, cuyas empresas les regalan la tabla o lata con el  nombre.

 

La influencia negra y  costeña  en  general  en  los  bailes  populares  es tan protuberante que en los certámenes de danzas, propiciados por las Casas Municipales de Cultura, su presencia es tan noble como la  de  los  ritmos andinos cundinamarqueses. Porque los  profesores de danzas, en alarde de erudición,  han  implantado una deformación   llamada "estilización" dizque para darles modernidad. El prurito de modernizarlo lo ha inspirado deformaciones a  la  realidad  folclórica,  porque hoy se siente un profundo desprecio  por   lo  antiguo,  lo  viejo,  lo  pasado.  Es   tan   general   este  criterio que los hombres  mayores de 62  años,  por  ley  o  por  imposición  oficial, han sido  declarados a priori incapaces o ineptos para trabajar.

 

El  vestido  provincial  también  está  desapareciendo. En  las plazas de mercado de los   pueblos más apartados de Cundinamarca, donde se admiraba la usanza campesina,  profusamente adornado con bellísimas filigranas de bordados y tejidos, ya no los hay, pues han sido sustituidos por el universal "bluyín" norteamericano y la blusa ombliguera. Y aquellas marchantas que venden tomates, verduras, arracacha, cebolla, plátanos, calabazas y ahuyamas, cuyas blusas estaban saturadas de olor a tomate, arracacha y yerbabuena, ya no huelen a lo que huele la huerta sino a cigarrillo y aguardiente. Las llamadas "fiestas reales" se acabaron desde mediados del siglo xx, fiestas en las que se hacía derroche de folclorismo. Eran admirables, tanto que nuestros escritores costumbristas las describieron en preciosos escritos que constituyen una expresión propia de nuestra literatura colombiana.

 

Ahora resultamos con que la rumba (antillana) es el aire cundinamarqués, no el pasillo, ni el torbellino, ni el bambuco.

 

Y no se diga de las fiestas religiosas  en aquellos pueblos que tenían su propio santo milagroso, que tantos había. También se acabaron porque los santos de ahora ya no hacen milagros. Porque esta modalidad social de la religión católica ya no se practica debido a que el pueblo cada día se aparta más de su propia religión, con la que nació y se formó, y profesa otras práctica s introducidas por las sectas protestantes de Estados Unidos y Europa interesadas en deshispanizar, descolornbianizar, desnaturalizar, al hombre colombiano para imponerle su lengua, su cultura y dominarlo, so pretexto de liberarlo de un pasado que ya no quiere.

 


Todo concluye hoy día a desenraizar al hombre provinciano, quien ya perdió la pista de su árbol genealógico, a quien se le quiere bautizar de nuevo y en inglés, ya declarado idioma universal.

 

Hay tan aberrantes deformaciones que a los productos naturales alimenticios les cambian su nombre castellano, chibcha o panche por uno inglés, o le dan otro en español al parecer atractivo para el intonso e ignorante comprador, como por ejemplo, en los supermercados de Bogotá llamar "pepino europeo" a ¡la aborigen guatila!

 

De la manera de ser de las gentes, de hablar, de expresarse, no se diga. Aquella delicadeza en el trato social y en el hablar, tan propia del provinciano, ya desapareció del pénsum de la buena educación social. La finura con que el parroquiano trataba a la mujer también se borró de sus modales. Ahora las gentes se dan un trato de "hippies" y "rockeros", quienes son el hombre "folclórico" contemporáneo.

 

No puedo dejar de recordar los siguientes personajes típicos de la provincia cundinamarquesa.

 

La cinturera, de Guaduas, muchacha bonita y atractiva, vestida de zarazas y olanes, encajes y organdíes, que paseaba por la calle sus dotes juveniles, y que, al decir de Alberto Hincapié  en sus Crónicas municipales”, “pregonaba exquisitos manjares, sorbetes, bizcochuelos, turrones, confites, bolitas matizadas, alfeñiques, alfandoques y empanadas”.

 

La sombrerera puliseña, del pueblo de Pulí, encumbrado y solitario en una loma, donde pasa la vida mirando pasar a lo lejos el río Magdalena, que vivía haciendo corroscas de cañabrava para mantenerse con sus familias, dice el padre José R. Murcia en su historia de Pulí, Bogotá, 1891. Y agrega:

 

Son más bien altas de cuerpo que bajas, delgadas de talle, y usan como  adorno principal  en  sus  días  de  diversión,  zarcillos  en  las  orejas,  gargantilla  a l   cuello,  rosario al pecho y  un número considerable de anillos en  los  dedos . . . viven casi siempre contentas, cantando y hablando de religión y de política, materias que no entienden n i por el forro.

 

Las lavanderas del Alto Magdalena, de las que apenas quedan unas pocas en las veredas ribereñas a  donde todavía  no ha llegado  el  acueducto ni la lavadora eléctrica. Mujeres de todas las edades, chingadas con un camisón ancho con el que se cubren su desnudo cuerpo, se sentaban  a la orilla y sobre una  piedra  refregaban  la ropa  con  espuma de michú o jabón de la tierra, y fumando un largo tabaco llamado calilla, que no se quitaban de la boca ni  para  hablar, pasaban las horas lavando y comadreando con las compañeras. Garzón y Collazos las inmortalizaron en una de sus canciones tolimenses.

 

HIJOS DE LA CALLE. FOTO DE GERMÁN VELANDIA


Las mucureras de Cambao, puerto que fuera principal, de la navegación del Alto Magdalena hasta 1932 y puerto  terrestre de los camiones  que a partir de 1928 transportaban a Bogotá las mercancías procedentes de  la costa que allí descargaban los buques. Eran muchachas que llevaban el agua del río a las casas en una especie de olla llamada múcura. Cuando llegaban al río primero echaban una nadadita, y luego, para llenarla, se metían otra  vez  y se la  ponían  en  la  cabeza,  asentada  sobre una  chipa de  trapo o de fique, y luciendo su chingue, pegado a su desnudo cuerpo, balanceándose: al son de canciones que iban tarareando, volvían a  la  casa  con  el mandado.

 

En  suma, en Cundinamarca se perdió la genealogía de la provincia, el ancestro de la familia  cundinamarquesa: el ansia de modernismo  de las nuevas generaciones las está desenraizando. ¿Entonces podremos encontrar autenticidad folclórica  en un pueblo que piensa  y actúa  así, que no tiene personalidad  cultural definida? ¿Al  que  no le han enseñado  a  querer  y conservar sus tradiciones? ¿Qué es lo que se está enseñando en las escuelas rurales que pueda estimular el cultivo de las tradiciones de nuestro pueblo? ¿Escuelas donde la maestra no sabe ni enseña el nombre de las plantas de jardín, del jardín que debiera hermosear la escuela, y mucho menos el nombre de los árboles del bosque circundante?

 

Creo que van a tener que retroceder 200 años para aprender lo que el sabio José Celestino Mutis enseñó en la Expedición Botánica: a conocer la naturaleza colombiana.

 

___________________________

 

RESEÑA BIOGRÁFICA DE ROBERTO VELANDIA


Nació el 12 de septiembre de 1923, en el municipio de Pandi, Cundinamarca, y dedicó su vida a contribuir con profundo empeño y admiración, sus estudios e investigaciones en pro de la historia de Colombia, lo que le mereció los más altos reconocimientos, como miembro de diversas instituciones académicas y culturales a nivel nacional e internacional.

Fue elegido como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia en el año de 1973 y de Número en 1983 y se desempeñó como su Secretario General durante 20 años, desde 1986 hasta 2006.

Fue miembro de número de las academias colombianas de Historia Aérea, de Historia Policial, de Historia Militar, Patriótica Antonio Nariño (antes Sociedad Nariñista de Colombia); de Historia de Cundinamarca, Boyacense de Historia, Antioqueña de Historia, de Historia del Magdalena, de Historia de Bogotá, de Historia de Arauca, de Historia de Cartagena, de Historia del Tolima, de Historia de Santander, y de las Sociedad Bolivariana de Colombia, de Antioquia, y la Santanderista de Colombia. Fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de España, de la Academia Puertorriqueña de la Historia, de la Academia Boliviana de Historia, de la Academia Dominicana de la Historia, de la Academia Panameña de la Historia, de la Academia Paraguaya de la Historia y del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay.

A pesar de haber vivido desde muy joven en la ciudad de Bogotá, donde adelantó sus estudios secundarios en la Escuela Nacional de Comercio y en el Externado Nacional Camilo Torres, y sus universitarios de Filosofía y Letras en la Pontificia Universidad Javeriana, no dejó ser el hijo de Pandi (Cundinamarca).

Fue galardonado con las más altas condecoraciones dadas por la Gobernación del Departamento de Cundinamarca, por sus méritos y servicios al país y al departamento: la Gran Cruz de Oro de la Orden Civil Cundinamarquesa “Antonio Nariño”, en el grado de Granadino (Decreto No. 03123 del 15 de julio de 1980), la Gran Cruz de Esmeralda de la Orden Civil Cundinamarquesa “Antonio Nariño”, en el grado de Precursor (Decreto No. 03628 del 15 de octubre de 1981) y la Gran Cruz de Oro de la Orden Civil Cundinamarquesa “Antonio Nariño”, en el grado de Granadino (Decreto No. 2693 del 16 de agosto de 1982).

Falleció el 20 de noviembre de 2011, en el municipio de Girardot, Cundinamarca.

Grande y vasta fue su contribución al conocimiento de la historia tanto de nuestros municipios, como de Cundinamarca y de Colombia. Su obra literaria abarca los campos de la historia, pero también los de la sociología, el humanismo y la política. Desde temprana edad surgen sus escritos sociológicos como “Hijos de la Calle” y “Güipas del Magdalena”, dos obras de gran sentimiento humanístico y social, con ellas, como bien lo expresó, se presentó al panorama de la literatura colombiana en los años de 1953 y 1954.

Y así vemos hoy día una prolífica obra literaria que comprende la historia de ciudades del Tolima Grande, de la Costa Atlántica y de los llanos colombianos, de puertos sobre el rio magdalena, el descubrimiento de América y por sobre todo su magna obra histórica sobre Cundinamarca, sobre sus municipios, veredas, inspecciones de policía, corregimientos, sus campos, sus pobladores, sus riqueza histórica, material e inmaterial. Sus poetas, sus músicos, sus escritores, sus periodistas, sus próceres, sus mártires, la autonomía de Cundinamarca…

_________________________________

AGRADECIMIENTOS A GERMÁN VELANDIA Y ACADEMIA DE HISTORIA DE CUNDINAMARCA.

__________________________

COMPILADOR Y ADMINISTRADOR: CARLOS ARTURO RODRÍGUEZ BEJARANO

Edición Número 183 Girardot, Noviembre 30 de 2022

*
**