Edición Número 102, Girardot, Septiembre 26 de 2019:-TRADICIONES DEL DEPARTAMENTO DEL TOLIMA
Edición Número 102 Girardot, Septiembre 26 de 2019
TRADICIONES DEL DEPARTAMENTO
DEL TOLIMA*
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1986. PORTADA |
EL
TOLIMENSE
“…esas
comarcas del llano tolimense las poblaba una raza dura, fortalecida por la inclemencia de las
condiciones vitales. Los hombres, de
acero, cenceños y achaparrados casi siempre; las mujeres, morenas, picantes, de líneas en que el amor dardea y
suplica.”
Sus tradiciones
La vida del tolimense discurrió por muchos
años,
despreocupada y mansurrona.
Era
una vida pareja, de honrada pereza y sin afanes. Con pocos esfuerzos se
aseguraba un buen pasar y eso era suficiente para vivir sin necesidad de
entregarse a más quehaceres ni devaneos que los indispensables y fáciles de
cuidar la hacienda que, por lo demás, nadie codiciaba ni irrespetaba, sino que
la solicitud de los vecinos contribuía a vigilar. No pensó nunca que sus
llanuras sirvieran para cosa distinta del pastoreo.
Su
única preocupación y solaz constituía en la vista y recuento, de vez en cuando,
de los rodeos vacunos y el yegüerizo. Era madrugador no por necesidad ni por
requerimiento de su oficio, que no era mucho, sino porque en el campo no se
concibe la vida sin dejar la cama al canto de los pajaritos, antes que alumbre
plenamente el sol. Chocolate y carne con patacones al desayuno; sancocho de
yuca fresca y plátano veguero al almuerzo, con sustancia de buen hueso y tasajo
de carne cecina y peto con más carne a la comida, formaban la dieta frugal del
tolimense, amén de abundantes jícaras de "zurumba", que así se le decía
al agua de panela y al chocolate. Esto, en cuanto al que era "amo" o
"patrón".
El
campesino raso repartía su vida entre faenas de la vaquería y las tareas de la
agricultura, en aquellos suelos avaros. En las rocerías, disputando
porfiadamente la tierra utilizable, bien al monte primitivo, bien a la maleza
siempre renovada y siempre invadente, sus brazos adquirieron destreza y
resistencia en el manejo del machete. Este era su inseparable compañero,
llevado al cinto, si andaban a pie, o colgado de la cabeza de la silla, bajo la
coraza, si iban a caballo. Útil, indispensable para sus quehaceres de cada día,
era al propio tiempo arma para cualquier emergencia. Conocía de un vistazo en el lecho de las quebradas las piedras
de amolar y sabía servirse de ella en tal forma de dar a su machete el filo de
barbera.
Eran
hombres de temple recio, acostumbrados a una vida dura, hechos para mirar la
escasez y el infortunio frente a frente. Había en ellos algo de innata gravedad estoica, con ribetes de cierto buen humor
que destellaban aún en las más apuradas
peripecias. Con el mismo ánimo entero conque participaban en un baile campesino
y lograban la moza preferida, ponían su vida en aventura, sin alardes ni
mohines.
En
todo caso, esas comarcas del llano tolimense las poblaba una raza dura, fortalecida por la
inclemencia de las condiciones vitales. Los hombres, de acero, cenceños y
achaparrados casi siempre; las mujeres, morenas, picantes, de líneas en que el amor
dardea y suplica.
LA
RAZA
“El
Tolimense viejo, poblador del llano o del plan del Tolima “calentano” de
inconfundible fisonomía, fue un tipo mestizo, resultado de la fusión de sangre
española e indígena.”
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ESPINAL. DESFILE DE MATACHINES https://www.google.com/search?=tradiciones+del+tolima&rlz= 1C1PRFE_enCO739CO739&sxsrf=ACYBGNQAZc4iUZTv OGCeu57MtcmVcoilJw:1569552677815&source |
En
el plan o llanos del Tolima, vive, desde el siglo XVII, un extenso y bien
definido grupo humano de raza blanca. En esos mismos lugares, los conquistadores
españoles encontraron una densa población indígena. Juan de Borja, Núñez
Pedrozo, Jiménez de Quesada y muchos otros, supieron de la altivez, la
independencia y el coraje de los aborígenes. Títamo, Gualara, Bilapué y
Calarcá en el centro y Yuldama en el Norte.
El
Tolimense viejo, poblador del llano o del plan del Tolima “calentano” de
inconfundible fisonomía, fue un tipo mestizo, resultado de la fusión de sangre
española e indígena. Desde luego, las gentes de esos lugares, de cualquier
clase o posición social, desde Honda hasta Natagaima, pasando por El Espinal, Guamo, no acusan, con
escasas excepciones, el sello inconfundible y perdurable que imprime la
influencia de la sangre indígena. Le sobran razones al escritor Gonzalo
París
Lozano (+), cuando dice que “el tolimense viejo brotó y quedo arraigado en la
llanura”. Solamente que no “brotó” tan fácilmente sino que después de mucha
brega y crueldad para incautarse las tierras y el oro del indio y fundar,
luego, sus grandes encomiendas que fueron el origen de las haciendas del tolimense
viejo.
En
cuanto a la gente del pueblo, es posible que un vaquero, un labrador, un boga,
un obrero de cualquiera de los pueblos del plan o del llano, fundados por los
españoles y una morena de Ambalema, de El Espinal, de Purificación o de
Natagaima, llena
de zandunga y ritmo al andar, con ojos grandes, negros y vivaces, sugieran
mucho más la memoria ancestral de las populares gitanas españolas, con un
tentador recuerdo arábigo, que la presencia de sangre de pijaos, paeces,
coyaimas, panches o Pantágoras.
Un
hecho histórico dá la explicación: Dominados totalmente los llanos por los
conquistadores, a partir de 1.550, la población indígena podría decirse que
casi desaparece. El presidio o encierro de los núcleos sobrevivientes, ante el
temor de que se rebelaran, permitió que entretanto se fundaran y poblaran
familias de raza blanca, con servidumbre europea. Y también los grandes centros
de entonces Coello, Saldaña, El Espinal, Guamo y la Villa de Purificación.
Hacia la cordillera central se fundaban Medina de los Torres, como antecedente
de Chaparral y Santiago de la Frontera que dio origen a Ortega. Durante ese
tiempo en que se pobló el llano, no fue posible el mestizaje. El amor del
blanco por el indio, considerado como ente irracional, hubiera sido un delito
de lesa estirpe.
Pero
la verdad es que el mestizaje vino después con la vida apacible de la colonia,
que permitió a los blancos encomenderos dominar enteramente y como cosa propia
la extensión del llano.
Curiosamente,
en el norte del Tolima, tanto en el plan o llanura, como en la cordillera, no
hay casi vestigios de la raza indígena, así sean "palenques",
"Hondamas" o "Marquetones". En cambio, al Sur, en las
regiones de Hilarco y Guaguarco de Coyaima; en Guasimal, Imbá y Yacó de
Natagaima; en un vasto sector de Ortega, y aún en Saldaña, en veredas como
Papagalá o "Santa Marta", impera todavía la raza indígena, mezcla
heterogénea de Natagaimas y Coyaimas, y hasta de pronto de pijaos.
EL
CABALLO
“Parece
que la música de los bambucos y los pasillos se les entrara por el cuerpo, y,
de acompasado
castellano, son una codicia sus lomos para todo buen tolimense.”
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1986. TRADICIONES Y CANTARES DEL TOLIMA |
Los
grandes yegüerizos de don Alonso Ruiz de Sahajoza, en Llano Grande, y otras encomiendas,
tal vez con el refresco de sangre del “Bayo de Hungría”, caballo asombroso que
trajo a su fugitivo y desesperado jinete desde Tunja hasta el río Magdalena, en
galope continuo de 24
horas, sin un solo minuto de reposo, para
tirarse en él a la ancha y poderosa corriente, hasta ganar la orilla opuesta y
continuar la fuga para llegar a la casa de un encomendero en los llanos de
Doima, arraigaron el caballo en las llanuras tolimenses. Desde entonces,
el tolimense sin caballo es un hombre incompleto.
Porque
se acostumbraron desde niños a montar y a montar bien, en el caballo, que
tuvieron a la mano, manso o bravo y a sacar
de su cabalgadura todo el partido posible. Reunían cual más, cual menos, las
cualidades que robustece la costumbre de andar a caballo: seguridad, confianza
en sí, aplomo, rápida percepción de los peligros, prontitud y coraje para
vencerlos o esquivarlos. Fiados por completo a las unas del caballo, ateníanse a lo firme de su
cabeza y a lo fuerte de sus piernas para tenerse en la silla.
Eran,
tanto como jinetes hábiles y esforzados, peatones de una resistencia a toda
prueba. Hoy, cuando muchos de los caminos que ellos hubieron de andar y
desandar, en las grandes vaquerías, como en la guerra, han sido reducidos a
poca cosa por el ferrocarril, el bus y el automóvil. Y resulta difícil formarse
idea exacta de lo que era el viajar, a pie o a caballo, por las espléndidas inmensidades de
la llanura tolimense. Para darse cuenta cabal de ello, se necesitaba haber
alcanzado a vivir aquella edad, cercana todavía en el orden del tiempo y haber sabido
por experiencia lo que era recorrer llanos y transponer cerros a horcajadas
sobre la cabalgadura o simplemente al paso de un buen caballo, bajo el silencio
que descendía de los cielos en densas capas.
Desde
luego, el caballo calentano tomó características especiales en armonía con el
medio: mediana alzada, enarcado el cuello, ojo vivo y redondo, oreja pequeña,
pelo corto, fino y sedoso, dócil temperamento, remos delgados y ágiles,
obediente a la brida, fogoso ante el menor estímulo, valiente e infatigable,
pinturero en las fiestas. Parece que la música de los bambucos y los pasillos
se les entrara por el cuerpo, y, de acompasado castellano, son una codicia sus
lomos para todo buen tolimense. Su estampa y su coraje hacen pensar en una
innegable reminiscencia árabe.
En
la casa de la hacienda y aún
en la del pueblo se mantenían los
mejores caballos, en pesebrera. Los de la montura de las señoras tenían
acostumbrada la crin a caer sobre el lado derecho y eran los de índole más
noble y reposada. Las señoras montaban a mujeriegas, en galápagos de dos
orquetas, entre las cuales colocaban la pierna derecha, con falda de paño azul,
larga y redonda, que caía al costado izquierdo del caballo como adorno y con corpiño
ceñido al busto y sombrero ancho y fino que llamaban "pastora". El
señor siempre llevaba zamarros anchos, de caucho o de fino cuero, sin espuelas,
que no las consentía el caballo y sombrero "jipa" tejido a mano en
Timaná; y en vez de fusta, "berrengue" forrado en badana roja. Así se concurría a las
fiestas reales y se viajaba a Honda, a Girardot, a la Mesa y aún hasta Bogotá.
El
caballo de trote, por linda que fuera su estampa, nunca fue del gusto del
tolimense viejo, ni era de buen tono para su uso personal. Por eso, desde
potros se destinaban a la vaquería, o a la carga. La delicia y la elegancia era
el caballo de paso y aún sigue siéndolo.
Fue
el caballo, personaje legendario del llano tolimense; primer auxiliar del
hombre de trabajo; héroe de las más arriesgadas vaquerías; puente para vadear
ríos sin puente; vehículo del comercio; confidente en románticas aventuras;
compañero de fiestas; orgullo de las damas; alivio del campe-sino; parte
esencial del atuendo de los galanes enamorados al pasar frente al balcón de las
amadas en los días de parranda; compañero bajo la luz de las estrellas para
llegar a la reja de la alquería a cantar la romántica serenata; nervio,
también, de las guerras civiles y compañero, como perro, del hombre.
Son
muchas las historias y leyendas de caballos inteligentes y de mulas astutas de
paso fino, menudito y señorero, que narran, orgullosamente los vaqueros de las
haciendas. El caballo del plan suscitó coplas como esta:
Ensillando mi caballo, / ella se puso a llorar. / Y yo, llorando con ella,
/
lo volví a desensillar.
Bien
podemos decir, en este tema del caballo, aquello de que "todo tiempo
pasado fue mejor". Porque en los pueblos de la llanura tolimense, en las
grandes fiestas populares, ya son muy pocos los señores que montan, orgullosos,
como antes, elegantes y finos caballos; y la verdad es que escasean las damas
que otrora engalanaban esas fiestas con su montar exclusivamente femenino. Si
acaso, con el moderno "blue jeans" y camisa sofisticada estilo
vaquero del oeste americano.
De
otra parte, el campesino nuestro, para ir al pueblo, ya no utiliza ni el
modesto caballo trotón, mucho menos el de paso. Los ha reemplazado por el jeep
japonés, los pudientes, es decir, los de tractor y los otros, los pobres, hacen
uso del bus o la "chiva" que ahora llega felizmente, hasta las
veredas.
Pero
es más: el rico, el hacendado, ya no se siente orgulloso con un brioso y
elegante caballo. Su mayor satisfacción consiste en tener en sus manos el
último modelo de automóvil, así sea ensamblado en el país.
Sin
embargo, hay que reconocer que en la cordillera norte-tolimense, todavía
subsiste la buena tradición de los caballos de paso. Da gusto ver en aquellas
comarcas, aún en épocas que no son de fiesta, a los "señores" del
pueblo, montando finísimos y estupendos caballos.
EL
QUEHACER DEL CAMPO
“Era ancha y espaciosa la
casa de la hacienda, levantada sobre estantillos de cumulá, de dinde o de guayacán,
a cuyas maderas no les entraba el comején, ni gorgojo, ni polilla.”
Y cuidado que los vacunos
del llano no eran mansurrones como los amos. Siempre había gran cantidad de
reses bravas. No tenían más casta que la que les daba la ancha dehesa en que
pastaban sin ser manoseadas, sino de vez en cuando, para curarlas o salarlas en
los corrales de la hacienda, a la vista plácida del amo y señor. La hacienda
más prestigiosa era la que daba más reses bravas para torearlas en la plaza del
pueblo en las fiestas de San Juan y San Pedro. Decir ganado cuencuno era para
ir abriendo la ruana. Y el ganadero se pavoneaba de satisfacción cuando le
decían que sus novillos eran los más bravos veinte leguas a la redonda. Durante
las herranzas lucía el hacendado no solo su hacienda sino su esmero en
atenciones y cuidados para los familiares y amigos que invitaba a la faena.
Era
ancha y espaciosa la casa de la hacienda, levantada sobre estantillos de cumulá, de dinde o de guayacán,
a cuyas maderas no les entraba el comején, ni gorgojo, ni polilla. Casi siempre
enclavada dentro de los corrales de piedra, a la sombra de una ceiba, de un
caucho corpulento, de un añoso tamarindo. Aquí y allá serpentea por las
planadas, hasta perderse de vista, una antiquísima cerca de piedra, alta cosa
de un metro, hecha de las piedras negras de que están sembrados esos llanos y a
los cuales algunos les asignan origen aluvial y otros las hacen proceder de
alguna remota erupción del nevado del Tolima. Manadas de vacunos, hatajos de
yeguas, pequeños rebaños de ovejas y cabras. Los cerros del fondo, llenos de
arrogancia y atrevimiento, enemigos natos de la mansedumbre y de las formas
postradas.
En
los amplios corredores se tendía la hamaca siestera, góndola al viento, en cuyo
cuenco de manta o de pita fina, primorosamente tejida, en total relajo de
músculos y preocupaciones, se echaba el señor, a la hora calcinante de la
solana, a tomar brisa en su suavísimo vaivén y adormilarse o pensar en nada. Y
así pasaba las horas entre las redes sutiles de los ensueños rurales,
circunscrito al horizonte del llano, aislado y ausente de las cosas del
universo que empezaba más allá de donde termina la última mata de monte. La
hamaca era el símbolo perfecto de la vida de entonces. Vehículo para que viaje
la pereza sin salirse de la parábola de un metro, con monótono y dulcísimo
vaivén en los más intrascendentes devaneos. Es tan quieta y agobiadora la hora
de las solanas en la llanura cálida, que el ganado, a la sombra pródiga de los
tamarindos y matarrones,
ni se mueve, ni colea. Por algo se ha dicho que el sol calentano genera, al
mismo tiempo, energía y pereza.
EL
FOLCLOR
Las
fiestas populares
“El
San Pedro es otra fiesta de auténtico sabor tolimense. El Espinal la considera
como propia. Y a decir verdad que es famosa en el ámbito nacional. Data desde
1.881.”
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EL ESPINAL. MONUMENTO AL BUNDE. VICEMINISTERIO
DE TURISMO DE COLOMBIA
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Algunas
viejas tradiciones del sur y centro del Tolima, tan estupendamente contadas por
escritores e historiadores como Cesáreo Rocha Castilla y Nicanor Velásquez
Ortiz, ya fallecidos, tan arraigadas en el territorio del llano hasta 1.950,
lamentablemente han venido extinguiéndose. Valga un ejemplo: las famosas bandas
de música de Natagaima, Ortega, San Luis y El Guamo, entre otras, ya no
conservan el espíritu fiestero de otras épocas ni tampoco el valor artístico
que las hicieron tan suigéneris
y tan famosas.
Dentro
de esas tradiciones que al parecer se conservan intactas, pero que están
languideciendo, se pueden destacar las fiestas o regocijos populares, como el
San Juan y el San Pedro, algunas ferias de ganados y las patronales o de
iglesia.
La
fiesta del San Juan, el 24 de junio, se continúa aun celebrando en Natagaima,
El Guamo, Ortega y Valle de San Juan. Con embarcación del "santo",
llegada al pueblo, grandes cabalgatas, corridas de toros en corrales con
guadua, con palcos de 2 y 3 pisos y techo de palma. Danzas y comparsas como de
los Chulos, los Matachines, Los Pijaos, Las Chinas, Los Ralos, la Danza del
Cordón y muchas otras. Y desfiles con los personajes de la mitología tolimense,
tales como el Mohán, La Patasola, La Madremonte y El Mandingas. Muy de
mañanita, en todas las casas del pueblo o del campo, se brinda el "San
Juan", con un buen trago de aguardiente o mistela y abultada tajada de
bizcochuelo; luego, el tamal al desayuno. Y después, al almuerzo, la suculenta
lechona, con insulsos y arepas delgaditas. Por la tarde, el toreo y por la
noche, los bailes populares.
En
estas fiestas sanjuaneras los gallos finos cuentan. Sólo que no en riñas,
con gallera y apuestas. Se trata de la
"despescuezada", muy común en aquellos municipios. A lado y lado de
una calle colocan sendos palos de guaduas. Tienden un fuerte lazo en la mitad,
amarran un gallo de las patas. Allí estará hasta cuando la habilidad de los
jinetes que pasan por debajo,
le arranquen la cabeza. O hasta cuando la
destreza del que tira o recoge el lazo lo permita. Aquí conviene hacer una
breve digresión:
en Ibagué, la capital tolimense, se celebró durante muchos años la fiesta del
San Juan, de la misma manera y a la misma usanza que en los pueblos
sur-tolimenses. Sin embargo, la conversión a ciudad fue alejando poco a poco la hermosa tradición
hasta extinguirse totalmente. Años después, hubo la feliz iniciativa de
congregar el país a través de los Festivales del folclor, unas fiestas
sanjuaneras y sampedrunas
ampliadas, de pronto sofisticadas, pero de enormes proporciones. En 1.959 fue
celebrado el Primer Festival y luego, en los subsiguientes, hasta 1965. El
festival Nacional del Folclor revivió a partir de 1978 y continúa celebrándose
con gran pompa.
El
San Pedro es otra fiesta de auténtico sabor tolimense. El Espinal la considera
como propia. Y a decir verdad que es famosa en el ámbito nacional. Data desde
1.881. Hasta un bambuco en su honor le hizo el gran músico norte-tolimense
Milciades Garavito, titulado "San Pedro en El Espinal". Lo mejor de
esta fiesta: las vísperas y su quema de pólvora. Sigue siendo la fiesta popular
que más público congrega.
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1986. EL GUAMO. FIESTA DEL CORPUS |
En
los últimos tiempos, solamente Santa Isabel y el Fresno celebran, cada año,
festejos populares, con alguna resonancia departamental. El primero, denominado
El Retorno y el segundo, el Festival del Norte.
Hay
otras fiestas en el sur del Tolima de proyecciones populares. En Saldaña, en
los finales de año, el reinado del arroz. Y en Purificación, el reinado del sur
del Tolima.
En Prado, Dolores, Alpujarra, cada año,
feria comercial, con la adición de regocijos populares.
La
población de Coyaima, también en el sur del Tolima, a través de la fiesta del
patrono, San Roque, celebra las llamadas fiestas reales, de gran fama en la
comarca. Igual cosa sucede en El Chaparral. Allí, la fiesta central, cada año,
la constituye la de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, celebrada con gran
pompa y obviamente que con regocijos públicos.
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SOMBREROS TOLIMENSES. Foto: Juan Carlos Escobar / EL TIEMPO |
En
los municipios cordilleranos, esto es, en Herveo, Fresno, Casabianca, Anzoátegui,
Villahermosa, Falan y Santa Isabel, son ignoradas las fiestas de San Juan y San Pedro. Si bien es cierto
que sus gentes gustan de la fiesta brava, del toreo criollo, lo es también que
se contentan con cerrar las boca-calles de la plaza principal y en cualquier
época, por cualquier motivo, sueltan uno o más toros, para que la lidia la
hagan los “matadores” de renombre local. Son eso sí, los cordilleranos, muy
dados a echar “la puerta por la ventana”
como dice el dicho, en las celebraciones de las fiestas de iglesia, y las
ferias comerciales. Es en ellas cuando montan magníficos ejemplares equinos.
El
Líbano no conserva fechas exactas para fiestas o regocijos públicos. Cada ocho
días, los lunes, celebra una feria de ganado, a nivel local y regional. Posee
una pequeña pero bien hecha plaza de toros, donde esporádicamente hacen
corridas de postín, con mucho éxito.
Cajamarca, alegre y hospitalaria, no
celebra fiestas especiales. Apenas, la llamada "patronal" o
de iglesia. Al igual que el Líbano, lleva a cabo, los lunes, una magnífica
feria de ganado, de renombre en el ámbito comarcano.
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IBAGUÉ. DESFILE TRADICIONAL. DIRECCIÓN DE CULTURA DEL TOLIMA
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Honda,
la "Ciudad de los Puentes", realiza con gran colorido, el Festival de
la Subienda, en febrero. Mariquita, hace por su parte, una gran
feria-exposición, cada año, en noviembre. En mayo, la fiesta patronal, de la
Ascensión del Señor. En agosto, la del Señor de la Ermita, muy concurrida.
En
Lérida, la fiesta del Señor de la Salud, en agosto. En Ambalema, la de Santa
Lucía, en diciembre, con regocijos populares. En Alvarado, la fiesta de la
Cordialidad, en agosto.
La
que fue pujante y progresista ciudad de Armero, arrasada el 13 de noviembre de
1.985, por la erupción del volcán Arenas, del Nevado del Ruiz, tragedia que
conmovió al mundo, se celebró, por muchos años, el Festival de la Amistad.
Piedras, el 20 de enero, celebra la fiesta
del patrono San Sebastián.
Al
oriente, en El Carmen, es celebrada el 16 de julio, la fiesta de la Virgen de
El Carmen de Apicalá. Es muy concurrida.
Cabe
hacer especial mención del Corpus del Guamo. Su celebración ocurre en junio. Y
es cuando los campesinos traen de sus parcelas toda clase de frutos y con ellos
construyen el bien denominado "Paraíso", en el centro del Parque
Bolívar. También, con la colaboración de la gente del área urbana, elaboran los
Arcos Triunfales, a base de adornos con flores silvestres, de los que cuelgan
ramilletes de los exquisitos maduros "pasos", de gran renombre. Es
por los Arcos Triunfales por donde más tarde transitará la solemne procesión del
Corpus, actos éstos que congregan a toda la feligresía, que se detiene a orar
en cada uno de los cuatro hermosos Altares, ubicados en las esquinas del
referido Parque Bolívar.
Indudablemente,
la fiesta del Corpus constituye el mayor orgullo de los guamunos. Así como la feria
equina-ganadera, los jueves, considerada como la segunda del país en su género.
EL TIPLE
Es
posible que el tiple no sea originario del Tolima ni de América. Los españoles
lo llamaban guitarrillo, indudablemente para denotar su semejanza o parentesco
con la guitarra.
Parece
que es más fácil el aprendizaje del tiple que el de la guitarra. Y eso explica
su afición, ayer, hoy y siempre, tanto en el llano como en la cordillera
tolimense.
El
tiple ha sido compañero inmemorial del campesino, en sus horas nocturnas de
descanso y en el ocio dominguero.
Es por eso, quizá, el más popular de los instrumentos.
Al
tiple se le conoce como forjador de romances, como alcahuete de parrandas, como
compañero de la soledad en la montaña y en el llano. Se le conoce además, como
amigo de la tristeza y como inspiración de poetas y trovadores.
El
tiple no ha estado solamente en el llano tolimense. Mora también en la
cordillera. Y entre la gente del campo, especialmente. Por eso es usual
encontrar en una casa campesina un tiple colgado de un cuerno, haciendo de
insomne vigilante. Por las tardes, entrada la noche el campesino lo rasga y
le saca las más dulces y elementales melodías.
Pero
el tiple no ha estado solamente en el Tolima. Vive, también, en el Huila, en
Santander, en Boyacá, en Nariño, en el Valle, en Caldas, en Risaralda, en el
Quindío, en Cundinamarca y en la mismísima capital de la República. Y ahora se
viste de etiqueta y anda en lujosos salones, y lo que es mejor y más
importante: anda en la cima de su prestigio, comparándose, guardadas las
debidas proporciones, con el piano, el violín o el violoncello. Porque es tanta
su calidad musical, que hay ya maestros que lo utilizan como instrumento
solista, en grandes y sonados conciertos.
Precisamente,
en el anhelo de darle la categoría que le corresponde, José Ignacio Arciniegas
Herrán creó el Concurso Nacional de Solistas de Tiple, en la ciudad de
Mariquita. En 1973 y en 1976, se cumplieron los primeros eventos y en 1978, en
Ibagué, el tercero. Todos, con gran éxito. Se aspira a continuar este certamen
artístico y colombianista.
LA MESA CRIOLLA
“Los platos importantes
del tolimense calentano son: el viudo de pescado; el sancocho de gallina; el
viudo de carne salpresa de res adicionado con costilla, de cerdo y pequeñas
porciones de "reservada".”
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LECHONA TRADICIONAL DE EL ESPINALhttps://www.google.com/search?q=tradiciones+del+tolima &rlz=1C1PRFE_enCO739CO739 &sxsrf=ACYBGNQAZc4iUZTvOG |
Está
evidenciado que el acontecer tolimense en materia socio-económica, tiene
notables diferencias en sus sectores centro, sur y norte; igual cosa
ocurre en cuanto respecta a sus fiestas tradicionales. Y diríamos que es más la
diferencia en las comidas, en la llamada mesa criolla. Las razones para ésta
última tienen su explicación: los del centro y sur, por el ancestro
"opita", por venir de una raza "calentana" apegada a
viejísimas tradiciones, y los del norte, pero especialmente, los de la
cordillera, porque su origen es antioqueño, caldense y boyacense.
Por
eso, en la cordillera norteña, precisamente en los municipios de Anzoátegui,
Santa Isabel, Casabianca, Herveo, Fresno, Falan, Líbano y Villahermosa la base
alimenticia la constituyen la carne de cerdo, el maiz, la papa y los fríjoles.
Los
campesinos, la gente que reside en las áreas urbanas, incluyendo a los
adinerados, apetecen, por sobre todo, los fríjoles, la arepa antioqueña, los
chorizos, la papa, preparada en toda forma y la carne de cerdo. Aunque gustan
también de la carne de res. El agua-café, y la mazamorra como sobremesa, son
irremplazables. Tal parece que esto mismo ocurre en la cordillera oriental, en
los municipios de Icononzo, Villarrica y Cunday.
En
el centro y sur del Tolima el bizcocho de cuajada, el bizcocho de manteca o
"berraquillo" son elementos que al desayuno o a las "onces"
son más apetecidos que el pan de trigo. La arepa delgadita u "oreja"
de perro" tiene preferencia a la "antioqueña", especialmente
cuando hace de acompañante de unos buenos huevos en pericos o un buen pedazo de
carne asada. O cuando hace de "consorte" con la exquisita lechona y
el insulso. Es bueno explicar, aunque sea brevemente, que la arepa delgadita se
distingue de la "antioqueña" en que esa es a base de arroz y en vez
de asarse, se coce o se cuece, Y que el insulso es una especie de natilla en
calidad un tanto inferior, envuelto en hojas de viao o platanillo.
Los
platos importantes del tolimense calentano son: el viudo de pescado; el
sancocho de gallina; el viudo de carne salpresa de res adicionado con costilla,
de cerdo y pequeñas porciones de "reservada". Le siguen, en su orden,
el "Peto de maíz y el "guarruz" o peto de arroz, con carne
asada. El plato importante en toda fiesta que se respete es la lechona.
MITOS Y LEYENDAS
LA
PATASOLA
Mujer
hermosísima, de cabellos rubios, que aunque no tiene sino una pierna, se
transporta, con rapidez de un sitio a otro, entre los ventarrones que produce
su vuelo de bruja. De ella se valen los campesinos para atemorizar a los niños
y obligarlos a portarse bien, pues si no los ojea, o sea que les tuerce los
ojos, les mete grillos en los oídos y sapos en el estómago y les hace otros
maleficios, de los cuales no los pueden salvar sino sus propios curanderos
especializados en la materia. Para ahuyentar la patasola y evitar los males que
procura, los campesinos tienen una oración que se llama "la oración del
monte" que es la siguiente, pero casi a todos se les olvida en el momento
de pronunciarla:
Señora:
Yo
como sí, / pero como ya se ve, / suponiendo que así fue, / lo mismo que antes así, / si alguna persona a mí / echare el mismo compás / si acaso, porque quizás, / esto fue, de aquello
pende, / supongo
que ya me entiende, /
no tengo que decir más. /
Patasola no hagas mal / que en el monte está tu
bien./
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IBAGUÉ. CAPITAL DEL DEPARTAMENTO https://www.google.com/search?q=tradiciones+del+tolima &rlz=1C1PRFE_enCO739CO739 &sxsrf=ACYBGNQAZc4iUZTvOG |
EL
POIRA O EL MOHAN
El
Poira es un mito de las aguas, pero no se le encuentra, sino en los grandes
ríos como el Magdalena y el Saldaña. Su única actividad consiste en seducir y
raptar campesinas que han entrado a la edad "de merecer" o sea la
pubertad, para lo cual toma figura de mocetón apuesto y audaz. A veces, o casi
siempre, la muchacha raptada, aparece cuando menos se piensa y en su casa ya no
la esperan, hecha toda una madre. El Poira es una de las configuraciones del
Mohán. Y el Mohán era curandero, sacerdote, brujo, y oráculo de los Pijaos.
LA
MADREMONTE
Este
personaje es una especie de ninfa de los montes del llano. Para castigar las
malas acciones de los campesinos seca las fuentes de sus pegujales, sobre todo
cuando se enredan en pleitos de linderos; pero, el que sufre los perjuicios de
la sequía es, siempre, el que no tiene razón. "Compadre: si me adelanta
las cercas, cuidado con la Madremonte".
En
las fiestas de Corpus, especialmente en el Guamo, la representan ataviada con
vestidos hechos totalmente de hojas de plantas silvestres.
EL
DUENDE
Este
personaje es casi universal. Es tan maligno como la Patasola. Persigue
especialmente a las muchachas casaderas. Les tira terrones a través del techo y
las paredes de sus casas. Después de asustarlas en noches sucesivas quedan como
si fueran poseídas del diablo. Les dá ataques nerviosos, convulsiones, sustos y
otros males que, como dice la copla. "si el cura no los cura, son
incurables". Pero, también suele curarlos el Poira.
Mandingas,
Miruñas, El Maligno, El Patas, algunos muchos nombres del diablo.
LA
MULA RETINTA
Cabalgadura preferida del
diablo que figura en muchos cuentos, con herraduras de oro. Si algún campesino
no la encontraba y le tiraba un chambuque, en el momento de ajustarle el rejo
al pescuezo desaparecía.
LOS
TUNJITOS
El
tunjo es un muñeco de oro que se sepultaba con los cadáveres de los indios
entre otros tesoros y, a veces algunas cosas de comer. La superstición que
nació en la cuna de los primeros hombres, le ha dado vida a los Tunjitos. Por eso salen cuando la
tardecita ya es más noche que día, a las orillas de las quebraditas y las
acequias rurales, a veces cantando y a veces llorando. No solo los cabellos
sino todo el cuerpo son dorados,
son el pavor de los niños campesinos, como cosas del otro mundo, y con ellos se
les amenaza para que se metan a la cama muy tempranito y en silencio.
LA
CANDILEJA
La
candileja es una luz en llama que persigue de noche a los caminantes del llano,
pero solamente cuando andan solos.
Si
van a caballo, se les coloca sobre la grupa. Pero no Persigue sino a los que
andan en "malos pasos" o son enamorados de mala fe, o ya tienen algún
motivo de remordimiento. Juran que la ven y los persigue y que sale de las
orillas de los pantanos. Le tiene tanto pavor que a uno mismo le aconsejan que
no salga solo de noche.
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*EL FOLCLOR COLOMBIANO /
TRADICIONES Y CANTARES DEL TOLIMA / TEXTOS
Y DIRECCIÓN: JOSÉ IGNACIO ARCINIEGAS HERRÁN / AUTORES CONSULTADOS: CESÁREO ROCHA CASTILLA (+) GONZALO PARÍS
LOZANO (+) / ARREGLOS Y TRANSCRIPCIONES
MUSICALES: EFRAÍN ROJAS CASTRO (+) CÉSAR UGUSTO ZAMBRANO R. LIBARDO BARRERO
/ DIBUJOS ALEGÓRICOS: MAX HENRÍQUEZ
(+) DIAGRAMACIÓN Y ARTES: MARTHA
ELENA GÓMEZ DE URUEÑA.
RUBÉN DARÍO RAMÍREZ ARBELÁEZ / GERENTE DE LA
BENEFICENCIADEL TOLIMA / IBAGUÉ, DICIEMBRE DE 1986
Edición Número 102, Girardot, Septiembre 26 de 2019
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